Y...
todos colaboran porque todos comparten la razón y sentido
trascendente de esa acción educativa a la que titulan
"santa obra de caridad"
Todavía a mediados de siglo XVIII
prevalecía en la Nueva España la opinión
de que no era necesario impartir una amplia instrucción
a la mujer, y aun cuando en los conventos de monjas, se admitían
niñas y se les enseñaba a leer y escribir, completando
su formación con las labores domésticas y la fabricación
de curiosidades, no existía ningún colegio para
el sexo femenino. A partir de la tercera década del siglo
XVIII, un heterogéneo grupo de vascos en respuesta a este
vacío cultural se unieron en México, su patria
de adopción, para la creación de una institución
que diese educación y formación a las mujeres.
Cabe destacar que los impulsores tenían una elevada posición
que destacaba en innumerables aspectos de la vida novohispana.
Pertenecían a la Real Sociedad Bascongada y procedían
del clero, la nobleza, la cultura y la empresa, contando con
innumerables nexos en el mundo económico que los vinculaba
a su vez a medianos mercaderes, modestos industriales o simples
trabajadores.
Es interesante destacar que además
del interés educativo el grupo de vascos participaba en
otros espacios de sociabilidad, a veces repletos de espiritualidad
como fue el caso de la cofradía de Nuestra Señora
de Aránzazu, institución que dentro del cuerpo
social novohispano, permitía contar con un respaldo tanto
para auxilios mutuos de sus integrantes como de asistencia social,
beneficiando a los pobres, a las viudas y a los huérfanos.
La Cofradía estaba reglamentada eclesiásticamente,
pero mantenía un gran sentido de independencia, tanto
respecto al Estado como a la Iglesia y su presencia en la ciudad
de México se remontaba al último tercio del siglo
XVII, habiendo sido fundada por instrumento notarial el 18 de
diciembre de 1681. Sobra decir que en un primer momento congregó
a los naturales y originarios del señorío de Vizcaya,
las provincias de Guipúzcoa y Álava y del Reino
de Navarra, bajo el amparo de la devoción mariana de la
Virgen de Aránzazu.
Hacia 1730 el rector de la Universidad
Real y Pontificia de México, don José de Eguiara
y Eguren, defensor ilustre de la cultura hispanoamericana rigió
los destinos de la Cofradía. Él como otros muchos
había nacido en suelo mexicano y era hijo de vascos. Bajo
su rectoría tuvieron inicio las conversaciones y acuerdos
para crear un colegio destinado a las doncellas, el cual, si
bien les proporcionaría sólida instrucción
religiosa, no sería un plantel regenteado por el clero,
sino una institución que, contando con el patrocinio real,
tuviera independencia, se manejara por sus propias constituciones
y permitiera a sus educadas formarse cultural y moralmente, sin
las obligaciones y las limitaciones impuestas por el claustro.
En 1732, cincuenta miembros tomaron el acuerdo de fundar el Real
Colegio de San Ignacio de Loyola para niñas naturales
y oriundas de las vascongadas, y cualesquiera otra de raza española;
amparando también a las viudas. Con ello, en Nueva España
se abría una renovación pedagógica que lucharía
por otorgar a la juventud femenina posibilidades educativas,
semejantes a las que los hombres tenían.
Los promotores de esta labor
fueron: Manuel Agesta, José Dávalos Espinosa, Pedro
de Ugarte, Francisco Santa Marina, Francisco de Fagoaga y Miguel
Amasorrain, quienes sin descanso buscaron que el proyecto se
hiciese realidad. Dos años después el 31 de julio
de 1734, se colocó la primera piedra por don José
Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, virrey, capitán
general de la Nueva España y arzobispo de México,
acompañado de don Martín de Elizacoechea, obispo
electo de Durango, los miembros de la mesa de Aránzazu,
los cofrades y otros vascos más levantarían "todos
a una", sin ayuda de extraños, su gran colegio.
