El
ser humano hace uso de las sustancias psicoactivas desde tiempos
inmemoriales, y no sólo con el objeto de experimentar placenteras
sensaciones y olvidarse de las perturbaciones, sino incluso para
alcanzar fines sociales, religiosos y rituales.
Sobre las drogas se ha escrito largo
y tendido, pero no siempre con fidelidad. A las ocasionales aseveraciones
carentes de fundamento se les deben añadir las frecuentes
exageraciones realizadas con meros fines propagandísticos
que en modo alguno se ajustan a la realidad científica.
El alcoholismo es, quizás,
el problema médico y de salud pública más
grave del Estado español en general y de Euskal Herria
en particular. El proceso de decadencia en el que se ven sumidas
las personas y la sociedad no debería, por tanto, producir
una alarma inferior que la derivada del consumo de otras drogas.
El interés actual no se centra
exclusivamente en los lamentables efectos de la embriaguez o la
borrachera; se trata, al mismo tiempo, de prestar una mayor atención
al daño que el alcohol ocasiona en la salud.
Hay una serie de factores a tener
en cuenta a la hora de estimar la gravedad del problema del consumo
de bebidas alcohólicas:
- La situación fiscalizadora
del alcohol: es la droga más fácil de adquirir
y la que goza de una mayor aceptación social.
- El fundamental papel que el alcohol
juega en la economía.
- La insuficiente y con frecuencia
errónea información de la que dispone la mayor
parte de la población.
- La política sanitaria desarrollada
por el Estado español.
Estas
causas han conducido a un aumento en el consumo del alcohol.
A pesar de que se trate de una problemática
actual, las primeras noticias sobre el consumo del alcohol proceden
del Neolítico. En las culturas de Mesopotamia y Egipto
se bebía cerveza, y, según lo dispuesto, entre otros,
en el Antiguo y el Nuevo Testamento, la civilización de
Canaan era también consumidora del vino.
Los devastadores efectos del alcohol
se conocían ya en los tiempos clásicos y helenísticos,
como reflejan las obras de Esquilo, Eurípides y Plutarco,
donde se da cuenta de múltiples juegos y ritos basados
en el consumo del vino.
De entre todos los autores de renombre
que han estudiado el consumo de bebidas alcohólicas y sus
efectos secundarios, conviene destacar al primero que estableció
las bases para que alcoholismo fuera catalogado entre las enfermedades
físicas y en consecuencia recibiera atención médica.
Se trata del alemán Bruhl-Cramer, autor del libro "Uber
die trunksucht und eine rationelle heilmethode derselben" (1819),
fundamental en la concepción de la tesis de que el constante
y excesivo consumo del alcohol tiene un origen físico.
Trató de romper con la idea de considerar la embriaguez
como vicio y defendió que la pérdida del sentido
moral no era la causa, sino el efecto del consumo abusivo. Su
mayor aportación consistió en crear el término
que permitió describir el alcoholismo.
Tras la de Bruhl-Cramer, la segunda
obra del siglo XIX más importante sobre el alcoholismo
es "Chrinische Alkoholskracheit Oder Alkoholismus Chronicus",
de Magnuss Huss.
Huss definió lo que él
llamaba Alcoholismus Chronicus como una enfermedad derivada de
un envenenamiento crónico, similar al provocado
por el plomo o el arsénico, y que a largo plazo conducía
al consumo de vino y de otras bebidas alcohólicas. En lo
que respecta a los síntomas neurológicos, en su
obra Huss detalló todos aquéllos que un alcohólico
presenta.
Huss describió la pérdida
de memoria y las confabulaciones de que adolecen los alcohólicos
40 años antes de que lo hiciera Korsakof.
Su
estudio nos ha permitido formular el concepto de DEPENDENCIA,
principal efecto del consumo crónico del alcohol. Aun cuando
sus características varían en función del
operador, el sentido genérico del término alude
a un consumo excesivo, independientemente del riesgo que ello
conlleva para la salud personal y social o del deber de conocer
una determinada norma fiscalizadora. Entre las claves de esta
definición, que comprende las características más
relevantes que presentan las situaciones drogodependientes, destaca
el tratamiento otorgado a la interactividad de la droga y el individuo,
fuente de perjudiciales efectos que posteriormente se reflejarán
en la sociedad y circunstancia determinante para que la drogodependencia
sea objeto de tratamiento médico.
La dependencia puede manifestarse
de dos maneras: en forma de Dependencia Psíquica, que lleva
al consumo de una concreta droga que alivie la tensión,
y de Dependencia Física, que se caracteriza por el conjunto
de alteraciones físicas provocadas por el súbito
abandono de las mencionadas drogas.
