Ernest Hemingway, un visitante poco conocido
* Traducción al español del original en euskera
Alberto Barandiaran

Ernest HemingwayEl Hemingway aficionado a los toros, borrachín, engreído y ambicioso; el Hemingway sanferminero, mujeriego, vividor y acaudalado. El Hemingway escritor, autor de El viejo y el mar, Por quién doblan las campanas o Fiesta. El Hemingway estereotipado, de blanca barba, cantarín y bebedor.

Pero también hay un Hemingway enamorado de Euskal Herria, un Hemingway que visita los municipios de Auritz, Orbaitzeta, Aribe o Agoitz, un Hemingway que hace turismo en Donostia, San Juan de Luz o Hendaya, y que se hospeda en Lekunberri y Biarritz. El joven y curioso Hemingway, el pelotari, arrantzale y amante del buen vino Hemingway. El auténtico, creativo y desconocido Hemingway.

Los personajes, al igual que la Historia, siempre tienen dos caras. El americano conectó con el ambiente de Pamplona nada más llegar, a principios de los años 20, afamó mundialmente sus fiestas, y dejó constancia escrita de su cariño hacia la gente y el paisaje. En adelante, y hasta 1931, tendría una cita anual con Navarra. Pero resulta que se le conoce por la alocada y etílica visita de 1959.

Ya en su primer viaje a Euskal Herria se mostraba deseoso por conocer el país. Física y psíquicamente extenuado en aquellos duros tiempos que corrían por Europa, su generación arrastraba las secuelas de la Primera Guerra Mundial. Vino a Pamplona en busca de vitalidad, de aquellas espectaculares fiestas que según había llegado a sus oídos se montaban al otro lado de los Pirineos, en los que el juego entre la vida y la muerte se personificaba ante el toro con una nitidez sin par. Se trataba, en fin, de la tragedia, en mayúsculas. A su regreso a París, en los dos artículos que redactó en torno a los sanfermines para un diario canadiense, manifestaba que "no hay carnaval que se le parezca". Contó maravillas a sus amigos americanos, y se propuso volver al año siguiente, mientras aprovechaba los días invernales de París para regalar pases en los tranvías.

En su segunda visita empezó a hacer amistades en la pensión de la calle Eslava, en el Hostal Quintana de la Plaza del Castillo y en el café Iruña. Incluso realizó un viaje a los Pirineos. Siendo natural de Michigan y habiendo nacido junto a los Grandes Lagos, una de las aficiones favoritas de Hemingway era la pesca, actividad que, siguiendo la recomendación del director del Hotel Quintana, practicó en Auritz. Si en Pamplona encontró la agilidad física, la alegría y la generosidad que en París nunca sintió, la montaña le ofreció el contacto con la naturaleza, el trato con la gente humilde, la admiración ante la grandiosidad del paisaje. La libertad.

En los dos libros que publicó a finales de los años 20 (Fiesta y Death In the Afternoon), dibujó descomunales pinares, ríos de agua helada y hayedos que nunca conocieron hachas. Solía declarar que el Pirineo vasco, "el último lugar puro", le proporcionaba tranquilidad. Son muchos los lugares que posteriormente tendrían el honor de ser ensalzados por su pluma, dada la facilidad con que el escritor se dejaba arrastrar por la emoción, pero Navarra siempre estuvo entre las tierras que más amó.

Durante esta estancia visitó también la costa vasca y paseó por ciudades como Donostia, Hendaya, San Juan de Luz o Biarritz, si bien tales estancias apenas se han visto reflejadas en su obra, exceptuando alguna que otra breve alusión o escueta narración.

Decía Hemingway que los vascos le recordaban a las tribus indias del norte de Michigan que conoció durante su infancia. Se sorprendía ante la bondad de la gente y apreciaba infinitamente los simples y naturales detalles, como por ejemplo que, tratándose él de un extranjero, le ofrecieran beber de la bota, le invitaran a bailar, etc. "Menuda tierra", dice el protagonista de la novela Fiesta al referirse a Euskal Herria.

Al estallar la guerra del 36 y la Primera Guerra Mundial, e iniciada la época del franquismo, los pamploneses perdieron el rastro del amigo americano. Pero incluso en su estancia en Cuba no tardó en trabar amistad con los vascos, una amistad que se prolongaría durante los veinte largos años que residió en la isla, siendo mundialmente famoso y habiendo recibido el Premio Nobel. Jamás dejó de contar con el afecto del heterogéneo grupo vasco formado por los sacerdotes que estuvieron de capellanes junto a los soldados, marineros que ejercieron de saltimbanquis, cestapuntistas, jefes de aduana y aventureros. Los visitantes más tenaces de la mítica Finca Vigia de San Francisco de Paula, próxima a la Habana, eran los vascos.

De regreso a Navarra en 1953, tuvo que adaptarse a los inevitables cambios que habían tenido lugar a lo largo de los veinte años en los que se ausentó, aunque no por ello dejó de ejercer de cicerone para sus amigos. "Ha cambiado absolutamente todo, pero todavía se pueden encontrar las buenas cosas de antaño. Es cuestión de saber encontrarlas".

El grupo partía del Hostal Aiestaran de Lekunberri hacia Pamplona en cuanto amanecía. En una ocasión, maravillado ante la belleza del paisaje, cubierto del dorado del trigo y del rojo de las amapolas, la tierra navarra escuchó uno de los halagos más hermosos que se le hayan dedicado jamás: "Es vergonzoso que Van Gogh nunca llegara a pintar el paisaje navarro".

Y resulta que sólo se le recuerda por su visita de 1959.


Fotografías: De la web del Museo Hemingway y de la enciclopedia Lur

Euskonews & Media 106.zbk (2001 / 1 / 12-19)


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