José
Ignacio Tellechea nació en Donostia el 15 de abril de 1928.
Cuando era solo un niño un profesor tuvo la brillante idea
de regalarle un atlas alemán y un libro de historia. Aquello
marcó su vida, fue el comienzo de una relación imperecedera
con la investigación histórica. Se jubiló
hace dos años, "sólo dejé de dar clases",
dice él. Y es que este inagotable historiador sigue transcribiendo
antiguos documentos, frecuentando archivos y bibliotecas y acudiendo
a congresos internacionales de historia. Afirma que le queda muchísimo
por hacer, y parece increíble: en su haber quedan cerca
de cien libros, más de trescientos documentos y una labor
divulgativa que supera el millar de artículos. Su currículo
es tan amplio que se hace prácticamente imposible resumirlo
en pocas líneas.
Después de finalizar sus estudios en los seminarios de
Bergara y Vitoria, Tellechea Idígoras se doctoró
en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma, donde
también se licenció en Historia de la Iglesia y
obtuvo el diploma de la Escuela Vaticana de Paleografía
(1951-1956). En 1965 se licenció con premio extraordinario
en Filosofía y Letras (historia) en Madrid. Fue profesor
en el Seminario de Donostia, bibliotecario y rector. También
fue profesor del seminario Hispano-Americano de Madrid, y en el
66 obtuvo la cátedra de Historia de la Iglesia de la Universidad
Pontificia de Salamanca. Entre otras cosas este historiador es
socio fundador, presidente y director del Instituto Doctor Camino
de Historia Donostiarra, amigo de número de la Real Sociedad
Bascongada de Amigos del País, correspondiente de Euskaltzaindia
y de la Real Academia Española de la Historia, así
como las de Venezuela y México.
-¿Cuándo y cómo
se empezó a interesar por la historia? Mi afición por
la Historia empezó muy pronto. Cuando no era más
que un niño y estudiaba en los Seminaristas de Vitoria
el profesor Don José Zunzunegi me regaló un atlas
histórico alemán y un libro de Historia de España.
Fueron mis libros favoritos. También fui ayudante de biblioteca
en el colegio. Cuando terminé los estudios en el seminario
viajé a Roma, allí hice el doctorado en Teología
con una tesis de carácter histórico y también
estudié en la Facultad de Historia de la Iglesia. Comencé
a frecuentar con asiduidad la Biblioteca Vaticana de Roma y otros
archivos de la ciudad. Encontré cantidad de materiales
y documentos que esperaban a que alguien los rescatara. Al terminar
los estudios en Roma dio comienzo mi labor docente de profesor
de historia y teología en Donostia, y de profesor de historia
en el Seminario Hispanoamericano de Madrid. Fue entonces cuando
empecé a frecuentar la Real Academia de la Historia, la
Biblioteca Nacional y el Archivo Histórico.
-Empezó
a publicar artículos y ensayos históricos muy pronto... Sí, es cierto.
Mi primer trabajo lo publiqué cuando sólo tenía
veintiún años, hoy ya me acerco al centenar de libros
publicados. Además, prácticamente la totalidad de
mis trabajos proceden de documentación de archivo, lo que
quiere decir que son nuevos, inéditos. La investigación
ha sido el eje que ha marcado mi vida desde que tenía cerca
de veintiocho años. Me he jubilado hace dos y durante todo
este tiempo no he hecho más que investigar y escribir.
-¿Qué
ciudades y archivos ha visitado con mayor asiduidad? Particularmente Madrid
y Roma. Después de haber terminado mis estudios seguí
yendo a Roma durante al menos diez años, mes y medio cada
vez. Trabajé en el Archivo Vaticano y en La Biblioteca
Vaticana y encontré muchas cosas. En 1966 fui a la Universidad
Pontificia de Salamanca a trabajar como profesor de Historia de
la Iglesia, y allí me encontré con el Archivo de
Unamuno. Al haber guiado mi trabajo por visitas a archivos, los
temas que he cultivado se deben en gran parte a los hallazgos
hechos en los archivos. A lo largo de mis estancias en Euskadi
también he echado mano de los archivos autóctonos.
