En
Euskal Herria, como en toda la cristiandad latina de Europa, Santa
Águeda, virgen y mártir siciliana del siglo III,
es una advocación venerada específicamente por las
mujeres. Recurren a su intercesión aquellas gestantes que
quieren propiciar un buen parto, las madres con insuficiente leche,
y las aquejadas por diversos "males de pechos". Por
extensión se la hace protectora de las mujeres, sean casadas
o solteras. Virtualidades que se asocian con el episodio más
conocido de su martirio, durante el que le fueron cortados los
pechos, sanando después milagrosamente sus heridas. Más
allá de la leyenda hagiográfica, el culto de Santa
Águeda enlaza con las antiguas Matronalia romanas,
fiestas dedicadas a propiciar la fertilidad de las matronas, en
honor de Juno Lucina, divinidad de los partos y de la abundante
lactancia. Otros poderes de Santa Águeda son los de preservar
contra incendios y erupciones volcánicas, o los más
genéricos de proteger contra los malos espíritus,
enfermedades del ganado y potenciar la producción agraria.
Atributos que la asemejan a la Bona Dea, Buena Fortuna
o Aghatè Tyché de la antigüedad clásica.
En Euskadi se la atribuye, además, otra faceta sanadora:
la de curar de cefaleas y migrañas; y la santa, acusada
de brujería durante su proceso, actúa como sorgiña
–transformada en gata- en varias leyendas vascas. Perfil que evoca
la hipótesis de la brujería como culto a Diana,
asimismo virgen, protectora de los partos y de la fertilidad.
En otros ámbitos,
las matronas adoptan durante su festividad iniciativas y roles
masculinos, siendo fertilidad e inversión de papeles rasgos
típicamente carnavalescos. Entre nosotros la cuestación
de viandas, aunque protagonizada por los mozos, abre el ciclo
de postulaciones y comensalidad propios del ya inmediato Carnaval.
1. El santuario de Santa Águeda en Kastrexana (Barakaldo)
Tanto por sus aspectos lúdicos
como religiosos, las romerías celebradas en torno a este
santuario –más que ermita- destacan notablemente entre
las dedicadas a Santa Águeda en nuestro ámbito.
Está situado en un rellano a 200 m. de altura, en las estribaciones
del monte Arroletza (452 m.), sobre la calzada del puente de Kastrexana
en la ruta jacobea de la costa, y a escasa distancia de la que
desde Bilbao conducía –por Balmaseda- hacia la Meseta.
Estratégica situación que convertirá al santuario
y a su entorno en teatro de operaciones en todas las guerras civiles
de los siglos XIX y XX. Hoy se accede al mismo por la carretera
local que desde Kastrexana conduce, por Santa Águeda y
el collado de Basatxu, hasta Cruces, barrios ambos especialmente
vinculados a sus romerías.
Las primeras noticias documentales
constatan que el santuario ya existía en 1584, posiblemente
levantado sobre los cimientos de una ermita anterior. Remodelado
a lo largo de los siglos, sus últimas restauraciones datan
de 1959 y 1996. Por su alejamiento de la parroquia matriz de San
Vicente de Barakaldo, y tras convertirse en aneja, pasará
a depender de San Bartolomé de Alonsotegi en 1882, y de
la parroquia de Santa Águeda de Kastrexana a partir de
1956. Con anterioridad a la industrialización, contó
con su propia Casa de la Novena y con una de las tres ventas
o tabernas del municipio. Además del retablo rococó
con la imagen titular de Santa Águeda, a ambos lados del
presbiterio hay sendos bajorrelieves dedicados a Santiago y Santa
Ana; pero, sobre todo, una imagen de alabastro de Santa Águeda
–depositada en la sacristía- con la cabeza separada del
tronco, de hacia el año 1350.
El imaginario popular satura el entorno
de Santa Águeda, desde Basatxu hasta Ibarreta y Solondo,
con apariciones de brujas y de diversos personajes del universo
sacral cristiano: la propia Virgen –por alusión
a la santa-, una imagen de San Antonio de Padua e incluso el Diablo,
atribuyéndose a éste o a las brujas la construcción
del puente de Kastrexana.
