Oteiza nació en Orio en 1908. Yo
iba a nacer en San Sebastián, Oquendo 11, dice en
el Iibro de Pelay Orozco, pero mis abuelos maternos vivían
en Orio, por esto nací en Orio.
Las primeras e inolvidables experiencias
de sus años infantiles, nacidas del contacto con su familia
y los otros niños, llegaron a influir decisivamente en
su pensamiento artístico. La construcción del vacío,
como lugar de protección, de curación de la angustia
y de la muerte, sagrado por tanto, en torno al cual acabará
conformándose su pensamiento y su obra, encuentran en
las impresiones más vivas en su memoria de aquellos años
preciosas referencias. Recuerdo, dice, en la puerta del matadero
de Orio, a unos niños sacando de un saco unos gatos recién
nacidos cogidos del rabo y estrellándolos contra la pared
entre risas y exclamaciones de regocijo. Tal vez porque se diría
que son originarias, "naturales", pocas cosas resultan
tan terribles como la inocente crueldad de los niños o
la festiva brutalidad de muchas costumbres populares. Unas y
otras engendran el sabor de un miedo que el niño descubre,
más que en el saber prematuro de la muerte, en el sufrimiento
que se infiere de forma gratuita y se padece impotente. Hasta
los seis años soy un niño que vivo introvertido,
temeroso, asustado, incomunicado. En "Quosque tandem...!"
escribe: de niño, como todos, sentimos como
una pequeña nada nuestra existencia, que se nos define
como un círculo negativo de cosas, emociones, limitaciones,
en cuyo centro, en el corazón, advertimos el miedo como
negación suprema de la muerte. Acaso el arte
encuentra en los sentimientos de inseguridad y temor sus raíces
más genuinas. Tal es el origen que el escultor atribuye
a algunas formas de belleza: La imagen terrible y hermosa
que adoptan ciertos animales se debe a que están aterrorizados.
Del miedo le salen al pavo real sus cien ojos.
La primera consecuencia de estas
experiencias en el pequeño Oteiza fue la revelación
de un mundo efímero y encarnizado del que era necesario
defenderse y el hallazgo de lo amable en el retraimiento y la
soledad. Lo que se oculta es tu verdad, saltó de
repente en una las largas conversaciones que sosteníamos.
Te has enterrado dentro de ti continuó dirigiéndoseme
aunque realmente era de él mismo de quien hablaba.
El vivo está enterrado, el muerto está fuera.
Así, hurtándose de la presencia de los otros,
el niño aquel fue adentrándose, como Alicia en
su maravilloso País, en un lugar vacío y ensimismado,
en un espacio secreto de protección, en torno al cual
había de conformarse años después la idea
motriz de su obra escultórica. De niño, recuerda
a menudo, aprovechaba los pequeños hoyos que hacían
los carros que se llevaban la arena de la playa para sepultarse
en ellos como un gusano subterráneo (a despecho de los
expertos nos dice que en euskera arro, de la raíz
ar, significa al mismo tiempo, hueco, agujero y gusano).
Y que desde allí, acurrucado en el fondo de su agujero,
veía el cielo azul y luminoso dentro del círculo
que la arena dibujaba
sobre su cabeza. Como el avestruz, añade maravilloso
y calumniado, metafísico animal que crea su pequeño
cromlech enterrando la cabeza y el miedo en la arena el
escultor del cromlech abre un sitio para su corazón en
peligro, hace un agujeroen el cielo y su pequeña cabeza
se encuentra con Dios. Este esquema que pone en comunicación
directa la oscuridad con la luz, lo más profundo con lo
más elevado, el abismo con el cenit, nos remite a la concepción
de un espacio continuo, trascendental, en el que, como en las
pinturas barrocas, el cielo y tierra encuentran su lugar recíproco
cuando se encuentran.
Pero ese círculo celeste
-celestial- que podemos ver desde la profundidad donde permanecemos
ocultos, no nos salva porque lo vemos, nos salva porque nos ve;
no es la serpiente de bronce bíblica, sino el gran ojo
equilátero que vela impasible. Imaginándose tal,
el escultor hacía pequeñas esculturas, cromlech
de bolsillo, perforando los trozos de piedra arenisca que
conseguía en una cantera situada en el alto de Zarauz.
