Lleva mucho tiempo trabajando en el teatro
y ha pasado por toda serie de situaciones. Se alegra de que se
esté recuperando la costumbre de ir al teatro, aun cuando
las obras actuales carezcan del toque reivindicativo de los de
antaño. Últimamente se encuentra sumergido en tres
representaciones, una de las de las cuales, "Los emigrados",
muestra aspectos hasta ahora no tratados sobre la emigración.
-Comparando la situación
actual con la de la década de los 60, en la que tuvo lugar
la revolución del teatro vasco, ¿percibe algún
cambio? Sí. En 1969
en Euskadi se formó el grupo "Cómicos de la
legua", uno de los primeros en representar obras teatrales
independientes, lo cual era reflejo de lo que se venía
haciendo en todo el Estado. Querían luchar contra el teatro
comercial. Era, por decirlo de algún modo, teatro marginal.
Sus componentes eran jóvenes, pero aun así fue
el primer grupo profesional de Euskadi, y a partir de entonces
se empezó a crear en Euskadi un circuito de teatro alternativo.
La presencia del teatro llegó a ser habitual en las fiestas
y semanas culturales, porque hasta entonces no existía
esa costumbre. Era la época franquista, eran años
de militancia política clandestina, y el teatro evolucionó
a la par que los movimientos sociales.
Antes, la actividad política de los actores, cantantes,
escritores y demás era mucho mayor; a veces incluso mayor
que su actividad profesional. Una obra mala desde el punto de
vista artístico podía llegar a tener éxito
debido a su contenido político. Pero las canciones y obras
teatrales actuales ya no transmiten exclusivamente mensajes políticos;
la gente exige más a la estética, hay varios mensajes.
Antes todas versaban sobre la militancia antifranquista, impulsaban
una política de izquierdas, pero hoy en día, dentro
de esta cultura de izquierdas puede haber de todo, y eso influye
a las actividades sociales y culturales. Antes la pretensión
política era más evidente, pero hoy en día
la frontera no está tan clara; la situación política
es distinta.
-En aquella época
había una serie de autores que servían de referente.
¿Quizá la ausencia actual de autores de peso condiciona
la situación del teatro? Los intelectuales
y escritores actuales de Euskal Herria no están unidos.
Haberlos sí que los hay, pero no se debe únicamente
a la falta de referencias culturales. Hemos pasado de un solo
centro de atención a una pluralidad, y de ahí a
una cultura de izquierdas indeterminada.
-El
día internacional del teatro los grupos de actores reivindicaron
que se les hiciera un hueco a las pequeñas voces. ¿En
qué situación se encuentra nuestro teatro ante
la universalización? En Euskadi no hay
una organización teatral. La universalización se
está extendiendo a muchos campos; es un monstruo que va
destruyendo las culturas: los programas de televisión
se copian unos a otros, los cantantes igual, y esas cosas acaban
por perjudicar a las particularidades culturales. En el caso
de Euskadi, ya que queremos subsistir como nación, deberíamos
proteger esos rasgos de la identificación cultural, hacerles
un sitio. Tratándose de un país que desea subsistir,
me sorprende que no estén protegidos. En cuanto al teatro,
se debería crear una entidad dramática nacional
y fomentar las compañías permanentes. Un teatro
nacional no se establece por decreto ley, como en su día
se hizo con la Orquesta Sinfónica de Euskadi o con Euskal
Telebista; hay que gestionar actividades culturales, hay que
sembrar la semilla para luego recoger los beneficios. El teatro
se está formando de una forma natural porque los que estamos
en él lo hemos querido abrir al mundo, no porque se nos
haya dado tal oportunidad.
-Algunos actores se han
dado a conocer al pasar a la televisión. ¿Perjudica
eso al teatro? No me parece que
le perjudique. Antes, cuando había sólo un canal
de televisión, la diferencia entre los actores de televisión
conocidos y los no conocidos era muy grande. A los que no salían
en la televisión se les trataba como si no pertenecieran
al oficio. Pero hoy en día es frecuente que caras conocidas
no lleguen a enganchar al público, y en cambio las que
no lo son tanto se vuelvan famosas. Yo no creo que el hecho de
trabajar en televisión perjudique a los que no trabajan
en ella. No tienen nada que ver. El teatro ha salido adelante,
sigue habiendo obras teatrales ¾ algunas muy buenas¾
que atraen a mucha gente, independientemente de quiénes
sean los actores. A veces resulta difícil formar un grupo
teatral, porque los actores trabajan en la televisión,
pero forma parte del mundo laboral. La televisión no es
más que un medio más. Cada uno decidirá
trabajar en ella o no.
