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Voluntario carlista y lancero en Villava (Nav.)
(Fot. M. Ibáñez) |
En
el Diccionario Enciclopédico Vasco de Auñamendi,
se define la boina como una gorra sin visera, redonda y achatada,
de lana y de una sola pieza. Pocas veces una vestimenta tan sencilla
ha marcado tanto la fisonomía de un pueblo y ha condicionado
de tal manera comportamientos sociales y mediáticos. Con
orígenes aún hoy en día discutidos, de arcaico
tocado de labradores, su uso comenzó a generalizarse a partir
de las Guerras Carlistas. Desde entonces, todo el proceso de uniformización
de la sociedad vasca, en cuanto al uso de la boina, fue imparable
básicamente hasta el estallido de la Guerra Civil Española
y los nuevos gustos impuestos en la posguerra. Unamuno definía
la boina como una prenda niveladora, puesto que al ser más
cómoda y más barata que otros tocados al uso provocó
que éstos se fuesen relegando al olvido. Y en propias palabras
de Unamuno, la boina pasó a convertirse en una prenda típica
y, en cierto modo, tradicional del vasco.
Los orígenes de la boina han sido harto discutidos y su
propio nombre ya suscita polémica. Para Resurrección
Mª de Azkue, y a pesar de que hoy no distingamos entre ambos
términos, la boina no es una txapela, ya que este
segundo vocablo significa sombrero. Por lo tanto, la boina
es una txapela en cuanto cubre cabezas, pero no toda txapela es
boina. El término txapela solo se utiliza en Guipúzcoa,
Vizcaya y Navarra meridional, mientras que en la vertiente septentrional
navarra se emplea el vocablo boneta. A pesar de estas discusiones
etimológicas, la realidad tiende a ser más práctica
y pragmática, por lo que los europeos vecinos de los vascos,
no dudaban en denominar a la boina como gorro vasco. Clara
mención más a la identificación de los usuarios
de esta prenda que a los orígenes de la misma.
En cuanto al surgimiento de la boina, las teorías son de
lo más dispares. La teoría tradicional, defendida
por René Cuzacq nos remite a su origen pirenaico. Algunos
apuntan a los labradores bearneses como los primeros en utilizar
este tipo de tocado, que se generalizó por la vertiente francesa
de los Pirineos, para pasar por el Bidasoa a Guipúzcoa. En
1813, un oficial de Wellington, en su descripción de los
habitantes de Pasajes, les dotaba de anchas gorras y, también,
son continuas las referencias de marinos vascos que utilizaban sombreros
de paño de color, muy similares a los bonetes con que se
tocaban los clérigos en las iglesias francesas. Desde el
siglo XV, son constantes las noticias de sombreros usados por los
vascos que hacen recordarnos a la boina. Iturriza en su Historia
General de Vizcaya habla de que los artesanos y labradores caseros
los días de gala usaban un sombrero ancho, mientras que los
labradores en los días de trabajo llevaban monteras
de paño negro de Segovia. Del mismo modo, tanto el licenciado
Andrés de Poza, en el último tercio del siglo XVI,
como posteriormente Bowles, describían que los vizcaínos
utilizaban montera en invierno y verano. Por último,
en pleno siglo XIX, al retratar Trueba a un aldeano de la comarca
de Munguía le describía ya con boina encarnada
o blanca. En su conjunto, todos estos tocados eran gorros que
guardaban una proporción en su altura y en su anchura. Asimismo,
eran prendas que mostraban gran semejanza con otros tocados que
tanto en Europa septentrional como Europa central estaban muy generalizados.
Muchas similitudes se han querido encontrar entre la boina vasca
y los tocados escoceses, flamencos e italianos, sin embargo, en
comparación con estos otros gorros, la boina era chata, ancha,
sin visera y con la sección vertical que la circunda doblada
hacia adentro, jamás hacia fuera. Y como rasgo de identificación
más significativo, la boina llevaba siempre en el centro
una rabito o txertena. Su uso también denotaba el
origen de quien la llevaba. El vasco apenas introduce la boina en
su cabeza, mientras que en otras latitudes se la calaban hasta las
orejas. Según la buena maña del usuario, podía
inclinar la boina hacia atrás, hacia delante, hacia la izquierda
o hacia la derecha. Los menos mañosos se ponían la
boina con las dos manos, mientras que los resueltos se la colocaban
con una sola mano, de un golpe, dándole siempre un vuelo
delantero. Toda moda, por sencilla que sea, precisa ciertas habilidades.
