Que jamás haya memoria del traidor
Francisco Igartua

Francisco IgartuaLope de Aguirre, vilipendiado por muchos y por otros tenido como el primero que proclamó (sin fortuna) la independencia de un Perú que comenzaba en Panamá y concluía en el estrecho de Magallanes, se autoretrata en la insolente carta que le envió al rey Felipe II, el poderosísimo hijo del "invencible" Carlos V, tratándolo de tú. Es la carta de un alucinado que expone las razones de su rebeldía e, indirectamente, responde a sus enemigos.

Al rey Felipe "natural español" se dirigió Lope de Aguirre "natural vascongado", identificándose como "cristiano viejo, de medianos padres, hijodalgo vecino de Oñate", para enrostrarle al rey las crueldades e injusticias de "tus Oidores, Virrey y Gobernador" y para comunicarle que "he salido de hecho, con mis compañeros, de tu obediencia y, desligándonos de nuestras tierras, que es España, hacerte en estas partes la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieran sustentar y sufrir". Explicó porqué mató (generalmente para no ser matado) a zutano, fulano y perencejo, explicando que sus rebelión era por "el maltratamiento que se nos han dado tus autoridades" y porque "tus frailes a ningún indio pobre quieren absolver ni predicar", para concluir firmando: "Lope de Aguirre, el Peregrino, hijo de fieles vasallo en tierra vascongada y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud".

Esta dramática carta, en la que no faltan aparentes contradicciones y sarcásticas burlas ("pocos reyes van al infierno porque sois pocos") la escribió Lope de Aguirre en Nueva Valencia a pocas leguas de Barquisimeto donde se produciría la tragedia más espantosa de esos siglos americanos. Allí, el oñatiarra, sitiado por las tropas reales, sin salida, sacrificó a su hija adorada (doña Elvira) para que no fuera "colchón de bellacos" y con la muerta en brazos se adelantó a sus "marañones" ordenándoles disparar contra él sus arcabuces. La cabeza de Lope fue puesta en el rollo y sus restos fueron hechos cuartos y repartidos entre los cuatro puntos cardinales para que "jamás haya memoria del traidor Aguirre". Título de traidor del que él se ufanaba.

 
Lope de Aguirre: De él dijo Unamuno que era "un desesperado con clara conciencia de su desesperación". Y esa desesperación lo habría conducido a la independencia de América.

Este es el Lope de Aguirre a quien Ignacio Zumalde lo asemeja al Macbeth de Shakespeare al escribir que "Shakespeare ignoró la existencia de este hermano de Macbeth". Y al que Unamuno encuentra doble del Paulo de Tirso de Molina: "Un desesperado con clara conciencia de su desesperación", para luego extrañarse de que se haya perpetuado la memoria de otros desesperados "no más grandes como caracteres" que Lope de Aguirre. La explicación es sencilla. Para la corona española era imperativo se cumpliera la orden real de que "jamás haya memoria" del marañón que, con intención demoniaca, antepuso a su nombre "Yo el traidor" en el documento por el que él y sus compañeros se desnaturalizaban españoles y se lanzaban a reducir el Virreynato del Perú, "igual que los godos conquistaron España". Tampoco los americanos del sur, amigos de las buenas maneras, quisieron tener de precursor a una personalidad tan fuerte, tan violenta, tan cargada de sangre, tan terriblemente intensa. La silenciaron porque no se avenía al suave carácter criollo. A unos los espantó el ejemplo, que podía ser contagioso, y a otros la reciedumbre de la Ira de Dios, como también se ha llamado a Lope de Aguirre por sus crímenes y atrocidades.

Matanzas ciertas que él mismo confiesa en su desafíante carta a Felipe II, pero que no se las puede juzgar con la mentalidad de ahora. Esas atrocidades (que son espantosas a nuestros ojos del siglo XXI) tienen que ser analizadas con los ojos de aquellos siglos y situarlas en tierras de conquista y aventuras como eran aquellas donde ocurren los hechos.

Más todavía: la totalidad de los cronistas que relatan la enloquecida empresa de El Dorado y que lo acusan de tirano y cruel eran más que enemigos suyos, eran suplicantes de la clemencia real, pues todos habían sido seguidores de Lope de Aguirre hasta la Isla Margarita (Venezuela) donde prácticamente concluyen en el fracaso los planes independentistas del "Príncipe de la Libertad", pues de allí sale desesperado a tierra firme, para ilusamente intentar llegar a pie al Perú. Muy cerca del mar, en Barquisimeto, cumplió su ofrecimiento de "rebelde hasta la muerte" que le hizo a Felipe II. Derrota final de la que culpó a la traición de Pedro de Monguía (uno de esos cronistas) a quien Lope, dada la amistad y confianza que se tenían, le encargó capturar el navío artillado en el que viajaba a la isla Fray Francisco de Montesinos, barco con el que Lope planeaba llegar a Panamá, capturarla, reorganizarse y emprender la liberación del Perú. Todos sus planes se basaban en el factor sorpresa y al pasarse Monguía a órdenes de fray Francisco de Montesinos pronto se esparció la noticia de la rebeldía y se pusieron en guardia todas las autoridades reales de Venezuela, Panamá y Santo Domingo.

