Resumen: El presente artículo
recoge en lo esencial la ponencia homónima
presentada el pasado 23 de noviembre de 1998
dentro de las Jornadas de divulgación
científica organizadas por Eusko Ikaskuntza. En
el análisis de la situación actual de lo que
podríamos denominar contencioso entre ciencia y
sociedad, el fenómeno del auge de las
pseudociencias es paradójico. En el texto se
recoge esta situación, intentando ahondar en las
razones de la aceptación acrítica de las falsas
ciencias, y presentando alternativas que permitan
cambiarla, específicamente dentro del ámbito de
la comunicación social de la ciencia.
1.
Introducción: la paradoja actual Comenta Ignacio Ramonet en
su libro Un mundo sin rumbo: crisis de fin de
siglo [1]:
"En
sociedades presididas en principio por la
racionalidad, cuando ésta se diluye o se
disloca, los ciudadanos se ven tentados a
recurrir a formas de pensamiento
prerracionalistas. Se vuelven hacia la
superstición, lo esotérico, lo ilógico, y
están dispuestos a creer en varitas mágicas
capaces de transformar el plomo en oro y los
sapos en príncipes. Cada vez son más los
ciudadanos que se sienten amenazados por una
modernidad tecnológica brutal y se ven impelidos
a adoptar posturas recelosas
antimodernistas."
Es cierto que nos
enfrentamos a una situación paradójica: por un
lado podemos recoger numerosos indicadores de la
creciente importancia (y necesidad) de la ciencia
y sus tecnologías en la sociedad actual, de la
cada vez mayor relevancia de la llamada
comunicación social de la ciencia (periodismo,
divulgación, museos o centros de ciencia, mundo
educativo.... que constituyen los enlaces
actuales entre la investigación científica y
los ciudadanos); por otro, la valoración o
apreciación social de esta misma ciencia no se
ajusta con el papel que tiene en la sociedad.
Pero además, podemos percibir un creciente
irracionalismo, asociado normalmente con lo que
en este trabajo denominaremos globalmente pseudociencias
(que definiremos por extensión y por exclusión
en el apartado siguiente).
La paradoja
estriba en que si ahora mismo se obviaran los
productos de la tecnociencia la civilización
humana colapsaría. A pesar de que se desconozca
o se minusvalore, la ciencia -¡atención!
también culpable de complicidad con los sistemas
económicos y de poder, no se crea en una especie
de torre de marfil por encima del bien y del
mal-, la ciencia, decíamos, es el sustrato base
de nuestro presente y la única vía factible de
futuro. El problema deriva en una percepción de
la ciencia como una especie de iglesia con sus
rituales y sus oficiantes: los ciudadanos
llegamos, por lo general, a disfrutar de los
dones de la ciencia pero sin llegar a
comprenderlos ni a analizarlos. El que esto sea
erróneo y equívoco no quita para que algo así
suceda. Cuando por una razón u otra se hurta o
evita el debate, la libre crítica que está en
el fondo del método científico, queda la
liturgia. Y las pseudociencias aprovechan este
abismo entre ciencia y sociedad para aparecer
como ciencias cuando realmente no lo son.
2.
Pseudociencias: hacia una definición. No podemos
ahondar más en el análisis presente sin
realizar algún tipo de definición de las
pseudociencias. Ciertamente, no es un tema
sencillo, aun cuando etimológicamente equivalga
a "falsas ciencias": disciplinas, por
lo tanto, que si aparentemente se revisten del
manto de la ciencia, no lo son en realidad. El
término "falso" parece indicar, siendo
además por lo general cierto, una cierta
intención de engaño consciente: a menudo se
intenta tal disfraz con el interés de dar una
respetabilidad que poseen los productos de la
ciencia, y abusar del marchamo científico a la
hora de acallar las posibles críticas.
En otros casos, se
usa el prefijo para como identificador de
algunas de estas disciplinas, como es el caso de
la parapsicología, o en el genérico de
"fenómenos paranormales": se pone así
de manifiesto el propio interés de los
promotores de tales disciplinas por situarse al
margen de la corriente principal de la
ciencia. Muy normalmente, en estos sectores se
caracteriza al conocimiento científico de
"ciencia oficial", con el claro
interés de desprestigio que supone adscribir la
ciencia a un cierto establishment
dogmático. Algo que ha encontrado cierto eco en
lo que se denomina el pensamiento postmoderno o
el relativismo cultural, según cuyos postulados
el conocimiento científico no es sino uno de
entre los posibles, sujeto a los mismos vaivenes
e influencias irracionales que otras actividades
humanas. Nos llevaría fuera del objetivo de este
trabajo realizar una crítica del postmodernismo.
