En
su conocida obra Las democracias contemporáneas,
el politólogo Arend Lijphart clasificó como "homogéneos"
a los estados en que el 80 por ciento o más de su población
pertenece a la misma religión o habla una misma lengua.
Atendiendo al criterio lingüístico Lijphart señaló
que solo cuatro de sus democracias contemporáneas son lingüísticamente
heterogéneas: Bélgica, Canadá, España
y Suiza.
Como ha puesto de
relieve Miquel Siguan en sus obras, el 40 por ciento de los ciudadanos
españoles residen en comunidades autónomas donde
existe otra lengua oficial además del castellano (el catalán
en Cataluña, las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana,
donde recibe el nombre de "valenciano"; el gallego en Galicia,
y el euskera en la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra,
además del aranés, una variante del occitano, en
el Valle de Arán). Los censos lingüísticos
que se realizan actualmente no permiten establecer cuántos
de esos ciudadanos deben considerarse hablantes de catalán/valenciano,
gallego y euskera: si el criterio fuese la lengua materna, es
probable que el porcentaje sobre la población española
no llegase al 20 por ciento; si el criterio fuese la capacidad
de hablar esas lenguas, lo superaría ciertamente.
En cualquier caso,
en el contexto de las democracias lingüísticamente
heterogéneas, el Estado español se caracteriza por
un escaso reconocimiento de su diversidad lingüística
interna. Este escaso reconocimiento es consecuencia del régimen
lingüístico que aplica el Estado español, que
se desvía claramente del que impera en Bélgica,
Canadá y Suiza. Adaptando la terminología de McRae,
estos tres estados siguen la fórmula "centro mutilingüe,
regiones monolingües", en el sentido de que en los tres casos
las instituciones federales reconocen más de una
lengua oficial, mientras que las regiones respectivas ("regiones"
en Bélgica, "provincias" en Canadá y "cantones"
en Suiza) reconocen normalmente una sola lengua oficial.
(Las excepciones que confirman esta regla son la provincia canadiense
de New Brunswick y los cantones suizos de Wallis-Valais, Freiburg-Fribourg,
Bern-Berne, Graubünden-Grigioni-Grischun.) Así, las
lenguas oficiales de Bélgica son el francés y el
neerlandés, siendo el alemán objeto de especial
reconocimiento por parte del Estado; las de Canadá, el
francés y el inglés; y las de Suiza, el francés,
el alemán y el italiano, con un reconocimiento menor para
el romanche. En cambio, el Estado español sigue la fórmula
"centro monolingüe, regiones bilingües"; basta con echar
un vistazo al artículo 3 de la Constitución española
para comprobar que el castellano es la única lengua
oficial del Estado, mientras que las "demás" lenguas solo
pueden ser oficiales en las comunidades autónomas junto
al castellano.
La fórmula
"centro multilingüe" se concreta en una serie de ámbitos,
algunos de los cuales tienen alto valor simbólico. Para
empezar, el multilingüismo se visualiza en el mismo nombre
del Estado: así, el nombre oficial de Bélgica es
"Belgique-België" (en francés y neerlandés),
y el de Suiza es "Suisse-Schweiz-Svizzera-Svizra (en francés,
alemán, italiano y romanche). En el caso español,
en cambio, el único nombre del Estado es "Reino de España"
o "España" (en castellano).
En segundo lugar,
el multilingüismo se traslada a los símbolos del Estado,
como la moneda o los sellos de correos. En Bélgica, todos
los sellos de correos son bilingües en francés y neerlandés,
y algunos incluso incorporan el alemán, hablado por un
exiguo grupo de ciudadanos belgas; en Canadá, también
son bilingües en francés e inglés, y en Suiza,
a pesar de no emitirse sellos en las cuatro lenguas del país,
todas ellas están presentes en los sellos. En el caso español,
en cambio, el monolingüismo castellano es la regla; en 150
años de historia postal española, de 3.731 sellos
emitidos solo 46 (el 1,2 por ciento) han llevado alguna palabra
en catalán/valenciano, gallego o euskera. Con solo 4 sellos,
el euskera es la lengua peor representada en los sellos españoles.
En tercer lugar,
en los países de "centro multilingüe" las instituciones
comunes del Estado también utilizan todas lenguas oficiales.
