A los 400 años
de la muerte del cronista Esteban de Garibay y Zamalloa, el historiador
vasco más universal, todavía no hemos sabido reivindicar
su trabajo y su figura. El recurso a los mitos y leyendas, práctica
muy habitual en la historiografía de la época para remontarse
a épocas históricas, o míticas, poco o nada conocidas,
supusieron el descrédito de su obra. Un descrédito concertado
e injusto que, después de su muerte en 1599, lo tachó de fabulador
y poco crítico.
Casi cuatro siglos más tarde, otro gran historiador vasco ha reivindicado
al gran cronista de Arrasate. Se trata de Julio Caro Baroja, quien lo ha
rescatado del olvido, y sobre todo del descrédito en que le había
sumido, descalificando la totalidad de su obra. Baroja denuncia el ataque
orquestado contra la obra e imagen de Garibay, y propone una lectura reivindicativa
de su contribución a través del análisis de su obra.
Uno de los puntos en los que se basa la reivindicación
es la imagen que ofrece Garibay del País Vasco de su época,
que refleja una sociedad moderna, abierta y urbana, muy contraria a la que
la moderna historiografía ha defendido de una imagen rural, pastoril
y temerosa de las influencias exteriores. El maestro de Itzea ha tenido
a gala defender un retrato del pasado vasco vinculado a la industria, el
comercio, el transporte y la pesca, y su imponente presencia en las instancias
más importantes del imperio.
El carácter moderno y abierto del País
Vasco, en la versión de Baroja, se inicia con el segundo milenio,
y alcanza su clímax en los siglos XVI al XVIII. El vasco se convierte en el suministrador
de los instrumentos y técnicas precisadas por la Península,
de la que se convierte en el "homo faber", lo que contrasta con
la imagen de ridículas generalizaciones sobre el aldeanismo y rusticidad
del hombre vasco. Viajeros tan acreditados como Navajero avalan esta visión
propiciada por Garibay y reivindicada posteriormente por Baroja.
Este autor suscribe la descripción
de Garibay en la que se recoge la imagen de un vasco moderno, técnicamente
preparado, urbano y de un elevado nivel de vida. Aunque achaca al cronista
mondragonés cierta dosis de exageración, sobre todo cuando
habla de su pueblo natal, que en su opinión refleja un mundo infantil
idealizado. Todo resulta exagerado, sobre todo en lo referente a las excelencias
del acero de Mondragón, como a la exagerada producción de
mineral del monte Udalatxa.
Sin pretender tomar protagonismo en este debate,
mi reciente estudio "El acero de Mondragón en la época
de Garibay" no sólo suministra a la tesis de mi maestro Baroja
los argumentos que precisaba para ser más contundente en la defensa
de Garibay, sino que ofrece claves definitivas para corroborar la corrección
de las apreciaciones sobre la realidad guipuzcoana, y en particular la de
Arrasate, descritas en el "Compendio Historial".
En
la descripción de Garibay sobre Gipuzkoa se nos ofrece una sociedad
dinámica y moderna, con fuerte presencia personal y comercial en
las regiones más significativas de la época, sobre todo a
través del mercado del hierro. Me interesa especialmente señalar
algunas de sus afirmaciones en referencia a la industria y comercio de su
villa natal: "También se labra hazero, pero en sola la villa
de Mondragón, siendo el más fuerte, que se sabe hazer en parte
alguna, en tanto grado, que aunque de una espada, o otra qualquier arma,
labrada d'este metal, se tornen hazer hazero cinco y seys cosas, en cada
una tornando al fuego, nunca pierde su rigor y fortaleza, lo que el hazero
de Milán y otros hazeros no harían... D'este hazero se gasta
en Navarra, y mucho más en Francia".
¿Exageraciones? Mi aproximación
a la documentación de la época no sólo aprecian la
realidad de estas apreciaciones, sino que incluso se muestra modesto en
sus afirmaciones. En cuanto a la calidad del acero, investigaciones realizadas
sobre el mineral de Udalatxa y muestras de antiguo acero de Mondragón,
utilizando para ello los más sofisticados métodos científicos
disponibles, ratifican la excelencia del acero y lo complejo de la elaboración.
Análisis metalográficos e investigación documental
se apoyan mostrando una absoluta coincidencia entre los procesos descritos
por los archivos y los datos obtenidos por análisis científicos
modernos.
En referencia al mercado del mencionado y
afamado acero, sólo quiero corroborar tres aspectos referentes a
su calidad contrastada y a su presencia en el mercado internacional.
En primer lugar, la calidad del acero mondragonés
en comparación con el de Milán no es un invento de Garibay,
sino que es un argumento recurrente en los diversos pleitos que se suscitaron
en torno a diversos intereses sobre el dicho acero. La calidad de dicho
acero aparece comparada con el de Milán, al cual era superior, y
se arbitraban medidas para evitar confusiones o mezclas con otros aceros
menos competitivos y renombrados.
En segundo lugar, la calidad de este acero
era particularmente apreciada en el mercado peninsular, pero de esta calidad
eran especialmente conscientes los administradores reales y los veedores
encargados de fabricar, en el entorno de Arrasate, las armas blancas y de
fuego que habían de abastecer al más poderoso ejército
de la época. Entre las condiciones para la construcción de
los arcabuces y mosquetes, había una especialmente clara: las llaves
de las armas de fuego habían de ser construidas con acero de Mondragón.
En referencia al mercado, los clientes preferenciales
del acero mondragonés eran los franceses. Compañías
mercantiles mondragonesas comerciaban con las principales ciudades portuarias
del Atlántico francés, y los propios franceses se hacían
presentes en Arrasate a través de sus factores destacados en Donostia
y Bilbo, importantes enclaves comerciales europeos.
Arrasate se hallaba, en la época de
Garibay, abierta al mundo, con una presencia increíble en los mercados
más importantes de la época, incluidos Toledo, cuyas espadas
provenían de la localidad guipuzcoana, y Sevilla, que actuaba como
trampolín para el entonces naciente mercado americano. Esta realidad
tiene su reflejo en la calidad de vida de los mondragoneses, "nada
labradoriegos" en expresión de Garibay, sino ruanos y modernos.
Los testamentos y codicilos de la época reflejan fehacientemente
el alto nivel de vida de los mondragoneses. Tener la oportunidad para constatarlo
puede resultar el mejor homenaje a Garibay, a los 400 años de su
muerte.
José Antonio
Azpiazu, historiador |