2. El calendario festivo
El marco temporal del romeraje, aunque
ha experimentado diversas vicisitudes, es muy amplio. Además
de su festividad litúrgica del 5 de febrero, en diversas
épocas y actualmente se celebra repetición al domingo
siguiente y hoy incluso el precedente. Le siguen las dos Pascuas,
de Resurrección y de Pentecostés; y la festividad
de Santa Ana –26 de julio- sustituída por la inmediata
de San Ignacio; todas estas hoy reservadas, por su intimidad,
a la dimensión religiosa del santuario. Existieron, además,
las peregrinaciones familiares y/o grupales para efectuar promesas
y depositar exvotos, más las misas de los coros, sin fecha
determinada. Al término del siglo XVIII se celebraba una
Letanía, posiblemente con objeto de bendecir los
campos. La Casa de la Novena sirvió como hospedería
para quien efectuaba este peregrinaje de nueve días. También
hubo peregrinaciones colectivas, como las de la parroquia de Alonsotegi
a comienzos del siglo XX, o la de mujeres de los arrantzales
bermeanos tras la galerna de 1912. Y, actualmente, rituales
de paso del vecindario de Kastrexana y los cercanos de Cruces
y Zorroza: bautizos, primeras comuniones, bodas y los aniversarios
de éstas. Por último, las jiras estivales
de grupos asociativos y políticos –desde mayo hasta septiembre-
reducidas en la actualidad a su mínima expresión.
3. La religiosidad popular
Las prácticas de religiosidad
popular de un santuario se derivan de un voto o promesa, de quien
ha intercedido a su titular cuando peligra la salud o la vida
del propio interesado, o de alguien de los suyos, obligándose
a acudir a aquél para rogar por su curación o dar
gracias por la ya consumada. El cumplimiento de la promesa lo
efectúan habitualmente las mujeres de la familia, preferentemente
durante la romería anual o alguna otra festividad del santuario
y en grupo. Da lugar a dos tipos de prácticas: las que
implican el contacto directo con la sacralidad de la imagen o
reliquia, o bien las ofrendas, exvotos y sufragio de misas.
En el santuario baracaldés,
las del primer tipo se asocian a las afecciones vinculadas al
embarazo, la lactancia, el mal de pechos; las dolencias
del aparato locomotor y las afecciones reumáticas; así
como las cefaleas. Se concretan en la circunvalación ritual
del santuario, entrando y saliendo tres veces por las puertas
de la sacristía, portando el tronco o la cabeza de alabastro,
y rezando ante los altares del presbiterio y de la sacristía.
A esta abogada polivalente se recurrió
incluso contra las apariciones de difuntos, naufragios, etc, como
dan testimonio los exvotos existentes en las paredes de la ermita
hasta su penúltima restauración general, en 1959.
Resulta evidente la relación entre el significante –muletas,
bastones, trenzas y aparatos ortopédicos- y el significado
de la dolencia o mal padecido. Otro tipo de exvotos fueron las
ropas, hábitos, lazos y escapularios, así como una
pequeña reproducción de pie en cera. El único
exvoto subsistente, respetado por su referente pictórico,
es el del bergantín Hermoso Habanero, cuyo capitán
se encomendara a Santa Águeda durante aquel temporal del
5-II-1841.
En todo tiempo se han efectuado ofrendas
en este santuario. En especie, como las de aceite para la lámpara
o aquel manto regalado a la imagen por un emigrante del barrio,
desde México. En todo tiempo se han efectuado, además,
ofrendas en metálico, como limosnas o estipendios de las
misas encargadas. Antaño, su rematante se obligaba a sufragar
las celebraciones de los actos festivos, tanto religiosos como
profanos, y el postulante pedía limosna en un radio de
más de 30 kilómetros. Hoy, como ayer, numerosas
personas pasan por la sacristía a depositar su óbolo,
a cambio de una estampa de Santa Águeda –a la que se atribuyeron
virtudes sanadoras- y un folleto del santuario. Y cada año
se sufraga una media de 45 misas, con predominio absoluto de mujeres.
Se trata de un colectivo de personas autóctonas, a juzgar
por sus apellidos euskéricos; y para un tercio de las mismas
se trata de una práctica recurrente, que puede remontarse
a varias generaciones. Las promesas y su cumplimiento eran cosa
principalmente de vascongadas (vascoparlantes) de las comarcas
vecinas de Uribe Kosta y Txorierri, y tan sólo a partir
de 1960 se sumaron algunas mujeres residentes en Barakaldo, aunque
de origen rural e inmigrante.
Precisamente
a partir de estas fechas, la secularización y la pérdida
de credibilidad de la religión popular se han traducido
en un progresivo detrimento cuantitativo de todas estas prácticas,
actualmente relegadas a mujeres mayores y a las fechas de menor
concurrencia romera. Perduran, en cambio, los aspectos litúrgicos
más vinculados a la religiosidad eclesial y parroquial:
misa, sermón y comuniones. Durante el periodo intersecular
se celebraban misas cantadas y/o diaconadas los días de
Santa Águeda, las dos Pascuas y San Ignacio. Pese a la
profunda secularización de buena parte del actual contingente
romero, más de la mitad de los asistentes el día
5 oye misa, así como una décima parte el de la repetición.
