Máscaras fustigadorasEscuchar artículo - Artikulua entzun

Josu Larrinaga Zugadi, miembro de Eusko Ikaskuntza y EDB

En la mayoría de las sociedades o colectividades humanas el proceso de socialización de los jóvenes culminaba con los rituales de iniciación (jalonados de pruebas de autocontrol, resistencia física y mental, operaciones físicas, códigos de conducta y revelación de oscuros conocimientos) y su renacimiento social como adultos.

Por otra parte “cada comunidad tiene sus propios secretos, celosamente guardados, para que no los conocieran las mujeres, los niños y los extraños”1. Colectivos de niños, mujeres y personas o grupos (pastores, pescadores, carboneros, cazadores, etc.) aislados en la naturaleza han sido los agentes más propensos al ataque de seres y fuerzas sobrenaturales. En muchas ocasiones, se concretizan a través de enfermedades (físicas o psíquicas), accidentes y muertes; mediante raptos, desapariciones o encantamientos; e incluso, en agresiones de toda índole o agobios en forma de trastornos del sueño.

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“Mamuxarroak” de Unanua.

Dentro de ambos preceptos teóricos, cobra sentido la contextualización de los jóvenes locales como máscaras fustigadoras y los demás (niños, muchachas, mujeres, etc.) a modo de víctimas propiciatorias de éstas. En cuanto a las máscaras fustigadoras, dentro del tiempo de Carnaval, personifican la licencia juvenil o iniciática, el amedrentamiento público y la violencia indiscriminada. Su aspecto externo suele ser aterrador, adoptando una actitud nerviosa e imprevisible, y caracterizado por blandir en sus manos objetos (varas, vejigas, tridentes, escobas, ropas, etc.) con los que amenazan, persiguen y golpean a los miembros foráneos o débiles de la colectividad. Además su relación o fusión con las máscaras ruidosas suele ser habitual.

Enmascarados con dicha funcionalidad los encontramos a lo extenso de toda Europa. Clásicas, a nivel peninsular, son las máscaras gallegas conocidas por “peliqueiros” (Laza), “cigarrón” (Verín) o “pantallas” (Xinzo de Limia) simbiosis de máscaras fustigadoras y ruidosas que armados con sendas vejigas o látigos persiguen y azotan a sus convecinos. En Asturias, los típicos “guirrios” o “sidros” son acompañados por los llamados “vexigueros” armados de palos con vejigas.

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“Puxukeruak edo marruek” en Bermeo.

Este tipo de personaje carnavalesco también lo encontramos en la zona de Sakana2 y Ergoiena (Nafarroa), donde se concentran los “Momotxorro” de Altsasu , “Momoxarro” de Urdiain, “Moxorro” de Ihabar, “Mamuxarro” de Unanu, “Mozorro” de Arbitzu, etc. ¿Qué otra cosa son los “txantxo” de Lantz?. Tampoco son raras las apariciones de personajes similares, portando infladas vejigas, en otras épocas del año como sucede en la “Axeri dantza” de Aduna o en la “Maskuli dantza” de Hernani.

Pero el objetivo principal de este artículo es presentar dichas máscaras (antes generalizadas y hoy día, ya agonizantes) en el territorio de Bizkaia. En términos generales, las terroríficas máscaras fustigadoras se caracterizaban en su indumentaria por la singular máscara, los ruidosos cencerros (arranak) o la indispensable arma amenazadora (vejiga, medias, chalecos, etc.). Algunos nombres o denominaciones locales de los disfrazados (maskarak o máscaras, karatulak, surruandiak, atorrak, kokoak, errabiek edo erraba, marroak edo kokomarro, kokoak, musa(ra)ngak edo musaranka y puxikeroak)3 recuerdan su posible funcionalidad y en algunos casos, aparecen asociados a las personas transformadas en osos o bestias.

