La idea de la muerte y, por tanto el recuerdo
de los difuntos, siempre ha estado muy presente en el comportamiento
humano. Menhires, crómlechs, dólmenes, pirámides,
mausoleos o templos funerarios son símbolos de esta constante,
como lo son otras muestras artísticas de menores dimensiones
pero igualmente ancestrales: las estelas discoidales.
Dos tendencias bien diferenciadas
han dividido desde hace décadas a los investigadores sobre
el origen de las estelas: aquellos que consideran que estas piezas
eran en su
origen manifestaciones del culto astral, y los investigadores
que defienden la antropomorfía de las estelas, y en consecuencia
que otras creencias motivaron su implantación.
Nuestro propósito es analizar,
de la forma más objetiva posible, ambas teorías.
1.- CULTO SOLAR
2.- LA ESTELA COMO REPRESENTACION ASTRAL
3.- LA ESTELA COMO REPRESENTACION ANTROPOFORMA
4.- ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA TEORIA ASTRAL
5.- ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA TEORIA ANTROPOMÓRFICA
6.- LOS DATOS ARQUEOLÓGICOS
7.- DATOS HISTÓRICOS
8.- LA ESTELA: PIEDRA ANTROPOMORFA CON SIGNIFICADO
ASTRAL
9.- CONCLUSIONES
1.-
CULTO SOLAR
La estela discoidal es una pieza
glíptica que se encuentra prácticamente siempre
sobre el lugar de un enterramiento, o donde ocurrió un
óbito. Su forma más generalizada es circular, con
un ancho vástago o pie en la parte inferior, que sirve
para clavar en tierra. Su semejanza con un disco solar o lunar
es evidente, lo que, unido a la adoración que el astro
rey ha recibido en diversas culturas, parece confirmar la primera
de las teorías. Nos detendremos someramente a analizar
los cultos solares
antes de continuar la exposición.
Para la religión hitita
(II milenio a.C.), el dios Sol albergaba entre sus funciones
la defensa del derecho y la justicia (1), a semejanza
del mazdeísmo, religión irania (I milenio a.C.),
para la que el sol era forma visible del Señor, al que
estaban unidas la verdad y la justicia.
El cristianismo retoma la luz
como elemento básico ("yo soy la luz del mundo")
con la metáfora espiritual que ello implica. Pero antes
las culturas pre-cristianas, desde Egipto hasta Roma, incorporaron
ya sus creencias religiosas y su poder político a la simbología
solar. Así, el emperador romano Caracalla (211-217 d.C.)
fomentó el culto al "sol invictus". Por aquellas
fechas se celebraba el 25 de diciembre el "día natalicio
de todas las divinidades solares orientales".
El mismo Dios cristiano se manifiesta
con forma de sol: a Moisés, a los apóstoles en
la Transfiguración, a San Pablo, a Constantino ante las
puertas de Roma, etc.
Infinidad de pueblos de Asia,
Africa y América han adorado o adoran todavía al
sol: desde los que creen que es el ojo del Ser Supremo, hasta
los que lo consideran como máxima deidad "per se";
en particular, el sintoísmo glorifica a la "gran
diosa luminosa celestial" o "diosa del sol", artífice
de la fundación de la nación japonesa: "Nihon"
significa Japón pero también sol.
Todavía en nuestros días,
los indios quechuas del Alto Cuzco peregrinan el día del Corpus Christi a la cima
del monte Jatunajad para esperar la salida del sol y, cuando
se produce, cantan a Jesucristo o "Señor de Colloriti".
En la Sierra Madre mexicana los huicoches rezan al "Abuelo
Sol" para que proteja sus plantaciones de maíz (2).
Son éstos, ejemplos actuales
del sincretismo entre la ancestral veneración al sol y
las posteriores creencias cristianas. Yo mismo fui testigo en
la localidad mexicana de San Juan de Chamula de un rito significativo:
los ancianos del lugar, después de rezar en el interior
del templo ante las imágenes sacras, salen al exterior
y, en solemne recogimiento con el rostro hacia el sol, le dirigen
sus oraciones.
