La poesía de Lizardi fue concebida
en el plácido transcurso del ir y venir de las estaciones
que tanto admiraba. Resguardándose en el espejo de la
evolución de la naturaleza, Lizardi respetó la
modélica imagen que desde tiempo atrás respondía
a una cristiana y armónica
perspectiva. El propio Orixe no podía más que elogiar
y admirar su poesía, dado que, si bien la de uno y otro,
desarrolladas a partir de su origen griego, eran completamente
diferentes, reflejaban al hombre y al mundo a lomos de una rica
tradición cristiana. En todo caso, antes de que la guerra
civil estallase, la situación del cosmos cristiano empezó
a tambalearse y acartonarse, como bien se puede constatar en
el caso de Lauaxeta.
En la posguerra, la orientación
cristiana, que a partir del siglo XVI trazó el camino
a seguir en la andadura literaria culta, dejó de actuar
como tal. S. Mitxelena ya no podía albergar en su simbólico
refugio de "Arantzazu" la cada vez más enrevesada
dirección que iba tomando historia. Mitxelena conoció
muy de cerca las hendiduras de dicho modélico y tradicional
mundo, aunque no por ello se rindió, y a pesar de presenciar
la revolución que estaba teniendo lugar, no fue su voluntad
la de dar la bienvenida al cambio. Quien sí lo hizo fue
la gente más vinculada a la situación cultural
y vivencias de otras tierras occidentales. En lo que respecta
al ámbito de
la poesía rupturista de los años 50 destacaron
Krutwig, Mirande y, más adelante, Aresti, mientras que
en la novela lo hacía Txillardegi. Con frecuencia se ha
solido hacer hincapié en el hecho de que la sensibilidad
literaria supo adelantarse a los acontecimientos históricos
que tendrían lugar años más tarde. A eso
se refería Txema Larrea al declarar que las obras literarias
habían previsto los cambios sociales más radicales
acaecidos a partir de los años 60. Con Krutwig como pionero,
Mirande importó a nuestra poesía los ecos del movimiento
nihilista que atizaron a Europa desde principios de siglo, proclamando
tanto la muerte de Dios como la alucinación del razonamiento
al que había estado adherido. Dios y el razonamiento,
siendo este última no más que su hipóstasis,
ardieron en la misma hoguera liberadora encendida por Mirande,
quien en adelante, y al igual que Nietzsche, Schopenhauer y Dostoievski,
abandonaría los modos de razonar del pensamiento, centrándose
en lo que según el instinto era realmente existente, cuando
para entonces Krutwig se entretenía escribiendo alabanzas
hacia el "nirvana".
La exclamación de Rikardo
Arregi de los años 60 ("tenemos que matar
al Dios de los vascófilos") se recogía en
su integridad y simbólicamente en el poema de Aresti
Maldan behera, echando por tierra las mayores esperanzas
albergadas por Occidente desde el siglo XIX: el razonamiento
y el progreso. El proceso se expandió a otras zonas de
Europa en tiempos de la Primera Guerra Mundial, y con la Segunda
se asentó. En nuestro territorio, a pesar de haber finalizado
la guerra civil, las tradicionales creencias y reglas trataban
de conservarse, pero la generación de los niños
de la guerra puso punto final a la decrépita tendencia
centenaria.
En consecuencia, las serenas
imágenes del mundo de Lizardi dejaron de existir, y su
metáfora principal, aun siguiendo empleándose,
no era ya sino un mero decorado. Eso es precisamente lo que se
recoge en la novela de Txillardegi Leturiaren egunkari
ezkutua (1957), ya que a pesar de que el relato se erija
sobre las cuatro estaciones, el contenido se centra en la inquietud,
el conflicto, la repugnancia ante la vida y el suicidio. La conciencia
del personaje de Leturia es conflictiva; su interior está
completamente destrozado. En aquellos años Orixe aún
vivía, pero a duras penas podía entender la sensibilidad
de los nuevos tiempos, una tendencia -o ausencia de ella- sin
tradiciones repetitivas ni valores estables, en definitiva, los
tiempos de aventura. ¿Dónde quedaba la clásica
educación cristiana que recibió? ¿Dónde
Virgilio y Horacio? La intranquila época de Txillardegi,
y la de toda Europa desde unos años atrás, se guiaba
por Dostoievski, Nietzsche, Unamuno, Heidegger, Sartre, Camus,
Gaudi, etc.