A continuación expondremos
minuciosamente la definición y las principales características
de ambos tipos de dependencia.
Dependencia Psíquica
Al tratarse de un fenómeno
actitudinal, resulta difícil determinar el momento en que
hace su aparición, ya que la mayoría de las veces
depende de la psicopatología de cada persona.
Esta fase, la más violenta
dentro del proceso de la farmaco-dependencia, se caracteriza por
el estado de inquietud que manifiesta el consumidor habitual de
droga, que retorna a la calma tras haber vuelto a consumirla.
Para determinar si una persona sufre
de dependencia psíquica se han de comprobar dos factores:
- Que la droga conste como un importante
factor en su modo de vida.
- Que la droga prevalezca sobre
los demás mecanismos de competitividad.
El primer punto se cumple cuando
el tiempo, material y fuerzas empleadas hablando o pensando sobre
las drogas son ciertamente considerables.
El segundo punto, por su parte, se
cumple cuando se actúe de distinta forma ante los avatares
de la vida según se consuma droga o no.
En la determinación de la
dependencia psíquica confluyen una serie de factores dinámicamente
relacionados:
- El carácter del grupo sociocultural
en el que se consume la droga.
- Las características de
la droga y la forma de consumo.
- Las características de
los consumidores.
- Las expectativas de los consumidores
ante las drogas.
Dependencia Física
Se
podría definir como aquella situación de adaptación
caracterizada por fuertes convulsiones físicas originadas
por cesar en el consumo del alcohol o luchar antagónicamente
contra sus efectos. Se trata de la necesidad del cuerpo humano
de seguir ingiriendo alcohol tras largos periodos de consumo,
para de tal modo mantener su homeostasis.
La dependencia física se manifiesta
mediante la tolerancia y el síndrome de abstinencia.
Se distinguen dos tipos de tolerancia:
una primera metabólica, en la que debido a una metabolización
más rápida la concentración se ve disminuida
y sus efectos atenuados; y una segunda funcional, que se caracteriza
por la necesidad de aumentar la dosis de alcohol para obtener
las mismas respuestas actitudinales y neuropsicológicas.
El síndrome de abstinencia
se distingue por una serie de cambios fisiológicos que
hacen su aparición al interrumpir súbitamente el
consumo, y que en el caso del alcohol puede ser de dos tipos:
- convulsivo, similar al que tiene
lugar en el caso del consumo de barbitúricos.
- Delirium Tremens, que afecta a
los alcohólicos que tras un prolongado periodo de consumo
llegan a tolerar farmacológicamente el alcohol. Los síntomas
del Delirium Tremens se manifiestan al interrumpir o disminuir
considerablemente el consumo de alcohol.
Básicamente, se distinguen
cuatro categorías sintomáticas:
- Un primer estado caracterizado
por temblores, hiperactividad e indicios neurovegetativos.
- Disfunción de la capacidad
perceptiva; en especial, alucinaciones.
- Convulsiones del tipo "gran mal".
- Temblores, desorientación
temporal y geográfica, menoscabo de la conciencia, fiebre
y motor de hiperactividad.
Las tres primeras categorías
sintomáticas hacen su aparición, por lo general,
a las 24-48 horas de interrumpir o disminuir el consumo del alcohol,
mientras que la cuarta, y especialmente el Delirium, lo hace entre
las 48-72 horas.
A pesar de la pluralidad de criterios
tendentes a determinar el método más seguro para
detectar la dependencia física respecto al alcohol, todos
coinciden en asegurar que el consumo diario de 50 gramos (cinco
copas de vino) de alcohol puro a lo largo de prolongados periodos
conduce directamente al alcoholismo.
En lo que al comportamiento se refiere,
los efectos que un excesivo consumo causan en el cerebro lleva
en ocasiones a la desinhibición, a graves agitaciones y
alteraciones actitudinales que desaparecen en cuanto cesa la influencia
tóxica del alcohol.
El incidente más
habitual que tiene lugar entre estos enfermos suele ser el suicidio,
y es que alcoholismo y depresión vienen frecuentemente
de la mano. En ocasiones es el alcoholismo el que conduce a la
depresión, mientras que en otras se recurre al alcohol
con el propósito de superar la depresión. En todo
caso, ambos comportamientos encaminan al suicidio y a crisis parasuicidas.
En la mayoría de las investigaciones epidemiológicas
realizadas se constata que el método auxiliar empleado
en los suicidios y parasuicidios suele ser el alcohol. Imanol Querejeta Ayerdi, Profesor
de la Escuela Universitaria de Trabajo Social
Fotografías: De las web psicoplanet.com y medicinatv.com |