El traslado de la población Monreal
de Iciar hacia la costa y la fundación de Monreal de Deva,
en 1343 sancionado con la Carta Puebla de Alfonso XI, jalonan
la génesis de la actual Deva y en consecuencia los prolegómenos
de su parroquia y de su portada. Pero además, refleja
la transformación operada en el mundo bajomedieval vasco,
donde una sociedad rural -agrícola e interior- se ve suplantada
por una organización más urbana -costera, de condición
comercial y pesquera- que genera nuevas obras artísticas,
facilitando la implantación de una segunda fase del gótico,
que -al amparo de su localización- bien pudiera etiquetarse
de Gótico Litoral.
La construcción de Santa
María, conocida la implicación cívica de
las parroquias, fue a buen seguro una de las primeras empresas
llevadas a cabo. Para 1394 la fábrica debía estar
bastante avanzada, pues allí se redactan las primeras
ordenanzas de la villa, había sido ya con anterioridad
sede del concejo, que manifiesta su condición de obra
comunal. Se formulan de tal modo relaciones recíprocas
entre la comunidad y la iglesia, que queda como "icono"
como "imagen" de ese nuevo asentamiento, cuyo progreso
al mismo tiempo no puede separse de él, pues es a la vez
razón, causa y consecuencia. De todos modos del primitivo
templo apenas resta nada; en el siglo XVI se sustituyen las naves,
optando por un tipo de ámbito de iglesia columnaria ajustado
a la planta de salón, más acorde con las modas
imperantes.
Un cuerpo turriforme protege
el acceso a la iglesia. Describe una planta cuadrada abierta
por tres arcos, su alzado denuncia dos momentos constructivos,
uno primero, de forma cuadrilonga, corresponde a la edificación
medieval. Su carácter cerrado y macizo la acerca al aspecto
de fortaleza, en sintonía con su cometido defensivo en
las villas del litoral, actuando de bastiones frente a las incursiones
ofensivas, se sabe que en las partes superiores de las crujias
se refugiaban los parroquianos en los momentos de peligro. Sobre
ella se levanta un segundo cuerpo, posterior, el de campanas.
Pero la torre cuenta con el interés añadido de
acoger la portada. La solución condiciona el resultado
final, limita la disposición horizontal del conjunto y
desplaza ligeramente la articulación hacia los ejes diagonales.
Toda vez que esa proyección exterior, de fachada -en el
sentido etimológico del término- no se contempla,
estamos ante un desarrollo espacial interno, como se había
dado en épocas anteriores. El esquema de portada, dirigido
a crear una escenografía apropiada para las imágenes,
elabora un formato más oblicuo como telón de la
imaginería, cuyo precedente se encuentra en Santa María
de los Reyes de Laguardia.

Tímpano del portal de
Santa María de Deba.
La tipología del portal sigue una plantilla harto frecuente,
con arquivoltas, tímpano historiado, jambas y parteluz.
Una decoración geométrica tapiza el basamento,
simila motivos de la talla popular, defendiendo un cariz atavico.
Se advierte un pequeño desajuste en la organización
global, el ámbito "existencial" del apostolado
se acorta, las figuras quedan excesivamente elevadas y reducidas,
desvirtuándose la proporcionalidad y restándole
en parte la gracia de otros modelos.
La estructura exhibe un desarrollo
longitudinal notable, el fuerte derrame de su tímpano
favorece un amplio despliegue de las arquivoltas. En Deva se
repite un esquema típico del siglo XIII, pervivencia que
legitima el calificativo de retardatario para definirla. Ahora
bien tal solución ha de venir indicada por la vigencia
del modelo de Santa María de Laguardia, donde pervive
fruto de su marginalidad.
Cinco arquivoltas limitan el
perfil del tímpano. Se alternan los cordones figurativos
con los fitomórficos, con igual tratamiento, como en Laguardia.
Y los vínculos con el ejemplar riojano se estrechan aún
más en el programa. Como allí de fuera a dentro
se suceden una serie de figuras veterotestamentarias, santas
y ángeles músicos. Para el más externo se
sigue los viejos ciclos tipológicos donde patriarcas,
profetas y reyes músicos completan la serie, vinculados
por la vía de la carne, del espíritu y de los hechos. Y así posiblemente Daniel,
Habacuc, Isaías, Miqueas, Ezequiel y Aarón en calidad
de profetas marianos completan la visión. Entre los patriarcas
encontramos a San Juan y Moises, secundados por un conjunto de
reyes músicos alusivos a la estirpe humana de Cristo.
Todo ello presidido por Salomón y David, en condición
de reyes y de escritores de libros, que fundamentan el tímpano.
Un grupo de santas les apoyan, se recurre a la imagen genérica
de santa joven, acompañada de la palma de la virginidad
o del martirio, su asistencia refleja el nuevo alcance de la
mujer en las sociedades mercantiles, sigue un plan forjado en
Italia, de amplia vigencia el la órbita vasco-navarra.
