Entre el cielo y la tierra
La tradición cristiana de nuestra
zona señala el Viernes Santo como día elegido para
subir al monte a ofrecer una oración. En muchas ocasiones
la propia ascensión se hace rezando un Vía Crucis.
En todo el mundo la montaña
ejerce cierta atracción mística, al igual que en
Euskalerria donde antaño se consideraba cuasi sagrada
Esto nos ha sugerido el presente comentario sobre la influencia
de estos elementos orográficos en las religiones y creencias
en general y en la cultura vasca en particular.
En
Grecia el territorio de Lebadea, capital de la zona de Beocia,
es una zona eminentemente algodonera. En la antigüedad fue
Lebadea sede del oráculo de Trofonio, que se situaba en
la parte alta del monte Hagio Ilías. Eran famosas las
dos fuentes que existían en el oráculo, una que
se decía favorecía la memoria, y otra la que servía
para olvidar.
Delfos o Delphos era una ciudad
de Grecia, situada en la Fócida, al pie del monte Parnaso,
que se hizo famosa por el oráculo del templo de Apolo.
Se creía que el monte Parnaso era la morada principal
de las Musas, por lo que el monte estaba consagrado a Apolo,
a las Musas y a Dionisos. En él se encontraba el oráculo
de Pitias, que era el centro del mundo para los poetas. La fuente
de Castalia era tenida como la fuente de la inspiración
poética.
El monte Olimpo, de 2911 metros
de altitud, se creía que era la residencia de los dioses:
esto es de Zeus (en griego y conocido por los romanos como Júpiter),
Hera (Juno para los romanos) la mujer de Zeus. Del hermano de
Zeus, Poseidón (Neptuno). De los hijos de Zeus y Hera
que fueron: Apolo (Helios) dios sol, Hermes (Mercurio), Hefesto
(Vulcano), Ares (Marte) diosa de la guerra y Dioniso (Baco).
Con el cristianismo en los lugares
dedicados al culto a Poseidón se estableció culto
a San Elías con templos que se colocaron en su honor en
la cima de los montes.
La montaña donde se ubica
la Acrópolis fue ya habitada por el hombre neolítico.
En época micénica se construyó a su derredor
una muralla para defensa. Al comienzo de la época histórica
se transformó en santuario religioso. A mediados del siglo
V antes de Cristo
fue cuando se construyeron en ella los preciosos templos que
hoy vemos, llegando el arte a su máximo esplendor. El
Partenón estaba dedicado a Atenea, diosa protectora de
la ciudad a quien se le dedicó y de la que tomó
incluso su nombre Atenas. Junto al Partenón se construyó
el pequeño templo de estilo jónico de la «Victoria
Aptera» (Atenea Niké), el Erecteion que era lugar
del culto local, y los Propileos monumental entrada al santuario.
Todo ello corresponde al siglo de oro griego, coincidiendo con
la época de Pericles, de la Democracia Ateniense y de
Fidias. En su interior se encontraban las mejores joyas del arte
de su época, en tallas representando dioses, exvotos,
y demás.
En la India, el monte Kailasa
es residencia de Shiva, y los monasterios budistas se construyen
en las cumbres de las escarpadas montañas del Nepal y
de toda la geografía de influencia de esta filosofía
oriental, al punto que donde no es posible hacerlo por su inaccesibilidad
se plantan grandes banderas de oración tremolando al viento.
En el Tíbet se mantiene la costumbre budista de dar vueltas
alrededor de sus templos, ya que según sus creencias por
cada vuelta aumentan sus méritos en su futura reencarnación.
Los emperadores de China hacían sacrificios en las cimas
de las montañas. Según los taoístas, las
almas de los seres inmortales viven en montañas, como
en Fuji-Yama de Lie-tse, que es la más emblemática
del Japón. En Bali por ejemplo la montaña Gunung
Agung, es sagrada por ser lugar de reposo de las almas de los
difuntos y morada de los antepasados.
Lo mismo vale para las culturas
precolombinas como incas, aztecas o mayas: no sólo se
conformaron con elevar espléndidos templos en las cumbres
de sus montañas, sino que sembraron el territorio con
pirámides a modo de colinas de piedra. En Hualcuy (Ayabaca)
de Perú el curandero Santos Calle cura a los que padecen
el «susto de cerro» provocado cuando la «sombra»
de una persona queda atrapada por el cerro de un monte. En esos
casos toma al enfermo y reza a la montaña de la siguiente
forma: «Señor (dice el nombre del enfermo), yo
te llamo, estoy llamando a la sombra
del señor (repite el nombre), que está sufriendo
a causa de su sombra prisionera en aquella montaña de
(dice el nombre del monte)». Bebe el chaman y ofrece
alcohol al cerro para «emborrachar al cerro»
y así quitarle la «sombra». (POLlA MECONI,
Mario. LAS LAGUNAS DE LOS ENCANTOS. Cepeser. Piura: Perú.
