La orogelatría, el culto a las montañas
Antxon Aguirre Sorondo


Entre el cielo y la tierra


L
a tradición cristiana de nuestra zona señala el Viernes Santo como día elegido para subir al monte a ofrecer una oración. En muchas ocasiones la propia ascensión se hace rezando un Vía Crucis.

En todo el mundo la montaña ejerce cierta atracción mística, al igual que en Euskalerria donde antaño se consideraba cuasi sagrada Esto nos ha sugerido el presente comentario sobre la influencia de estos elementos orográficos en las religiones y creencias en general y en la cultura vasca en particular.

En Grecia el territorio de Lebadea, capital de la zona de Beocia, es una zona eminentemente algodonera. En la antigüedad fue Lebadea sede del oráculo de Trofonio, que se situaba en la parte alta del monte Hagio Ilías. Eran famosas las dos fuentes que existían en el oráculo, una que se decía favorecía la memoria, y otra la que servía para olvidar.

Delfos o Delphos era una ciudad de Grecia, situada en la Fócida, al pie del monte Parnaso, que se hizo famosa por el oráculo del templo de Apolo. Se creía que el monte Parnaso era la morada principal de las Musas, por lo que el monte estaba consagrado a Apolo, a las Musas y a Dionisos. En él se encontraba el oráculo de Pitias, que era el centro del mundo para los poetas. La fuente de Castalia era tenida como la fuente de la inspiración poética.

El monte Olimpo, de 2911 metros de altitud, se creía que era la residencia de los dioses: esto es de Zeus (en griego y conocido por los romanos como Júpiter), Hera (Juno para los romanos) la mujer de Zeus. Del hermano de Zeus, Poseidón (Neptuno). De los hijos de Zeus y Hera que fueron: Apolo (Helios) dios sol, Hermes (Mercurio), Hefesto (Vulcano), Ares (Marte) diosa de la guerra y Dioniso (Baco).

Con el cristianismo en los lugares dedicados al culto a Poseidón se estableció culto a San Elías con templos que se colocaron en su honor en la cima de los montes.

La montaña donde se ubica la Acrópolis fue ya habitada por el hombre neolítico. En época micénica se construyó a su derredor una muralla para defensa. Al comienzo de la época histórica se transformó en santuario religioso. A mediados del siglo V antes de Cristo fue cuando se construyeron en ella los preciosos templos que hoy vemos, llegando el arte a su máximo esplendor. El Partenón estaba dedicado a Atenea, diosa protectora de la ciudad a quien se le dedicó y de la que tomó incluso su nombre Atenas. Junto al Partenón se construyó el pequeño templo de estilo jónico de la «Victoria Aptera» (Atenea Niké), el Erecteion que era lugar del culto local, y los Propileos monumental entrada al santuario. Todo ello corresponde al siglo de oro griego, coincidiendo con la época de Pericles, de la Democracia Ateniense y de Fidias. En su interior se encontraban las mejores joyas del arte de su época, en tallas representando dioses, exvotos, y demás.

En la India, el monte Kailasa es residencia de Shiva, y los monasterios budistas se construyen en las cumbres de las escarpadas montañas del Nepal y de toda la geografía de influencia de esta filosofía oriental, al punto que donde no es posible hacerlo por su inaccesibilidad se plantan grandes banderas de oración tremolando al viento. En el Tíbet se mantiene la costumbre budista de dar vueltas alrededor de sus templos, ya que según sus creencias por cada vuelta aumentan sus méritos en su futura reencarnación. Los emperadores de China hacían sacrificios en las cimas de las montañas. Según los taoístas, las almas de los seres inmortales viven en montañas, como en Fuji-Yama de Lie-tse, que es la más emblemática del Japón. En Bali por ejemplo la montaña Gunung Agung, es sagrada por ser lugar de reposo de las almas de los difuntos y morada de los antepasados.

Lo mismo vale para las culturas precolombinas como incas, aztecas o mayas: no sólo se conformaron con elevar espléndidos templos en las cumbres de sus montañas, sino que sembraron el territorio con pirámides a modo de colinas de piedra. En Hualcuy (Ayabaca) de Perú el curandero Santos Calle cura a los que padecen el «susto de cerro» provocado cuando la «sombra» de una persona queda atrapada por el cerro de un monte. En esos casos toma al enfermo y reza a la montaña de la siguiente forma: «Señor (dice el nombre del enfermo), yo te llamo, estoy llamando a la sombra del señor (repite el nombre), que está sufriendo a causa de su sombra prisionera en aquella montaña de (dice el nombre del monte)». Bebe el chaman y ofrece alcohol al cerro para «emborrachar al cerro» y así quitarle la «sombra». (POLlA MECONI, Mario. LAS LAGUNAS DE LOS ENCANTOS. Cepeser. Piura: Perú. 1988. Pg. 116).

