Arturo Campión Jaime-Bon
"Sobre el nuevo bautizo del País Basco"


Título de la publicación:
Revista Internacional de los Estudios Vascos

Año de la publicación: 1907

Páginas del artículo: 148-153


Resumen: Euskal Herria significa pueblo, país del euskera y en sentido estricto sólo debería aplicarse al pueblo o país donde se habla ese idioma. Euskadi es un neologismo que trata de imponerse a un país y cuya finalidad es nombrar a las regiones en las cuales se habló y se habla euskera, sin embargo, eso se podría conseguir con la palabra Euskal Herria.

«Y aunque nosotros no debiéramos decirlo, cuánto
más patrióticamente obramos quienes usamos y
decididamente propagamos ese hermoso nombre
«Euzkadi», que quienes á todo trance se empeñan
en que subsista «Euskal-Erria» por la sola razon de
ser este nombre más viejo que aquel» (Azkain, en
«El Pueblo Vasco» de 19 de Febrero).

El discreto y serenamente razonado artículo del que extraigo el epígrafe de las presentes notas, escritas á vuela pluma, me persuade á exponer algunos de los motivos que me vedan lanzar por encima de la borda el nombre tradicional de Euskal-Erria, sentenciado á extrañamiento perpetuo, como si fuese vocablo bochornoso, ó impuesto por crueles enemigos, y no marcase uno de los pocos puntos en que concibió su unidad el pueblo baskongado. Creo que la frase «á todo trance»: mejor cuadra á la acometividad incansable de los propaladores de Euzkadi, que no á la pacífica actitud de los mantenedores del statu quo, cuyos arrestos más calificados fueron, salvo alguna excepción, cerrar los oídos al vocerío. Mas no es cosa de que se acredite entre el vulgo la idea de que renunciamos á la patente de «mejores patriotas», sin un asomo de razón siquiera.

Los pueblos y naciones suelen tomar su nombre de alguna nota especial que las circunstancias patrocinan y difunden, perpetuándose tradicionalmente, aunque por ventura la nota anónima haya desaparecido y llegue, por tanto, el nombre á tornarse inexacto.

Inglaterra, por ejemplo, quiere decir «tierra de los Anglos», los cuales eran una tribu teutónica que habitaba el pequeño territorio de Sleswig, dividida en varias ramas, y se apoderaron de la isla de Bretaña, habitada por Celtas. En esta conquista entró á la parte una de esas ramas de la tribu ánglica, los Sajones; el siglo noveno invadieron la isla los Daneses y el siglo once los Normandos. Aunque todas estas gentes pertenecían á la estirpe ariana, diferían entre sí por el idioma, las costumbres y la cultura, hasta el punto de considerarse á sí propias como razas extrañas y combatirse á sangre y fuego. El nombre de Inglaterra no conviene á un país cuyos moradores (prescindiendo del escaso elemento latino que aportó la ocupación romana), descienden de los bretones, de los sajones, de los daneses y de los normandos. y en infima proporción, de los anglos. La misma tacha puede oponerse á la denominación de gran Bretaña. Mas no existiendo allí gente que hile tan delgado como nuestros simpáticos y entusiastas rebautizantes, continúa campando, sin contradicción, el nombre improprio, acaso antipatriótico para la lógica de Euzkadi, sin que tan imperfecto apelativo impida á los mal llamados ingleses desempeñar cierto papel en el mundo. ¿Qué sería si lo substituyesen por otro de laboratorio ó biblioteca?

Caso todavía más típico, nos lo suministra Francia.

Formalicemos su inventario étnico, y hallaremos superpuestas, y á la postre fundidas por la evolución histórica, razas paleolíticas, (Langerie y Baunses Chaudes) y razas neolíticas (invasion braquicéfala y dolicocéfala). Saliendo de la prehistoria y entrando en la historia, descubrimos colonias fenicias, cartaginesas y griegas. Después, repartiéndose desigual y sucesivamente el territorio, solicitan nuestra atención los ligures, los iberos, los baskos, los galos, los belgas, los aquitanos (afines de los Iberos), los bretones, los latinos, les germanos (cimbros, teutones, suevos, vándalos, wisigodos, alanos, alamanes, burgundes, sicambrios, francos), los normandos, los ingleses. De esta multitud de gentes que las menos no hicieron sino atravesar el territorio y las más echaron raíces en él, gentes que constituían razas diversas las unas y meras familias ó ramas de una misma estirpe las otras, sólo una de ellas, la de los francos, en virtud de razones históricas, impuso su nombre al pais: Frankreich. Y continúan denominándose, Francia las antiguas Galias, á pesar de que la sangre franca ha sido casi en su totalidad reabsorbida por la descendencia de los paleolíticos y de los neolíticos, de los impropiamente denominados celtas y de los galo-romanos, elementos fundamentales de la étnia francesa, y á pesar de que el idioma franco apenas suministró un centenar de palabras al léxico francés.

