Breve historia de la Casa de Expósitos de Vizcaya (1883-1984)
Mª del Mar Varillas Martín

Durante siglos, la población, que ignoraba la forma de controlar los embarazos no deseados, abandonaba a estos recién nacidos en las puertas de los conventos, con la esperanza de que fueran recogidos por caridad, cuando no existía franca intención infanticida. Muchos de ellos, de conseguir sobrevivir, pasarían a engrosar las filas de la mendicidad y, sin protección familiar, sufrirían todo tipo de maltratos por parte de la población que les negada, incluso, el derecho a ganarse la vida.

Desde los tiempos de la Ley de Partida del Código de Alfonso X, el Sabio, se penaba a los padres que abandonaban a sus hijos, a perder para siempre la patria potestad sobre ellos. Pero, en el siglo XVII comenzaron a separarse los conceptos de abandono y exposición, y surgió un nuevo término, "expósito", que identificaba a los niños expuestos o abandonados en el "torno" de la beneficencia para que la caridad pública se hiciera cargo de ellos. En el siglo XVIII, la legislación comenzó a admitir la posibilidad de devolver los hijos expósitos a los padres que los reclamaran, si alegaban que los abandonaron por encontrarse en "alguna necesidad extrema" y abonaban los gastos ocasionados.

Foto: Marqués St. Mª del Villar. Enciclopedia Auñamendi.

En 1794, se descentralizó la ubicación de las inclusas, y los expósitos vizcaínos comenzaron a enviarse a Calahorra, mejorando las condiciones previas, cuando eran conducidos hasta Zaragoza y la mayoría se moría por el camino. Finalmente, en 1806, se encargó a la Diputación de Vizcaya el amparo de los huérfanos de la provincia, concediendo para su mantenimiento ingresos benéficos de escasa cuantía.

Entre los años 1807 y 1843, la Diputación vizcaína recogió una media de 124 niños abandonados por año. Por aquel entonces, los conocimientos sobre nutrición infantil eran escasos y los trastornos gastro-intestinales motivaban que sólo sobrevivieran los niños que recibían lactancia natural, lo que evidenciaba la necesidad de nodrizas en la sociedad. Por esta razón, la Diputación llegó, desde el principio, a un acuerdo económico con las nodrizas para que criaran a los expósitos en sus aldeas y acudieran, mensualmente, a Bilbao a cobrar su salario de lactancia.

No fue hasta 1845, cuando se redactó el primer "Reglamento para el régimen y administración del Establecimiento de niños expósitos de la provincia de Vizcaya", donde se explicaba que la Casa de Lactancia de Bilbao acogía tanto a los niños abandonados en los pueblos como a los depositados en el torno del Establecimiento, procedieran de familias pobres o fueran hijos ilegítimos, donde recibirían lactancia natural y cuidados médicos hasta que pudieran ser colocados con nodrizas externas. La dirección del Establecimiento recaía en una Junta de Caridad, que se reunía, en pleno, una vez al mes, mientras uno de sus miembros visitaba el Establecimiento a diario. Se describían los requisitos exigidos a las nodrizas externas o internas, y los salarios de lactancia que percibirían hasta que los niños cumplieran los siete años de edad, así como, la forma de prohijarlos si deseaban quedarse con ellos para siempre. El prohijamiento era una fórmula incompleta de adopción, que comprometía a los interesados a tratar a los expósitos como a hijos propios, pero, también a devolverlos a los padres naturales, si algún día los reclamaban. Se nombraba a los alcaldes y párrocos de los pueblos comisionados al cuidado de los expósitos de su localidad, para denunciar, si era preciso, los casos de maltratos, y para seleccionar a las futuras nodrizas. Y se instaba a los médicos de los pueblos a atender las enfermedades de los expósitos, por lo que serían recompensados a finales de año.

Pero, durante todo el siglo XIX, los recursos benéficos fueron embargados, en varias ocasiones, para el mantenimiento de la Guerra de la Independencia de Francia y las Guerras Carlistas. Por eso, no es de extrañar que, en ocasiones, las nodrizas se manifestaran delante de la Diputación exigiendo sus salarios, o que, los miembros de la Junta Directiva presentaran continuamente su dimisión.

Así llegamos a 1878, cuando la Casa de Lactancia de Bilbao estaba ubicada en un piso alquilado y mal acondicionado, que contaba con sólo 10 camas, y donde 4 nodrizas amamantaban a 30 niños.

Se atribuye a la insistencia del párroco D. Lorenzo de Castañares, Vicepresidente de la Junta Directiva de Expósitos, que convenció al Presidente de la Diputación, y por ende, Presidente de la Junta Directiva de Expósitos, D. Benigno Salazar, para destinar los donativos aportados por la población, durante tantos años, a favor de los niños expósitos, a la construcción de un edificio en condiciones donde albergarlos.

Así, el 8 de Diciembre de 1883, se inauguró oficialmente la Casa de Expósitos de Vizcaya, que contaba con 3 plantas y capacidad para más de un centenar de niños.