Un amigo mío en 1994 ascendió con un guía nativo al monte Coriguaz de Ecuador Su guía era un indígena de los Andes que ellos llaman «andígenas» (de Andes+indígena) llamado Marcelo Puruncajas del pueblo de Riobamba Este «andígena» mientras ascendía iba musitando a la montaña y a las plantas frases como: «aquí traigo a un amigo», «no te vamos a molestar», «no te vamos a hacer daño», «déjanos subirte».. lo cual denota cómo en su mentalidad la montaña era un ser vivo, y no sólo eso, sino que tenía poder para hacer mal o bien a su voluntad.

En cuanto a los datos que sobre el particular nos aporta la Biblia tenemos que ya los canaeos construían sus altares y templos (que ellos consideraban como la casa de dios) en zonas altas y solitarias, cerca de una fuente y bajo la sombra de un árbol frondoso (otros dos elementos ritualizados, el agua y el vegetal). Las luchas entre hebreos y canaeos desembocaron en una relación amistosa posterior en la que los hebreos tomaron, sincretizaron, formas rituales y creencias de los canaeos, culturalmente más avanzados, y entre ellas los lugares de culto, ritos y fiestas locales. Así sucedió que las alturas fueron consagradas a Yavé. El pueblo de Israel celebraba sus cultos en las alturas, e incluso el mismo templo de Salomón con todo su esplendor y grandeza no fue capaz de apartar al pueblo de los templos de las alturas. Sólo la destrucción y las guerras de los asirios y caldeos hacen que se conviertan en ruinas.

Moisés recibió las tablas de la ley en el monte Sinaí. En cuanto al Nuevo Testamento tenemos que el evangelio de San Mateo dice que Cristo fue crucificado en «un lugar llamado Gólgota, esto es Calvario», sin especificar más, aunque sabemos que aquel lugar era un monte, como tantas otras cimas y colinas que son escenografías comunes en los textos sagrados: en el «monte de los Olivos» se produce el apresamiento de Jesús, y su transfiguración en otro monte (no especificado, que según algunos es el Tabor y al decir de otros el Hermón), como en un alto tuvo lugar la multiplicación de los panes y los peces, y «a una altura» lo condujo el demonio para tentarle enseñándole los reinos a sus pies. Otros muchos ejemplos similares podremos encontrar en el Antiguo Testamento.

Sincretismo

Para los vascos anteriores al cristianismo, las montañas eran ya sagradas. Hasta nosotros han llegado sugerentes leyendas protagonizadas por «suges» y «lamias» que habitaban las cimas, y se supone que en las cotas más altas de nuestro relieve se efectuaban rituales de culto astral, razón por la que las primeras ermitas se erigieron en aquellos parajes para neutralizar los arraigados cultos idolátricos de los gentiles. Corrobora lo que venimos diciendo el hecho de que muchos yacimientos prehistóricos, incluyendo dólmenes y crómlechs, estén en zonas montañosas. Alguien sugerirá que acaso fueran zonas de pastoreo, pero el que se ubiquen en rasas de los puntos más preeminentes parece indicar razones añadidas de orden escatológico.

Con el cristianismo, la montaña aparece nuevamente sacralizada, o mejor sería decir «sincretizada» entre los viejos y los nuevos credos: se sacraliza el Aralar con el supuesto milagro de Teodosio de Goñi y surge el culto a San Miguel del Aralar. Aparece la Virgen de Arantzazu en los montes de Oñati. Se peregrina a Roncesvalles y Uxue en Navarra, a San Antonio de Urkiola, San Miguel de Hartxueta, e igual podríamos hablar en otras latitudes como Covadonga, Montserrat, y un larguísimo etcétera.