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Aldeanos vizcainos (Gernika ) tocados de boina
y jugando al mus.
(Arch. Museo S. Telmo) |
Independientemente de los orígenes de la boina, ésta
se convirtió en un signo de identidad de los vascos. Para
algunos autores, se puede decir que desde el siglo XVI la boina
era el cubrecabezas nacional vasco, si bien, hubo que esperar a
las Guerras Carlistas para que esta prenda se generalizase por todo
el País de los Vascos. En cuanto a este punto, también
hay algunas discrepancias. Mientras que unos hacen referencia a
que hasta la segunda guerra carlista los batallones liberales no
adoptaron la boina para no ser menos que las tropas carlistas, a
quienes se les ha señalado como introductores del uso de
la boina en el País Vasco, para otros la realidad fue bien
distinta. En este caso, Unamuno dice que la boina se introdujo del
Mediodía de Francia, a principios de la guerra civil carlista
de los siete años, hacia 1833, y que la introdujeron los
llamados txapelgorris o gorros rojos, cuerpos volantes cristinos,
es decir, liberales. Por lo tanto, en palabras de Unamuno la boina,
que llegó a ser para muchos distintivo del carlismo, fue
introducida por tropas liberales y siempre usada, en ambas guerras
carlistas, por tropas liberales también. En este punto, hay
que recordar que tradicionalmente se había llamado txapelgorris
a los miqueletes en la guerras carlistas y que fue su jefe Zumalacárregui
quien la hizo famosa. Según la iconografía tradicional,
la boina del general era ancha, blanca y con una borla que le caía
sobre la sien. Sin embargo, otros autores como Bereciartúa
nos recuerdan que la boina de este jefe carlista no era blanca sino
roja, a pesar de que los carlistas guipuzcoanos de las líneas
de San Sebastián la llevaron sin teñir hasta que tuvo
lugar la batalla de Oriamendi. Según este investigador, es
frecuente esta equivocación puesto que algunos autores no
se explican que la boina blanca diferenciase a los liberales de
los carlistas en una época en la que indistintamente se portaban
boinas azules y negras. De este modo, se pueden encontrar retratos
de importantes dirigentes carlistas portando boinas blancas, e incluso,
en Zumárraga se editaba en 1870 un periódico carlista
que se llamaba La Boina Blanca. A pesar de estos vaivenes
del color, el acervo y la historiografía tradicional nos
han legado la primera adscripción política y sociológica
de las boinas como elemento diferenciador a la vez que unificador
de una sociedad inmersa en profundos cambios. Es más, la
boina cobró en estos momentos auténtica carta de naturaleza
como elemento representativo de los insurrectos carlistas y buena
prueba de ello fue la prohibición que Baldomero Espartero,
a la sazón Conde de Luchana, hizo de su uso. En 1838 convencido
de los males que causa el uso de la boina, que como distintivo
de las tropas carlistas solo tiende a la confusión y alarma,
Espartero decretó que se prohibiese el uso de la boina
a toda clase de personas y estados, así militares como paisanos.
El incumplimiento de estas medidas llevaría penas que oscilaban
desde una multa la primera vez, hasta la prisión para los
reincidentes. Para mayor conocimiento de este bando, se instaba
a las autoridades locales a que le dieran la máxima divulgación.
Con el tiempo, se vio que esta medida no tuvo efectividad alguna
y que la boina, además de difundirse ampliamente entre todos
los espectros sociales como un elemento indispensable de la indumentaria,
también pasó a convertirse en parte de los uniformes
de diferentes cuerpos militares y policiales. A la memoria nos vienen
los casos de los Gudaris del Gobierno Vasco de la II República,
el de los Miqueletes navarros o el de la actual Ertzaintza.
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Estilo de llevar la boina del último tercio
del siglo XIX. Chaleco bordado y floreado al modo de la época. |
En otro orden de cosas, un factor a tener en cuenta en cuanto a
la generalización del uso de las boinas fue, sin duda alguna,
la industrialización de su proceso de producción.