Todo lo que miraba a través del agujero se hacía
de inmediato sagrado. El encuentro, años después,
con el cromlech neolítico confiere un nuevo sentido al
secreto universo que Oteiza niño ensoñaba en su
agujero de la playa de Orio. Como si sus más intimas intuiciones
fueran el remoto reflejo de un temor y temblor originarios, el
pequeño círculo de piedra prehistórico le
revela la sustancia vacía de la estatua y la naturaleza
religiosa de toda experiencia estética.
Pero los anhelos de profundidad
suelen desembocar en la altura. La atracción del abismo
no es muy diferente a la que suscitan las cumbres
más elevadas. "El camino hacia arriba y hacia abajo
es uno solo y el mismo" (Heráclito B 60).
La soledad total que aguarda en el fondo de uno mismo, en la
oscuridad de la caverna interior, sin otra presencia que la de
las propias voces, con frecuencia termina conduciéndonos
a un destino que sólo la presencia de los otros puede
ayudarnos a soslayar. El "yo puro" que ansíamos,
que reclamamos ser sin la menor duda (marcados como una res.con
la señal indeleble del miedo, estigmatizados), más
allá de la conciencia, que entrevemos en nuestra íntima
lejanía y que permanece imperturbable en la sima insondable
de una gravedad absoluta, ¿qué es sino la mirada
del dios? Tal vez por eso llamamos trascendencia (de "trans"
y "scando") a la forma de lejanía que se manifiesta
al ascender. Oteiza siguiendo el paradójico camino que
prescribe Voltaire: "para elevarnos, descendamos a nuestro
interior" se oculta, en el friso de piedra de mis antepasados,...
en mi mismo, en mi angel, fuera delalcance de mis enemigos, de
mis demonios; nadie puede herirme
porque me escondo en mi ángel, para ascender. El escultor
cuenta que cuando hacía el servicio militar, de noche,
desde su catre en el cuartel, veía a través
de una ventana el cielo estrellado, e imaginaba que aquél
rectángulo era una piscina, ¡la piscina del cielo!,
y me zambullía en ella de cabeza. Llegó incluso
a escribir un cuento, hoy lamentablemente perdido, con este tema.
Estas experiencias de infancia
y juventud y muchas otras adquieren una mayor significación
si se consideran a la luz que nos presta su conclusión
experimental como escultor: la estatua vacía que el artista
alcanza a finales de los años cincuenta y que nos ofrece
reposando en sus cajas abiertas. Conviene precisar que, en las
también llamadas cajas metafísicas, la chapa
que vemos no constituye
la escultura propiamente, sino su lugar (tal vez, en nombre de
un supuesto interés didáctico, debería exagerar
diciendo que la escultura que creemos ver en la parte metálica
es sólo su embalaje. El propio Oteiza ha utilizado en
ocasiones esta clase de recursos). La escultura es el vacío
interior, el "apeiron", indefinido e invisible, que
se esconde, apoyándose en la chapa, para proteger su parte
más débil como el escultor en su agujero
***
Cuando en 1935 navegábamos
hacia América en el Arantxamendi, Balenciaga, desde el
puente, pintaba mirando al mar. Pero no pintaba las olas, pintaba
una yunta de bueyes de su caserío de Arrona.
Ese mar de Balenciaga era el
territorio metáfisico de sus nostalgias, el sagrado ningún
lugar donde los bueyes, que resumían el sentimiento de
la tierra que dejaba, ararían eternamente. La piscina
del cielo en la que hubiera querido zambullirse el escultor.
El mar, continúa diciendo Oteiza, sobre el que trabajaba
Balenciaga, era la bóveda del cielo. Así es la
pintura prehistórica. Todas las pinturas estan hechas
en el cielo, en el firmamento. Esto es lo que la cueva, la pared
de piedra de las pinturas rupestres, representan..
Ahora
podemos entender mejor ciertos aspectos que el trabajo del artista
tiene para Oteiza. Se diría que la creación es
protección, paradójicamente ocultamiento. ¿Se
esconde Oteiza en sus estatuas vacías en la misma medida
en que se muestra? Así podría deducirse de alguna
de sus palabras: Odio la obra de arte. El arte no está
en las esculturas está en otro sitio. Mis cajas metafísicas
son las latas vacías con las que me he alimentado. ¿Y
La hoja de papel en blanco, impoluta, sobre la que escribirá
sus versos y que tan pacificadores sentimientos le inspiranes
el muro de piedra donde encuentra protección? La poesía
es lo que me cura, lo que me quita la angustia y me devuelve
el equilibrio. La poesía es mi marcapasos. Ambos y
todos ellos: vacío, silencio... y los elementos que los
representan: cromlech, muro de piedra, cuartilla de papel...,
encuentran su forma definitiva, su virtualidad curadora del mundo
y de la muerte en el gran hueco de la bóveda celestial.