Se reconocen con seguridad Santa Catalina, Santa Margarita, Santa
Marina, María Magdalena, entre otras. Y un coro de ángeles
ofrecen un silenciosos concierto a la Señora, siguiendo
la plantilla alavesa. En su caso entre las series figurativas
se intercalan cordones vegetales, bastante toscos; arrancan de
sendas cabezas de cuyas bocas fluyen tallos, acaso Adán
y Eva. Se ve también una cartela con una incripción
año 1668, reflejo de alguna intervención, tal vez
una policromía, y no su ejecución como se había
mantenido.
El núcleo del programa
despliega un modelo tripartito, integrado por dintel, un registro
y el tímpano. La organización acentúa la
horizontalidad, en clara oposición a la superposición
de frisos que dominan su momento. Su arcaísmo lo impone
la copia del ejemplar riojano.
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En el dintel se detalla el ciclo de la Infancia, dispuesto en
secuencias continuas, fijandose el acontecer más que el
acontecimiento propiamente dicho, aunque cada escena conserva
su autonomía plástica. La solución ideográfica
no podía ser más afortunada, el ciclo de la Infancia
constituye la base del Triunfo de la Madre, celebrado en los
registros superiores, como la liturgia y los Padres de la iglesia
venían cantando, si bien parte de los prototipos alaveses.
Sin embargo se notan ciertas diferencias respecto a Laguardia,
el relato es más amplio y todo converge hacia
la Natividad. Como no podía ser de otro modo la Anuncianción
inicia la historia, destaca la postura inestable del arcángel
que en un malogrado intento de genuflexión flota, desafiando
toda ley de gravedad, dispuesto de perfil no se establece relación
con la Virgen de frente y apoyada en una peana; dentro de lo
anecdótico resalta la manera de mostrar el libro. A su
lado se fija la Visitación; las primas entablan un diálogo
gestual e Isabel se inclina ante María. Ambas
estatuas pivotan sobre sendas peanas, cuya misma presencia denuncia
lo torpe y, acaso, lo tardío de su ejecución. El
Nacimiento por emplazamiento y preeminecia se constituye en el
eje del programa, como su significado dogmático mandaba,
aunque se advierten algunas torpezas en el cálculo de
distribuciones. Se notará el tono activo del Carpintero,
el sentido litúrgico del Hijo, al que la Madre expone
enfáticamente. Cierra la trama una femina: la partera,
el cordón franciscano de su indumentaria para unos la
identifica con una Sorora -concesión a la religiosidad
local- y para otras refleja la santidad de la mujer. La Epifanía
ultima el dintel, la extraordinaria amplitud espacial concedida
se debe al cometido que articula, encierra parte del significado
del programa. San José figura sentado en primer lugar,
su hatillo ha de aludir a la huida a Egipto. Sendas torres, de
condición figurativa más que constructiva, flanquean
a la Virgen con el Niño, introducen una notable variedad
de matices. Insisten en la lectura escatológica de la
Epifanía, que la exégesis medieval había
defendido para la profecía de Isaías. En otro orden
de cosas no deja de sorprender la frontalidad de la Madre, cuya
tipología -Trono de Sabiduría- coincide con el
tipo usado en la dramaturgia litúrgica. Desde el otro
lado de la construcción avanzan los Magos, siguen ajustadamente
las representaciones teatrales, por
su selecta elección de gestos y actitudes cada uno materializa
un tipo y un momento de la acción. Sobresale igualmente
el cambio de ritmo de los reyes que convergen de derecha a izquierda,
creando una composición cerrada, invertida en resaltar
los asuntos centrales del proyecto, es decir los ejes compositivos
e ideológicos de la trama. |
En el segundo registro, a la izquierda,
se narra el Viaje de los Apóstoles para asistir a la muerte
de la Virgen, siguiendo los deseos de la Madre como la tradición
legendaria daba cuenta. El relieve copia de la plantilla riojana
y como allí ofrece una visión única de las
secuencias consecutivas. La Dormición de la Madre se desplaza
al lado derecho, al dictado de las leyes de la jerarquía
iconográfica; peculiar resulta la asistencia de sendas
mujeres y el ritmo figurado hacia los polos significativos del
ideario. Y en el centro se completa con la Asunción, donde
María es elevada en una mandorla al cielo, aunque su significado
es más amplio, pues contempla también el envío
del cinturón a Santo Tomas, ligado al alcance de la leyenda
el País Vasco.
Para el tímpano se elige
la Coronación de la Virgen como la costumbre del gótico
mandaba, si bien concierta algunas novedades, así las
construcciones turriformes de los extremos apostillan determinadas
lecturas del programa, y sobre todo el recurso de la Trinidad
empleada en la Coronación viene a testimoniar, como se
ha señalado, la dignidad iconográfica de María.