La oferta de misas se ha ido incrementando, hasta cinco por cada
una de estas fechas, más otras tres el domingo precedente,
en la actualidad.
4. Las romerías y sus dimensiones
Como ya se ha dicho, el santuario y su
imagen constituyen el punto focal de un ciclo anual de romerías,
cuyas primeras noticias se remontan a 1764. Se celebran entonces
las de Santa Águeda, Santa Ana, Santiago y Letanías,
por alusión a las de Pascuas, con asistencia del cabildo
eclesiástico, los Fieles de la Anteiglesia y los mayordomos
de las ermitas locales. Los aspectos lúdicos se concentran
en las fiestas profanas de Santa Águeda y Santa Ana, con
bailables vespertinos en la campa de Cruces, animados por el tamborilero
(txistulari). La concurrencia supralocal es testimoniada
por los incidentes habidos junto a la venta de Castrejana, al regreso
de las romerías de los días de Santa Águeda
y su repetición, cuando el Fiel de Bilbao cuestiona el derecho
de Abando para organizar baile en este lugar.
Durante toda la segunda mitad del
siglo XIX, la prensa bilbaína califica las romerías
de Santa Águeda –5 de febrero, repetición y Pentecostés-
como unas de las más concurridas del Señorío,
tan sólo interrumpidas por la última guerra carlista.
La multitudinaria comitiva de romeros procedentes de Bilbao y
Olabeaga celebra, de regreso a la Villa, bailes en Kastrexana
y Basurto, con merienda campestre en este último punto.
Durante el periodo intersecular decae la romería del 5
de febrero y desaparece su repetición dominical. Perduran
las dos Pascuas, y durante la segunda tiene lugar animada romería
en Morteruelo (Kastrexana-Bilbao). Pero, ya en 1910, se ve eclipsada
por las dos Pascuas en Cruces, cuyas romerías se convertirán
hasta la primera postguerra en unas de las más importantes
de Bizkaia, y más adelante en fiestas patronales de un
barrio que crece a la par de la industrialización. Con
participación de Barakaldo, Bilbao y de toda la zona minero-fabril.
Hasta
1936 el sistema festivo de Santa Águeda consta de prácticas
litúrgicas, religiosidad popular, esparcimiento profano,
y de las primeras expresiones de religión política
propias del nacionalismo vasco. Los baracaldeses de la periferia
rural acuden el 5 de febrero, degustando el caldo autóctono
en los dos chacolíes de las casas inmediatas a la
ermita, así como en los de Zubileta. Por Pascuas suben
grupos de jóvenes acompañados por acordeonistas,
que regresan en alegre biribilketa hasta Cruces. La festividad
de San Ignacio es una jornada más tranquila, en la que
familias y amigos refuerzan sus vínculos comunicativos,
para después almorzar en las campas inmediatas.
La postguerra, con el estancamiento
económico y la represión de cualquier expresión
de sociedad civil, conlleva la decadencia de estas romerías.
Hasta que, en 1945, una cuadrilla de jóvenes nacionalistas
organiza misa y bacalada en el chacolí anejo en
1945, regresando al son del txistu. Este semiclandestino revival
comienza a atraer más gente cada año, consolidándose
la repetición, que ya diez años después actúa
como catalizador de la recuperación del 5 de febrero. Los
romeros, tras oir misa, dedican el resto de la mañana a
bailar al son del txistu y a saborear un bocadillo regado con
la jarra de chacolí. La profusión de cuadrillas
ataviadas con kaikus y txapelas, signos diacríticos
de identidad vasquista, contribuyen a convertir Santa Águeda
en un ritual de afirmación nacionalista.
Con la década de los sesenta,
los numerosos inmigrantes asentados en Barakaldo y su entorno
se suman a esta ya masiva romería de 15.000 asistentes,
imprimiendo a la misma un estilo alternativo. Se oponen una idiosincracia
articulada en torno al movimiento folklórico, montañero
y scout vasco y otra ye-yé definida como subcultura
juvenil de masas. Guitarras, canciones modernas y atuendos
exóticos predominan sobre los referentes emblemáticos.
Y serán inútiles los intentos –entre 1966 y 1968-
de la federación de grupos de cultura vasca Barakaldotarrak
para tratar de devolverla su impronta de antaño. Para
los romeros tradicionales quedan el acogedor espacio de Zubileta
y la romería del 5 de febrero. Al finalizar la década
cesa la confrontación entre los dos estilos de referencia,
saldándose con un cierto desapego de los autóctonos,
cuya juventud se orienta hacia el radicalismo abertzale.