El tiempo y los acontecimientos que arrastra, el mundo fenoménico
que lo constituye, la precariedad de que estamos revestidos,
se difunden en la perspectiva del espacio ilimitado, metafísico
vacío, que sólo la obra de arte es capaz de ¿abrir?,
¿instaurar? "Lo que no es eterno no es real",
dice Unamuno recordando a Novalis.. No quiero estar, añade
Oteiza. Me quiero en el ser. El hombre que no es el ser sino
el estar, sale de su estado cuando hace la obra de arte.
El ser que et hombre produce es el ser estético, dios.
Dios ha creado al hombre para que este lo recree a su imagen
y semejanza en la obra de arte. Deseo de Dios, voluntad
de permanecer, aspiración de eternidad, es lo que el vacío
metafísico de la escultura de Oteiza encarna. Cuenta Herodoto
(Hist. 1,131) que "los persas tienen por costumbre, subiendo
a lo más alto de las montañas, hacer sacrificios
a Zeus y llaman Zeus a toda la bóveda del cielo".
De igual manera "urtzi", firmamento, es también
la primera voz del euskera para designar a Dios. Aquel "por
modo inquebrantable" de "ver a Dios en la Naturaleza
y a la Naturaleza en Dios" que constituía la idea
base de toda la obra de Goethe alcanza en la bóveda celestial
el valor del límite y su mas allá, la cualidad
de infinito. La aspiración del alma que se despoja para
ascender hasta difundirse en la totalidad suprema del Uno-Bien,
revela en la vieja palabra vasca el sentido trascendental de
la famosa máxima de
Heráclito (826): "el hombre enciende a sí
mismo una luz en la noche cuando al morir apaga su vista...".
Oteiza, revisando el euskera en sus raíces, nos ofrece
una etimología de "izarra" (estrella), proveniente
de "itz" (ser) y "ar" (hueco, concavidad
del cielo), en la que, a semejanza de Heráclito, justifica
la idea de que en la cultura vasca, el hombre se diviniza
a si mismo / NO MORIRA / se cambia de sitio, subirá /
se cambia al cielo. El escultor hace uso de esa idea en los
hermosos versos que dedica a la muerte del centauro Quirón:
oh Aquiles hijo
la muerte es para
todos
(Y en su noche
acostado
el caballo ya
se ha)
en su tumba láctea
encendido
Y de nuevo en ITZIAR elegía
y otros poemas
¿Puede la escultura ir
más allá, más arriba? ¿Quién
puede sorprenderse de que el artista haya proclamado su final?
* * *
No pertenezco a la tribu de
la Naturaleza. Soy un ser exiliado a la Naturaleza, arrojado
a la Naturaleza.
Todos los anhelos verticales,
que desembocan Infaliblemente en la Elevación, en la Altura,
son metáforas de una exigencia espiritual a la que nos
vemos precipitados por el temor a la muerte. Las dos direcciones
que resultan de la enconada relación que tan a menudo
sostenemos con la vida exigen el sacrificio de nuestra medida
material y orgánica. Del impulso que lleva al artista
a recusar la naturaleza
nacen su condición de fugitivo y su deseo de Dios. "El
heroísmo es una actitud fugitiva", Igual que el miedo
(el escultor suele ironizara costa del coraje que se ven obligados
a ejercer los que no pueden eludir el peligro La mayoría
de los héroes son lisiados. Los grandes hombres nuestros
que prefiero, S. Ignacio, López de Aguirre, cojos. ¿Qué
grandeza se puede esperar de un hombre que no es cojo? Yo me
parto la rodilla para conseguir el valor que necesito,...). Sin
embargo "la Idea de huir no es en verdad ni loca ni cobarde,
escribe Bataille. Queremos encontrar lo que buscamos, que no
es sino Iiberarnos de nosotros mismos". Este es el motivo
por el que Oteiza manifiesta una implacable hostilidad contra
sí, contra su parte mortal, una aversión extraordinariamente
encarnizada por lo que su naturaleza tiene de efímero
y el tiempo somete día a día:
abandono hombre
os dejo aquí mi corrupción
y esta vez para siempre
no así el hombre acostado
y sucio
no así el hijo puta el hombre
acostado y sucio
de Dios amanece con tos esta
mañana
¿desde cuando sabes que el mamífero hombre
es un mamífero mierda?
de murciélago
Estos versos extraídos
de Existe Dios al Noroeste, son testimonios de una queja
y un resentimiento que toma forma en los apóstoles sin
tripas, desentrañados, vacíos por dentro, de Aránzazu.