Titulándose sus "obreros
mayores", hubo entre los cofrades, otros que a la ayuda
para la construcción del edificio del Colegio de San Ignacio
y siendo fundadores añadieron la generosa entrega de su
tiempo, su inteligencia y su férrea voluntad, para hacer
del colegio una realidad perdurable como Manuel Aldaco y Urbieta
y su yerno Francisco de Fagoaga Irragorri, ambos originarios
de Oyarzun, el capitán Francisco de Echeveste, natural
de Usurbil; Ambrosio de Meave y Castillo Veitia, natural de Durango
en Vizcaya; José de Gárate, Juan de Urrutia y Lezama,
Miguel de Llantada Ibarra y Juan José de Fagoaga, marqués
del Apartado, y otros más entre los cuales podrían
contarse las esposas e hijas de los cofrades, quienes cuidaron
y aportaron los grandes capitales requeridos para dotar a perpetuidad
el mantenimiento de las colegialas, su atención médica
y todos los materiales de instrucción desde libros, agujas
e hilos, hasta clavicordios, órganos, flautas y demás
que la educación femenina requería. Algunos más
coronaron la obra con la donación de una rica infraestructura
como es el caso de los fastuosos retablos que decoran la iglesia
y se conservan en la actualidad.
La elite económica vasca
en México, apoyó incondicionalmente todos los proyectos
que salían de la Cofradía: José de Aguirre
Elizondo, Manuel Iriarte, Domingo de Guraya, José de Gárate,
José de Lanzagorta, Manuel Agesta, Domingo de Gomedio
y Juan Bautista de Arosqueta, son simplemente un ejemplo de esta
comunidad. En un pequeño libro iniciado el 23 de octubre
de 1731, escrito por el cofrade Joan Miguel Portu conservado
en el Archivo Histórico del Colegio de las Vizcaínas,
constan los ciento treinta y siete nombres y el monto de las
donaciones que se hicieron para construir el edificio, ellos
no sabrían que su obra estaba destinada a convertirse
quizá en el ejemplo más significativo que para
la educación de las niñas se construiría
en toda la América virreinal.
No obstante la importancia del
proyecto y su repercusión social la Corona fue reticente
para concederle el regio amparo durante largos años. Habría
que esperar hasta la llegada al trono del ilustrado Carlos III,
para conseguir se aprobaran las constituciones el 1 de septiembre
de 1754, concluyéndose poco después el soberbio
edificio, que tuvo un costo de más de dos millones de
pesos. La sabiduría jurídica de las constituciones
produjo que en medio de las luchas civiles e intervenciones extranjeras
sufridas por México, el colegio haya sido respetado y
aún protegido. Fueron redactadas por Eguiara con la intervención
del ilustre abogado Francisco Xavier Gamboa, cofrade, rector
de Aránzazu y quien alcanzaría fama por sus "Comentarios
a las Leyes de Minas" que hicieron posible el auge del sector
minero en la Nueva España a finales del xviii y principios
del XIX, y del primer código destinado a mejorar la suerte
del esclavo negro.
Si bien el aspecto legal del
edificio estaba resuelto, su inauguración hubo de posponerse
trece años más a causa de una nueva desavenencia
entre la Mitra y la Cofradía. Finalmente se llevó
a cabo el 13 de septiembre de 1767 siendo rector el novohispano,
don José Ignacio de Guraya. Eguiara, alcanzaría
a ver hecha realidad la idea originaria.
De acuerdo al sentido del colegio
basado en dar testimonio de permanencia y la eficacia del asociacionismo
vasco en la Nueva España, el Colegio de San Ignacio de
Loyola figura como la única institución docente
de la época colonial que no ha interrumpido sus trabajos
desde su fundación hasta la actualidad.