En
las jambas habita el Apostolado, su factura corresponde a una
etapa posterior al tímpano, como su ejecución acusa,
definida como eco manierista. Sin embargo suponer su integración
en la idea original de la portada parecen lo adecuado. Actúan
como columnas de la Iglesia -en el sentido literal y figurado-
en sus dos acepciones: como Edificio y como Comunidad. Toda vez
que constituyen el contrapunto tipológico de las figura
del Antiguo Testamento de las dovelas. Dispuestos a ambos lados
acompañan al visitante hasta la entrada. San Pedro es
el único de aspecto diferente. Sus modos lo aproximan
a las maneras tardogóticas de fines del XV o principios
XVI, que los propios rasgos epigráficos confirman.
Y
desde el parteluz un Cristo Victorioso, Resucitado y gloriso,
preside el programa. Sus estilemas lo colocan con anterioridad
al estilo del apostolado, emplazándolo en los años
finales del XV o principios del XVI. Su presencia coincide con
el desarrollo de esa iconografía en los siglos bajomedievales
y manifiesta cierto parentesco formal a san Pedro
En cuanto al programa insiste
en la Infancia como base para el triunfo de la Madre pero también
de la Iglesia, pues efectivamente es la lectura eclesiológica
de lo fijado uno de los aspectos más significativos, desplegada
en grados sucesivos. El proyecto depende de los modelos alaveses
en unos casos de la producción monumental, sin duda el
pórtico de Santa María de lo Reyes de Laguardia
es el más afin. Pero en algunos relieves como la Epifanía
y sobre todo en el valor icónico de la construcciones
sintoniza con el proyecto ideado por el canciller Ayala en Quejana,
y esa sintonía es estrecha para ser fortuita. El desempeño
del cargo de Merino de Guipuzcoa por la familia Ayala, acaso,
explique las fluencias. Reviste interés la atención
conferida a los ritmos de la trama y a los espacios, ajustados
al significado que articulan.
Mayores problemas plantea su
cronología, la fábrica corresponde a lo que hemos
llamado Gótico litoral, pero por su dependencia estilística
y programática ha de considerarse como un eslabon retardatario
y tardío del gótico clásico alavés,
pues el modelo guipuzcoano adquiere su dimensión exacta
en las plantillas clásicas alavesas. En relación
a la evolución de su empresa puede pensarse que en los
inicios del siglo XV se realiza el planteamiento de la portada,
y para ello se recurre a monumentos inmediatos y prestigiosos,
caso de Laguardia, pero por razones desconocidas no se ultima
hasta bien avanzado el siglo XV. Tal solución viene ratificada
por las propias fases ejecutivas detectadas, abordado en distintos
momentos; primero el tímpano y las arquivoltas, más
tarde San Pedro y El Salvador, para finalizar con la talla del
Colegio.
En efecto, el artista empleado
es un artesano poco dotado desde el punto de vista técnico,
de escasa capacidad compositiva. En su ejecución es notable
el arcaísmo pero no por vocación, como podía
desprenderse del programa, sino por incapacidad. Se ha hablado
de un primer ensayo del artista de Laguardia que una simple confrontación
evita su consideración. El plan y la concepción
del programa guipuzcoano desde luego supera con mucho su realización,
desde el punto de vista ejecutivo ha de situarse en una mera
manifestación artesanal.
En nuestra opinión, el
proyecto se ideó en unas fechas inmediatas a las alavesas
por tanto en los años finales del siglo XIV o mejor iniciado
el siglo XV. Su ejecución debe efectuarse bien entrado
el siglo XV, como los propios motivos iconográficos certifican.
Toda la portada obedece a una idea primitiva, aunque la tarea
se aborde en momentos sucesivos. Desde luego la defendida vinculación
a San Bartolomé de Olaso no me parece tan evidente.
Y para concluir ha de resaltarse
el arcaísmo de la portada de Deva, pero arcaísmo
como exponente de su marginalidad, que si ya era un fenómeno
constatado en el País Vasco, adquiere en ella cotas elevadas.
Su escultura ha de entenderse como derivación por evolución
de las vecinas. Ahora bien entendiendo evolución en un
sentido regresivo, puesto que la historia del arte no es un proceso
siempre lineal sino que cuenta con modelos que retroceden, interesantes
pero regresivos de los que ésta sería un magnífico
exponente.
Se valorará correctamente
al considerarla un monumento radicalmente innovador en la tradición
guipuzcoana. Deva incorpora muchas de las propuestas alavesas,
estas afectan más a la condición icónica
que a la estilística. Es precisamente en el campo de lo
iconográfico donde concierta sus mejores aportaciones,
incluso en la evolución del estilo en la Península,
piénsese por ejemplo en esa imaginería arquitectónica
que supera todo lo anterior*.
* Un análisis más
detenido en LAHOZ, Lucía; "Aproximación estilística
e iconográfica a la portada de Deva y su relaciones con
el gótico alavés, Ondare., 16, 1997, pp.5-54 |
M. Lucía Lahoz, historiadora del arte
Fotografías: Arantza Cuesta |