Recomendamos, en cualquier caso, el trabajo de
Sokal y Bricmont Imposturas Intelectuales,[2]
que pronto va a ser publicado en castellano.
Epistemológicamente,
sin embargo, resulta complicada la definición de
pseudociencias, por cuanto es una definición
negativa: "lo que no es, aunque parezca,
ciencia". Plantea inmediatamente la
cuestión sobre qué o quién dictamina el que
sea o no ciencia. Es decir, nos sumerge en el
tormentoso asunto de la definición de ciencia, y
sus criterios de demarcación, un tema que ha
ocupado una buena parte de la discusión
filosófica de nuestro siglo. Para un análisis
en profundidad de este tema, recomendamos la
lectura de los artículos de William Grey
titulados "Ciencia y psi-encia: la ciencia y
lo paranormal" [3]. El también filósofo
Paul Kurtz [4] comenta que las pseudociencias son
materias que:
"a) no
utilizan métodos experimentales rigurosos en
sus investigaciones;
b) carecen de un armazón conceptual
contrastable;
c) afirman haber alcanzado resultados
positivos, aunque sus pruebas son altamente
cuestionables, y sus generalizaciones no han
sido corroboradas por investigadores
imparciales."
Nos puede valer
esta caracterización por cuanto apunta a rasgos
que con suficiente información uno puede
intentar evaluar. Así, tenemos el asunto del
armazón conceptual, que podríamos redefinir
como "la existencia de hipótesis no
refutables o no falsables" (en el sentido
popperiano). Sin entrar en detalle en la
cuestión de la falsabilidad, esta
característica está presente en muchas
pseudociencias. Pongamos unos ejemplos:
- El
psicoanálisis es una teoría de la mente
que impide la realización de
experimentos que puedan ser falsados. Una
afirmación clásica (y básica para el
desarrollo de su teoría
psicopatológica) del psicoanálisis es
que todos los hombres tienen tendencias
homosexuales reprimidas. Intentemos
realizar una prueba que permita descubrir
si esta hipótesis es científica: un
test de conducta y tendencia que dilucide
si el sujeto tiene tales tendencias. Si
el test falla, el psicoanalista dirá que
esto es así porque las tendencias están
reprimidas, y no salen a la luz; si el
test resulta correcto, el psicoanalista
lo interpretará como una comprobación
de su hipótesis. No hay manera, por lo
tanto de saber si la hipótesis puede ser
falsa, y por lo tanto no es científica.
- Otro caso
extremo lo da una teoría solipsista.
Sea: "Yo, Javier Armentia, acabo de
crear el mundo hace 25 minutos y medio,
con todo lo que se puede ver ahora en
él, incluyendo al lector de este
artículo". No hay manera de refutar
esta trasnochada teoría: si alguien dice
que él tiene recuerdos de su infancia, o
pruebas de que allí estuvo, sus
familiares, fotos, etc... siempre le
podré contestar que yo acabo de crear
todo eso, incluso la memoria de ese
pasado inexistente. Bien, algo similar
afirman los llamados creacionistas
evangélicos, para quienes la Biblia es
literalmente cierta. Si alguien intenta
explicar que es imposible que el mundo se
creara hace sólo 6.000 años, como
afirman, porque hay fósiles y rocas más
antiguos, porque ahora nos llega la luz
de galaxias mucho más lejanas que 6000
años-luz, ellos responden que Dios, en
su infinita providencia, creó tales
pruebas falsas: creó la luz en camino
hacia la Tierra, y plantó los fósiles y
rocas antiguas...
- Pensemos,
finalmente, en la homeopatía, doctrina
médica según la cual diluciones
extremas de un principio activo son
capaces de tener los mismos (o
superiores) efectos que el principio sin
diluir. Las diluciones homeopáticas son
tan extremas que ni siquiera tomando el
equivalente al agua de todos los océanos
de medicina homeopática existe una
posibilidad real de encontrar una sola
molécula de tal principio. Una dilución
homeopática CH14, típica por ejemplo en
algunos de los medicamentos que se venden
actualmente en nuestras farmacias
contiene 10-28 partes de soluto
(principio) por cada parte de disolvente
(agua normalmente). Si recordamos de la
química que el número de Avogadro nos
da el número de moléculas presentes en
un mol, 6.023 x 1024, en un mol de
medicina de este tipo habría
típicamente 10-3 moléculas: se harían
necesarios al menos 1000 moles (varios
metros cúbicos) para encontrar una
molécula. Y esto con un CH14, que
normalmente se encuentran en estas
farmacias diluciones hasta CH18 o CH20.