Mitología

Para los que quieran ampliar conocimientos sobre el tema les remitimos al Diccionario de Mitología de nuestro maestro don José Miguel de Barandiaran. Allí encontrará datos de Maidalena «La Madeleine» una montaña situada entre Sauguis y Tardets con una ermita dedicada a una divinidad llamada Herauscorritsebe; Apanize que dice fue lugar donde quería se le llevara la Basandere «señora del bosque» que vivía en una zona cercana; Mondarrain monte sagrado en que existía una entrada al lugar donde vivían los númenes y genios de la zona; Baigura montaña sobre la zona de Heleta, con abundantes crómlechs y residencia del Ángel de Baigura; el Larrun sobre Askain, Sara y Bera de Bidasoa, con varios crómlechs y dólmenes en sus laderas y que tenía en su cima una ermita dedicada al Espíritu Santo, que desapareció hacia el año de 1793. Según la tradición popular en aquella cima antaño se reunían en asamblea brujos y brujas de la región, al igual que ocurría en su hermana cercana de Jaizkibel, en donde se decía que en la parte de Guadalupe se reunían en asamblea brujos y brujas, tal y como me lo contaron los vecinos de la zona.

Continuando con los datos que extraemos de Barandiaran tenemos Ayako-arri «Peña de Aya», sobre Oiartzun e Irun, lugar de residencia de las mayas, genios que poseen grandes riquezas en oro y plata, y de las que se cuentan muchos datos de sus viajes; la montaña de Muru sobre Beasain, en la que se decía vivía Mari; Muskii montaña sobre el barrio de San Gregorio de Ataun, en la que vivieron basajaunak que se decía fueron los primeros labradores del mundo; el monte de Agamunda situado sobre el barrio de Ergoone de Ataun, donde fue lugar de habitación de Marimunduko, Sugaar «culebro», diablos y basajaunak; el conocido Ernio, sobre Bidania, Errexil y Aia, lugar emblemático y ritual por excelencia como lo demuestran las numerosas cruces allí colocadas; el monte de Irukuutzeta, sobre Soraluce-Placencia y Elgoibar con tres cruces de hierro en su cima, que hacen de mojón divisorio de Bergara, Azkoitia y Elgoibar; con abundantes dólmenes y múltiples leyendas de tesoros enterrados; Amboto, zona montañosa sobre el Duranguesado, con varios templos como el de Santa Bárbara situado en la cumbre, o los existentes en sus laderas y aledaños, como los de Kristoandako, San Cristóbal, Santa Polonia, San Antonio de Urquiola, San Martín y San Miguel de Arrázola. El monte de Ereñusarre sobre Ereño y la ermita dedicada al arcángel San Miguel, lugar de curación de los males cutáneos.

Para terminar demos la palabra al mismo José Miguel de Barandiaran:

«Las huellas de viviendas, tumbas y lugares de reunión de los hombres prehistóricos las hallamos en esos montes, los fondos de cabaña, como sirviendo de bases y antecedentes de las actuales majadas pastoriles. Los dólmenes y los crómlechs son los principales testimonios de sus establecimientos y aún de sus creencias y de sus modos de vida.

En estos mismos lugares tenemos también huellas visibles de nuestros antepasados como son, por ejemplo, tantas ermitas y cuevas «santas», entre las cuales citaremos: San León de Tolofio, San Killiz y San Tirso, Nuestra Señora de Beolarra, Nuestra Señora de Codex, San Formerio, San Bartolomé de Izkiz, Santorkaria y Sarracho (en Laño y Albaina), Santa Engracia de Guibijo, la cueva de la Trinidad, Santa Marina de Badaya y Arrato, San Víctor de Entzia, Santa Marina de Urbasa y Andía, San Donato de Beriain, San Adrián de Andía y Aratz-Aizkorri, la Cruz de Gorbea, la Cruz de Aizkorri, Santa Marina de Elguea, Santa María de Erkude, Irukutzeta, la Cruz de Ernio, San Miguel de Aralar, Santispiritu de Larrune, Salbatore del camino de Irati, Nuestra Señora de Auski, Nuestra Señora de Soihartza, Santa Magdalena de Arane, Nuestra Señora de Muskilda, etc.»

Conclusión

En todos los tiempos, y todas las religiones, la montaña ha tenido un sentido privilegiado, como lugar de residencia de los dioses, como deidad en sí misma o como emplazamiento de los más importantes templos. Aún hoy este fervor por los lugares más elevados empapa los modos de vivir del vasco de tiempos modernos, que, al margen de la fe y las creencias concretas, ansía subir a los montes para satisfacer una necesidad íntima e inefable, quizá de cierto sentido panteísta, y ascender hasta estos majestuosos balcones donde cielo y tierra se funden en un abrazo. Todo ello es la consecuencia de la Orogelatría de la humanidad.



Antxón Aguirre Sorondo, antropólogo
Fotografías: Enciclopedia Lur y Auñamendi

Euskonews & Media 91.zbk (2000 / 9 / 15-22)


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