Lope
de Aguirre, vilipendiado por muchos y por otros tenido como el primero
que proclamó (sin fortuna) la independencia de un Perú
que comenzaba en Panamá y concluía en el estrecho
de Magallanes, se autoretrata en la insolente carta que le envió
al rey Felipe II, el poderosísimo hijo del "invencible"
Carlos V, tratándolo de tú. Es la carta de un alucinado
que expone las razones de su rebeldía e, indirectamente,
responde a sus enemigos.
Al rey Felipe "natural español" se dirigió
Lope de Aguirre "natural vascongado", identificándose
como "cristiano viejo, de medianos padres, hijodalgo vecino
de Oñate", para enrostrarle al rey las crueldades e
injusticias de "tus Oidores, Virrey y Gobernador" y para
comunicarle que "he salido de hecho, con mis compañeros,
de tu obediencia y, desligándonos de nuestras tierras, que
es España, hacerte en estas partes la más cruda guerra
que nuestras fuerzas pudieran sustentar y sufrir". Explicó
porqué mató (generalmente para no ser matado) a zutano,
fulano y perencejo, explicando que sus rebelión era por "el
maltratamiento que se nos han dado tus autoridades" y porque
"tus frailes a ningún indio pobre quieren absolver ni
predicar", para concluir firmando: "Lope de Aguirre, el
Peregrino, hijo de fieles vasallo en tierra vascongada y rebelde
hasta la muerte por tu ingratitud".
Esta dramática carta, en la que no faltan aparentes contradicciones
y sarcásticas burlas ("pocos reyes van al infierno porque
sois pocos") la escribió Lope de Aguirre en Nueva Valencia
a pocas leguas de Barquisimeto donde se produciría la tragedia
más espantosa de esos siglos americanos. Allí, el
oñatiarra, sitiado por las tropas reales, sin salida, sacrificó
a su hija adorada (doña Elvira) para que no fuera "colchón
de bellacos" y con la muerta en brazos se adelantó a
sus "marañones" ordenándoles disparar contra
él sus arcabuces. La cabeza de Lope fue puesta en el rollo
y sus restos fueron hechos cuartos y repartidos entre los cuatro
puntos cardinales para que "jamás haya memoria del traidor
Aguirre". Título de traidor del que él se ufanaba.
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Lope de Aguirre: De él dijo Unamuno que
era "un desesperado con clara conciencia de su desesperación".
Y esa desesperación lo habría conducido a la independencia
de América. |
Este es el Lope de Aguirre a quien Ignacio Zumalde lo asemeja al
Macbeth de Shakespeare al escribir que "Shakespeare ignoró
la existencia de este hermano de Macbeth". Y al que Unamuno
encuentra doble del Paulo de Tirso de Molina: "Un desesperado
con clara conciencia de su desesperación", para luego
extrañarse de que se haya perpetuado la memoria de otros
desesperados "no más grandes como caracteres" que
Lope de Aguirre. La explicación es sencilla. Para la corona
española era imperativo se cumpliera la orden real de que
"jamás haya memoria" del marañón
que, con intención demoniaca, antepuso a su nombre "Yo
el traidor" en el documento por el que él y sus compañeros
se desnaturalizaban españoles y se lanzaban a reducir el
Virreynato del Perú, "igual que los godos conquistaron
España". Tampoco los americanos del sur, amigos de las
buenas maneras, quisieron tener de precursor a una personalidad
tan fuerte, tan violenta, tan cargada de sangre, tan terriblemente
intensa. La silenciaron porque no se avenía al suave carácter
criollo. A unos los espantó el ejemplo, que podía
ser contagioso, y a otros la reciedumbre de la Ira de Dios, como
también se ha llamado a Lope de Aguirre por sus crímenes
y atrocidades.
Matanzas ciertas que él mismo confiesa en su desafíante
carta a Felipe II, pero que no se las puede juzgar con la mentalidad
de ahora. Esas atrocidades (que son espantosas a nuestros ojos del
siglo XXI) tienen que ser analizadas con los ojos de aquellos siglos
y situarlas en tierras de conquista y aventuras como eran aquellas
donde ocurren los hechos.