Esta es la primera gran referencia al impulso autodestructor
antes comentado. El viejo conflicto entre materia y espíritu
que el escultor experimenta con especial violencia, se salda
con el sacrificio de los cuerpos abiertos en canal, cóncavos,
por tanto, ofreciéndose a sí mismos en holocausto,
abiertos en su propio hueco, en su vacío expectante. (Existen
en su obra numerosos precedentes de esta carnicería. Ninguno
tan hermoso quizá como la escultura titulada Coreano
y especialmente la impresionante Regreso de la muerte.
Ambas de 1950).
 "Friso de los Apóstoles",
Basilica de Arantzazu.
El Friso de los Apóstoles
de Aránzazu es la obra culminante de lo que con pretensiónes
historiográficas llamaríamos el primer periodo
de la obra de Oteiza. Pero, ¿se trata realmente de un
Apostolario?, pues, ¿no son catorce las figuras en él
representadas? Oteiza se divierte suscitando la perplejidad de
quienes le escuchan decir que efectivamente se trata de los Apóstoles
y que si son catorce se debe a que no cabían más
en el espacio que les estaba reservado. Al justificar de manera
tan trivial tamaño atrevimiento el escultor quiere decirnos
que aquello que en el friso se evoca propiamente, esto es, la
"apostolicidad", la condición espiritual de
una comunidad naturalmente religiosa abierta por igual al cielo
y la tierra, de ningún modo puede identificarse por el
número de sus componentes. Si hubieran cabido
más, añade, más hubiera puesto.
Sin embargo, lo que desde un
punto de vista estético significa el Apostolario, es una
primera conclusión en la génesis del vacio como
material de la escultura, es decir, del proceso de sustitución
de la materia que se palpa, se pesa, se mide o se modela, de
lo que llamamos sustancial por oposición a lo que es inconsistente,
por la metafísica condición de un espacio vacío.
Esta conclusión en los apóstoles nos habla de vacío
y vaciamiento, es decir, del hueco que resulta de quitar, destruir,
la parte material de la escultura. Se diría, recordando
a Miguel Angel, que el vacío es el resultado de eliminar
de un bloque, pongamos que de mármol, la materia que sobra,
que para Oteiza es toda la materia. Recuerdo muy bien la escena
que ya he contado en otras ocasiones en la que Oteiza,
a principios de los años sesenta, se esforzaba en explicar
a un grupo de artistas jóvenes su idea del espacio vacío:
Mirad ese encendedor, decía señalando el primer
objeto que encontraba sobre la mesa. ¡Miradlo bien!. Y
ahora, añadía mientras lo arrancada de su lugar
de un manotazo, mirad el espacio que deja. Cualquiera que fuera
la confusión que experimentamos en aquél momento
y la fantasía que tuvimos que derrochar en las respuestas,
lo que Oteiza

quería mostrarnos, de
la forma más simple y directa posible, era la desocupación,
el "vaciamiento" del espacio. Era necesario pues para
conseguir un espacio vacío, proceder al trabajo de eliminar
de él la materia que lo ocupaba. Otra cosa es la precisión,
tan querida por el escultor, de si el vacío que constituye
la estatua está dentro, encerrado en la materia, como
decía Miguel Angel, o detrás ella. Razones hay
para aceptar ambas interpretaciones según la obra de que
se trate. Dentro estaría en los apóstoles de Aránzazu,
evidentemente abiertos de arriba a abajo, como ilustrando la
imagen platónica del espíritu liberado de su féretro
mortal. En cuantas ocasiones no ha hecho Oteiza uso de imágenes
semejantes. El Jonás de "Androcanto y sigo",
que ha visto el pez por fuera y por dentro; o la fantástica
imagen del Minotauro encerrado en su Laberinto: pero el Laberinto
es el Minotauro mismo. Está dentro de él. Escapar
del laberinto es salir de la bestia que nos tiene; incluso
aquél Savonarola que el escultor exalta cuando dice: el
fuego que quema a Savonarola no es el de la hoguera a que le
condenan, es su propio fuego. El fuego que lleva dentro.