¡Cómo no iban a agrandar las maldades de Lope de Aguirre quienes habían participado en ellas y que, al llegar a Margarita, advirtieron que el castigo real estaba más cerca que las promesas hechas por Lope en medio de la Amazonía!. Y que agrandan los crímenes estos cronistas de El Dorado está como prueba la descripción que hacen del gobernador Pedro de Orsúa, el primer muerto por Lope de Aguirre en la expedición ("muerte, cierto, bien breve", dice Lope en su carta a Felipe). Esos cronistas colocan a Ursua como contraimagen de Lope de Aguirre. Dicen de Ursua que era un hombre buenmozo (Lope era feo y cojeaba), galante, amigo de la paz y del buen trato con los indios (lo que es falso) y hasta lo ponen como amadamado, viajando lleno de comodidades, con su amante doña Inés de Atienza, y sus damas de compañía. Pero la verdad es que Pedro de Ursua no era distinto a otros conquistadores y soldados de esa época. Por lo pronto, antes de que el virrey, Marques de Cañete, le diera el encargo de conquistar y poblar El Dorado, su fama mayor era la de ser un implacable debelador de sublevaciones indígenas, fama que inició reduciendo a sangre y fuego un alzamiento de negros cimarrones en Panamá, a muchos de los cuales los lanzaba a los perros para que los despedazaran vivos y servir así de amedrentamiento a los que no se habían sublevado.

Lope de Aguirre, al contrario, era crítico del tratamiento que se les daba a indígenas y negros y sus muertos son conquistadores como él, con quienes entraba en conflicto; algunas veces porque se estaban confabulando para matarlo a él y otras muchas precautoramente sólo por sospechas o fútiles razones. El único acto de inclemencia con los indios que lo acompañaban en la expedición es cuando, en la desembocadura del río Marañón (hoy Amazonas), decidió dejarlos porque era imposible hacerse a la mar con ellos. Los dejó en un poblado amazónico cuyos habitantes habían hecho buena amistad con los expedicionarios, abasteciéndolos de comida y agua y ayudándoles a reparar y adecuar sus frágiles navíos para llegar a la isla Margarita en el Caribe venezolano.

Pero, retrocedamos al inicio de la expedición a El Dorado, esa mítica leyenda que situaba en la amazonía una región donde el oro, la plata y las piedras preciosas abundaban como las arenas en las orillas del mar. Por esos mundos se había internado pocos años antes Francisco de Orellana, el primer occidental que navegó el Marañón o Amazonas, recogiendo al paso variados informes sobre el fabuloso Dorado.

El Dorado: La más enloquecida y aterradora aventura americana es el desvío de la expedición a El Dorado. Lope de Aguirre decidió que El Dorado estaba en el Perú, y ordenó la vuelta. (Mapa del recorrido, desde los Andes hasta Barquisimeto en Venezuela)

Para la conquista de esa fábula esparcida por Orellana se organizó en 1559 una expedición capitaneada por Pedro de Ursua, euskaldun del Baztan, quien había logrado órdenes del Virrey Marques de Cañete para colonizar esas tierras y sumarlas a los territorios de la corona española. Era una empresa gigantesca para la época y a ella se incorporaron soldados sin fortuna (entre otros Lope de Aguirre) y muchos aventureros en pos de oro.

La expedición partió de Moyobamba, pueblo amazónico del Perú, donde se había montado un astillero en el que se construyeron los navíos que recorrerían el Marañón en busca de El Dorado. Los expedicionarios, junto a los guías y a servidores indios y negros se embarcaron en los bergantines que no se quebraron al ser lanzados al río. A don Pedro de Ursua lo acompañaba la bella doña Ines, y a Lope de Aguirre su hija, doña Elvira, todavía una niña, con dos amas, una mestiza y otra vascongada. Los caballos y otros animales fueron colocados en chatas con las que reemplazaron a los navíos quebrados.

Se inició así esta trágica odisea que estremecería de espanto a los pobladores americanos de la época. Fueron meses de angustias, hambres y zozobras sin cuento en busca de un El Dorado que no se encontraba por ninguna parte. De vez en cuando alguna pepa de oro o rastros del paso de Orellana por tan hinóspitos parajes abría el apetito de oro de los expedicionarios, muchas veces hostilizados por los indios en represalia por las atrocidades que los buscadores de El Dorado cometían contra ellos.

En esos primeros tiempos Lope de Aguirre no se dejaba sentir, pero iba rumiando su particularísimo objetivo: La conquista de El Dorado era ilusión, aire, nebulosa. Lo concreto era el Perú, El Dorado estaba en La Ciudad de los Reyes y en el Cuzco y no entre esas aguas y selvas como océanos.

Cuzco: En esta ciudad comienza Lope de Aguirre a tener presencia en la historia y de él se ocupa el Inca Garcilazo de la Vega en sus crónicas sobre lo que fueron el incario y la conquista.

Poco a poco había ido convenciendo a muchos y era hora de cambiar de meta. El inconveniente era el gobernador real, don Pedro de Ursua, que daba constantes demostraciones de lealtad a la corona.

Nada ni nadie pudieron defender a Ursua, ni siquiera la temerosa renuencia de su maese de campo, don Fernando de Guzmán, a participar en la conjura que Lope y los suyos llevaron hasta su fin por mano del renuente. Pero muerto el gobernador, Aguirre hizo general a su cómplice Guzmán, quedando él de maese de campo. Sin embargo, hasta entonces nada decía de sus planes de abandonar la empresa de El Dorado y tomar el camino de retorno al Perú. Sólo tiempo después, al retomar el cargo de maese de campo, del que había sido separado por Guzmán, Lope planteó claramente su propósito. "Extrañamente deseaba ir sobre el Perú para le tiranizar y apoderarse dél", escribe uno de sus cronistas.

De aquí en adelante transcurren los más dramáticos episodios de esta odisea que concluye trágicamente en Barquisimeto, con la muerte de la joven doña Elvira por mano de su padre y los restos del "asombroso demonio" repartidos por los cuatro puntos cardinales para que "jamás haya memoria del traidor Lope de Aguirre".


Francisco Igartua
Fotografías: Francisco Igartua


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