Más todavía: la totalidad de los cronistas que relatan
la enloquecida empresa de El Dorado y que lo acusan de tirano y
cruel eran más que enemigos suyos, eran suplicantes de la
clemencia real, pues todos habían sido seguidores de Lope
de Aguirre hasta la Isla Margarita (Venezuela) donde prácticamente
concluyen en el fracaso los planes independentistas del "Príncipe
de la Libertad", pues de allí sale desesperado a tierra
firme, para ilusamente intentar llegar a pie al Perú. Muy
cerca del mar, en Barquisimeto, cumplió su ofrecimiento de
"rebelde hasta la muerte" que le hizo a Felipe II. Derrota
final de la que culpó a la traición de Pedro de Monguía
(uno de esos cronistas) a quien Lope, dada la amistad y confianza
que se tenían, le encargó capturar el navío
artillado en el que viajaba a la isla Fray Francisco de Montesinos,
barco con el que Lope planeaba llegar a Panamá, capturarla,
reorganizarse y emprender la liberación del Perú.
Todos sus planes se basaban en el factor sorpresa y al pasarse Monguía
a órdenes de fray Francisco de Montesinos pronto se esparció
la noticia de la rebeldía y se pusieron en guardia todas
las autoridades reales de Venezuela, Panamá y Santo Domingo.
¡Cómo no iban a agrandar las maldades de Lope de Aguirre
quienes habían participado en ellas y que, al llegar a Margarita,
advirtieron que el castigo real estaba más cerca que las
promesas hechas por Lope en medio de la Amazonía!. Y que
agrandan los crímenes estos cronistas de El Dorado está
como prueba la descripción que hacen del gobernador Pedro
de Orsúa, el primer muerto por Lope de Aguirre en la expedición
("muerte, cierto, bien breve", dice Lope en su carta a
Felipe). Esos cronistas colocan a Ursua como contraimagen de Lope
de Aguirre. Dicen de Ursua que era un hombre buenmozo (Lope era
feo y cojeaba), galante, amigo de la paz y del buen trato con los
indios (lo que es falso) y hasta lo ponen como amadamado, viajando
lleno de comodidades, con su amante doña Inés de Atienza,
y sus damas de compañía. Pero la verdad es que Pedro
de Ursua no era distinto a otros conquistadores y soldados de esa
época. Por lo pronto, antes de que el virrey, Marques de
Cañete, le diera el encargo de conquistar y poblar El Dorado,
su fama mayor era la de ser un implacable debelador de sublevaciones
indígenas, fama que inició reduciendo a sangre y fuego
un alzamiento de negros cimarrones en Panamá, a muchos de
los cuales los lanzaba a los perros para que los despedazaran vivos
y servir así de amedrentamiento a los que no se habían
sublevado.
Lope de Aguirre, al contrario, era crítico del tratamiento
que se les daba a indígenas y negros y sus muertos son conquistadores
como él, con quienes entraba en conflicto; algunas veces
porque se estaban confabulando para matarlo a él y otras
muchas precautoramente sólo por sospechas o fútiles
razones. El único acto de inclemencia con los indios que
lo acompañaban en la expedición es cuando, en la desembocadura
del río Marañón (hoy Amazonas), decidió
dejarlos porque era imposible hacerse a la mar con ellos. Los dejó
en un poblado amazónico cuyos habitantes habían hecho
buena amistad con los expedicionarios, abasteciéndolos de
comida y agua y ayudándoles a reparar y adecuar sus frágiles
navíos para llegar a la isla Margarita en el Caribe venezolano.
Pero, retrocedamos al inicio de la expedición a El Dorado,
esa mítica leyenda que situaba en la amazonía una
región donde el oro, la plata y las piedras preciosas abundaban
como las arenas en las orillas del mar. Por esos mundos se había
internado pocos años antes Francisco de Orellana, el primer
occidental que navegó el Marañón o Amazonas,
recogiendo al paso variados informes sobre el fabuloso Dorado.