Pero
también el espacio que se halla detrás, oculto
tras la materia. Esta interpretación del proceso hay que
situarla en los períodos más experimentales del
artista, en los más abstractos y acaso posteriores. El
problema se considera entonces desapasionadamente. Las Maquetas
en vidrio para el estudio de la pared luz, que sirvieron
de investigación a Oteiza.en 1956, le hacen concluir que
la parte oscura, cerrada del muro es la que está delante
y que la parte abierta, la clara, la luminosa, se halla detrás,
cubierta por la primera. De tal forma, que hay que horadar, traspasar,
ir más allá de la oscuridad inmediata (que sin
duda simboliza la materia) para alcanzar la escultura libre o
liberada que el artista persigue. "En el Hades no hay luz.
Las almas se bestializan, olfatean", anuncia el poeta. Deberemos
cruzar la oscuridad para abrir la lejanía. Como en tantas
pinturas románticas, lo inmediato permanece entre sombras.
"La atmósfera de horror es sólo el primer
plano, escribe Jaspers. Lo mas hondo requiere una búsqueda
intensa. Para encontrarlo es preciso atravesar este horror".
La escultura de Oteiza forma parte de esa búsqueda de
lejanía, argonáutico viaje tras una substancia
inalcanzable. Para vivir digo la palabra lejos, escribe
el escultor en sus versos de amor a Itziar. En la metáfora
espacial de lo mas distante, de lo lejano, renace el mito de
los orígenes.
Por qué, podría
preguntarse, parece que presto una atención especial a
este tema de la génesis del vacío. No sólo
porque es una cuestión discutida, con dos exégesis
enfrentadas, sino porque, a mi juicio, sin resolver adecuadamente
el punto, todo el sistema que con el trascurso del tiempo ha
terminado formando la obra y la teoría de Oteiza, en la
que se pone de manifiesto la intrincada red de pasiones que le
animan, sería difícil de entender. La pregunta
que resume la disputa sobre la genealogía de ese vacío
podría formularse así: ¿la estatua vacía
es el resultado de un proceso de desocupación material,
de vaciamiento corporal, es decir, una forma de sacrificio, como
he indicado mas arriba al referirme al periodo expresivo del
artista, o mas bien, como han asegurado tantos, incluído
el propio escultor en los últimos años, han sido
hechas "con" el
vacío mismo, ese material metafísico que sólo
Oteiza ha sido capaz de revelarnos? Dicho de otra manera, ¿existe
o no continuidad entre la larga serie experimental de los cubos
o cuboides Malevich y las cajas metafísicas;
Maquetas en vidrio para el estudio da la pared luz.entre
sus esculturas "llenas", de piedra, alabastro o madera
y las esculturas vacias que se conservan en sus metálicas
cajas abiertas? Yo lo afirmo sin dudarlo, existe. Primero, por
las mismas palabras del artista que en 1964 termina de explicar
el funcionamiento de la Ley de los Cambios hablando de una
técnica de ocupacional del espacio, eliminativa; segundo,
por cuanto puede deducirse de su obra anterior antes comentada;
y después, por el significativo valor que alcanzan al
respecto las dos Caja de Piedra del año 1958, pintadas
en blanco y negro, punto de inflexión de todo proceso,
en las que el escultor parece advertirnos expresamente de la
inmediata llegada de las cajas metálicas y su vacío
espacio interior. Pero bien sé lo sospechosas que, en
asuntos como éste, resultan las "pruebas materiales".
Sin embargo, del "sentido" que se infiere o, más
bien se colige, del conjunto de su "hacer y decir"
atormentado en los años cincuenta y sesenta no puede desprenderse
otra conclusión. ¿Qué es si no la Ley
de los Cambios sino el modelo geométrico que, al tiempo
que sirve para definir un esquema general para la evolución
del arte a lo largo de la historia, describe también la
evolución de la obra de Oteiza como un proceso dialéctico
sin solución de continuidad? Y ¿qué significa
el cero negativo en el que concluye la mencionada ley,
sino la plenitud cerrada de esa historia experimental del arte
que termina donde comenzó: en el instante mismo en que
el vacío abierto en la piedra de la escultura en homenaje
al padre Donosti, se encuentra en Agiña con el pequeño
cromlech neolítico? Al llegar a este "término
originario", el círculo se cierra, es decir, la escultura
finaliza, y el hombre convertido ya para siempre en escultor
debe entregar sus manos ¿Qué sentido tendría,
con qué objeto, en nombre de qué interés,
podría el artista, una vez alcanzado la consecuencia final
de su trabajo, continuar haciendo esculturas, a menos que se
traicionase a sí mismo hasta el punto de trasladarse al
campo de la expresión personal para competir, como tantos,
por Cajas de Piedra.los favores del mercado? Lo que Oteiza nos
dice, aunque en ocasiones se contradiga, es que en aquel punto
crítico del espacio liberado por obra de la escultura,
el artista no es ya su dueño, no puede sencillamente continuar
en su ejercicio y mucho menos con el mismo vacío (como
si el hallazgo pudiera reducirse a una mera condición
instrumental) que trasfiere la estatua a un territorio indisponible.