El apagamiento de Orixe supuso
el de toda una generación de trabajadores
de la preguerra. Para cuando K. Zaitegi, A. Ibiñagabeitia
y Orixe tomaron el camino de regreso desde Venezuela, las cosas
en Euskal Herria ya habían comenzado a cambiar. En 1954
nació, rebosante de salud y bajo la dirección de
K. Mitxelena, la revista "Egan", y dos años
más tarde, la influyente revista franciscana "Jakin".
A pesar de que ese mismo año se editara asimismo "Euzko
Gogoa", no le resultó posible competir con el éxito
de las revistas precedentes, y aun apoyándose en el pretexto
del euskara, el
fondo del debate era mucho más profundo. Del lado del
auténtico trabajo rupturista se hallaban Intxausti, Txillardegi,
Villasante, Krutwig, San Martin, etc. y aunque Orixe contó
por su parte con el respaldo de Zaitegi y Onaindia, entre otros,
la dimensión y juventud de los primeros resultó
no obstante determinante. "Euzko Gogoa" dejó
de aparecer en 1960.
El euskara batua se reclamaba
con una intensidad cada vez mayor, aunque es innegable que los
agentes más severos fueron escritores euskaldunberris
como Txillardegi, Aresti, Mirande o Krutwig. Los pasos a seguir
en la unificación del euskara se acordaron en las dos
juntas generales celebradas en Baiona (1964) y Arantzazu (1968).
Consideramos que la ruptura entre la vieja y nueva cultura se
produjo en 1956, y que el año culturalmente decisivo fue
1964.
En 1964 se publicó Harri
eta Herri, de G. Aresti. Nadie influyó nunca tanto
en el campo de la poesía y literatura. Aresti consiguió
acaparar por primera vez la atención de gente ajena al
mundo vasco y elevar la literatura y el autor vasco a la categoría
de profesión de honor. Así declaraba I. Sarasola
en 1966 en torno al éxito obtenido por Harri eta Herri:
"He ido a estudiar a la Biblioteca Provincial de San Sebastián.
Pues bien, el único libro en euskara que cogen los estudiantes
universitarios es Harri eta Herri... Incluso conozco a
universitarios que lo han comprado sin saber euskara. Cuando
alguien me pregunta sobre la literatura vasca, le presto Harri
eta Herri".
Las palabaras de Sarasola son
reflejo del impacto social que produjo el libro de Aresti. En
1963 se publicaron otras dos obras, cuya alusión resulta
tan necesaria como Harri eta Herri: Quosque Tandem, de
Jorge Oteiza, y Vasconia, de Federiko Krutwig, ambas obtenedoras de gran éxito
y cuya influencia se percibió desde la cultura hasta el
brazo político. Tal como Txillardegi ha manifestado en
más de una ocasión, Vasconia, de F. Krutwig,
se convirtió en la biblia de ETA. La repercusión
del ensayo Quosque Tandem afectó de una forma más
directa al ámbito cultural, como por ejemplo a la poesía,
la canción ("Ez dok Amairu"), la pintura (Zumeta,
Ruiz Balerdi), la escultura ("Escuela de Deba"). La
cultura y la dinámica popular estaban por aquel entonces
muy ligadas, al igual que lo estaban la cultura y la política.
¡Cuántos habrán dado el salto a la política
-política que por aquel entonces equivalía a ETA-
debido a tales libros! Era una nueva juventud, una nueva conciencia.
Así veía R. Arregi la nueva intrepidez de los 60:
"De aquel año en adelante, o quizás incluso
desde antes, la mentalidad y sentimiento vascos empezaron a renovarse;
se sentía un nuevo soplo, y desde entonces, ni la cultura,
ni la política, ni las ideologías vascas se pueden concebir sin
tener en cuenta el despertar de esa nueva generación.
