Lope de Agirre, el precoz soñador de Oñate
Traducción al español del original en euskera
Josemari Vélez de Mendizabal

A saber qué hay de cierto en lo que se dice sobre la figura de Lope de Aguirre. Los rumores, cuentos y leyendas generados en torno al de Oñate durante la sangrienta aventura de América son cual arenosas columnas surgidas de la juguetona imaginación humana, salvo algunas excepciones. La historia americana precisaba aventureros como Lope de Aguirre para ocultar un sinfín de inconfesables pasajes negros. Las crónicas redactadas por los vencedores han de tener alguien a quien imputar todos los abusos cometidos, para poder consevar bien limpio el símbolo de la integridad. Así ha ocurrido siempre en todas las batallas y disputas; mirad si no las guerras y contiendas actuales, que por hallar algún ejemplo entre los sacrificados encierra los enfados y maldiciones de los de un bando y del otro, para subsanar el error de la mayor parte de los dos bandos.

La aventura de las Américas se desarrolló de mano de los aventureros, y nadie podía esperar que allí, a miles de kilómetros del poder político y financiero, las pasiones humanas fueran a medirse desde los parámetros de la moral y la teoría católicas. ¿Cómo han de interpretarse las "heroicidades" de Hernán Cortés, Francisco Pizarro y demás aventureros? Quizás se le pueda imputar un solo error (¿o virtud?) al de Oñate: el haber expresado sus sentimientos abiertamente y sin tapujos al poderoso Felipe II, rey de España, reprochándole la mentira de todas aquellas aventuras. Es entonces cuando Lope de Aguirre demostró su coherencia, si bien hay que admitir que para ello se valió de una errónea e ilegal actitud. Pero, insisto, la faz de la Tierra no ha cambiado absolutamente nada en los últimos quinientos años; el mundo lo construímos nosotros, los seres humanos, y, como recientemente comentaba un antropólogo, habría que reflexionar sobre la poca diferencia existente entre el hombre de las cavernas y nuestra inteligencia.

En cuanto a la pasión, el Imperio tenía necesidades de todo tipo, herramientas de trabajo, máquinas, animales... así como hombres y mujeres. Se les exigía calidad, es decir, la satisfacción de las mínimas condiciones técnicas y estratégicas para cumplir con su obligación. A los animales racionales que llegaban con destino a los barcos no se les preguntaba ni por su procedencia ni por su identidad. Todo era válido, puesto que el objetivo principal consistía en evangelizar a los habitantes de este otro continente, y la victoria sobre los indios no creyentes estaba asegurada gracias a las espadas. Por lo tanto, a los subordinados del Imperio les bastaba con la fuerza de las armas, utilizadas en nombre de la cruz, eso sí. Las lecciones éticas proclamadas desde las cátedras de Salamanca bajo el cegador brillo del catolicismo, absolvían casi en su totalidad la oscura historia de la conquista emprendida por orden de Felipe II. Pero, respetando las reglas de oro, el omnidestructor espíritu de los vencedores debía escoger sus víctimas de entre sus semejantes, para escenificar el falso pretexto de la repugnante victoria en un sacrificio público.

Lope de Aguirre fue un traidor, pero no porque lo digamos nosotros; así fue como él mismo firmó la carta dirigida a Felipe II. A buen seguro el de Oñate se destaca a sí mismo de entre los demás aventureros mediante aquel escrito acusador y lleno de contradicciones que jamás llegaría a manos del rey español, ofreciendo, al parecer involuntariamente, una sincera dimensión. Al hacerse responsable de su crueldad, demostró sin complejo alguno la trasparencia propia de los dementes. Posteriormente, la dignidad atribuída a los "libertadores" Bolívar o San Martín, se convierte en locura en el caso de Lope de Aguirre. Sin embargo, yo no aprecio diferencia alguna ente aquellos dos y el de Oñate; los tres fueron víctimas de su sentimiento aventurero. Dos tuvieron más suerte y, valiéndose de métodos semejantes a los del vasco, consiguieron alcanzar su objetivo. Lope de Aguirre emprendió demasiado pronto su sueño. Y falló en los cálculos.



Josemari Vélez de Mendizabal, escritor.
 


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