1988. Pg. 116).
Un amigo mío en 1994 ascendió
con un guía nativo al monte Coriguaz de Ecuador Su guía
era un indígena de los Andes que ellos llaman «andígenas»
(de Andes+indígena) llamado Marcelo Puruncajas del pueblo
de Riobamba Este «andígena» mientras ascendía
iba musitando a la montaña y a las plantas frases como:
«aquí traigo a un amigo», «no te
vamos a molestar», «no te vamos a hacer daño»,
«déjanos subirte».. lo cual denota cómo
en su mentalidad la montaña era un ser vivo, y no sólo
eso, sino que tenía poder para hacer mal o bien a su voluntad.
En cuanto a los datos que sobre
el particular nos aporta la Biblia tenemos que ya los canaeos
construían sus altares y templos (que ellos consideraban
como la casa de dios) en zonas altas y solitarias, cerca de una
fuente y bajo la sombra de un árbol frondoso (otros dos
elementos ritualizados, el agua y el vegetal). Las luchas entre
hebreos y canaeos desembocaron en una relación amistosa
posterior en la que los hebreos tomaron, sincretizaron, formas
rituales y creencias de los canaeos, culturalmente más
avanzados, y entre ellas los lugares de culto, ritos y fiestas
locales. Así sucedió que las alturas fueron consagradas
a Yavé. El pueblo de Israel celebraba sus cultos en las
alturas, e incluso el mismo templo de Salomón con todo
su esplendor y grandeza no fue capaz de apartar al pueblo de
los templos de las alturas. Sólo la destrucción
y las guerras de los asirios y caldeos hacen que se conviertan
en ruinas.
Moisés recibió
las tablas de la ley en el monte Sinaí. En cuanto al Nuevo
Testamento tenemos que el evangelio de San Mateo dice que Cristo
fue crucificado en «un lugar llamado Gólgota,
esto es Calvario», sin especificar más, aunque
sabemos que aquel lugar era un monte, como tantas otras cimas
y colinas que son escenografías comunes en los textos
sagrados: en el «monte de los Olivos» se produce
el apresamiento de Jesús, y su transfiguración
en otro monte (no especificado, que según algunos es el
Tabor y al decir de otros el Hermón), como en un alto
tuvo lugar la multiplicación de los panes y los peces,
y «a una altura» lo condujo el demonio para
tentarle enseñándole los reinos a sus pies. Otros
muchos ejemplos similares podremos encontrar en el Antiguo Testamento.
Sincretismo
Para
los vascos anteriores al cristianismo, las montañas eran
ya sagradas. Hasta nosotros han llegado sugerentes leyendas protagonizadas
por «suges» y «lamias»
que habitaban las cimas, y se supone que en las cotas más
altas de nuestro relieve se efectuaban rituales de culto astral,
razón por la que las primeras ermitas se erigieron en
aquellos parajes para neutralizar los arraigados cultos idolátricos
de los gentiles. Corrobora lo que venimos diciendo el hecho de
que muchos yacimientos prehistóricos, incluyendo dólmenes
y crómlechs, estén en zonas montañosas.
Alguien sugerirá que acaso fueran zonas de pastoreo, pero
el que se ubiquen en rasas de los puntos más preeminentes
parece indicar razones añadidas de orden escatológico.
Con
el cristianismo, la montaña aparece nuevamente sacralizada,
o mejor sería decir «sincretizada»
entre los viejos y los nuevos credos: se sacraliza el Aralar
con el supuesto milagro de Teodosio de Goñi y surge el
culto a San Miguel del Aralar. Aparece la Virgen de Arantzazu
en los montes de Oñati. Se peregrina a Roncesvalles y
Uxue en Navarra, a San Antonio de Urkiola, San Miguel de Hartxueta,
e igual podríamos hablar en otras latitudes como Covadonga,
Montserrat, y un larguísimo etcétera.