Los personajes carnavalescos que nos ocupan, se denominaban “puxikeroak” en Plentzia, “puxukeruak” en Bermeo, “errabiek” en Mungialdea y “karatulak edo karetulak” en Arratia. Los enmascarados de estas localidades portaban sendas vejigas (puxika) y en la actualidad, los supervivientes de Bermeo exhiben y golpean con medias rellenas de calcetines. Todas estas localidades, presentaban unas funciones similares en su papel festivo y fustigador. Fingían un porte y ademanes agresivos, cambiaban la voz o hablaban por señas y curiosamente, infundían temor o respeto. Perseguían, preferentemente, a las mozas, mujeres y niños. Estos últimos, en una mezcla de miedo y desafío, provocaban a dichas máscaras con retahílas populares como las siguientes:

Puxikero, puxikero! (Plentzia)

Mari Manu eta Tximela galdu
oyen aspiko bayoneta sarra
antxe barruan topa dou,
eta Mari Manu .... (Bermeo)
4

Errabi, kakalarri, bestelarri! (Mungia)

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“Surruandiak” de Durango.

Mientras en Durango, el clásico y hoy recuperado “surruandi”5 porta una enorme nariz que le da nombre y en la mano lleva la vejiga (antes, al parecer, un chaleco) con la que aporrea a todo ser viviente. Salvo a los resguardados en el pórtico de la iglesia, recinto respetado por estos activos personajes. Y su relación con el típico oso (hartza) es manifiesta.

La capital vizcaína poseía un personaje conocido por “errabie” o “fraiscu”6 que también, usaba careta de prominente nariz y vestía al estilo tradicional de Arratia o del Txorierri (parodia urbana del arlote rural) con cencerro incluído. Al parecer no era un personaje agresivo y más bien, representaba a un ser atolondrado y era el hazmerreír de la chiquillería que le gritaban:

¡Fraiscu, fraiscu, fraiscu! (Bilbo)

No debemos olvidar el papel asustador y azotador de los cabezudos (buruandiak) que tradicionalmente, acompañan a las comparsas de gigantes en sus idas y venidas festivas.

Una experiencia reciente de recreación tradicional ha sido el personaje deustuarra conocido como “porrue”. Nace en el año 1998 de la mano de Deustuko Ikastola y trató, ya que actualmente ha desaparecido, de aglutinar a sectores diversos en torno al euskera. Su indumentaria era variada y libre, basada en el modelo tradicional de máscara fustigadora con cencerros a la cintura, vejiga o globo en la mano y careta de descomunal nariz.

Últimos retazos de las celebraciones carnavalescas del siglo XIX y XX, en Bizkaia, que nos sugieren un personaje ritual inmerso en una sociedad fiel a la tradición. Donde a pesar de la generalización de dichas máscaras fustigadoras, ya se las empezaba a otorgar un cariz ambivalente (como ser terrorífico y grotesco) asumido por el conjunto social a modo de vestigio iniciático sacralizado del pasado.

Hoy en día, se nos presentan como una especie en vías de extinción (objeto de curiosos e investigadores), desposeídos de algunos atributos o desdibujados de su carácter originario y sin embargo, aferrados al sentimiento popular de repetición cíclica de añojos y oscuros arquetipos.

1 Charlotte Sophia Burne. “Manual de folclore”. Ed.: M.E. Editores, S.L. Madrid, 1997. p.: 183.

2 Juan Garmendia Larrañaga. “Carnaval en Navarra”. Ed.: Aramburu. Donosita, 1984.
Josu Larrinaga Zugadi. “Sakanako folklore/Folklore de la Sakana”. Ed.: Eusko Ikaskuntza. Donostia, 2003.

3 Iñaki Irigoyen, Emilio X. Dueñas y Josu Larrinaga. “Ihauteriak/Carnavales”. Euskal Museoa. Bilbao, 1992.

4 Donostia, Aita. “Obras Completas. Cancionero Vasco”. T.: VII. Ed.: Eusko Ikaskuntza. Donosita, 1994. P.: 1052.

5 Manuel de Lecuona. “Mozorros y Lupercos. Ensayo de cotejo entre el Carnaval Vasco y el Romano”. Euskaleriaren alde. 1927.
Gerediaga Elkartea. “Aratosteak Durangaldean”. Durango, 1985.

6 Emiliano de Arriaga. “El Bilbao anecdótico: Los fraicus o el carnaval bilbaino”. El cofre del bilbaino. Bilbao, 1961.

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