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El Dorado: La más enloquecida y aterradora
aventura americana es el desvío de la expedición
a El Dorado. Lope de Aguirre decidió que El Dorado estaba
en el Perú, y ordenó la vuelta. (Mapa del recorrido,
desde los Andes hasta Barquisimeto en Venezuela) |
Para la conquista de esa fábula esparcida por Orellana se
organizó en 1559 una expedición capitaneada por Pedro
de Ursua, euskaldun del Baztan, quien había logrado órdenes
del Virrey Marques de Cañete para colonizar esas tierras
y sumarlas a los territorios de la corona española. Era una
empresa gigantesca para la época y a ella se incorporaron
soldados sin fortuna (entre otros Lope de Aguirre) y muchos aventureros
en pos de oro.
La expedición partió de Moyobamba, pueblo amazónico
del Perú, donde se había montado un astillero en el
que se construyeron los navíos que recorrerían el
Marañón en busca de El Dorado. Los expedicionarios,
junto a los guías y a servidores indios y negros se embarcaron
en los bergantines que no se quebraron al ser lanzados al río.
A don Pedro de Ursua lo acompañaba la bella doña Ines,
y a Lope de Aguirre su hija, doña Elvira, todavía
una niña, con dos amas, una mestiza y otra vascongada. Los
caballos y otros animales fueron colocados en chatas con las que
reemplazaron a los navíos quebrados.
Se inició así esta trágica odisea que estremecería
de espanto a los pobladores americanos de la época. Fueron
meses de angustias, hambres y zozobras sin cuento en busca de un
El Dorado que no se encontraba por ninguna parte. De vez en cuando
alguna pepa de oro o rastros del paso de Orellana por tan hinóspitos
parajes abría el apetito de oro de los expedicionarios, muchas
veces hostilizados por los indios en represalia por las atrocidades
que los buscadores de El Dorado cometían contra ellos.
En esos primeros tiempos Lope de Aguirre no se dejaba sentir, pero
iba rumiando su particularísimo objetivo: La conquista de
El Dorado era ilusión, aire, nebulosa. Lo concreto era el
Perú, El Dorado estaba en La Ciudad de los Reyes y en el
Cuzco y no entre esas aguas y selvas como océanos.
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Cuzco: En esta ciudad comienza Lope de Aguirre
a tener presencia en la historia y de él se ocupa el
Inca Garcilazo de la Vega en sus crónicas sobre lo que
fueron el incario y la conquista. |
Poco a poco había ido convenciendo a muchos y era hora de
cambiar de meta. El inconveniente era el gobernador real, don Pedro
de Ursua, que daba constantes demostraciones de lealtad a la corona.
Nada ni nadie pudieron defender a Ursua, ni siquiera la temerosa
renuencia de su maese de campo, don Fernando de Guzmán, a
participar en la conjura que Lope y los suyos llevaron hasta su
fin por mano del renuente. Pero muerto el gobernador, Aguirre hizo
general a su cómplice Guzmán, quedando él de
maese de campo. Sin embargo, hasta entonces nada decía de
sus planes de abandonar la empresa de El Dorado y tomar el camino
de retorno al Perú. Sólo tiempo después, al
retomar el cargo de maese de campo, del que había sido separado
por Guzmán, Lope planteó claramente su propósito.
"Extrañamente deseaba ir sobre el Perú para le
tiranizar y apoderarse dél", escribe uno de sus cronistas.
De aquí en adelante transcurren los más dramáticos
episodios de esta odisea que concluye trágicamente en Barquisimeto,
con la muerte de la joven doña Elvira por mano de su padre
y los restos del "asombroso demonio" repartidos por los
cuatro puntos cardinales para que "jamás haya memoria
del traidor Lope de Aguirre".
Francisco Igartua
Fotografías: Francisco Igartua |