Durante los primeros años los problemas continuaron. Se descubrió que, algunos administrativos hacían especulaciones deshonestas, por lo que fueron retirados del cargo. Se observó que, algunas familias prohijaban expósitos, no para satisfacer sus deseos de descendencia, puesto que ya tenían abundantes hijos, sino para utilizarlos de sirvientes.

Así mismo, la devolución de los hijos naturales a los padres que los reclamaban resultaba incierta por la vaguedad de los datos identificativos. Como la exposición era anónima, solo quedaba constancia en el libro del torno, que tal día y a tal hora había sido depositado un niño, sin nombres ni apellidos, que vestía tal ropa, llevaba una medalla de la Virgen y portaba entre la vestimenta un papel manuscrito con escasa información. El Establecimiento, que mantenía el más absoluto secreto sobre el destino de dado a los expósitos, para evitar problemas entre nodrizas y padres naturales, y advertía a estos últimos que no volverían a tener noticias de sus hijos hasta que no los reclamaran formalmente, guardaba todas las señas de la exposición, los inscribía con nombres y apellidos ficticios, que hacían referencia al santo del día y al pueblo donde habían sido encontrados, y les otorgaban un número de identificación, que debían de llevar siempre en el plomo que pendía de su cuello. De esta forma ocurrió que, personas próximas a la madre que conocían los detalles de la exposición, reclamaron la devolución de supuestos hijos de los que no eran los padres, o que la madre, con el paso del tiempo, olvidaba o equivocaba las señas.

Para subsanar estas deficiencias, a finales del siglo XIX, se reformó el Código Civil, obligando a inscribir a todos los recién nacidos en el Registro Civil, así como, a guardar en sus oficinas las señas particulares de los expósitos para futuras identificaciones. Además, las nuevas disposiciones legales, separaban claramente la asistencia social que los Ayuntamientos prestarían a los hijos legítimos de familias pobres y la Diputación a los hijos ilegítimos.

Consecuentemente, en 1890, se reformó el Reglamento de la Casa de Expósitos, declarando, por primera vez, que su finalidad era amparar exclusivamente a los hijos ilegítimos, y que los padres deberían probar que los expósitos que reclamaban eran sus hijos, acudiendo previamente al Registro Civil a legitimarlos. También, se introducían otras mejoras. En adelante, se preferiría a las nodrizas que hubieran perdido a sus propios hijos en periodo de lactancia, para que cuidaran mejor a los expósitos. Sólo se concedería un niño por familia, en periodo de crianza o prohijamiento, exigiendo a los interesados una conducta moral intachable y medios económicos suficientes para alimentarlos y educarlos conforme a la clase social de la familia. Y, para comodidad de las nodrizas, un habilitado se desplazaría, trimestralmente, por los pueblos efectuando los pagos de lactancia.

En 1895, se construyó la Casa de Maternidad, aledaña a la de Expósitos, donde las solteras deshonradas, que sufrían, lo mismo que sus hijos, la discriminación social, esperaban escondidas el momento del parto, para después, dejar a sus hijos abandonados en la Casa de Expósitos, donde, si querían, podían trabajar como nodrizas internas.

Por estas fechas, el Establecimiento se quejaba de que cada vez eran más los niños abandonados. Así, entre 1897 y 1901 recogieron, de media, 304 niños por año, y entre 1909 y 1913, casi uno por día, en concreto 359, de media, al año. Se sospechaba que la mitad de ellos eran legítimos, para los que existían otros organismos de asistencia, pero sólo se desvelaba su origen cuando los padres los reclamaban, ya que era incompatible con el carácter de la Institución pedir a los usuarios del torno la documentación identificativa, por lo que optaron por aumentar el salario de las nodrizas para incentivar la salida de niños del Establecimiento.

Además, los expósitos de los pueblos recibían protección social y sanitaria tanto de los ayuntamientos, que los incluían en su lista de pobres (ya que, desde la promulgación del Reglamento para los Servicios benéfico-sanitarios de los pueblos, de 1891, los expósitos eran considerados, por definición, pobres de solemnidad, por lo que tenían derecho a servicio gratuito de médico y medicamentos), como de las Juntas de Protección a la Infancia, que dependientes de los Ayuntamientos, cooperaban con la Diputación en el control de los expósitos de los pueblos. En resumen, era muy difícil separar a los niños necesitados de protección social o sanitaria en legítimos e ilegítimos.

La aglomeración, dentro de las grandes salas comunitarias de la Casa de Expósitos, y el sistema de lactancia, donde una misma nodriza amamantaba a varios niños, provocaban continuas epidemias infecciosas y una elevada mortalidad infantil. Por el momento, la única vacuna que se conocía era la antivariolica, y el suero anti-diftérico comenzó a utilizarse a partir de 1894.

Los niños con sífilis congénita contagiaban a las nodrizas durante la lactancia, y para su curación, la Casa de Expósitos concedía unas pensiones. Pero las indicaciones médicas, consistentes en la aplicación reiterada de productos mercuriales sobre las lesiones (ya que, los primeros Salvarsanes se descubrieron en 1909 y la Penicilina en 1943), eran, en ocasiones, desoídas por las nodrizas, para continuar percibiendo las pensiones indefinidamente, hasta que la enfermedad avanzaba y terminaban falleciendo.