Es decir que Francia luce un nombre á todas luces inadecuado; y el que juzgando por éste supusiese que los franceses son francos y hablan un dialecto de la lengua alemana, se engañaría. ¿Debe la inadecuacíon sorprendernos? De ningun modo. La experiencia nos enseña que los nombres de las naciones son producto de una circunstancia especial y que amenudo sobreviven á ésta; también nos enseña que esos nombres suelen principiar por ser locales, particulares, y que las razones de la historia paulatinamente los extienden y dilatan.

No quiero cansar al lector, acumulando ejemplos. Tan sólo aduciré otro, sacado del país.

Dice el príncipe de Viana recogiendo vetustas y puras tradiciones: «é llámase la antigua Navarra éstas tierras: son á saber las cinco villas de Goñi, Yerri, Valdelana, Amescoa, Valguesalaz, Campezo, é la Berrueza é Ocharan, en este dia una grant peiña que está tajada entre Amezcoa, Eulate é Valdelana se clama la corona de Navarra; é una aldea que está al pié se llama Navarin». Este nombre, circunscrito á una corta región de la Merindad de Estella, nombre oscuro al que circunstancias ignoradas dieron notoriedad posteriormente, se enseñoreó de la ámplia extensión que hoy le ostenta. Nuestros primeros monarcas se intitulaban Reyes de Pamplona y de las Montañas etc. Con la frase genérica de «razones históricas» he expresado las causas de diferente índole que producen la notoriedad y la expansión del nombre; esas causas favorecieron al de Nabarra, pero no concurrieron á favor del de Bizkaya que cierto distrito montuoso del valle nabarro de Aibar, merindad de Sangüesa lleva y que fuera de allí es desconocido; más el Bizkaya de otra parte del territorio basko disfrutó la idéntica fortuna que el Nabarra estellés y dió nombre al Señorío.

El vocablo Nabarra, como la mayoría de los nombres del país basko, es meramente topográfico. Admítase, ó no la etimología corriente de naba «llanura cercana á las montañas» y erri «pueblo», que el insigne Oihenart ilustró declarando que esku-naba en su tiempo, se llamaba á la palma cóncava de la mano, es incuestionable que el nombre de Nabarra no puede estimarse descriptivo de todo el territorio del antiguo reino, donde hay valles estrechos y anchos; altas mesetas, llanuras rodeadas de montañas y llanuras extensas abiertas del todo unas y únicamente amuralladas por montes otras, en alguno de sus puntos cardinales. Es decir que Nabarra es nombre improprio en su género, como en el suyo lo son Inglaterra y Francia.

Que Euskal-Erria implique mayor ó menor impropríedad es cosa que no debería inquietarnos, como no les inquieta á los franceses, á los ingleses y á los nabarros la impropiedad del nombre de su Patria. Mas ya que tan quisquillosos y sutiles se muestran algunos de mis queridos paisanos, á quienes se les antoja, sin duda, que no hay forma de hacer cosa de provecho mientras no nos rebauticemos, paréceme que es hora de aquilatar esa cacareada impropriedad y ver si podemos soportar la que resulte á la postre, sin que ella nos inutilice para nuestras reivindicaciones harto más sustanciales á mi juicio de simple y pecador, que todas estas escaramuzas en que honestamente se distraen algunos.

Euskal-erria significa, sin objeción posible, «pueblo, país del euskara ó baskuenze». En su sentido estricto, rígido, únicamente debería aplicarse al pueblo ó país donde se habla ese idioma. Pero escasos son los vocablos que además del sentido propio, no adquieren otro figurado; de aqui los tropos, que tan importante papel desempeñan en la retórica y en la semántica. No creo que el nombre de Euskal-Erria sea, por esencia, incapaz de adquirir nueva significación, que por esencia sea intangible é inmodificable; y no siéndolo, de todos los significados que pudiera llegar á expresar, uno de los menos violentos, uno de los más plausibles, sería el de designar al país donde se habla y donde se habló el bascuenze. Por ventura no es histórica y aun realmente país del euskara el país cuyos habitantes pertenecen á la raza baska, cuyos nombres toponímicos son en su mayoría baskos, cuyos apellidos son baskos, en su inmensa mayoría también? La impropiedad de la acepción no rebasa el límite de la admitida en todo género de tropos.

No es mi ánimo discutir el neologismo Euzkadi; me avengo hoy por hoy á suponer que esté maravillosamente formado y lo admitiría inmediatamente si no poseyésemos otro vocablo tradicional, capaz de amoldarse, sin extremada violencia, á los nuevos usos que el acorralamiento del baskuenze impone. Yo no concibo el amor sin el respeto, y éste no se compagina con el sacrificio innecesario de vocablos venerables á quienes además del perfume de los siglos adorna la nota de pertenecer al acervo común y fundamental de la lengua, sin excepción de dialectos y nacionalidades.