He cultivado una gran variedad de temas; vascos, guipuzcoanos,
españoles de Historia general de la Iglesia... Pero todo
esto se debe, no a una elección personal de cada tema,
sino al hallazgo de una serie de cosas que he trabajado.
-En los años cincuenta
comenzó el estudio de la vida y obra de Fray Bartolomé
de Carranza, personaje a quien ha dedicado gran parte de su labor
historiográfica... El próximo año
cumpliré los cincuenta años de matrimonio con el
hallazgo de los códices del Arzobispo Carranza. El del
Arzobispo Carranza, navarro, es un caso muy famoso en la historia
de España, porque siendo arzobispo de Toledo, padeció
un proceso inquisitorial que duró diecisiete años.
Primero me encontré en Roma con escritos de su puño
y letra, más tarde en Madrid me encontré con el
proceso inquisitorial recogido en 22 tomos. Comencé a trabajar
con todo ello y habré publicado sobre el tema cerca de
23 libros y un centenar de artículos. En estos momentos
estoy pensando en hacer una obra de síntesis. Pero ahora
que todo el mundo cree que estoy terminando y que he agotado el
tema, yo digo que estoy empezando, porque he calculado que la
documentación que he descubierto pasará de las 70.000
páginas. Me queda muchísimo por hacer, no sé
si terminaré, haré lo que pueda, y el que venga
detrás que continúe. He publicado siete tomos sobre
el proceso español que padeció, dos tomos sobre
el proceso romanos, una serie de escritos suyos... Me gustaría
terminar el catecismo en latín, que tiene 1500 páginas.
También hay un montón de artículos monográficos
de sus relaciones con personas relevantes de su época.
El del Arzobispo Carranza ha sido para mí el tema más
importante.
-La figura
del Padre Larramendi también le ha mantenido ocupado... Un buen día
me encontré en la Academia de Historia papeles del Padre
Larramandi. Me di cuenta que nadie antes los había publicado,
de que eran inéditos, y comencé a trabajar. Esto
ocurrió hacia 1965 y el resultado fueron cuatro tomos sobre
el Padre Larramendi. Uno de ellos sobre
los fueros de Guipúzcoa, fantástico y desconocido
hasta el momento. Resucité al personaje del Padre Larramendi,
que estaba olvidado de todos. Otro buen día me encontré
en la Biblioteca Vaticana un manuscrito original de la guía
espiritual de Miguel Molinos. Fue un hombre condenado por la inquisición
romana. Tardé doce años en preparar una edición
crítica de aquel manuscrito También edité
catorce artículos diferentes publicados en un libro, un
léxico de Molinos. Y todavía hoy me quedan cosas
sensacionales de Molinos para publicar.
-Ha compaginado la investigación
histórica propiamente dicha con otra serie de actividades. Soy uno de los fundadores
y el presidente, desde 1966, del Instituto Doctor Camino de Historia
de San Sebastián. A raíz de la celebración
del primer centenario del derribo de las murallas de Donostia,
un grupo de amigos nos reunimos con las ganas de publicar más
cosas acerca de la historia de la ciudad. Empezamos informalmente
y hoy, después de 35 años, ya hemos publicado cerca
de cien tomos de historia de San Sebastián. El primer tomo,
por ejemplo, fue sobre La Reforma Tridentina en San Sebastián,
y es que encontré en la parroquia de San Vicente una joya
única: El libro de mandatos de visita; el cuaderno donde
se anotan las visitas del obispo de Pamplona o de su representante.
Ese libro llevaba ahí sin que nadie lo descubriera cientos
de años. Yo lo recogí y lo publiqué íntegramente
con un estudio muy largo sobre los efectos del concilio tridentino
en la Parroquia de San Vicente.