Una primera observación
del arte religioso de todos los tiempos, nos descubre la profusa
utilización del símbolo solar: unas veces es la
aureola que rodea la cabeza de las santas efigies, otras los
recargados contornos de las custodias, o los famosos crismones
de tumbas y dinteles que no son otra cosa que el nombre de Cristo
en el interior de una circunferencia solar. (INDICE)
2.-
LA ESTELA COMO REPRESENTACION ASTRAL
En lengua vasca el sol se denomina
"eguzki", un término etimológicamente
unido al de padre (nutricio o padrino) y a otros parentescos.
Paralelamente, el sustantivo luz -"argi"- sirve de
raíz para otros relacionados con conceptos positivos,
vitales y altas cualidades humanas.
La arqueología ha demostrado,
asimismo, que la mayoría de los enterramientos dolménicos
presentan su entrada orientada al Este, en la misma dirección
que el difunto, inhumado con la vista puesta hacia el nacimiento
del sol (costumbre ésta que se ha mantenido en Euskalerría
hasta tiempos no tan lejanos).
El culto solar se complementa
con el culto lunar; para la mentalidad popular, la luna actúa
como reguladora del nacimiento, desarrollo y muerte. En efecto,
el satélite terrestre fue el primer reloj del hombre,
pero además se le confiere un contenido mágico
y religioso en función de sus enigmáticos ciclos
-las fases-, interpretados como un continuo nacimiento, muerte
y regeneración. Esto explica que en euskera el radical
"il" esté unido a términos como luna
("illargi"), pero también a morir ("il"),
a túmulo, lápida, tiempo e incluso estela, ya que
en algunos lugares la llaman "ilharri". Parece obvio,
pues, que la mitología lunar forma parte de las más primitivas necrolatrías.
A juicio del insigne antropólogo
José Miguel de Barandiarán, estos y otros elementos
de la vida tradicional vasca datan de la época de la expansión
indo-europea, es decir de finales del Neolítico (3):
"Parece que ya en el Neolítico
el numen solar entraba como elemento en la mitología de
los vascos. Figuraba desde luego en los grabados de aquella época,
como más tarde en los de la edad de hierro y modernamente
(siglos IX-XVII) en las estelas discoidales de los cementerios".
Entre los muchos autores que
han interpretado las estelas como representaciones astrales,
merece citarse al P.Fidel Fita, para quien "representan
ideas simbólicas del culto religioso que los celtas o
celtíberos españoles tributaban a las almas de los finados",
y a Henri O'Shea, autor de "La Tombe Basque", en cuyas
páginas asegura que "el disco de la estela simboliza
el sol, y la estela misma fue introducida por los hititos en
Etruria y en España, siendo esparcida y continuada por
los fenicios" (4).
Fuera de duda está, en
cualquier caso, que la forma circular aparece de forma constante
en piezas y monumentos desde la noche de los tiempos. Los crómlech
y muchos dólmenes; la iconografía religiosa, de
la que antes hablamos; la perfecta redondez de los templos medievales,
como el templario de Nuestra Señora de Eunate en Navarra
y los preciosos baptisterios italianos (Florencia, Pisa, etc.);
las cúpulas de las iglesias, las ventanas visigóticas
-similares a estelas discoidales vaciadas en el muro-o, por último,
los presbiterios de forma semicircular de la mayor parte de nuestras
ermitas.
Sin embargo, ninguna de estas
razones evidencian científica e indubitablemente que las
estelas discoidales se realizaran en su origen con el culto astral
como única motivación. No podemos afirmarlo, pero
hay bases más que suficientes para al menos mantener esta
idea como una hipótesis. (INDICE)
3.- LA
ESTELA COMO REPRESENTACION ANTROPOFORMA
Para Eugeniusz Frankowski, uno
de los más profundos estudiosos del fenómeno de
las estelas, los menhires no son otra cosa que representaciones
antropomórficas (4):
"Como consecuencia de la
fe en que el alma del muerto puede volver a su tumba para buscar
su encarnación, ha surgido la idea de proporcionar a este
alma errante su imagen; o sea, representación exacta para
su encarnación duradera".