Es el acontecimiento más intenso de los últimos
diez años, la expresión más espectacular
de nuestra historia más cercana". Por aquellos años
no había nadie que no hubiera percibido el susurro de
ETA por la grieta de la cultura vasca. La presencia e influencia
de ETA ha sido inmensa en todo el ámbito vasco, y no sólo
en los años 60, sino incluso con posterioridad, como lo
atestiguan las obras de los novelistas de los 90. Durante aquellos
años 60, sin embargo, la juventud fue desmarcándose
de los nacionalismos tradicionales y depositó su esperanza
para el cambio en la dinámica de ETA, dado que sentía
un ferviente ansia de comprometerse con la sociedad que la clásica
referencia del PNV no podía saciar. Son tiempos del compromiso
o compromisos, los años 1960-1975. Al hacer alusión
a la política y a la influencia de ETA, es necesario traer
a la memoria ciertas fechas clave. ETA se
creó en 1959, y los primeros asesinatos de la lucha armada
tuvieron lugar en 1968. Aun cuando el compromiso con respecto
al movimiento de las ikastolas dio sus primeros pasos en los
años 50, de la mano de Elbira Zipitria, su afianzamiento
y expansión se produjo en los 60 gracias a la campaña
de Euskaldunización-Alfabetización de Rikardo Arregi.
La revivificación del teatro popular vasco y la nueva
canción del grupo "Ez dok Amairu" pertenecen
igualmente a esta época.
Otro tanto se ha de decir respecto
al masivo proceso de secularización, puesto que en 1966
el Seminario de Derio cerraba sus puertas, entre 1967-70 los
agustinos de Oñati se fueron segregando, y la trayectoria
de los franciscanos de Arantzazu se veía ya entorpecida.
No se puede decir que fuera demasiado moderno, cuando muchos
de los ilustres activistas culturales eran sacerdotes
y religiosos. Las embestidas de la secularización y las
experiencias seminaristas se verán reflejadas en muchas
novelas, desde Elsa Sheelen de Txillardegi, hasta Goiko
Kale, de A. Lertxundi, Abuztuaren 15eko bazkalondoa,
de J.A. Arrieta, y las obras de los últimos novelistas
de los 90. El proceso en cuestión alcanzó también
el mundo de la cultura vasca como si de una bomba se tratara,
guardando sotanas y Biblias y maravillándose ante las
biblias marxistas. Si el medio de resolución de los desacuerdos
antes era la fe, ahora sería el marxismo. Para muchos
supuso el salto de una religión tradicional y ortodoxa
a una religión secularizada. J. San Martin resumía
del siguiente modo las causas de dicha secularización:
"La tendencia izquierdista
de los jóvenes actuales tiene otro motivo más.
La mayor parte de estos envueltos en el movimiento de la cultura
y literatura vasca son hijos de derechistas, incluso de ex-seminaristas.
La ofuscada tendencia emergida de la fusión durante años
de la jerarquía eclesiástica y el poder estatal
ha dado lugar a la impaciencia, consecuencia, por otra parte,
de la crisis religiosa originada por el II Concilio (a partir
de 1962). Con motivo de los cambios internos de la religión
emergieron dos tendencias que respondían a dos mentalidades:
la preconciliana y la posconciliana. La censura, por otra parte,
adoptó una postura más tolerante, gracias a lo
cual miles de tabúes cayeron y mucha gente empezó
a oír y leer cosas hasta entonces vetadas. Conceptos que
se tenían por ciertos empezaban a ser cuestionados, y
se diferenciaban dudas de lo que eran histéricas preocupaciones.
De ahí que muchos huyeran a la izquierda. Y, claro está,
eso ayudó a crear y fomentar una mentalidad más
abierta que hemos llamado siglo 64" (Anaitasuna, 1971-XVIII-30,
16)
No
hemos de olvidar que es igualmente en la década de los
60 cuando se producen el boom económico y la apertura
de España tanto a Europa como al resto del mundo, en un
momento en el que se empiezan a dar los primeros pasos hacia
una pequeña apertura. Es en esta época cuando se
leen autores como Marx, Freud, Marcuse y Russell y las nuevas
generaciones desbancan las ideas de Onaindia, Erkiaga, etc, tanto
en la literatura como en la actitud ante la vida.
Nuestra modernidad en nada era
comparable a la procedente de Europa, ni nuestra tradición
religiosa se podía equiparar con el florecimiento que
conociera durante el siglo XX en otras zonas europeas. T.S. Eliot,
Chesterton, Claudel, Peguy, Papini, Maritain o Graham Greene,
eran casi todos conversos. Una vez que la modernidad hubo calado
hasta el fondo, se burlaron del vacío metafísico
de la experiencia y tomaron el camino de una ortodoxia más
tradicional. Es esa facultad de elegir libre de toda herencia
dogmática la que trae consigo a la Modernidad, aun posicionándose
en pos de la tradición; y es que dicha elección
parte de una opción personal y libre, adoptada sin las
ataduras de tradiciones ni de mandamientos dogmáticos.