Dentro de los postulados educativos
la formación atendió desde sus orígenes
al fomento de los valores morales y religiosos. Una educación
dentro de la virtud cristiana, en la que el "valor mujeril"
trascendiese a la sociedad, tal y como lo describió Gamboa
"la virtud que fertiliza los claustros religiosos, a las
familias y enriquece a la república". Otro rasgo
importante marcado por la institución fue desde sus orígenes
el carácter laico de los docentes y el ser regido por
un patronato independiente. No podía ser de otra manera
pues el colegio era idea de laicos y lo iban realizando con "el
peso y el real" recogidos día a día fatigosamente
entre todos los vascos de la Nueva España.
En las constituciones del colegio
se asentaron los principios rectores del colegio y detallan,
sin dejar dudas, las tareas que habrían de desempeñar
todas las personas involucradas en sus actividades, tareas destinadas
a proporcionar refugio y enseñanza tutelar doméstica
a niñas, mujeres célibes y viudas españolas
o hijas de españoles, de preferencia vascongadas como
ya se mencionó. Paralelamente el colegio cubrió
otras expectativas de los fundadores y fueron el resultado de
su convicción de trascender como pueblo. Así la
cofradía vasco-mexicana nacida como modelo asociativo
étnico, creó un ámbito de cultura vasca
que contribuyó a mantener la identidad del grupo; y, por
medio de su colegio de las Vizcaínas, contribuyó
a transmitir en la mujer vasco-mexicana la propia cultura.
Este aspecto tiene su mejor escenario
en la propia organización del espacio educativo. Las niñas
internas recibían a través de la maestra (la primera
vivienda) una enseñanza personalizada de acuerdo a las
necesidades de cada una y no sujeta a planes rígidos,
organizadas en un sistema de viviendas que simulaba la vida familiar
por la convivencia con personas de diferentes edades. Hay que
hacer notar que el término colegiala y aun el de niñas
fue utilizado como sinónimo de alumna o de interna, ya
que las edades de las internas variaban desde 4 hasta más
de 60 años. Entre las niñas de vizcaínas
quedó compensado el sentimiento de orfandad especialmente
entre las pequeñas ya que, las señoras primeras
de vivienda tuvieron una función de madre substituta,
aspecto que remite en numerosos casos al que cumplía la
madre vasca en el hogar. El sistema de viviendas o pequeñas
familias, hizo que la vida diaria fuera similar a la de un hogar,
incluso para las actividades de ocio. No es extraño que
si la comunidad vasca daba un lugar preferente a la cultura musical,
la enseñanza de la música tuviese a su vez una
especial dedicación en el período formativo femenino.
La música que se enseñó a las colegialas
fue "tocar por nota" el órgano, el clavicordio,
la flauta y el bajón, entre otros.
La educación en el Colegio
se caracterizó por constituir un espacio privado -como
el del hogar- hasta bien entrada la segunda mitad del siglo xix
y a partir de entonces dio un giro brusco, buscando acercarse
a la problemática educativa de otros sectores sociales
que ocasionó implantar "clases externas" gratuitas
para niñas de las zonas aledañas. Estas medidas
son deudoras de la iniciativa del cofrade Patricio Fernández
de Uribe.
Para las enfermas se destinaba
una amplia enfermería atendida por una jefe de enfermeras
y un buen número de éstas y sus auxiliares. Se
contaba con un médico y un cirujano, entonces profesiones
separadas, y con un servicio de farmacia. A excepción
del primer médico, todos los demás formaron parte
del Real Tribunal del Protomedicato, y en cuanto a sus cirujanos,
todos fueron directivos del Real Colegio de Cirugía de
esta ciudad que comenzó su labor docente casi al mismo
tiempo que el colegio. Se contaba también con un sangrador,
el dentista de la época.
Además de los nexos del
colegio con los cofrades, y los patronos vascos una tercera influencia
vasca tuvo presencia en la Institución. Me refiero a la
Bascongada institución puntera del progreso patrio, y
así la vieron desde México; apreciaron también
los vasco-mexicanos que la Bascongada podía orientarles
para lograr el "progreso" novohispano.