Es por ello que ya las sociedades
egipcia, griega y romana enterraban a los muertos con su más
fiel representación en el exterior, de forma que la memoria
se perpetuaba.
Frankowski defendió en
sus escritos de principios de siglo el orígen unívoco
de la estela discoidal: la representación de la forma
humana. Para apoyar tal hipótesis citaba las "kamienne
baby" o mujeres viejas de piedra, toscas tallas esparcidas
desde Mongolia hasta el Danubio, en los antiguos territorios
de Prusia y en Polonia. También claramente antropomorfas
son las estatuas etruscas de Certosa (hacia el VI a.C.), los
guerreros lusitanos (I d.C.), las estelas sirias (V d.C.), las
italianas, griegas, turcas, etc. Esto lleva al investigador a
sostener que desde el menhir hasta el disco de piedra, tan sólo
media una evolución lineal de las representaciones antropomórficas.
Otro tratadista clásico,
Louis Colás, autor de una amplia recopilación de
estelas de la zona
norpirenaica (5), también sostenía que
la estela discoidal imitaba la forma humana.
J.M.Miró i Rosinach aporta
(6) algunas estelas en cuyo disco se aprecia
todavía con nitidez la faz humana. No dudamos que estas
piezas hubieran hecho muy dichoso al tenaz Frankowski.
El mencionado Barandiarán
en sus conclusiones coincide con los anteriores tratadistas al
afirmar (7):
"En efecto, los menhires
y las estelas de figura antropomorfa, las creencias animistas
que aureolan estos monumentos y los nombres mismos con que son
designados en algunas localidades del País Vasco, nos
inducen a considerar las estelas como representaciones y estatuas
de antepasados". (INDICE)
4.-
ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA TEORIA ASTRAL
Nos pondremos ahora en el papel
de "abogados del diablo" para rebatir primero la teoría
astral y luego la antropomórfica sobre el origen de las
estelas discoidales. No trataremos de descalificar ninguna de
las dos posturas, sino demostrar que los datos hasta hoy conocidos
no explican por sí mismos que en el origen de las estelas
discoidales esté sólo y exclusivamente el culto
astral, ni tampoco que sean tan solo simples representaciones
antropomorfas.
En primer lugar nos llama la
atención que, de ser cierto que el astro rey fuera primitiva
inspiración de los constructores de estelas, las más
antiguas en lugar de mostrar claramente esta simbología
presentan mayoritariamente representaciones épicas y,
ya las posteriores, signos cristianos. Siguiendo este razonamiento,
¿cómo se explica que muchas de las piezas que hemos
hallado pertenecientes a la Edad Media tengan hombros y otras
características antropomorfas?.
En el plano histórico,
además, se ha demostrado que el culto solar apareció
en zonas determinadas del globo terráqueo (con verdadera
preponderancia en Egipto y Asia), pero en ningún caso,
como hasta fecha reciente se ha creído, hubo un tiempo
en que toda la humanidad lo adoró en tanto que suma divinidad.
(INDICE)
5.-
ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA TEORIA ANTROPOMÓRFICA
Por supuesto que las anteriores
razones no implican que la teoría antropomórfica
defendida por Frankowski y otros sea la verdadera.
Así, nos preguntamos por
qué apenas se conocen estelas donde se vean claramente
representados los ojos, la nariz y la boca, manteniéndose
sin embargo la forma circular estricta cuando todos sabemos que
la cabeza humana no lo es.
Líneas atrás citamos
las estelas censadas por el autor catalán Miró
i Rosinach en tanto que diáfanos exponentes de piezas
antropomorfas. Pero, dada su atipicidad, no nos sorprendería
que se tratara de copias populares de los tradicionales bustos
romanos que se ponían sobre las tumbas, lo que se explicaría
por sí mismo en una zona tan romanizada como la del mediterráneo
español.
En consecuencia, poseemos contadísimos
ejemplos de estelas que sean clarísimamente antropomorfas.
¿Cómo sostener entonces dicha teoría si
la estadística parece rechazarla?.
Hagamos un somero repaso a los
datos arqueológicos de que disponemos para conocer un
poco más la historia de este peculiar monumento funerario.
