Harto de leer mentiras, falsedades y estupideces
sobre la manera de pensar y sentir de Unamuno en los últimos
meses de su vida - pues hasta hay cretino que llega, con un cinismo
inaudito, a presentarlo como franquista- escribo estas líneas
que reflejan el recuerdo, siempre vivo en mí, de la tarde
que pasé con Don Miguel, en su casa de Salamanca, el día
15 de diciembre de 1936, quince días antes de su muerte;
(acaecido esta en la misma habitación, sentado a la misma
camilla, donde pasamos los dos la tarde).
Yo llevaba ya un mes en Salamanca
pero no me decidía a visitarle pues siempre veía
guardianes - mozalbetes armados-.en el portal de su casa. Había
quien opinaba que estaban de vigilancia para impedir que se escapara;
otros se mostraban convencídos de que eran fieles amigos
dispuestos a protegerle en el caso de que alguna cuadrilla de
asesinos, que tanto abundaban en la época, intentara atacarle.
Estaba muy viva todavía la terrible escena con aquel general
energúmeno en la Universidad! Aquel general que paseabapor la ciudad besando a la que se le antojaba -moza o casada-
-sola o acompañada - antes de que la infeliz pudiera escaparse
horrorizada ante aquella piltrafa de antropophitecus erectus,
que - más que en campos de batalla- parecía haber
perdido sus trozos en un matadero municipal. Dios lo tenga en
su gloria, como pide Peman en uno de sus artículos en
el A.B.C. Este Peman que no tuvo el arranque de defender a Don
Miguel ni de acercársele siquiera cuando la acometida
del loco en la famosa "fista" universitaria de la hispanidad,
y que ahora quiere quitar importancia al hecho describiéndolo
como si no hubiera ocurrido apenas nada.
Y
vamos con Don Miguel. Aquella tarde de 15 de diciembre, viendo
que el portal aparecía solitario, me decidí a subir
al piso. Me abrió la puerta una de sus hijas y me invitó
a pasar; a los pocos momentos apareció su padre: Don Miguel
de Unamuno. Alto, fuerte, erguido; su caballera y barba blancas,
el rostro, de un color rosa dorado como el de la piedra plateresca
de la maravillosa ciudad; sus ojos ... no, no tenían esa
apariencia de buho que tantas veces hemos visto en caricaturas
y dibujos; antes daban la impresión del águila,
el águila real, que, en ciertos momentos de su conversación
parecía clavar sus garras sobre sus enemigos asesinos
y ladrones.
Vestía un chaquetón
grueso, azul marino. Y Don Miguel, primero de pie y luego sentado
a la famosa mesa camilla, habló. Me refirió a grandes
rasgos, en son de burla hacia el generalote -era un "vasco
decidido y valiente" este D. Miguel- su pelea universitaria
en la que estuvo a punto de ser asesinado (con permiso del Sr.
Pemán); no le daba gran importancia a lo ocurrido, y se
- mostraba satisfecho de su actuación. Luego, más
acalorado, me contó lo que yo sabía: que todos
los días sacaban dos o tres camiones llenos de gente para
asesinarlos en las afueras - el famoso "paseo" que
tantas veces se atribuye a los rojos -esto lo sabía con
certeza porque venían a contárselo algunos falangistas
disconformes asqueados de tanto crimen. Se exaltaba al referirlo.
Ahora comprendía también el odio popular, tan arraigado
en el alma del Pueblo, hacia la Guardia Civil, que estaba cometiendo
atrocidades terribles, sobre todo por Extremadura, torturando
a mujeres y niños. Habló de la bandera roja y gualda,
cuyo amarillo representaba el pus y cuyo rojo era sangre. "Pus
y sangre" era la bandera que enarbolaban los nuevos salvadores
de España. Y D. Miguel gritaba, frenético, que
ya no podía aguantar y "un dia saldré- y en
medio de la Plaza Mayor llamaré- asesinos a Franco y sus
secuaces".
Aquella misma mañana había
subido a su casa un grupo de jóvenes exigiendo algún
óbolo para gastos de camaña. "Al oirselo a
mi hija, he salido yo mismo a la puerta y lo he echado escaleras
abajo llamándoles asesínos."
Pregunté: - ¿No
teme que vengan a buscarle un día ?
- Si vienen a buscarme me sacarán muerto.
Miguel de Unamuno en la playa
de Hendaia en 1929.
Estaba de pie cuando lo dijo;
sus palabras y el tono en que las lanzó me produjeron
una sensación de ultratumba. Sentí un escalofrío.
No en vano las había pronunciado el mismo que escribiera
"Del Sentimiento Trágico de la Vida". En aquella
época se encontraba uno a menudo con cadáveres
en las cunetas de las carreteras, se oían tiros y gritos
en todo momento, uno mismo estaba a punto de ser arrastrado cualquier
día, pero nada me había dado tal impresión
de acabamiento como esa palabra "muerto" en labios
de aquel hombre que tanto habla "agonizado" por creer
en una resurección, por tener fe en una supervivencia,
fe ansiada pero no lograda pues su clara inteligencia cerraba
las puertas a su acceso. Yo le veía, alto, grande, enorme,
como un personaje bíblico, abriendo hondura a la muerte.
Y siguió. De todos estos
crímenes sólo se salvaban los vascos. "Yo
que me he pasado la vida combatiendo el nacionalismo"...- Se siente Vd. nacionalista- fue mi interrupción
apresurada y estúpida.
"Sí ... casi, casi,
puedo decir que me siento nacionalistavasco".
Estas fueron sus palabras. Siempre
estuve, y estoy, convencido de que mi interrupción , como
digo, tan estúpida, fue la que obligó al buen Don
Miguel a colocar el "casi, casi". No era amigo de que
se le interrumpiera, y menos aún de que se le encasillara.
i Quince días antes de su muerte, rodeado de horrores,
se sentía nacionalista vasco! Se enorgullecía de
la caballerosidad del combatiente vasco, del gudari, en aquella
guerra de "pus y sangre".
Al despedirme no me atreví
a pedir ningún autógrafo ante el temor de una detención
que, en aquellos momentos, significaba la muerte. Me dijo que
escribía a un inglés - no recuerdo su nombre refiriéndole
los crímenes que cometían. iPobre Don Miguel que
soñaba iban sus cartas camino a Londres! ¡dónde
estarán y quién guardará aquellas cartas!
A la dimisión de Primo
de Rivera (28-I-1930), Miguel de Unamuno recibe desde
el balcón de su casa de Salamanca al pueblo que le aclama
tras los seis años de extrañamiento en París-Hendaia.
Febrero 1930.
"i Me sacarán muerto
!" Fui mi impresión más honda. Y así
lo sacaron a los pocos dias. Muerto -y tan muerto- pues de haber
quedado un soplo de vida, se alzara airado a clavar su garra
sobre aquellos enterradores -sus enemigos- que ya comenzaban
con sus saludos,uniforme y pamemas a representar la farsa de
un Unamuno falangistoide.
iY tan muerto como estaba el
buen vasco y batallador -Tan batallador y tan vasco- D. Miguel!
Y termino deseándole lo
que su gran amigo Antonio, el buen Antonio ¿Falangista
también? - dice en su "En el entierro de un amigo".
Y tú, sin sombra
ya, duerme y reposa
Larga paz a tus huesos ...
Definitivamente
Duerme un sueño tranquilo y verdadero.
Luis Olarra, periodista
Fotografías: Enciclopedia Auñamendi |