En la larga historia del Colegio
pueden distinguirse tres épocas. En la primera, de 1767
a 1861, se conservó su estructura de mando original. En
la segunda, de 1861 a 1912, se disfrutó cada vez más
del favor oficial a costa de perder la facultad de designar a
los miembros de su Junta Directiva y, en la tercera, de 1912
a la actualidad, la recuperó. La cofradía dejaría
de existir con la orden del Ministro de Hacienda don Melchor
Ocampo del día 6 de enero de 1861. Había mantenido
sus funciones durante 179 años, celebrando su última
junta el 17 de noviembre de 1860. Sus bienes fueron adjudicados
al colegio lo que significó que éste administrara
sus fondos y capitales provenientes de obras pías. En
la segunda época del colegio se distinguen dos periodos,
el primero de 1861 a 1867, durante el cual mantuvo su género
de vida tradicional, y el segundo de 1878 en adelante, en que
rápidamente se modernizó y se transformó
en una institución de enseñanza técnica
y profesional.
Hoy, la ciudad de México
y los vascos se enorgullecen al poder presentar majestuosa, intacta
y viva la gran obra de estos heterogéneos vascos impulsada
a través de los siglos por sus responsables patronatos
y muchas otras generaciones de vascos que lo han hecho posible
a pesar de innumerables visicitudes y cambios de nombre: Colegio
Nacional de San Ignacio de Loyola, Colegio de la Paz, y desde
el 5 de abril de 1997 Colegio de San Ignacio de Loyola, Vizcaínas.
Su imponente edificio es de estilo
barroco resolutivo, la transición del barroco al neoclásico,
con fachada de tezontle y cantera y barandales de recio hierro
vizcaíno en los balcones y el interior, ocupa la totalidad
de la manzana limitada por la calle de Las Vizcaínas,
al norte, con 129 m; de longitud, la calle de Manuel Aldaco,
al oriente, con 138.4 m, la Plaza de las Vizcaínas, al
sur, con 126.66 m, y la calle de San Ignacio, con 137.61 m, al
poniente. Contiene once bellos patios interiores. La puerta que
da acceso a la capilla es la más elaborada. En ella abundan
las curvas y las cornisas, su estilo es churriguresco y da paso
a los cinco retablos dorados y a un bello coro con uno de los
pocos órganos en servicio de la misma época.
El Colegio de San Ignacio de
Loyola, Vizcaínas, mantiene abiertas sus puertas el año
2000 a la educación y a la asistencia social, creando
una cultura de cambio capaz de adaptarse a cada momento histórico.
Los ideales de sus fundadores y la experiencia acumulada lo han
situado, durante distintas etapas de la historia de México,
como precursor de sistemas educativos. Siempre fiel a sus principios
y en proyección constante hacia el futuro, el colegio
crea, reafirma o orienta sus métodos de enseñanza,
de manera planificada y sobre bases académicas sólidas,
con el objeto de mantenerse acorde con la realidad existente
y de absorber de manera positiva el impacto de las circunstancias
cambiantes. Su compromiso actual es impartir una educación
integral, es decir, que incorpore los aspectos académicos,
creativos y de valores, poniendo especial énfasis en el
desarrollo intelectual, afectivo y social de los alumnos. Para
ello, los planes de estudio del modelo educativo oficial son
enriquecidos con actividades formativas y talleres cocurriculares.
La misión y los objetivos cobran en cada época
un sentido innovador, que revitaliza sus actividades y define
la ruta adecuada para el logro de sus metas, que se expresan
en: "Impulsar la formación integral de los alumnos
mediante el desarrollo armónico de sus facultades intelectuales,
morales, sociales y físicas".