De las restantes festividades apenas quedan sus misas, a las que
acude un puña- do de vecinos del entorno (Kastrexana,Basatxu)
y de Uribe Kosta, y así hasta el presente.
Durante la nueva etapa se añade
otra jornada festiva, ya que hay gente que acude el domingo precedente.
El día de Santa Águeda acuden entre 1.500 y 3.000
romeros, con predominio de jubilados, prejubilados y alumnos de
algún colegio de Barakaldo, su barrio de Cruces o Zorroza
(Bilbao). En su mayor parte acuden a misa, para reconfortarse
después con el consabido refrigerio. Les acompaña
una verdadera legión de puestos de venta, situados entre
Basatxu y Santa Águeda, que ofertan rosquillas, chucherías,
bebidas y productos alimentarios. Se trata de romeros asiduos,
nativos más del 75 % del ámbito comarcal y residentes
en el mismo. Esta jornada expresa la adhesión a una identidad
colectiva local con raíces étnicas, mediante el
anual reencuentro festivo de "hijos del pueblo" dispersos
geográfica y socialmente; en torno a un santuario que actúa
como cronotopos, conjunción de la memoria colectiva y de
un espacio cargado de sentido. Algunos completan la jornada con
una marcha por los cercanos montes de Sasiburu, o reforzando sus
vínculos amicales con una comida en El Regato.
La multitudinaria romería
del domingo siguiente, que atrae hasta Santa Águeda a unas
30.000 personas, convierte los caminos de acceso en una incesante
comitiva de gentes que van y vienen del santuario, especialmente
a través de Basatxu. Entre este lugar y la ermita se sitúan
unos 50 puestos de venta. El perfil romero es muy diferente
al del día precedente, puesto que un 40 % son inmigrantes.
Proceden del barrio de Cruces, del resto del municipio de Barakaldo,
de Bilbao, Zorroza, Alonsotegi y otras poblaciones del entorno.
Las campas próximas no bastan para dar cabida a los romeros,
cuyo atuendo se ha estandardizado, con neto predominio de prendas
deportivas.
Estas romerías, secularizadas
y profanas en buena medida, actúan como ritual que reactiva
las identidades étnica y nacional; aunque también
las dimensión locales de lo colectivo, desde el barrio
de Kastrexana hasta un municipio extenso y heterogéneo
como Barakaldo. Dinamizadas por cuadrillas y grupos familiares,
que reactivan también sus vínculos intragrupales
mediante la sociabilidad festiva y un código cultural compartido.
Articuladas en torno al santuario, cuya permanencia fundamenta
la pretensión de fidelidad a las raíces. El entorno
de montaña, asiento del hábitat arquetípicamente
vasco, y el chacolí cultivado en torno al propio
santuario potencian este significado.
5. Coros de Santa Águeda.
La víspera festiva
En toda Bizkaia y en buena parte
de Gipuzkoa, así como también en algunas comarcas
alavesas y navarras, resuenan durante el 4 de febrero las canciones
de las rondas corales que rememoran la vida y el martirio de Santa
Águeda. Esta víspera corresponde a los quintos o
plaza mutillak (mozos), que efectuaban una cuestación
de viandas en los caseríos y de dinero en zonas urbanas
–entrelazando casas y familias- para celebrar una merienda con
el producto de la misma.
La
temática de las estrofas se irá centrando en la
cuestación, recurriendo a la adulación o la ironía
para obtener el efecto apetecido. Si bien lo más frecuente
es que en cada pueblo se cantase una versión local, en
la zona euskaldun también se recurría a la improvisación
de bertsos. En las comarcas castellanófonas los
coros interpretaban un repertorio más tipificado, básicamente
coincidente en zonas tan distantes como Karrantza, Barakaldo o
Zuia. Algunas de sus estrofas explicitan el significado tradicional
del ritual:
Esta
noche
es noche buena,
víspera de
Santa Águeda. | Hemos
salido de ronda
por no dejarlo olvidar,
como los antepasados
solían acostumbrar. | No
venimos por ver chicas
ni tampoco por bailar;
que venimos por longanizas
de la lata descolgar. |
En 1913 el escritor Evaristo Bustintza
(a) Kirikiño, colaborador del diario Euzkadi,
elaboró una versión estandardizada del Agate
Deuna, más acorde con el ideario nacionalista que las
letras tradicionales y que paulatinamente irá imponiéndose
como versión única -también en Barakaldo-
desplazando a las demás, que no resurgirán hasta
la década de los ochenta.