Ellos nos ayudarán, tal vez, a desvelar las claves de
tan encontradas posturas. (INDICE)
6.-
LOS DATOS ARQUEOLÓGICOS
Las invasiones de los grupos
indoeuropeos que poblaron la península del II al I milenio
a.C. trajeron
consigo una serie de modos de vida, ritos y creencias que, recogidas
del Bronce Final, llegarían a la época del hierro.
De este nuevo bagaje cultural encontramos colgantes, adornos
antropomorfos y discos solares en un área tan amplia como
la que comprende desde el norte de Italia, hasta el de nuestra
península (8).
El varias veces citado Eugeniusz
Frankowski censó
estelas discoidales pre-etruscas del siglo VI a.C. y otras etruscas,
halladas todas ellas en Italia.
D.José Camón Aznar
en una de sus obras (9) aborda las estelas gigantes del valle
de Buelna (Santander), por su tamaño únicas en
el mundo celtíbero, datándolas del siglo II a.C..
Según este autor, ilustran el culto al sol, a la serpiente
y a los héroes, lo que le inducía a pensar que
"se colocaron sobre la sepultura de algún jefe de
tribu, pues la heliolatría y la ofilatría están
relacionadas con el culto a los muertos".
Importantes son igualmente las
estelas celtas de los museos arqueológicos de Burgos y
nacional de Madrid, así como del prehistórico de
Santander. La figura más general en éstas es un
guerrero sobre caballo galopante, tema que se repite en la numismática
ibérica. En las de San Andrés de Alava -pertenecientes
a la Edad del Hierro, es decir antes del siglo I a.C.- el caballero
se rodea de un círculo rematado de pequeños triángulos
a guisa de rayos solares, en tanto que otra estela también
alavesa, del poblado de Iruña, presenta un carro que transporta
el disco solar. Mayor significación no se puede pedir.
Tras las estelas discoidales
celtas o ibéricas aparecen unas pocas de clara impronta
romana (entre los siglos I y V de nuestra Era). Interesantísimas
son también las cruces laureadas de la época visigótica,
hasta la Edad Media utilizadas en zonas como Cáceres (Alconetas)
o Guadalajara (Recópolis), de las que poseemos abundantes
muestras datadas entre los siglos V al VII, y muy semejantes
a las que se encuentran en los monasterios celtas de Irlanda,
como el de Clonmacnois por ejemplo, del siglo X.
A partir del siglo IX se produce,
a nuestro entender, un renacimiento de la estela discoidal, que
alcanzaría su punto álgido alrededor del XII.
Hasta el siglo XIV en los carnarios
de los templos sólo podía enterrarse a autoridades
civiles o religiosas. A principios de ese siglo en Guipúzcoa
se había extendido ya esta costumbre a otros vecinos,
pero en Soria o en Navarra por ejemplo parece que hasta el XV
o XVI sólo se dieron sepultura en el interior de las iglesias
a las personas de alto linaje y responsabilidad.
Hecha esta exposición,
podemos ahora clasificar la historia de la estela discoidal en
cuatro períodos:
1ª.- Entre los siglos II
a.C. y V d.C. aparecen las primeras estelas discoidales, tal
vez con los celtas como creadores originales. Con la implantación
de la cultura romana va decayendo su uso hasta el siglo V d.C.
aproximadamente.
2ª.- Continúan usándose las estelas de "cruz
laureada", muy especialmente en el territorio visigodo entre
los siglos V al VII, con prolongación hasta la baja Edad
Media.
3ª.- Reaparecen, al principio con no demasiada fuerza, a
partir de los siglos IX al XII las estelas discoidales redondas
sin perforaciones en el centro (semejantes a las antiguas celtas),
con claro simbolismo cristiano pero sin abandonar del todo las
pautas anteriores: signos astrales, antropomorfía, etc...
Su generalización se detiene entre los siglos XIV al XVI,
cuando se autorizan los enterramientos civiles dentro de los
templos. Sin embargo, se mantiene en algunas zonas su uso para
indicar el lugar de una muerte, tradición que al menos
en el caso de Navarra se ha mantenido hasta bien entrado el siglo
XIX.