Un ejemplo relevante son los parlamentos. En Bélgica, los
miembros de las dos cámaras del Parlamento pueden utilizar
el francés o el neerlandés, tanto en los plenos
como en las comisiones parlamentarias, y toda la documentación
parlamentaria se imprime en las dos lenguas. En Canadá,
lo mismo sucede con el francés y el inglés. En Suiza,
los miembros de las dos cámaras de la Asamblea Federal
también pueden utilizar la lengua de su elección
(el francés, el alemán o el italiano), y las leyes
federales se publican en las tres lenguas, aunque el proceso legislativo
suele desenvolverse solo en francés y alemán. En
contraste con estas prácticas, el Estado español
no permite el uso del catalán, el gallego o el euskera
en la cámara baja del Parlameno (el Congreso de los Diputados),
y desde 1994 lo tolera en muy contadas ocasiones en la cámara
baja (el Senado), donde en cualquier caso todo el proceso parlamentario
habitual de desenvuelve en castellano. La única novedad
reciente en esta área es la traducción de una parte
del Boletín Oficial del Estado al catalán (desde
1998), al gallego (desde 1999) y al "valenciano" (desde 2000).
¿Qué perspectivas
hay de cambio en el régimen lingüístico del
Estado español, hacia formas de reconocimiento de su diversidad
lingüística interna más acordes con la práctica
de las demás democracias lingüísticamente heterogéneas?
Existen poderosos factores históricos y demográficos
que hacen dudar de las posibilidades de cambio en esta área.
Sin embargo, en los últimos años se han dado pequeños
pasos que podrían ser el preludio de un mayor reconocimiento
del carácter plurilingüe del Estado español
por parte de las instituciones estatales. La hasta ahora tímida
introducción del catalán/valenciano, el gallego
y el euskera en el Senado podría abrir posibilidades más
amplias de uso en el futuro, que tarde o temprano deberían
trasladarse al Congreso de los Diputados. Del mismo modo, la traducción
de una parte del Boletín Oficial del Estado a otras lenguas
puede llevar a la traducción de todo su contenido,
incluyendo, por ejemplo, las sentencias del Tribunal Constitucional.
En el área
de los símbolos, diferentes iniciativas parlamentarias
han puesto el reconocimiento del plurilingüismo del Estado
en la agenda política. Recientemente (12 de diciembre de
2000), el Congreso estudió la toma en consideración
una proposición de ley del Parlamento de Cataluña
para introducir las lenguas diferentes del castellano en las monedas
españolas de euro; esta iniciativa, impulsada por Organització
pel Multilingüisme, ya había sido tomada en consideración
en la legislatura anterior, pero la disolución de las Cortes
impidió que se completara su trámite parlamentario.
Esta vez, el voto en contra del Partido Popular impidió
que el Congreso volviera a tomar en consideración la propuesta.
En el Congreso también están pendientes tres proposiciones
de ley para introducir el plurilingüismo en los sellos aprobadas
por los parlamentos de Cataluña, las Islas Baleares y Navarra
a instancias de Organització pel Multilingüisme. El
Parlamento de Cataluña tiene depositada en el Congreso
una tercera iniciativa para introducir las lenguas diferentes
del castellano en la documentación personal (DNI, pasaporte
y permiso de conducir), que es precisamente el objeto de la campaña
más reciente de Organització pel Multilingüisme.
Que la idea de reconocer el plurilingüismo empieza
a ser asumida incluso por quines no la habían profesado
históricamente lo muestra el hecho de que el Partido Popular
de Cataluña incluyera la demanda de sellos bilingües
en su programa para las elecciones autonómicas de 1999,
y que en fecha muy reciente (31 de enero de 2001) presentara una
proposición no de ley en el Congreso para instar al Gobierno
a emitir en versión bilingüe el DNI en las comunidades
autónomas que tienen dos lenguas oficiales. Habrá
que ver hasta qué punto estas y otras iniciativas lograr
poner al catalán, el gallego y el euskera en pie de igualdad
con el castellano, y sitúan al Estado español a
la misma altura moral que las demás democracias lingüísticamente
heterogéneas del mundo.
Albert Branchadell y Joan Moles, Organització
pel Multilingüisme |