¿Es posible realizar un test sobre la
homeopatía? Difícilmente: si sale
negativo, los homeópatas suelen afirmar
que ello se debe a que su
"medicina" no habla de
enfermedades, sino de enfermos, con lo
que las pruebas epidemiológicas no
resultan adecuadas. Las pruebas químicas
tampoco valen: ellos no reniegan (ahora,
no ciertamente hace dos siglos) de la
química, sino que invocan a una
entelequia informacional, algo llamado
"la memoria del agua",
completamente indetectable, y no
refutable, por lo tanto.
Por otro lado, es cierto que los
proponentes de las pseudociencias son normalmente
muy reacios a la evaluación o público
escrutinio de sus experimentaciones. Esto ha
venido sucediendo, por ejemplo, en la
parapsicología durante el último siglo. A
menudo, un presunto psíquico (persona de la que
se afirma que tiene poderes mentales no
convencionales {1}) pierde sus facultades
cuando el experimento se diseña de manera que se
eviten las posibilidades de fraude, es decir, de
conseguir los resultados mediante trucos, como
hacen los ilusionistas y mentalistas. Suele
aducirse entonces la existencia de una especie de
fuerza mental negativa que surge normalmente de
los escépticos, y que bloquea a estas personas
"sensitivas".
Algo similar
sucede en el caso de los videntes y astrólogos.
A pesar de ganarse la vida, a menudo, con sus
actividades, muy pocas veces permiten hacer
pruebas sobre sus poderes. De hecho, ellos mismos
suelen sobreestimar sus capacidades cuando se
puede contrastar su habilidad, como mostró,
estudiando predicciones publicadas de más de una
decena de videntes españoles Luis Angulo [5]. A
pesar de que afirmaban ser capaces de adivinar
correctamente por encima del 90%, lo cierto es
que ninguno superaba el 20% de aciertos,
incluyendo como tales obviedades del estilo
"en verano habrá incendios", etc.
Se suele olvidar
un principio fundamental del método científico,
expresado en la máxima de Hume: "el peso de
la prueba reside en quien hace la
afirmación", y completado con
"afirmaciones extraordinarias requieren
pruebas extraordinarias". Más adelante
hablaremos del papel del escepticismo
científico, pero ateniéndonos a estas máximas
vemos cómo sistemáticamente las pseudociencias
hurtan el análisis para evitar tener que
demostrar sus afirmaciones. Uno no tiene que
demostrar que no existen platillos volantes: pero
debe exigir a quienes afirman que son naves
extraterrestres que aporten las pruebas
suficientes para soportar tal teoría. Y que
además esas pruebas sean
"extraordinarias": es decir, que no
sean circunstanciales o un conjunto de casos
curiosos. Podemos entender esto con una
analogía: si yo afirmara que en el salón de
casa tengo una vaca, la afirmación podría
parecer a cualquiera curiosa o extravagante. Pero
podría ser creído sin más (por otro lado,
bastaría con visitar el salón de mi casa para
comprobar la veracidad de mi afirmación). Pero
si lo que afirmo tener en casa es un unicornio,
las cosas cambian: la ciencia no ha encontrado
nunca un unicornio, por lo que mi afirmación es
extraordinaria. En este caso no bastaría con que
yo mostrara mi casa a una persona (o varias),
sino que estaría obligado a permitir que
expertos -zoólogos en este caso- comprobaran que
lo que hay en mi salón realmente es un
unicornio, y no un caballo con un cuerno de pega
en la frente...
Evidentemente, el
mundo de las pseudociencias es tan amplio como lo
son las fronteras de la ciencia, donde se suelen
quedar, adquiriendo un marchamo de
"alternativo" que resulta muy del gusto
de esta época de pensamientos blandos y Nuevas
Eras. Pero podemos distinguir dos tipos
fundamentales, atendiendo al grado de
"alarma social" que pueden crear. Es
claro que leer horóscopos, o frecuentar las
mesas de adivinos no suele provocar mayores males
que una pérdida económica. Acaso, ciertos
sujetos sin escrúpulos que aprovechan su
consulta de videncia para robar a las víctimas
todo su dinero y posesiones serían lo más grave
en este tipo de pseudociencias. Igualmente,
algunas personas especialmente susceptibles
pueden llegar a hipotecar su vida por lo que les
digan o dejen de decir estas personas. En este
grado, cercano al mundo de los timadores, están
los productos milagro, como el agua imantada que
hace unos años llenó los hogares españoles de
imanes en torno a los grifos de agua corriente.