La lactancia artificial se introdujo en la Casa de Expósitos en 1894, para los niños enfermos, que las nodrizas no querían amamantar, y porque el número de nodrizas resultaba insuficiente para las necesidades existentes. En 1907, se empezó a utilizar la leche de vacas vacunadas contra la Tuberculosis, procedente de la institución benéfica municipal "La Gota de Leche" (aunque la vacuna BCG de uso humano no se descubrió hasta 1928).

Desde 1910, la preocupación por la higiene llevó a instalar en el Establecimiento agua caliente y más calefacción, a procurar que los niños tomaran el aire y el sol en prevención del raquitismo, y que la leche estuviera homogeneizada y esterilizada antes de consumirla. Y, posteriormente, se reformó el edificio por dentro, se compartimentaron las grandes salas y se introdujeron las bañeras.

Entre los años 1919 y 1936 ingresaron en la Casa de Expósitos una media de 200 niños al año. Un mismo médico atendía a las parturientas de la Casa de Maternidad, y la alimentación y enfermedades de los niños de la Casa de Expósitos. Hasta que, en 1924, el desarrollo alcanzado por las especialidades médicas motivó que se contratara, por separado, a un médico puericultor y a otro ginecólogo, para atender a ambos establecimientos benéficos.

Durante la Guerra Civil Española de 1936, los habitantes de la institución se trasladaron a vivir al pueblo costero de Las Arenas, huyendo de los bombardeos que sufría la capital, donde permanecieron durante casi dos años.

Después de la Guerra, se unificaron las Juntas Directivas de la Casa de Expósitos y Maternidad, y la Institución, en su conjunto, paso a llamarse Casa Maternal de Vizcaya.

En 1947, entró en funcionamiento el Reglamento Nacional de Trabajo, que determinaba categorías profesionales, salarios y derechos de los trabajadores, resultando que algunos de los encargados de la Casa Maternal carecían de los requisitos exigidos por la legalidad vigente. Así, por ejemplo, se contrataron empleadas de la limpieza, trabajo que venían desempeñando las nodrizas y Hermanas de la Caridad por sueldos extremadamente recortados, y se suprimieron las Juntas de la Caridad.

En 1954, se cambió, de nuevo, el nombre del Establecimiento, por el Instituto de Maternología y Puericultura, y la Diputación encargó la dirección del conjunto de los Establecimientos Benéficos de la provincia a la Comisión de Beneficencia y Obras Sociales, que redactó el "Reglamento de los Servicios Benéficos de Vizcaya", en 1956.

Nació la Seguridad Social, un servicio sanitario estatal, que pronto absorbió la mayor parte de la asistencia médica pública, terminando con la labor que tradicionalmente venían prestando los Centros Benéficos en este sentido. La mortalidad infantil disminuyó gracias al avance experimentado por la ciencia médica.

Por otro lado, después de la 2ª Guerra Mundial, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, en 1948, la "Declaración de los Derechos Humanos", donde se reconocía que toda persona tenía derecho a una familia, unos apellidos, una educación, unas libertades...Al tiempo que la población comenzó a tomar conciencia de la flagrante injusticia social que se cometía con los expósitos y demandaba leyes que representaran mejor sus aspiraciones en el terreno de las adopciones. Los especialistas en la materia ensalzaban que sólo en el seno de una familia podía el niño huérfano conseguir su pleno desarrollo físico y mental, mientras que las Instituciones habían demostrado criar a los niños faltos de afecto o tarados. Con este clima social, se reformó la Ley de Adopciones, en 1958, donde por primera vez en la historia de España, se concedía la adopción plena de cualquier niño abandonado por sus progenitores durante más de 3 años.

Las familias con hijos prohijados se apresuraron a adoptarlos para asegurar sus vínculos jurídicos. Las personas con deseos de adoptar perdieron el temor a que, en el futuro, los reclamara la madre natural. Cada año eran menos los niños que permanecían en la Institución sin haber sido adoptados. La figura del niño expósito, sin padres conocidos, desapareció, en cuanto fueron adoptados.

Todavía, la Ley de Adopciones se remodeló más, en 1970, para permitir la adopción desde el sexto mes de abandono, con la finalidad de que los niños sufrieran las menores carencias afectivas posibles. Además, comenzaría a encargarse de su tramitación el Servicio de Asistencia Social de la Diputación, retirando esta labor de la Institución.

Finalmente, las peticiones de adopción desbordaron las posibilidades de la antigua Casa de Expósitos, que ante la falta de niños abandonados, en una sociedad que cada vez era menos pobre y más laica, cerró sus puertas para siempre en 1984.

Sin embargo, el vetusto edificio, remodelado por dentro, continúa hoy en día albergando al Centro de Salud de Santutxu.


Mª del Mar Varillas Martín, médica residente del Hospital Txagorritxu de Vitoria-Gasteiz

Euskonews & Media 151.zbk (2002/1/18-25)


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