Además, para mantener
su tradición de apoyo a las mujeres y sus familias, el
colegio ha creado el Instituto Bidea Izartu (nombre vasco que
significa "llenar de estrellas el camino"). Su misión
es ofrecer un espacio donde puedan encontrar, desde la perspectiva
de su género, los medios que contribuyan a su desarrollo
integral, es decir, que las ayuden a reconocer sus propios valores
y sus derechos, tanto en lo personal como en lo familiar, social
y cultural.
Dividido en tres áreas
de trabajo, el Instituto propone una serie de programas orientados
a favorecer las condiciones de las mujeres de la comunidad, impulsando
proyectos de investigación, formación y orientación.
En cuanto a asistencia social, Bidea Izartu brinda atención
psicológica, médica y legal a las mujeres que acuden
con demandas diversas.
En lo que a asistencia educativa
se refiere, el Patronato sostiene un programa especial de becas
para alumnos de escasos recursos.
La naturaleza misma de la institución
la impulsa a mantener vivas sus tradiciones dentro del marco
de un devenir histórico del que rescata lo más
profundo de sus raíces y de su identidad mexicana. Paralelamente,
es importante considerar la trayectoria del colegio como centro
educativo, investigando, restaurando y dando a conocer su acervo
histórico, ahora en proceso de microfilmación.
Custodiar, conservar y difundir
el patrimonio del colegio, para contribuir al conocimiento y
a la apreciación de la historia de México, exige
hoy de la institución dos grandes proyectos: La instalación
de sistemas de consulta modernos para la investigación
y preservación del Archivo Histórico. Este acervo,
que guarda documentos que datan desde el siglo XVI hasta nuestros
días, contiene información de gran relevancia para
el conocimiento de la historia de la educación femenina
en nuestro país. Y el montaje de un museo, ya en funciones
que refleja la historia del Colegio de San Ignacio, donde se
exhibe su obra pictórica y escultórica, además
de los testimonios que conservan la memoria histórica
de la institución y de los vascos de México.
Las partituras musicales descubiertas
en sus archivos, entre ellas una misa y un himno a San Ignacio,
serán tocados en la misa del 12 de marzo día de
su canonización, día de su fiesta en el Colegio,
ha vuelto a revivir la música femenina de los siglos XVII
y XVIII con conciertos de música de Escoletas femeninas
novohispanas gracias al músico Luis Lledías y su
grupo formándose la "Capilla del Colegio" que
ha dado ya invaluables conciertos tras la restauración
del órgano y la construcción de instrumentos de
época necesarios para su interpretación. Pronto
aparecerán publicados en Antiguos textos de la enseñanza
musical en los colegios de doncellas de la Nueva España.
(Becerro de Elecciones de Feo, Leo y Jerusalem), con un
estudio histórico de Josefina Muriel y la transcripción
de Luis Lledías y Lourdes Carrillo. En octubre del año
pasado tuvo lugar en su auditorio Aránzazu, el VI Congreso
Internacional "Los vascos en las regiones de México
bajo mi coordinación, en un auditorio que reúne
la modernidad y lo acogedor de una institución que como
el Colegio de San Ignacio de Loyola, es imposible de encontrar
igual en todo el orbe conocido.
Actualmente el Colegio mantiene
abiertas sus puertas a los vascos, difunde su cultura, alberga
la sede de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País
en México y la Biblioteca de Estudios Vascos.
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Letras de Barcelona, Profesor de Humanidad en el Real Seminario
Bascongado. Publicado de orden y a expensas de la misma Sociedad.
En Vitoria por Gregorio Marcos de Robles y Revilla, Impresor
de la misma Sociedad.
Soparda, fray Joaquín. Oración fúnebre
que en las exequias celebradas por la Junta de Institución
de la Real Sociedad Bascongada en sufragio del alma de Don Ambrosio
de Meabe, Caballero del Orden de Santiago, Socio Benemérito
y de mérito de la misma Sociedad en la Villa de Vergara,
el día 26 de septiembre de 1782
Vitoria, Imp.
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Amaya Garritz,
Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional
Autónoma de México y patrona del Colegio |