Las maravillas que prometían estos inventos del
TBO eran tan inexistentes como la posibilidad de
imantar el agua... Jugando con la incultura
científica, estas compañías hacían su agosto
vendiendo imanes de quinientas pesetas a quince
mil.
Lo mismo sucede
con el asunto de los platillos volantes: son
creencias en principio no dañinas para el
conjunto de la sociedad. Una vez más, con la
salvedad de fenómenos sectarios como el sucedido
el año pasado al hilo de la venida del cometa
Hale-Bopp con la secta "Heaven's Gate",
cuyos adeptos se autoinmolaron buscando la
salvación de sus amigos extraterrestres. En una
escala superior de peligrosidad está
precisamente el mundo de las sectas, que a menudo
utiliza el atractivo de lo paranormal o
pseudocientífico para conseguir nuevos adeptos.
En el fondo, sin embargo, la peligrosidad de
estas sectas es un asunto difícil de definir,
por cuanto el límite entre lo que se conoce como
secta y una religión establecida podría no ser
mucho más que demográfico.
Posiblemente, el
grado más alto de la escala lo ocupan las
pseudociencias asociadas a los temas sanitarios.
Las mal llamadas medicinas alternativas suponen
en muchos casos un peligro real. Un ejemplo está
en el caso aireado hace un par de años en
Barcelona en torno al "método Hamer"
de curación del cáncer. Según este austriaco y
sus seguidores en varios países (médicos
titulados, por cierto), el cáncer tiene un
origen exclusivamente psicosomático: se produce
en el fondo por una actitud negativa y
autodestructiva del paciente. La terapia que va a
curarle es conseguir que elimine tal negatividad,
mediante terapias de grupo, olvidándose de los
tratamientos "convencionales". Pero
estos pacientes de cáncer están normalmente
perdiendo la posibilidad de que uno de esos
tratamientos le cure realmente, y está perdiendo
en la mayor parte de los casos un tiempo precioso
para atacar el cáncer antes de que sea
irreversible.
Resulta
especialmente penoso que en nuestro país
(también en nuestro entorno europeo) la ciencia
médica preste tan poca atención a estos
fenómenos pseudomédicos. En especial, las
organizaciones médicas colegiadas sólo luchan
contra el intrusismo: es decir, denuncian a los
que practican pseudomedicinas si y sólo si no
son médicos titulados o no están colegiados.
Por contra, en numerosas organizaciones
provinciales se han creado ya secciones oficiales
de homeopatía, naturopatía y otras
pseudomedicinas. Pensemos en la gravedad del tema
cuando nos encontramos con enfermedades como el
cáncer o el Sida (otro de los ámbitos en que
las pseudoterapias están literalmente matando
personas con completa inmunidad).
Finalmente, dentro
de esta difusa caracterización o tipología de
las pseudociencias, no deberíamos dejar de lado
otras corrientes de pensamiento irracionalista
dentro del ámbito de las ciencias humanas.
Debemos mencionar que fenómenos similares a los
comentados, y en algunos casos con gran capacidad
de dañar nuestra sociedad, se producen en otras
áreas de conocimiento donde normalmente no
hablamos de pseudociencias. Nos referimos por
ejemplo a fenómenos relacionados con la
xenofobia y el racismo, a menudo (recordemos las
teorías nazis del III Reich sobre pureza étnica
aria) sustentadas con profusión de datos
aparentemente científicos. En una escala similar
se sitúan los planteamientos sexistas o racistas
que se ven a menudo en nuestra sociedad. A veces,
por defecto o a veces por exceso, aunque estos
temas nos llevarían más lejos de lo que da de
sí este artículo. Igualmente, mencionaremos en
esta línea ciertas tendencias extremistas que se
dan en la temática medioambiental, donde se
están creando casi sistemas de creencia y se
están utilizando las peores artes de las falsas
ciencias para defender ideologías irracionales o
intereses económicos. Un tema amplio, donde por
el momento todavía hay poco debate crítico.