Con los adelantos de las manufacturas textiles, pronto se crearon
importantes fábricas que se especializaron exclusivamente
en la fabricación de boinas y que han pervivido prácticamente
hasta la actualidad. En la vertiente francesa la mayor parte de
las fábricas se situaban en torno a Oloron, mientras que
en 1859 se fundó en Tolosa (Guipúzcoa) la Fábrica
de Boinas Elósegui y, posteriormente en 1892, se instaló
en Balmaseda (Vizcaya) la Fábrica de Boinas La Encartada,
clausurada recientemente. Con las nuevas técnicas de elaboración
el costo de las boinas se redujo notablemente frente a otro tipo
de tocados masculinos, lo que también le infirió en
ciertos ambientes un carácter proletario. La generalización
de su uso fue tal que en la prensa vasca era continua la publicidad
de las fábricas de boinas. En cualquier periódico
bilbaíno de 1930 podemos encontrar los siguientes reclamos:
¿Una buena boina? Exija La Encartada; Boinas La Encartada,
Únicas bilbaínas; Boinas La Encartada, Única
fábrica en Vizcaya; Boinas finas, La Encartada. Además,
todos estos anuncios aparecían en una sola página
como bigotes insertados entre las columnas, agresividad publicitaria
donde las haya con claras alusiones territoriales. En efecto, también
hubo cierta diferenciación entre los aires vizcaínos
y guipuzcoanos a la hora de los gustos y fabricación de las
boinas. Con el surgimiento del nacionalismo vasco en el Bilbao finisecular,
las boinas también adaptaron una nueva fisonomía llamémosle
política. Los nacionalistas abogaban por el uso de boinas
de vuelos más amplios que las guipuzcoanas. Estas boinas
a las que, cómo no, se les llamó bilbaínas
pronto alcanzaron una gran difusión por toda Vizcaya. Los
tolosanos, gran conocedores de la fabricación y uso de las
boinas, no dudaban en desaprobar este tipo de boina bilbaína
puesto que en su opinión no le sentaba bien a cualquiera
y, además, se atrevían a mantener que las boinas bilbaínas
no habían podido prevalecer nunca sobre las tolosanas.
En la actualidad, el uso de la boina como prenda de diario ha quedado
relegada prácticamente a un plano muy secundario, sin embargo,
nunca ha tenido tanto reconocimiento social como prenda vasca por
excelencia. En las últimas décadas se ha instituido
como trofeo o galardón a los campeones (Txapeldunes)
de cualquier competición realizada en el País Vasco.
Del mismo modo, es un símbolo de bienvenida para los visitantes
ilustres, a la par que asociaciones deportivas y peñas de
amigos utilizan las boinas bordadas como elemento de identidad de
grupo.
BIBLIOGRAFÍA
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Revista pintoresca de las Provincias Bascongadas
por varios literatos de las mismas. Bilbao, 1846.
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Cultura Vasca. Año XVIII, núm. 292.
Edición de la Biblioteca de la Gran Enciclopedia
Vasca. Vol. XVIII, p. 121-126. Bilbao, 1973.
Anguiozar, Martín de: "El sombrero de ala
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Cultura Vasca. Año XVII, núm. 282.
Edición de la Biblioteca de la Gran Enciclopedia
Vasca. Vol. XVII, p. 201-203. Bilbao, 1973.
Arizmendi Amiel, Mª Elena: Vascos y trajes.
Caja de Ahorros municipal de San Sebastián, 1976,
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Bereciartua Olarra, José María: Nuestra
boina. La Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1978.
Cuzacq, R.: Historie du béret basque.
Mont-de Marsan, 1985.
Editorial Auñamendi: Enciclopedia general
ilustrada del País Vasco. Diccionario enciclopédico
vasco. Vol. V. San Sebastián, 1978.
Ramos, José R.: "Boinas vascas: boinas
tolosanas." En Vida Vasca, su industria, comercio
y costumbres. Núm. 8, San Sebastián,
1931, p. 131.
Txapelmedia.com: http://www.txapelmedia.com
Unamuno, Miguel de: "La boina". El Liberal,
miércoles 5 de diciembre de 1906, año
VI, núm. 1.940. |
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Olga Macías, Universidad del País Vasco |