4ª.- Con todas las matizaciones que puedan hacerse, consideramos
que un nuevo resurgimiento de la estela se ha producido a partir
de la última década de los setenta, al menos en
nuestra zona. Panteones familiares, plazas públicas y
otros lugares señalados acojen modernas tallas.
Pero nos queda una laguna en
este recorrido histórico: ¿por qué ese resurgir
de las estelas entre los siglos IX y XII?. Intentemos analizarlo
con un poco de detenimiento sobre la base documental. (INDICE)
7.-
DATOS HISTÓRICOS
El año 589 Recaredo reunió
a todos los obispos de su reino en el Concilio III de Toledo,
al que por vez primera acudía un obispo de Pamplona, dando
la siguiente orden:
"Que los obispos en unión
de los jueces destruyan los ídolos, y que los señores
prohiban a sus siervos la idolatría".
Casi un siglo después,
en el Concilio XII de Toledo celebrado el año 681, se
reitera aún con mayor energía:
"Avisamos a los adoradores
de ídolos, a los que veneran las piedras, a los que encienden
antorchas,
y adoran las fuentes y los árboles que reconozcan cómo
se condenan a muerte aquellos que hacen sacrificios al diablo".
Para el investigador J.Goñi
Gaztambide (10), no es simple coincidencia que se dictaran estos
mandatos en presencia de los primeros obispos navarros, sino
que por el contrario estaban fundamentalmente enfocados a los
habitantes de ese territorio, los vascones. Diversos autores
como Agustín Azkarate (11) han
demostrado con sus trabajos que el cristianismo, como hecho social
y cultural, se asentó en el territorio vasco casi al mismo
tiempo que en la mayoría de los pueblos europeos, es decir
antes del siglo VIII. En ese siglo y el siguiente, las importantes
corrientes inmigratorias desde la meseta contribuyeron de forma
definitiva a la aceptación de la nueva fe, aun persistiendo
cultos ancestrales.
La gran transformación
medieval que se produce después del siglo IX significa
un paso adelante en el pensamiento, el arte y la técnica,
pero también en ese periodo se funda la mayoría
de los monasterios y conventos, muchos de los cuales aún
hoy perviven; sólo en Navarra se edificaron 49 nuevos
monasterios en el curso del siglo XI. Es en esta provincia y
en el mismo siglo cuando empezaron a rotularse los cultivos y
a plantarse enormes extensiones de viñedos. La producción
agrícola se multiplicó para responder al fuerte
incremento de la población.
Ya en el siglo XII se crea el
priorato de Navarra, de la Orden de San Juan de Jerusalén,
y poco después las órdenes mendicantes, como los
dominicos, los franciscanos, etc.
Durante todo el siglo XII reconviertiéronse
los viejos edificios de madera en obras de piedra, lo que atrajo
a grupos de canteros ambulantes, que, al igual que los herradores,
arrieros, carpinteros, doradores, etc., iban de villa en villa
trabajando temporalmente.
Los cistercienses se expanden
por toda Europa entre los siglos XII y XIII; conducidos a Navarra
por Teobaldo de Champaña, su llegada marca el inicio del
gótico.
Pero volvamos, antes de terminar,
a la pregunta central de este trabajo: ¿fueron las estelas
discoidales realizadas en un principio con carácter astral
o antropomorfo? (INDICE)
8.-
LA ESTELA: PIEDRA ANTROPOMORFA CON SIGNIFICADO ASTRAL
Hasta aquí hemos planteado
los argumentos en pro y en contra de la teoría que defiende
que en el culto astral está el origen de las estelas discoidales.
Lo mismo hicimos con la hipótesis del antropomorfismo.
A primera vista, ninguna de las dos ha superado la prueba. Y
nos preguntamos nosotros: ¿acaso pudiera tener sentido
una interpretación conjunta del fenómeno, es decir
que la estela no fuera otra cosa que una piedra antropomorfa con significación
astral?. Recuérdense, a propósito, las estelas
celtas que presentaban al héroe ecuestre en el interior
del disco solar.