Euzkadi no es vocablo transparente, de suyo, como el de Euskal-Erria que todo basko le entiende; requiere explicación prévia. Por curiosidad he preguntado á mucha gente del pueblo que no estaba en autos, pero cuyo lenguaje habitual es el baskuence: — ¿qué significa Euzkadi? Ni uno solo de los interrogados adivinó ó vislumbró que era un nuevo nombre impuesto al país. Cuando se lo expliqué abrieron desmesuradamente la boca. Si entramos en este camino de las invenciones, dónde nos detendremos? Porqué no se ha de inventar otro segundo nombre más perfecto que Euzkadi, y otro tercero más perfecto aún, con la misma facilidad y lógica que se inventan los idiomas artificiales, los volapüks, esperantos y demás pasatiempos lingüísticos, incapaces de arraigar, precisamente porque siempre es posible la fabricación de otro mejor?

Además, un patricio, por insigne que se le repute, tiene derecho á mudar el nombre de su Patria y de su gente? Puede equipararse un pueblo, una raza, una nación, producto de los siglos, punto de contacto misterioso de la providencia de Dios y de la libertad humana á un nuevo cuerpo químico que el sabio encuentra en su laboratorio y que nace anónimo? Han salido, por ventura, los baskos, del torno de alguna inclusa? Con el nombre de Euskal-Erria desaparece, á una, el nombre de euskaldun; á pretesto de restaurar nuestra personalidad vámos borrando la huella que el gigante dejó sobre el suelo sangriento de la historia. Si á un particular se le infligiese ésta alteración de un estado civil, se cometeria un delito; idéntico calificativo aplicaría yo á la alteración del estado civil basko si no me constase la pureza de motivos y la rectitud de propósitos que á ella preside. Y esa rectitud, sino mi aquiescencia que deploro negar conquista mi simpatía.

Euzkadi es, ó quiere ser, palabra baskongada. Mas si es impropio extender al país que no habla el baskuenze el nombre de Euskal-Erria, no parece que sea más propio imponer á dicho país un nombre basko de nueva planta. Para el habitante de las Merindades de Olite y de Estella, por ejemplo, tan extraño será Euskal-Erria como Euzkadi, y si ha de vencerse esta dificultad ó inconveniente, mejor es se beneficie del esfuerzo el nombre tradicional, que nó el hechizo, el nombre que está en posesión, que nó el perturbador de ella.

Táchase de «anti-vasco» el nombre de Euskal Erria «porque sirve para separar y para alejar á unos de otros, á los hijos de la raza vasca». Y todo porque los baskos que hablan baskuence no llaman Euskal-Erria sino al país donde se habla baskuenze. Pero si los esfuerzos que se están realizando entre dichos baskos para encasquetarles los flamantes Euzkadi y euzkotar se llevasen á cabo para convencerles (y se me figura no había de ser difícil) de que pueden llamar, sin grave impropiedad, Euskal-Erria al país donde se habló y ya no se habla baskuenze, es indudable que los beneficios unificadores que se esperan de Euzkadi, los otorgaría, así mismo Euskal-Erria. La división no dimana, desgraciadamente, de los nombres, sino de los hechos; y llámese el país Euzkadi ó llámese Euskal-Erria, siempre mediará diferencia y grande entre la región que perdió y la que retuvo su lengua. La lógica, en nombre de la unidad y fraternidad de la raza baska invocadas, exigiría la repudiación solemne de los nombres de Nabarra, Biskaya, etc., pero la lógica, gracias á Dios, retrocedió ante esa absorción panteística.

Recomiéndasenos que se conserven cuidadosamente las denominaciones particulares y bien concretas de los antiguos Estados (Nabarra, Gipuzkoa, Biskaya, etc.), y á la vez se nos incita á poner en circulación y en uso corriente un nombre genérico para toda la nación baska — Euzkadi —, bajo el cual «se sientan» comprendidos enteramente esos antiguos Estados, sin sospechar predominio de unos sobre otros. Mas para que los naturales de esos diversos Estados sientan esa comunidad de la denominación, es preciso comenzar por explicarles lo que se entiende, ó imagina, por euzko, y lo que di y Euzkadi significan. De suerte que el sentimiento dimanará de la explicación, pues expliquémosles... digo yo, lo que significa Euskal-Erria en su primitiva y en su secundaria acepción, y obtendremos idéntico resultado, manteniendo el uso de un vocablo que los antiguos Baskos idearon precisamente para afirmar la sustantiva unidad de su raza, y que en cierto modo puede servir de fórmula á una aspiración altísima muy difícil, imposible casi, pero que es la síntesis última de nuestras reivindicaciones nacio-listas: que todo el país basko de raza lo sea de lengua.

ARTURO CAMPIÓN.
En Iruña, cabeza del Reino de Nabarra, 26 de Febrero de 1907.



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