En Barakaldo, y hasta 1913, salieron
una media de cinco coros por año, correspondientes a las
barriadas de su periferia rural y minera. El Ayuntamiento concede
un único permiso por barrio -para evitar expresiones de
antagonismo- a las cuadrillas de mozos y a los quintos en Irauregi-Alonsotegi.
La prescripción de destinar parte de la recaudación
de cada coro a celebrar una misa en Santa Águeda, incardina
la sociabilidad moceril y vecinal en los actos del santuario de
referencia. Con el declive de la sociedad tradicional esta costumbre
–ya secularizada- se irá transfiriendo a agregados más
complejos: cuadrillas, grupos parroquiales, asociaciones deportivas
y agrupaciones nacionalistas; otros cambios significativos son
la introducción de los coros en el casco urbano, con participación
de mujeres y de adultos, y el destino de la recaudación
a fines benéficos o asociativos.
Con
la postguerra, desaparecidas las asociaciones no afectas al régimen,
el ritual se transfiere a diversos grupos parroquiales. Será
preciso esperar a los años cincuenta para que nuevos coros
vecinales y de ex-alumnos vuelvan a interpretar el Deun Agate
por calles y barrios de Barakaldo. Diez años más
tarde se incorporan grupos de danzas vascas, de tipo criptonacionalista.
El tardofranquismo y la transición implican una verdadera
proliferación de coros, de diferente tipología:
asociaciones culturales, políticas, recreativas o de vecinos,
grupos de estudiantes, txokos, grupos de tiempo libre,
AEK, etc.
6. Fiestas de Kastrexana
Para el vecindario del barrio próximo
al santuario, Santa Águeda constituye además su
fiesta patronal, de la que se dota a medida que los dos núcleos
separados por el río Cadagua: Santa Águeda-Larrazabal
(Barakaldo) y Kastrexana (Bilbao) se vayan integrando en una única
barriada con esta última denominación; y cuyas estrechas
relaciones ignoran las delimitaciones municipales, compartiendo
una identidad propia e indisoluble. Como factores aglutinadores
de esta integración progresiva actuaron la Fábrica
de Santa Águeda (1882), después S.A. Echevarría;
y la construcción de una capilla bajo la advocación
de Santa Águeda (1919), consolidada como parroquia en 1956.
También servicios compartidos, como la cooperativa de consumo,
y asociaciones como el batzoki (1908 / 1933) o la más
reciente sociedad gastronómica. Si las romerías,
vinculadas a un ámbito mucho más extenso, no posibilitan
la identificación exclusiva de Santa Águeda con
el barrio, esta fiesta patronal –actuando de forma compensatoria-
le permite una apropiación del símbolo sagrado y
de sus celebraciones.
Ya desde antiguo, la festividad
de Santa Águeda congrega en torno a la mesa de cada familia
a sus componentes e invitados, reforzando sus vínculos
mediante la comensalidad. Al menos desde 1932, Kastrexana organizaba
un sencillo programa festivo, a base de festejos populares y baile.
A partir de los sesenta se formaliza una comisión de festejos,
que obtiene subvención del Ayuntamiento de Barakaldo desde
1973 y del de Bilbao quince años más tarde. El programa
comprende tres o cuatro jornadas, incluyendo tanto los festejos
celebrados en el barrio como las romerías del santuario,
así como la tradicional cuestación de los coros
de Santa Águeda.
7. Jiras al santuario
Otra expresión de sociabilidad
vinculada a Santa Águeda, son las jiras estivales
que diversos colectivos de Barakaldo y su entorno organizaron
al santuario durante el primer tercio del siglo XX, y desvinculadas
del calendario festivo. Las hubo de asociaciones cooperativas,
deportivas y tradicionalistas, pero las más recurrentes
corresponden al movimiento nacionalista. Acuden las agrupaciones
de Barakaldo y sus barrios, e incluso de Bilbao en ocasiones.
Los participantes, acompañados por txistularis y espatadantzaris
asisten a misa, celebrando después mitin de afirmación
patriótica, comida campestre y animada romería vespertina.
Desaparecidas tras la guerra civil, serán recuperadas como
Alderdi Eguna local a partir de 1987. Al igual que los
coros, y en buena medida las romerías, estas jiras son
una expresión de la religión civil nacionalista,
construida mediante transferencia de sacralidad a partir de la
cultura y de la religiosidad tradicionales.
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José Ignacio Homobono, profesor
del Departamento de Sociología-UPV / EHU
E-mail:ciphomaj@lg.ehu.es
Fotografías: José Ignacio Homobono, y de las páginas
web "La guía de ocio y turismo bilbaíno"
y "Casco viejo Bilbao" |