3. El mercado
de lo paranormal: oferta y demanda. Comentábamos
al final del apartado anterior la existencia de
intereses económicos y de poder, algo que
caracteriza a toda actividad humana, pero
especialmente a las pseudociencias. Parece que
los humanos tenemos necesidad de conocer lo que
nos depara el futuro, aliviar nuestras penas y
angustias, intentar mejorar... de la manera que
sea. Las pseudociencias normalmente proporcionan
este tipo de alivio, análisis o solución de
manera sencilla y a cambio de un simple
"donativo" económico. Esta demanda es
la que permite la aparición del mercado de lo
paranormal, que mueve cifras difícilmente
calculables, pero en cualquier caso
astronómicas. Se habla de que sólo el asunto de
la futurología supone una cifra de negocio
superior a los 40.000 millones de pesetas anuales
en nuestro país. Los medicamentos homeopáticos
empiezan a suponer cerca de la tercera parte de
la cifra de negocio de las farmacéuticas
europeas...
Cuando se debaten
asuntos pseudocientíficos a veces se tiende a
acudir a la refutación de las hipótesis, o a la
exigencia de pruebas suficientemente sólidas que
sean un soporte de los mismos. Pero debemos
reconocer que en muchos casos, la gente normal no
acude a estos poderosos métodos de crítica. Le
damos más peso a la autoritas: quién
hace la afirmación, quién lo cuenta. Esto nos
remite al papel de los medios de comunicación, a
los que se les "supone" credibilidad, y
en los que a veces aparecen este tipo de
afirmaciones extraordinarias.
Comentaba el
profesor emérito de periodismo norteamericano
Curtis MacDougall [6] que habida cuenta de que
gran parte de la gente "conoce lo que lee en
los periódicos" (por extensión en los
medios de comunicación audiovisual), éstos
tienen un papel fundamental en la propagación y
asentamiento de las supersticiones modernas:
"¿Qué es lo que una persona sabría si
durante el último cuarto de siglo se ha basado
solamente en los periódicos norteamericanos para
obtener información sobre percepción
extrasensorial, astrología, predicciones del fin
del mundo, espiritismo, fantasmas, poltergeists,
exorcismos, el hombre de las nieves, serpientes
marinas, curación psíquica, clarividencia,
ovnis y fenómenos similares? ¿Tendría esta
persona los hechos?". La respuesta es
negativa en opinión de MacDougall: estos temas
se presentan por lo general (en una abrumadora
mayor parte de los casos) de manera acrítica y
sesgada a favor de lo sobrenatural.
Pero convendría
matizar: en un reciente seguimiento realizado a
cuatro de los principales periódicos de nuestro
país por el periodista Oscar Menéndez [7]
durante el mes de octubre de 1998, muestra que de
las noticias con corte pseudocientífico
aparecidas normalmente éstas se han dado en
secciones no relacionadas con la ciencia, de
hecho normalmente con medios de comunicación
(televisión), recogiendo lo aparecido en
programas televisivos. En general el tratamiento
dentro de las secciones de ciencia (ciencia,
sociedad, o futuro) era bastante sobrio. Se echa
de menos un estudio más completo sobre este
tema, que -en mi opinión- encontraría ciertas
lagunas dentro de las propias secciones de
ciencia, especialmente relacionadas con
pseudociencias en el mundo de la salud.
Es cierto que la
prensa escrita es bastante parca en la acogida de
estas temáticas, apareciendo normalmente en
artículos amplios de suplementos específicos o
de fines de semana, normalmente, más que como
noticias "propagandísticas". Sin
embargo, la situación cambia si consideramos
globalmente los medios de comunicación.
Por un lado
tenemos un sector de publicaciones
específicamente dedicadas a la promoción de las
pseudociencias: como Más Allá, Enigmas, Año
Cero, Karma 7... En ellas los criterios de
veracidad y verificación mínimos de la labor
periodística se olvidan: lo único que vale es
lo espectacular, los misterios, un conglomerado
de filosofías Nueva Era y expedientes X que
tiene en cualquier caso un importante público en
nuestro país. Tienen una menor tirada que las
revistas de divulgación científica (como Muy
Interesante o Quo), pero al dedicarse de manera
monotemática a estos asuntos casi llegan a
exclusivizarlos. Al fin y al cabo, las revistas
de divulgación se dedican principalmente a la
ciencia y normalmente no dedican demasiado
espacio a los temas paranormales.
La prensa
periódica de corte general, como decíamos,
apenas trata estos temas. Ciertamente, aparecen
de vez en cuando afirmaciones de lo paranormal
sin suficiente contenido crítico; ciertamente,
también, normalmente no es en las secciones
donde la noticia científica tiene cabida en
estos medios. La pregunta que nos podemos hacer
es por qué los criterios básicos de la
actividad periodística de comprobación de la
noticia se suelen suspender al tratar estos
temas. Cuando se trabaja correctamente, lo cierto
es que la maravilla pseudocientífica cae por su
propio peso, y queda en la anécdota.
