Es
evidente que el movimiento feminista, en sus 25 años de
vida, ha producido significativos cambios en la condición
de las mujeres, quienes paulatinamente han ido adentrándose
en esferas hasta ahora consideradas exclusivamente masculinas,
tales como la universidad, el mundo laboral, el deporte, etc.
Sin embargo, hay un campo que sigue perteneciendo a los hombres:
la actividad política.
Aunque somos muchas las que participamos
en los movimientos sociales y el número de mujeres involucradas
en la política no cesa de aumentar, todavía no se
nos concede el mismo peso que a los hombres, y, ciertamente, somos
muy pocas las mujeres que estamos en los centros de toma de decisiones.
La importancia de la subjetividad En
teoría, nada nos impide participar en la política.
En los partidos políticos de izquierda, la igualdad entre
el sexo femenino y masculino es un principio ampliamente reconocido.
Basta con echar una mirada a las mujeres que forman parte de los
partidos y movimientos sociales de la izquierda para constatar
cómo han rechazado los roles tradicionalmente asignados
a la mujer, disfrutan de su independencia económica y se
oponen a la sumisión a los hombres. Sin embargo, es evidente
que en estas mismas organizaciones se produce, al mismo tiempo,
una cierta división sexual de las tareas. Casi la totalidad
de los centros de decisión están constituidos por
hombres, mientras que hay un mayor número de mujeres en
tareas subsidiarias, de apoyo. ¿Por qué? ¿Qué se
puede hacer?
A la hora de abordar el tema del
cambio social, es necesario precisar que no basta con modificar
las condiciones materiales; es imprescindible cambiar mentalidades
y actitudes. Para ello, tenemos que detenernos en un aspecto al
que hasta ahora apenas se le ha prestado la debida atención:
la subjetividad.
En los partidos de izquierda apenas
se ha concedido importancia al aspecto subjetivo, ya que existía
el convencimiento de que las posturas humanas venían definidas
por las condiciones materiales. Pero es evidente que la relación
entre el ser social y la conciencia es bastante más compleja.
Cierto que las condiciones materiales influyen en la mentalidad
y actitud de las personas, pero no son los únicos factores
determinantes. Tenemos la capacidad de reinterpretar el mensaje
que nos han inculcado desde nuestra infancia; no somos consecuencia,
sin más, de las condiciones materiales.
En segundo lugar,
hay que tener en cuenta que la modificación de las condiciones
materiales se produce normalmente antes que el cambio de la subjetividad,
dado que los cambios de mentalidad y actitudes
necesitan más tiempo.
La antropóloga
feminista Marcela Lagarde (1)
afirma que a las mujeres se nos educa para "estar al servicio
de los demás", mientras que a los hombres se les inculca
un carácter más "autónomo", en la idea de
"ser-para-sí". La vida de las mujeres tiene por
finalidad procurar el bienestar de las personas, actuar con la
máxima calidad y hacer lo imposible por la vida de los
demás, una serie de principios que se reflejan igualmente
en el mundo político. Aunque la presencia de las mujeres
en este ámbito es cada vez mayor, por lo general nos situamos
en un segundo plano, en plena y constante disposición de
ayuda a los demás. Pocas veces nos mostramos dispuestas
a asumir responsabilidades.
A las mujeres nos falta alcanzar
el "ser-para-nosotras", la "mismisidad" que reivindica
Marcela Lagarde. No nos acabamos de dar cuenta de que quienes
nos necesitan no son sólo terceras personas, sino que,
en primer lugar, somos imprescindibles para nosotras mismas.
Un necesario cambio de los valores Qué
duda cabe de que ni todas las mujeres somos iguales, ni somos
fruto exclusivo de los mensajes que lanza la sociedad, pero es
innegable que los cambios que han tenido lugar en la población
no han llegado a calar todavía en la formación de
la subjetividad de las mujeres. En mi opinión, todavía
hay valores o rasgos que bien podríamos calificar como
"femeninos", lo que no significa que tales valores sean atribuibles
en exclusiva a las mujeres, ni que los desarrollen todas las mujeres.
Lo que quiero decir es que las características relacionadas
con el hecho de "estar al servicio de los demás" se evidencian
más frecuentemente en las mujeres que en los hombres.
Aun cuando se imparte
una educación mixta, a niños y niñas con
frecuencia se les inculcan, inconscientemente, valores
distintos: a las niñas, los ligados con las relaciones;
a los niños, la importancia de alcanzar los objetivos marcados.
La psicóloga Jane Baker-Miller (2)
sostiene que la subjetividad femenina, el yo femenino, se basa
en las relaciones, en contraposición al yo basado
en los logros de los hombres. Así, a las chicas se
les inculcan valores como la afectividad, el trato con las personas
que nos rodean, etc., mientras que a los chicos se les insiste
en ideas como la valentía, la seguridad en sí mismos,
...