 "Fusión con tres
sólidos abiertos" 1957, marmol, 22 x 31,7 x 28 cm.
***
Oh Dios siquiera esta tarde
que Tú existieras
ya para siempre es suficiente un día
La pasión de Oteiza es
la pasión. El entusiasmo, el fervor, la exaltación,
son un una acicate para la imaginación. Una emoción,
sin duda, que el artista prodiga con generosidad y astucia al
mismo tiempo. Un método, por tanto, una estrategia que
no se reconoce como tal, una simulación incluso si
tal término no llevara aparejada la noción de falsedad
en la que pueden florecer las asociaciones más impensables.
Las ideas aparecen entonces adoptando sorprendentes, insólitos,
sentidos. Todo produce la sensación de que el artista
vive sobre un territorio misterioso y riquísimo, "el
caos originario" de los románticos, en el que se
ocultan tesoros y peligros incalculables (como en las antiguas
historias aventureras) a cuya aletheia merece la pena
permanecer atentos. En ese momento cualquier situación
aparece revestida de una intensidad dramática. El grito,
la oración, el llanto más desesperado son señales
e instrumentos de tan vertiginoso estado, signos aparentes del
pathos que sólo la plenitud de la conciencia proporciona:
"el artista, dice Schopenhauer, es él mismo la voluntad
que se objetiva y persiste en un continuo sufrimiento".
Ese entusiasmo y ese dolor sólo
pueden permanecer confinados en sí mismos. Ningún
otro lugar que nos sea el de la propia y sin embargo extraña
conciencia, puede servir al propósito de la espera y el
sufrimiento. A la imponente sombra de un Yo acrecido de esta
manera, todo lo exterior, lo otro, palidece. El "yo puro",
sin embargo, es algo más que la conciencia, distinto del
ser que piensa y conspira y que soy dentro de mi de forma cambiante.
Permanece (amanece sin pausa y sin término, tal vez) tras
ella y frente a ella, impertérrito (nada pide, ni juzga,
ni reclama), en lo más hondo, impasible como el señor
que descansa en la sima insondable de una gravedad absoluta.
Esa es imposible de describir la profundidad que
Oteiza siente resonar en el fondo de sí mismo, en el abismo
de un ensimismamiento que le resulta imposible eludir. ¿Qué
es esa ausencia en.mí, se pregunta, que no puedo concebir,
ni conmover: a la que ni pertenezco, ni me pertenece, pero que
me habita y me detenta? ¿Quién debe responder por
ese estigma indeble, indefinido hueco, vacío sin fronteras,
que me aterroriza?
 "Atauts", 1994,
hierro. Tolosa.
Oteiza quiere conquistar, apoderarse,
de ese vacío, convertirlo en su aliado. Consciente de
su debilidad pretende seducirlo, como Ulises por medio de la
astucia, es decir estéticamente (se nos presenta como
Prometeo pero es Odiseo, infatigable en la búsqueda de
la patria). A tal objeto lo reclama, lo requiere para su protección,
se identifica con él, lo convierte en su ángel:
Yo tengo un ángel que soy yo y que siempre está
escondido cerca de mi, conmigo". Pero el ángel
no le responde, no se conmueve. La escultura, la poesía
(el trabajo definitivo de su vida) es la solicitud desesperada
de una respuesta que se conoce imposible. Sus protestas, sus
imprecaciones, sus amenazas, sus gestos bárbaros, sus
actitudes, por apocalípticas que sean, contienen toda
la ambigüedad de un clamor estético, nos toman por
testigos de una conciencia que con su influjo transforma el "vacío
impenetrable", la insalvable distancia que media entre el
deseo de ser y el conocimiento de la irremediable precariedad
de las cosas, es decir, convierte la tragedia misma en condición
indispensable de la plenitud y el placer más profundo
que la vida puede darnos. Plutarco cuenta que "entre los
egipcios era costumbre sentar un muerto entre los comensales
de un banquete. Con su presencia la gente se animaba a disfrutar
de la comida y a alegrarse fraternalmente por estar vivos".