-¿Qué nos
puede decir acerca del público? En este último
tiempo ha aumentado. La televisión sigue teniendo mucha
audiencia, aunque la actitud del televidente es mucho más
pasiva que la de la quien decide ir al teatro, al cine o a un
concierto. Se está recuperando la costumbre
de ir al teatro. No tiene por qué tratarse de una lucha
contra la televisión, sino contra el aburrimiento, contra
la falta de curiosidad. Al teatro se ha vuelto como colectivo
social, dejando de lado la individualidad de la casa; ya ha pasado
esa fiebre que antes había por la televisión, porque
está llegando a aburrir. Me da la impresión de
que la gente se está volviendo cada vez más selectiva,
o al menos eso me gustaría. En los primeros años
de la democracia nos solíamos fijar en los países
democráticos de Europa, y nos chocaba que la gente se
retirara tan pronto a casa. Esa tendencia a la individualidad
me resultaba espantosa. A mí me gustan las actividades
colectivas, transmite un calor y una energía que la soledad
de la televisión no puede ofrecer.
-¿Qué tipo
de obra teatral cosecha más éxitos: la clásica
o la moderna? Yo creo que las dos;
no tiene por qué ser una relación de causalidad.
El grupo Ur, por ejemplo, combina el teatro contemporáneo
con el clásico, y su último trabajo está
nominado a los premios Max, lo cual indica que suscita interés
en todo el Estado. No hay un género que siempre funcione;
quizás la comedia, aunque no sería del todo cierto,
porque sería como decir que la gente va a ver obras cómicas
porque le apetece reir. Es posible que la gente tienda a ver
cosas divertidas, pero tanto al drama como a la comedia se les
exige la misma formalidad. El público no es tonto. Lamentablemente,
a la hora de averiguar qué será del agrado del
público, se emplean criterios televisivos. Me deja atónito
que el único programa que ETB dedica al teatro y a las
artes escénicas se emita en un horario tan inadecuado.
Alegan que no tiene la suficiente audiencia. Parece que estamos
en un país de idiotas. No pueden compararse los programas
de audiencia con los programas de interés. Parece mentira
que para una televisión que funciona con el dinero de
todos un programa cultural carezca de interés por no tener
audiencia. Eso refleja la situación en la que vivimos;
basta con mirar la prensa y comprobar cuántas hojas están
dedicadas a temas banales y a la cultura.
-¿La gente sabe
valorar el trabajo? Aquí, al ser
un país tan pequeño, tenemos una mentalidad muy
cerrada. Todos se conocen unos a otros, desde siempre, y no creen
que el vecino pueda ser mejor. Hay una mentalidad demasiado casera
con respecto a temas culturales; hasta que todo el mundo diga
que eres maravilloso, nadie te hace caso. No sé si será
debido a nuestros políticos. Es muy bonito levantar un
país y no fomentar su cultura, una cultura de marcada
personalidad. Y esa tendencia está totalmente normalizada.
Todavía no he visto ni a un solo político quejarse
de la oferta cultural de ETB. No entiendo por qué no hay
un teatro nacional. Antes estaba Antzerti, pero se fue
a pique y ahora mismo no hay nada. Son vestigios de la dejadez,
que me parecen muy graves para un país que lucha por su
supervivencia.
-¿Cuál es
el origen de esa dejadez?
Las instituciones. El oficio sigue estando ahí,
y la actividad y el grupo también. Algunas obras han recibido
el reconocimiento del estado español. La culpa es de la
Administración, que no sé por qué no le
ha interesado el teatro; quizás por ser algo minoritario,
por no alcanzar el prestigio de forma inmediata, por tener un
contenido ideológico. Crear una orquesta es muy bonito:
carece de ideologías, todo el mundo aplaude, y la música
no tiene ni patria ni fronteras. Lo de Orquesta Sinfónica
de Euskadi suena muy bien, a pesar de que los músicos
sean extranjeros y de que en Euskadi la enseñanza de la
música no esté del todo estructurada. Las instituciones
han creado ilusiones para obtener la orquesta y la televisión.
Quieren hacernos creer que somos un país culturalmente
estructurado casi en su totalidad, pero es mentira. Tenemos una
base cultural, muchos rasgos culturales, pero no consentimiento.
En el caso del teatro, en toda Euskadi no hay un sólo
grupo que esté fijo en un teatro municipal. Eso para mí
es absolutamente paradójico.
-¿Se le puede augurar
un buen futuro al teatro vasco? Yo creo que sí,
pero porque somos unos proscritos y porque estamos acostumbrados
a luchar por el consentimiento en medio de las adversidades con
nuestros propios medios. A la gente que ha crecido en esas circunstancias
no hay quien la pare; nada más desaparecer de un lugar
aparecería en otro. En ese aspecto ya hemos alcanzado
un cierto nivel y contamos con el beneplácito de actores
y directores. Aparte de la Administración, el teatro vasco
sigue trabajando, aunque es preocupante que su crecimiento y
desarrollo no se efectúen con mayor esmero, habría
que cuidarlos más.
No recibe subvenciones porque no se considera rentable. En Euskadi
no tiene una situación normalizada, y eso es lo que yo
echo más en falta. Hay un público del teatro, pero
no se le da tiempo para formarse; se aniquila incluso antes de
que nazca. Fotografías:
Mikel Martinez
Euskonews & Media 77.zbk (2000
/ 5 / 5-12) |