Algunas feministas partidarias de
la diferencia proponen una actividad política basada en
los mencionados valores "femeninos". Aunque yo personalmente no
comparto esa postura, estoy convencida de que sí debemos
dar más importancia a nuestro lado subjetivo. Las mujeres
tenemos que aprender a desarrollar otra serie de valores basados
en nuestros logros (la capacidad de hablar en público,
la confianza en nosotras mismas, la disposición a asumir
todo tipo de responsabilidades, etc.), del mismo modo que los
hombres tienen que desarrollar los valores basados en las relaciones
humanas.
Todo ello, sin olvidar que los valores
y costumbres que imperan en la política nada tienen que
ver con aquellos que asumimos la mayoría de las mujeres.
He ahí uno de los motivos que explican la escasa participación
política de las mujeres.
La necesidad de cambiar la forma
de entender la política Una
mayor presencia de las mujeres en la actividad política
no sólo exige un cambio en los valores que se inculcan
a hombres y mujeres, sino que además se debe modificar
la forma de hacer política.
El mundo político actual,
por ejemplo, fomenta el liderazgo. Así, las organizaciones
políticas son representadas por una sola persona que actúa
como portavoz y que es quien da la imagen de la misma, un papel
que requiere grandes dosis de autoconfianza, tener como máxima
prioridad la política, relegar las relaciones personales
a un segundo plano, etc.
Habrá que introducir cambios
en la forma de hacer política, como abogar por la implantación
de una imagen colectiva en lugar de la figura del líder,
impulsar el trabajo colectivo en lugar del individual, sacar a
la luz el trabajo que no recibe reconocimiento alguno, impulsar
modelos participativos en lugar de los jerárquicos, adoptar
medidas que permitan compaginar la vida personal y la vida política,
... Estoy convencida de que, si llevamos adelante esta serie de
medidas, conseguiremos, sin duda, una mayor presencia de mujeres
en la política.
Por otra parte, la mayoría
de los análisis políticos realizados no ha prestado
ninguna atención a los problemas políticos presentes
en la vida privada, los ocasionados por la sexualidad, el valor
económico de las tareas domésticas, la obligación
de atender a las personas, ... El estudio de la realidad socio-política
en el ámbito socio-económico, institucional, urbanismo,
enseñanza, deporte, etc., debería incluir la perspectiva
de género. Las propuestas sobre la igualdad de oportunidades
para hombres y mujeres deberían recorrer todos los campos.
Y estoy segura de que, cuando hayamos conseguido esto, las mujeres
nos sentiremos más familiarizadas con los temas políticos.
La implicación de los hombres Toda
esta serie de cambios, sin embargo, difícilmente podrán
ser llevados a cabo sin la implicación de los hombres.
La gran mayoría de los pasos que se han dado hasta ahora
los hemos dado las mujeres. Hemos sido nosotras quienes hemos
hecho el esfuerzo de compaginar la vida familiar y la vida política.
Hemos sido nosotras quienes hemos luchado contra los obstáculos
que nos impedían participar en la vida pública.
Ya es hora de que los hombres participen también en la
lucha por la igualdad de oportunidades para ambos sexos.
Los hombres tendrán que renunciar
a privilegios y cambiar ciertos hábitos. Así, por
ejemplo, deberán dejar de participar en todas las mesas
redondas y programas radiofónicos, de pronunciar todos
los mítines (quizás se deberán conformar
con limitarse a presentarlos), tendrán que aprender a guardar
silencio en las reuniones para que se pueda escuchar la voz de
las mujeres, en lugar de hablar sin respiro aun cuando nada tienen
que decir, tendrán que aprender a escuchar nuestros mensajes,
a no dejar exclusivamente en nuestras manos la lucha contra las
agresiones sexuales o la denuncia de que la pobreza tiene rostro
de mujer, ... Y es que los hombres tienen también mucho
que hacer en favor de la participación igualitaria de hombres
y mujeres en política.
Aun cuando el protagonismo
tenga que recaer en nosotras las mujeres, creo que el cambio de
la imagen masculina que muestra el mundo político concierne
tanto a mujeres como a hombres.
(1)
Claves éticas para el feminismo en el umbral del milenio.
Seminario "Política y cuestiones de género",
junio del 2000. Emakunde. (VOLVER)
(2) Hacia una nueva psicología de la mujer.
Ed. Paidós. 1992. (VOLVER)
Arantza Urkaregi, profesora
de la UPV/EHU y concejala de EH de Bilbao |