Es así, con un sentido burlón y paradójico
(aquí aparece de nuevo el perfil de lo trágico)
como debe interpretarse la ficción, las contradiciones,
la cólera y la desmesura constante, que suele acompañar
a su presencia pública y que tan a menudo nos confunden.
"Lo trágico, escribe Kierkegaard, es medida y no
sale de lo finito, reposa sobre el equilibrio de culpa y de inocencia,
debido al cual la colisión más incurable aparece
como recompensa de sí misma y, consiguientemente, termina
difundiendo un sentido de paz, de gran dulzura, de misericordia".
Finalmente, la respuesta estética no puede ocultar su
condición evasiva y medrosa.
El esquema barroco refleja, en
la inmediatez de lo celestial y lo terrenal y en su remisión
recíproca, el modelo de una conciencia íntegra
y reconciliada. En su disposición, cada nivel parece aguardar
con recogimiento la inmediata plenitud, la anunciada unidad entre
lo visible y lo invisible, lo grave y lo leve, lo oscuro y lo
luminoso, lo material y lo espiritual. Llamamos religiosidad
a la conciencia que resulta de situar los valores humanos en
este esquema. Cuando la conciencia así formada se encuentra
con la fe, la religión aparece como cifra de la verdad
entera, luminoso.misterio salvador. Por el contrario, sin ella,
el alma, al borde del abismo trascendental, pero sin el impulso
necesario para remontarse, cae en la desesperación. Ya
lo advirtió Kierkegaard: "O lo trágico o la
religión".
 "Arri ernai zaitzalea",
1974, Piedra gris de Markina. Arrasate.
Hasta el origen te he buscado,
se queja Oteiza. Y aclara
que Existe Dios al Noroeste, pero sólo allí,
en el lugar del deseo y la ausencia. E inmediatamente añade:
ahora que no tengo fe y que
fuera de Ti
no tengo nada más ni
quiero
Y sin Ti me hundiré
lo mismo y más profundo
Quedaría la alternativa
de trasferir al campo de la ética, de racionalizar, por
tanto, el impulso que no encuentra satisfacción en tan
fervoroso recorrido vertical. Oteiza demuestra saberlo al proclamar
de manera insistente el carácter instrumental de la escultura.
Su función, dice, debe limitarse a la formación
del hombre, que constituye propiamente la obra de arte (si tal
nombre se mereciera a sí mismo) dispuesto para la sociedad
en la que vive. Un artista que no tenga un pueblo al que amar
y servir, un artista huérfano de pueblo, será indefectiblemente
un artista incompleto, un artista mutilado, un artista frustrado.
Permanecer para siempre en el trabajo artístico es
la confesión (culpable en todo caso) de una impotencia
que sustituye a la actividad por la mirada (el pensamiento y
la imaginación), la proximidad por la lejanía,
la presencia dolorosa y comprometedora de los hombres por la
ausencia magnífica y a la postre inofensiva de los dioses.
Yo soy un hombre de acción. Se escribe cuando se fracasa....
Yo escribo porque he fracasado. (En los tiempos de tribulación
que corren las palabras de Oteiza nos recuerdan que el modelo
de hombre, el ciudadano en estado puro, es precisamente el político).
El escultor refugiado en sí
mismo, en su fracaso, siente el mundo como una ruina inevitable
y absurda contra la que se estrellan y aniquilan inútilmente
los empeños más nobles y esforzados. ¿A
quién hacer responsable de tal devastación?: oh
Dios siquiera esta tarde que Tú existieras. La conciencia,
sin alivios taumatúrgicos, en tanto que nos niega cualquier
esperanza de reconciliación, acrecienta el sentimiento
de tragedia que nos envuelve. Una tragedia que el arte magnifica
vanamente.
Pedro Manterola,
profesor de la Facultad de Bellas Artes de Bilbao
Fotografías: Del libro "Premio Manuel Lekuona"
y de la enciclopedia Lur "Nosotros los vascos". |