El problema más
acuciante lo tenemos en los medios audiovisuales,
en la radio y la televisión. La propia dinámica
de los mismos permite más fácilmente presentar
el lado humano de la pseudociencia (los videntes,
los contactados...) sin más. Más todavía
cuando lo que se busca es el espectáculo, como
sucede en lo que se suele catalogar como televisión
basura. Es difícil pensar que estos
pseudodebates o programas de testimonios pueden
hacer otra cosa que apoyar estos misterios
aparentes. Por contra, la presencia de la
divulgación científica es en estos medios
realmente escasa... Comentaba a este respecto
Miguel Ángel Almodovar [8] que estos programas
se mantienen por los mismos criterios que rigen
el resto de la parrilla: la cuota de pantalla, lo
que significa beneficios a través de la
publicidad. Pero que, como se ha dado ya en
Francia, al investigar sobre el tipo de público
de estos programas, sobre las preferencias de
compra de este público, las propias agencias de
publicidad acaban dejando de apoyarlos, por
cuanto no les interesa ese perfil para sus
promociones. Un fenómeno que está llegando ya a
nuestro país: este año los
"teledebates" que hicieron el agosto en
las temporadas pasadas han ido desapareciendo,
dejando paso a la fórmula de los ordinary-people-shows,
que podría en el futuro seguir igual camino. En
cualquier caso, queda claro que en una fórmula
competitiva en términos de público y
publicidad, los programas de divulgación
científica, o aquellos en los que se plantee un
debate serio, con argumentos, están
completamente "fuera de onda".
Porque en el
fondo, la permanencia y transmisión de las
pseudociencias a través de los medios de
comunicación pertenece al mismo tipo de
fenómeno al que se enfrenta la propia
comunicación social de la ciencia. Un tema sobre
el que no podemos extendernos en este artículo,
pero sobre el que planea la propia agonía y
renacimiento del periodismo científico.
Posiblemente, además, en el caso de las falsas
ciencias, se vive una situación todavía más
exagerada, cuando desde el mismo lado del
estamento científico (la investigación), estos
temas son considerados de escaso interés, o
incluso directamente perniciosos. Es decir, si
solemos comentar que uno de los principales
problemas que tiene la comunicación social de
las ciencias y el periodismo científico es el
escaso interés por parte de los propios
científicos (estamos obviamente generalizando)
por el tema, en el caso de las pseudociencias
tenemos ración doble: estos temas están mal
vistos.
4. El
escepticismo científico.
En el último párrafo del anterior apartado
planteamos la segunda paradoja que tiene el mundo
de las pseudociencias: ni siquiera los
científicos ven interesantes (en general) estos
temas, ni los consideran adecuados para
establecer una crítica. Es comprensible: lo
cierto es que un experto psicólogo puede
resultar completamente desconocedor de lo que se
"vende" actualmente en el mundo de la
parapsicología, o un astrónomo ignorar por
completo las afirmaciones de los astrólogos.
Sencillamente, la propia especialización del
mundo de la investigación científica provoca un
completo desinterés por temas tan menores, de
escaso contenido científico.
Sin embargo, es un
planteamiento erróneo, por cuanto se trata de
asuntos que tienen capacidad de llegar
fácilmente al ciudadano, de manera que la
ausencia (por propia voluntad) de los
científicos en estas arenas, deja a los
proponentes, a los más desmelenados y a los más
comedidos, con todo el escenario para ellos
solos.
Es éste el gran
problema, y el gran reto que plantean las
pseudociencias: al fin y al cabo, son populares,
y seguirán siéndolo si no hay una crítica
racional a ellas. Esta ausencia permite además
una cierta impunidad por parte de los proponentes
de las pseudociencias, que quedan como únicos
interlocutores en el panorama. Recuerdo a este
respecto en un programa de televisión de hace
unos años cómo se presentaba un caso de
poltergeist: una casa donde las cosas se movían
solas -presuntamente- y en cuyas paredes habían
aparecido manchas de sangre. Uno de los
"expertos" que estaba en ese programa
proponía como explicación que un espíritu de
una persona muerta provocaba la fenomenología.