El profesor Francisco Marco Simón (12) explica la combinación de cultos astrales
y necrolatría como una pervivencia de la época
hallstática, en que se daban con frecuencia este tipo
de motivos; Francisco Javier Zubiaur Carreño (13), otro autor muy a tener en cuenta, sostiene que
los signos solares que decoran las estelas discoidales están
relacionados con el culto solar de los antiguos poblados neolíticos,
mientras que Mircea Eliade (1) cree que la erección de monumentos
megalíticos fue la primera expresión del culto
mixto funerario-astral.
Nuestra teoría, según
esto, es muy clara: la circunferencia es la forma por excelencia
de los primitivos cultos panteístas (crómlechs,
dólmenes, estelas...), en tanto que a posteriori se superponen
otros credos antropomórficos cuyas manifestaciones artísticas
son evidentemente distintas (menhires, estelas...). Un somero
repaso a la numismática íbera o romana refuerza
nuestro punto de vista, puesto que signos solares y efigies humanas
coinciden en el troquel de las monedas.
Pese a las limitaciones de espacio,
no quisiera pasar por alto un aspecto de capital importancia.
Me refiero a la piedra, el material con que se tallaron
estos monumentos funerarios. Muchos creen, desde una perspectiva
"moderna", que el hombre tomaba el elemento que más
a mano tenía, sin otras consideraciones espirituales.
Esto, como demostró Eliade, no fue así, sino al
contrario: la dureza, la rudeza y la permanencia de la materia
le hacían desempeñar más que una función
religiosa, una función mágica: "La piedra
protegía contra los animales, contra los ladrones, pero
sobre todo contra la muerte, porque la piedra era incorruptible
y el alma del muerto había de subsistir, como ella, indefinidamente,
sin disgregarse". La piedra se convierte así,
en palabras de Eliade, "en un instrumento protector de la
vida contra la muerte. El alma habita la piedra, como
en otras culturas habita la tumba, que, por las mismas razones,
se consideraba la casa del muerto.
Y, continúa Eliade: "El
megalito funerario protege a los vivos de las posibles acciones
nocivas del muerto en tanto que la muerte representa un estado
de disponibilidad que permite ejercer influencias buenas o malas".
La colocación de estelas u otras obras en lugares donde
se produce una muerte violenta, se revela así como pervivencia
de un ancestral culto por el que las almas agitadas de los difuntos
buscan en la tierra una imagen de piedra donde refugiarse durante
el tiempo en que, de no haber ocurrido el inesperado hecho, tendrían
que haber seguido vivos. (INDICE)
9.-
CONCLUSIONES
A fin de combatir la idolatría
e integrar a los pueblos de la península en la comunidad
cristiana, desde los albores de nuestra Era el clero fue adaptando
las creencias de los indígenas a sus propios cultos. Unas
veces será erigiendo templos y ermitas en lugares de antigua
adoración pagana, otras ritualizando sus mismas prácticas
(la adoración del fuego en la representación del
Espíritu Santo, el agua en el bautismo, el sol como iconografía
del Dios Padre) o asumiendo sus festividades (reconvirtiendo,
como vimos, la fiesta de las divinidades solares orientales en
la Navidad). Con la misma filosofía, resolvieron llevar
las piedras paganas a las iglesias ritualizándolas y reutilizándolas
con nuevos atributos, corolario de las enérgicas proclamas
de los concilios de Toledo contra los "adoradores de piedras".
Pero si desde entonces el uso
de la estela pudo verse alentado desde la curia -de aquí
quizás la enorme proliferación de estelas en los
siglos IX al XII, época de gran fervor cristianizador-,
fueron los artistas canteros quienes las crearon. Cuadrillas
de canteros ambulantes artífices de las hermosas tallas
de cruces, flores, estrellas, etc., pero no exclusivamente, pues
también los artesanos locales, en ausencia de aquéllos
o simplemente por ahorrar costes, fabricaban sus propias piezas
o las de sus vecinos. De modo que el que una pieza presente rasgos
toscos no necesariamente significa que sea de gran antigüedad.