-¿Cómo
se las arregla para encontrar documentos originales allá
donde va? La verdad es que encuentro
cosas interesantes en todas partes. Un buen día en Valladolid
me encontré unos procesos del abuelo de la Monja Alférez
de Donostia. Ocurre que hasta ese momento lo único que
se sabía eran los apellidos de su padre y de su madre,
nada más. Erauso era su padre, Galarraga su madre. Después
de dedicar mucho tiempo a estudiar el tema publiqué un
libro de 300 páginas con un montón de cosas nuevas
sobre la Monja Alférez. En 1988 se celebró el centenario
de la Armada Invencible. Me había encontrado montañas
de información sobre Guipúzcoa, llegué a
publicar un libro de 1000 páginas con 300 documentos, donde
se demuestra que la provincia de Guipúzcoa aportó
la quinta parte de lo que fue La Armada Invencible. También
me encontré con una ordenanza del Rey en la que pedía
un registro de todos los muertos. Gracias a esto me enteré
de que en la Invencible murieron 527 marineros de Guipúzcoa. Soy miembro de la Real Sociedad
Bascongada de Amigos del País, y un buen día nos
llegó la noticia de que el Parlamento Vasco había
comprado un archivo particular en el que había mucha información
sobre el Conde de Peñaflorida, fundador de la Sociedad.
Fui a Vitoria y el resultado fue un libro de 1000 cartas del Conde
de Peñaflorida, fuente de primera importancia para estudiar
el nacimiento de la Real Sociedad y su evolución. En
el archivo de Unamuno me encontré con todas las cartas
del poeta bilbaíno Ramón de Bazterra: otro libro.
También di con las cartas del pintor Darío de Regollo
y las publiqué en un tomo. Me encontré con un montón
de cartas de pintores vascos a Unamuno que dieron como fruto otro
libro... Todos ellos son ejemplares inéditos. Soy amigo de la nieta del pintor
Ignacio Zuloaga y ella me enseñó un montón
de cartas. Yo hice una selección y las publiqué
en un libro: Pintores que escriben a Zuloaga. Más
tarde le propuse a la nieta ir publicando poco a poco los Cuadernos
de Ignacio Zuloaga, trabajos esporádicos sobre el pintor.
Esto también fue fruto de un hallazgo. Últimamente
he trabajado mucho sobre Felipe II; he participado en todos los
grandes congresos internacionales que ha habido de Felipe II y
Carlos V porque fundamentalmente yo he trabajado en el Siglo XVI.
Se me ocurrió recoger toda la documentación pontificia
dirigida a Felipe II. Empecé a trabajar en Roma y ya he
publicado dos tomos sobre este tema y del tercero sólo
me falta la introducción. También tengo todo el
material para los tomos cuarto y quinto: todas las cartas de Felipe
II a los sucesivos papas de su reinado. En total se van a publicar
1200 documentos. No hace falta ser un genio; lo que se necesita
es ser paciente, tener tesón y trabajar para llevar a cabo
las cosas.
-¿No cree que
también es necesario un poco de suerte para encontrar aquellos
archivos o documentos susceptibles de ser publicados? Cuando el Papa Juan
XXIII era cardenal fui su acompañante en el viaje que hizo
por España. Al año siguiente estuve viviendo una
temporada con él en su palacio de Venecia. El último
día que estuve allí, un sábado por la mañana,
me dijo que saliera a ver la ciudad, que ya había trabajado
lo suficiente, que Venecia era muy bonita. Nada más salir
del palacio y en la misma plaza de San Marcos, me encontré
con un letrero en el que se leía Biblioteca Marciana.
Entré y pasé ahí toda la mañana. Cuando
volví y le conté al Papa lo que hice se quedó
alucinado. Más tarde, cuando alguien le preguntaba sobre
mí respondía que seguramente estaría por
ahí, metido en alguna biblioteca. Aquella visita fortuita
de una mañana supuso el que yo encontrara un epistolario
fabuloso de un colombiano relevante y lo publicara en el boletín
de la Real Academia de la Lengua. Me dicen que tengo suerte, pero
yo respondo que tengo suerte hasta cierto punto porque si no salgo
a pescar nunca pescaré nada, si no juego a la lotería
nunca me tocará, si no me meto en un archivo nunca encontraré
nada. Los documentos no están en cualquier parte: hay que
ir a ciertos lugares, aunque no niego haber tenido suerte.