Otra persona, que se autocalificaba de
"científico", decía que no era
necesario: era energía de la mente de uno de los
habitantes de la casa, que se transformaba en
materia, en ese caso, en manchas de sangre. Este
investigador insólito añadía como prueba de
sus afirmaciones que, como todo el mundo sabe, a
través de la relación de Einstein la materia y
la energía pueden transformarse, y que en este
caso eso era lo que había sucedido. Obviamente,
uno echaba de menos alguien que explicara que si
la primera hipótesis era no científica (al no
ser falsable), la segunda era directamente
anticientífica, es decir, una pura estupidez. Me
temo, sin embargo, que si los productores del
programa hubieran invitado a un científico,
éste no habría podido sino balbucear alguna
explicación: es difícil que tuviera un
conocimiento de la realidad del fenómeno de los
poltergeists...
Ahí es donde
entran en juego los escépticos. Esta
palabra tiene una connotación negativa,
proveniente del propio origen filosófico de la
doctrina de la suspensión de juicio. Por ello,
vamos a intentar aclarar el término. En general
podemos diferenciar varios tipos de escepticismo:
- Un
escepticismo nihilista, extremo, afirma
que es imposible alcanzar cualquier
conocimiento de manera veraz. Llevado al
extremo, todo es válido porque nada es
cierto. Es la absoluta duda y el completo
pasotismo. Este tipo de
escépticos admitirían lo mismo arre que
so, por lo que es obvio que no nos
referimos a ellos.
- Un
escepticismo menos extremo, como el del
propio Hume, en el que se plantea la
imposibilidad de la certeza, pero que
establece mecanismos de acuerdo para
aceptar las cosas. Una especie de
consenso para funcionar en un mundo donde
no existe una fiabilidad completa.
- Un
escepticismo científico, nacido ya en
este siglo, impulsado al principio por
los filósofos pragmatistas, según el
cual una de las bases del método
científico es una duda escéptica, que
se supera cuando se aportan pruebas
suficientes que justifiquen la toma de
decisión. Frente al primer tipo de
escepticismo, éste permite llegar a
conclusiones y evitar la abstención del
juicio. Frente al segundo, este
escepticismo no llega a un consenso por
mayoría, sino por acumulación de
pruebas, que se han de realizar conforme
a los postulados del propio método
científico.
Tengamos en cuenta
que en definitiva, en el propio proceso de la
investigación científica, este tipo de
escepticismo es básico. Uno de los principios
del método es la conocida navaja de Occam,
que aboga por una simplicidad en las causas, por
no andar buscando más allá de lo que tenemos a
mano, si no es estrictamente necesario. Este
principio es uno de los fundamentales del
escepticismo también, como lo es la afirmación
antes mencionada de Hume sobre las afirmaciones y
el peso de la prueba.
El escepticismo
moderno difiere, sin embargo, de la corriente
principal de la ciencia, en que opina que es
interesante analizar científica y racionalmente
las afirmaciones que se hacen sobre lo
paranormal. Esta vocación de no dejar de
examinar nada rompe con la actual costumbre de la
especialización, pero a la vez entronca
directamente con el trabajo de quienes se dedican
a la comunicación social de la ciencia. Ello es
así porque se reconoce el poderoso atractivo de
lo oculto para la gente de la calle, a la vez que
el peligro que su aceptación acrítica supone. Y
toma postura al respecto, estableciendo como
necesidad o conveniencia el que la ciencia dé a
conocer lo que realmente se sabe sobre estos
temas, y que no se quede callada ante las
afirmaciones irracionales.
No es una postura negativista,
como se suele afirmar de los escépticos, sino un
elemental quehacer ciudadano, que reconoce que en
nuestra sociedad el marchamo de
"científico" tiene un valor muy
importante, y por lo tanto no es conveniente que
cualquiera pueda ponérselo sin más. Los
escépticos no van "contra" los ovnis,
los astrólogos o los homeópatas. Sencillamente,
advierten públicamente que las afirmaciones de
este tipo están mal fundamentadas, no tienen
comprobaciones adecuadas y que además hay
suficientes sospechas de que estén funcionando
mecanismos "normales" que pueden
explicarlos (la navaja de Occam antes
mencionada).
Además, el
escepticismo apuesta por la divulgación y la
comunicación social de la ciencia, por cuanto
sabe que conforme la sociedad comprenda mejor el
papel (el valor y el método) de la ciencia, y
desarrolle una capacidad de crítica ante las
afirmaciones de todo tipo, las irracionalidades
tendrán más dificultad para expandirse sin
más.