Mitología
Para los que quieran ampliar
conocimientos sobre el tema les remitimos al Diccionario de Mitología
de nuestro maestro don José Miguel de Barandiaran. Allí
encontrará datos de Maidalena «La Madeleine»
una montaña situada entre Sauguis y Tardets con una ermita
dedicada a una divinidad llamada Herauscorritsebe; Apanize
que dice fue lugar donde quería se le llevara la Basandere
«señora del bosque» que vivía en
una zona cercana; Mondarrain monte sagrado
en que existía una entrada al lugar donde vivían
los númenes y genios de la zona; Baigura montaña
sobre la zona de Heleta, con abundantes crómlechs y residencia
del Ángel de Baigura; el Larrun sobre Askain, Sara
y Bera de Bidasoa, con varios crómlechs y dólmenes
en sus laderas y que tenía en su cima una ermita dedicada
al Espíritu Santo, que desapareció hacia el año
de 1793. Según la tradición popular en aquella
cima antaño se reunían en asamblea brujos y brujas
de la región, al igual que ocurría en su hermana
cercana de Jaizkibel, en donde se decía que en la parte
de Guadalupe se reunían en asamblea brujos y brujas, tal
y como me lo contaron los vecinos de la zona.
Continuando
con los datos que extraemos de Barandiaran tenemos Ayako-arri
«Peña de Aya», sobre Oiartzun e Irun,
lugar de residencia de las mayas, genios que poseen grandes
riquezas en oro y plata, y de las que se cuentan muchos datos
de sus viajes; la montaña de Muru sobre Beasain,
en la que se decía vivía Mari; Muskii montaña
sobre el barrio de San Gregorio de Ataun, en la que vivieron
basajaunak que se decía fueron los primeros labradores
del mundo; el monte de Agamunda situado sobre el barrio
de Ergoone de Ataun, donde fue lugar de habitación
de Marimunduko, Sugaar «culebro», diablos
y basajaunak; el conocido Ernio, sobre Bidania, Errexil
y Aia, lugar emblemático y ritual por excelencia como
lo demuestran las numerosas cruces allí colocadas; el
monte de Irukuutzeta, sobre Soraluce-Placencia y Elgoibar
con tres cruces de hierro en su cima, que hacen de mojón
divisorio de Bergara, Azkoitia y Elgoibar; con abundantes dólmenes
y múltiples leyendas de tesoros enterrados; Amboto, zona
montañosa sobre el Duranguesado, con varios templos como
el de Santa Bárbara situado en la cumbre, o los existentes
en sus laderas
y aledaños, como los de Kristoandako, San Cristóbal,
Santa Polonia, San Antonio de Urquiola, San Martín y San
Miguel de Arrázola. El monte de Ereñusarre sobre
Ereño y la ermita dedicada al arcángel San Miguel,
lugar de curación de los males cutáneos.
Para terminar demos la palabra
al mismo José Miguel de Barandiaran:
«Las huellas de viviendas,
tumbas y lugares de reunión de los hombres prehistóricos
las hallamos en esos montes, los fondos de cabaña, como
sirviendo de bases y antecedentes de las actuales majadas pastoriles.
Los dólmenes y los crómlechs son los principales
testimonios de sus establecimientos y aún de sus creencias
y de sus modos de vida.
En estos mismos lugares tenemos
también huellas visibles de nuestros antepasados como
son, por ejemplo, tantas ermitas y cuevas «santas»,
entre las cuales citaremos: San León de Tolofio, San Killiz
y San Tirso, Nuestra Señora de Beolarra, Nuestra Señora
de Codex, San Formerio, San Bartolomé de Izkiz, Santorkaria
y Sarracho (en Laño y Albaina), Santa Engracia de Guibijo,
la cueva de la Trinidad, Santa Marina de Badaya y Arrato, San
Víctor de Entzia, Santa Marina de Urbasa y Andía,
San Donato de Beriain, San Adrián de Andía y Aratz-Aizkorri,
la Cruz de Gorbea, la Cruz de Aizkorri, Santa Marina de Elguea,
Santa María de Erkude, Irukutzeta, la Cruz de Ernio, San
Miguel de Aralar, Santispiritu de Larrune, Salbatore del camino
de Irati, Nuestra Señora de Auski, Nuestra Señora
de Soihartza, Santa Magdalena de Arane, Nuestra Señora
de Muskilda, etc.»
Conclusión
En todos los tiempos, y todas
las religiones, la montaña ha tenido un sentido privilegiado,
como lugar de residencia de los dioses, como deidad en sí
misma o como emplazamiento de los más importantes templos.
Aún hoy este fervor por los lugares más elevados
empapa los modos de vivir del vasco de tiempos modernos, que,
al margen de la fe y las creencias concretas, ansía subir
a los montes para satisfacer una necesidad íntima e inefable,
quizá de cierto sentido panteísta, y ascender hasta
estos majestuosos balcones donde cielo y tierra se funden en
un abrazo. Todo ello es la consecuencia de la Orogelatría
de la humanidad.
Antxón Aguirre Sorondo, antropólogo
Fotografías: Enciclopedia Lur y Auñamendi |