-En su opinión, ¿cuáles
son las cualidades que debe reunir un buen investigador histórico? Yo suelo decir que
cuanto mejor antena se tiene más cosas se captan. Cuanto
más cosas tengas dentro de la cabeza más cosas te
llaman la atención y te interesan. Hace falta tener mucha
paciencia, porque las mieles del hallazgo duran un minuto y escribir
el libro lleva un año, o dos, o más. Hay que transcribir
los documentos, algo que lleva mucho tiempo porque hay letras
muy difíciles y siempre quedan huecos que hay que completar
con otras investigaciones. Una vez hecho esto hay que llevar a
cabo un estudio para el que es necesario leer más. En los
libros también son necesarias notas sobre la época
histórica, los nombres, las personas... Todo esto lleva
mucho tiempo. A parte de esto, son necesarias unas buenas bibliotecas
especializadas.
-¿Qué
busca cuando investiga? ¿Por qué lo hace? Yo suelo comparar esto
con la emoción que sienten los niños cuando pisan
la nieve virgen. Es como pisar nieve virgen porque soy el primero
en publicar ciertas cosas. El trabajo de historiador supone para
mí un gran placer por el gozo de comunicar a los demás
lo que he descubierto. Es una manera de enriquecer la historia.
Un refrán español muy conocido dice que el saber
no ocupa lugar. Pues Unamuno decía que ocupa tiempo. Hace
falta mucho tiempo para leer, para dar con las cosas que te interesan.
Es un placer muy grande; a veces ocurre que parece que, por muy
para especialistas, lanzas estos trabajos al vacío. Aunque
otras veces te encuentras con satisfacciones realmente inesperadas.
Este año, por ejemplo, he estado como invitado en la Universidad
de Oxford. Allí me he encontrado con una serie de libros
ingleses que citan mis trabajos. Esto supone una gran satisfacción.
-¿Cómo
ve a los historiadores jóvenes de hoy en día? Hay
líneas distintas en la investigación histórica.
Últimamente se ha puesto muy de moda la historia económica,
con la ventaja que es un campo muy poco cultivado. Se han aportado
muchas cosas. También está la Historia de las Instituciones...
Pero también existe la historia particular de personajes
relevantes. Y opino que es malo fijarse en una cosa y desacreditar
lo demás, porque todo es historia. Es imposible que una
sola persona abarque todo, pero suele haber modas. No hay que
ser fanático de una única fórmula, hay que
mostrarse sensible a todo, para ir captando todo lo que se pueda.
Hay mucha gente joven buena. Acabo de llegar de un Congreso en
Siena (Italia), y había gente mayor muy relevante pero
me ha llamado la atención los trabajos tan bonitos presentados
por los jóvenes. En mi opinión, hoy en
día existen dos déficit. Hace algunos años,
todo el que hacía la carrera de historia tenía que
presentar una tesina al terminar los cinco años: un trabajo
de investigación personal. Todos tenían que hacerlo;
lo quitaron y hoy en día no lo hace nadie. Esto se ha perdido.
Por otro lado, opino que hacen falta más profesores de
universidad capaces de orientar en una investigación, no
basta con ofrecer temas, hay que dar filón documental.
-¿Qué
ve cuando mira hacia atrás? ¿Ha conseguido todo lo que
se ha propuesto? Me jubilé hace
dos años, pero únicamente en lo que se refiere a
mi labor docente. Sigo investigando, leyendo y escribiendo. Todavía
me queda muchísimo por hacer. Un amigo me dice que debería
vivir cerca de doscientos años para terminar todo lo que
tengo entre manos. Fotografías: Teresa Sala
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(2001 / 7-27 / 9-7)
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