Desde hace unos decenios, personas
interesadas en divulgar estas posturas
(científicos, filósofos, comunicadores o
periodistas, y más gentes) se han ido
estableciendo como pequeños grupos escépticos,
intentando facilitar la información científica
sobre estos temas, e intentando promover un
pensamiento crítico en la sociedad {2}. Es una labor ardua, que
no podría ser llevada a cabo sin la
colaboración de los interlocutores más
dispuestos, precisamente los que están
estableciendo los vínculos entre la ciencia y la
sociedad: científicos y educadores,
comunicadores, divulgadores y periodistas...
Como comentábamos
anteriormente al analizar la situación de los
medios de comunicación con respecto a las
pseudociencias, es claro que los periodistas
científicos no "caen" tan fácilmente
en las afirmaciones de estas falsas ciencias,
porque normalmente disponen de un criterio
científico para discernir entre afirmaciones
fundadas y saltos en el aire. Aunque no siempre:
el periodista científico (de hecho, cualquier
periodista) posee las herramientas básicas para
ejercer una crítica ante cualquier tipo de
información que recibe. Quizá deberíamos
abogar por que estos criterios de la profesión
de comunicador se lleven a sus verdaderas
consecuencias, incluso con temas que parecen
menores como los horóscopos o los platillos
volantes.
Como final de este
artículo, quiero mencionar que en los últimos
años en nuestro país (pero no sólo aquí),
esta reivindicación por parte de los sectores
implicados en la comunicación social de la
ciencia se está dando cada vez con más fuerza.
Algo que es interesante. Por ejemplo, la
Asociación Española de Periodismo Científico,
con el impulso de su fundador Manuel Calvo
Hernando, lleva incluyendo el tema de las
pseudociencias entre sus principales actuaciones.
Notas:
1: Normalmente en
parapsicología se discriminan diferentes
facultades: percepción extrasensorial, que
incluye la telepatía (lectura de otra
mente), la clarividencia ("ver" a
distancia, es decir, sin usar los sentidos) o
la precognición (antelación de sucesos
futuros); y psicocinesis, o facultad de
ejecutar acciones físicas sin hacer nada
"físico", sino sólo
"mental". El que se hallen tan
caracterizados no impide poner dudas sobre su
existencia, especialmente a falta de
experimentación suficiente y suficientemente
replicada por investigadores independientes. VOLVER
2: En nuestro país existe
ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento
Crítico, Apdo 310, 08860 Castelldefels, que
edita la revista El Escéptico.
E-mail: arp_sapc@yahoo.com. VOLVER
Referencias:
[1] Ramonet,
Ignacio. "Un mundo sin rumbo: crisis de fin
de siglo". En concreto el capítulo titulado
"Ascenso de lo irracional", reproducido
en la revista El Escéptico, nº2 Otoño
1998, pp 43-50
[2] Sokal, Alan;
Bricmont, Jean: "Impostures
Intellectueles", 1997, Ed. Odile Jacob;
versión norteamericana titulada
"Fashionable Nonsense: postmodern
intellectuals", 1998, Ed. Picador
[3] Grey, William,
"Ciencia y Psi-encia: la ciencia y lo
paranormal (I)", La Alternativa Racional,
primavera 1994, nº32, pp. 23-27; "La
búsqueda de la verdad: la filosofía y lo
paranormal (II)", LAR, verano 1994, nº33,
pp. 11-17; "El proceso de explicación
(III)", LAR, especial X Aniversario,
nº34-35, pp. 41-46; y "Escepticismo y
conocimiento (y IV)", LAR, primavera 1995,
nº36, pp. 25-31.
[4] Kurtz, Paul,
"Is parapsychology a science?",
1978/1981, The Skeptical Inquirer, Vol 3. nº.2,
pp. 14-23; reimpreso en Paranormal Borderlands
of Science, ed. Kendrik Frazier, Prometheus
Books, pp-5-23.
[5] Angulo, Luis,
"Evidencias sobre videntes", LAR, nº
11.
[6] MacDougall,
Curtis, "Superstition and the Press",
1983, Prometheus Books
[7] Menéndez,
Oscar. Ponencia realizada en el curso "La
América Irracional", organizado por el
Instituto de América en Santa Fé (Granada),
13-14 nov 1998. (pendiente de publicación)
[8] Almodovar,
Miguel Ángel. Ponencia sobre medios de
comunicación en el II Congreso Nacional sobre
Pseudociencias. Alternativa Racional a las
Pseudociencias, noviembre 1994.
Javier Armentia,
Director del Planetario de Pamplona. |