Por el contrario, sólo estudiando el entorno y sus características
originales podremos llegar a alguna conclusión, que siempre
será provisional.
Resumiendo, en el tema de las estelas discoidales:
No tenemos una unidad geográfica
(se dan en distintas zonas)
No tenemos una unidad temporal (se dan en distintas épocas)
No tenemos una unidad etnográfica (se dan en distintos
pueblos)
No tenemos una unidad física (son distintas en formas
y dibujos)
No tenemos una unidad ritual (unas son para señalar sepulturas,
otras para recordar el lugar de un óbito)
Puestas así las cosas,
si hay una definición cierta y común de las estelas
discoidales es que son piedras de forma circular unidas
al rito mortuorio.
Volvemos a estar en el punto
de partida. El mismo estudio de la estela discoidal parece condenarnos
a una eterna circularidad.
La circularidad del tiempo, del espacio, de la vida... (INDICE)
Notas
(1) ELIADE, Mircea. TRATADO DE HISTORIA
DE LAS RELIGIONES. Ediciones Cristiandad. MADRID - 1981. (VOLVER)
(2) PANCORBO, Luis.
LOS HIJOS DEL FUEGO. Guadalmanuel, S.A. MADRID - 1986. (VOLVER)
(3) BARANDIARAN,
José Miguel de. OBRAS COMPLETAS. Tomo I. Editorial La
Gran Enciclopedia Vasca. BILBAO - 1972. (VOLVER)
(4) FRANKOWSKI,
Eugeniusz. ESTELAS DISCOIDALES DE LA PENINSULA IBERICA. Museo
Nacional de Ciencias Naturales. MADRID - 1920. (VOLVER)
(5) COLAS, Louis.
GRAFIA, ORNAMENTACION Y SIMBOLOGIA VASCAS. Editorial La Gran
Enciclopedia Vasca. BILBAO - 1972. (VOLVER)
(6) MIRO I ROSINACH,
J.M. ESTELES FUNERARIES DISCOIDALS DE LA SEGARRA. Grup de Recerques
de les Terres de Ponent. Fundació d'Historia i art Roger
de Berlfort. BARCELONA - 1986. (VOLVER)
(7) BARANDIARAN,
José Miguel de. OBRAS COMPLETAS. Tomo XVIII. Editorial
La Gran Enciclopedia Vasca. BILBAO - 1981. (VOLVER)
(8) CAPRILE, Patricia.
ESTUDIO DE LOS OBJETOS DE ADORNO DEL BRONCE FINAL Y EDAD DE HIERRO
EN LA PROVINCIA DE ALAVA. Cuadernos de Arqueología de
Alava. Nº 14. VITORIA/GASTEIZ - 1986. (VOLVER)
(9) CAMON AZNAR,
José. LAS ARTES Y LOS PUEBLOS DE LA ESPAÑA PRIMITIVA.
Espasa-Calpe, S.A. MADRID - 1954. (VOLVER)
(10) GONI GAZTAMBIDE,
José. HISTORIA DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA. Ediciones Universidad
de Navarra, S.A. PAMPLONA - 1979. (VOLVER)
(11) AZKARATE
GARAI-OLAUN, Agustín. ARQUEOLOGIA CRISTIANA DE LA ANTIGUEDAD
TARDIA EN ALAVA, GUIPUZCOA Y VIZCAYA. VITORIA/GASTEIZ-1988. (VOLVER)
(12) MARCO SIMON,
Francisco. LAS ESTELAS DECORADAS DE LOS CONVENTOS CAESARAUGUSTANO
Y CLUNIENSE. Institución "Fernando El Católico"
(C.S.I.C.). Excma. Diputación Provincial de Zaragoza-1978.
(VOLVER)
(13) ZUBIAUR CARREÑO,
Francisco Javier. LA INVESTIGACION DE LA ESTELA DISCOIDEA EN
NAVARRA. HISTORIOGRAFIA Y BIBLIOGRAFIA (1774-1979). (VOLVER) |
Antxon Aguirre
Sorondo, miembro de la sección de Antropología
de Eusko Ikaskuntza |