Por ejemplo, a pesar de que Orixe y T. S. Eliot consideraban
que Virgilio era la esencia de la tradición cultural occidental,
ni de lejos entendería el primero el clasicismo del segundo,
por una razón muy simple: el clasicismo de Eliot y de
Joyce está reconstruído sobre el vacío espiritual
propio de la Modernidad; el de Orixe, por el contrario, del cristianismo
clásico vigente desde S. Agustín. Entre uno y otro
estaban la Ilustración, el romanticismo subsanador de
los excesos del razonamiento de este último, y todo el
siglo XIX. Mientras que aquéllos hicieron el camino de
ida y vuelta, nosotros sólo hicimos el de ida. Tratar
de comparar nuestra situación con la suya sería
despreciar el sentimiento de la verdadera Modernidad, puesto
que el fundamento de la Modernidad literaria es la crítica
del Dios cristiano y del razonamiento cartesiano llamado a sustituirle.
Consecuencia de ambas es la profundamente contradictoria y conflictiva
situación que atraviesa el artista moderno.
He establecido la fecha de entrada
en la cultura de la posguerra en 1975 por tratarse del año
en que murió Franco, porque G. Aresti falleció
ese mismo año, porque para entonces Mirande había
fallecido (en 1972), y porque
Krutwig hubo ya dado lo mejor de sí. Hay otro motivo más:
en 1977 se publicó el grueso libro Euskal idazleak,
gaur, donde se da cuenta de la producción literaria
hasta 1975. Siempre hemos tenido la impresión de que en
esta obra la literatura vasca se sitúa en un nivel demasiado
modesto, y en vista de la clasificación que ofrece, se
llega a la conclusión de que hay una serie de motivos
ajenos a la literatura que incitan al escritor vasco a escribir
y al lector a leer. La palabra "compromiso" ha dejado
de estar de moda, pero en otros tiempos tuvo otro tipo de predicación.
Tal como más arriba hemos señalado, los años
1960-1975 fueron en gran parte los del compromiso, con unas pocas
excepciones que quedan fuera de ese amplio movimiento. Si la
literatura vasca se hallaba sumergida en él, no se vio
reflejado en el libro de Torrealdai; se limitó a adoptar
la perspectiva de la evidencia. La "militancia" de
la cultura se vivió desde tan dentro que como consecuencia
de dicho sentimiento entre los autores vascos favoritos figuraban
novelistas, ensayistas y antropólogos, sin ningún
tipo de distintivo. El libro de 1975 tenía, sin embargo,
una asignatura pendiente: la autonomía literaria que en
adelante todos los movimientos y grupos vanguardistas tratarán
de alcanzar; desde la serie "Ustela", hasta "Pott"
y "Susa". En el número de febrero de 1975 del
"Anaitasuna" aparecía "Panpina ustela"
o "clamor a favor de la literatura", donde se presentaba
la irónica frase que R. Saizarbitoria
pondría veinte años más tarde reiteradas
veces en boca del personaje principal de Hamaika pauso:
"aun así, no perdamos la compostura". Tal reivindicación
a favor de la literatura la suscribían K. Izagirre y B.
Atxaga. El libro Euskal idazleak, gaur no encerraba un
grito de tales características; se pudo escuchar de la
mano de algunos imprescindibles títulos de la literatura
vasca de 1976 en adelante: Ene Jesus, Zergatik bai, Ziutateaz...
Entre 1975-1983 tuvimos "nuestras" propias vanguardias
literarias: "Ustela", "Pott", "Oh Euzkadi"
y "Susa". En 1982 se fundó en el País
Vasco continental "Maiatz", un eficiente cimiento para
sus escritores.
Dicha literatura tomaba otros
senderos, y la autonomía literaria brindaba una pluralidad
de estilos y géneros. Aquel año la literatura vasca
alcanzó un nivel hasta entonces inimaginable. Iñaki
Aldekoa, profesor de la Universidad del País Vasco
Fotografías: De los libros "Arte y artistas vascos
en los años 60" y "Euskal kultura gaur",
este último de Juan Mari Torrealdai |