Como
colofón a su convulsa tardoantigüedad, Vasconia penetró
en los umbrales de la edad media protagonizando un alzamiento
contra el rey godo Rodrigo, momento aprovechado por los musulmanes
enviados por el gobernador de Ifriquiyya Musa ibn Nusayr y dirigidos
por Tariq ibn Ziyad para atravesar el Estrecho de Gibraltar y
comenzar la conquista de la Europa cristiana (711). Adueñados
los árabes para el 714 de la práctica totalidad
del antiguo dominio hispano-godo y truncada la expansión
de los invasores en Poitiers (732), las fronteras entre las dos
grandes civilizaciones del mundo occidental quedaron establecidas
por unos siglos en los rebordes montañosos del norte peninsular.
Desde ese momento la realidad cultural vascónica sufrió
una importante mutación caracterizada por la ocupación
musulmana de la porción meridional de la actual Navarra
y la configuración paulatina de unos espacios de poder
cristiano que no llegaron a articular una entidad histórica
compacta, aspectos analizados por Ángel Martín Duque
en el capítulo anterior. Tampoco existió una unidad
ni territorial ni de gobierno personal en la organización
eclesiástica, aspecto en el que las fronteras territoriales
políticas se diluían a través de un panorama
diocesano que en los siglos bajomedievales acabó dividiendo
a los guipuzcoanos entre Pamplona, Bayona y Calahorra, a los navarros
entre Pamplona, Bayona, Calahorra, Tarazona y Zaragoza, y a los
vizcaínos y alaveses entre Calahorra y Burgos. Los territorios
de la Vasconia septentrional estuvieron a su vez repartidos entre
las diócesis de Bayona, Dax y Olorón.
Aquel oscuro panorama
comenzó a cambiar a partir del siglo IX y fundamentalmente
a partir del nacimiento del reino de Pamplona (905). En los territorios
norpirenaicos el letargo de las fuentes se extendió algún
siglo más.

El siglo X marcó
el inicio de una reconquista bajo un mando unitario, que culminaría
con la recuperación de antiguos dominios vascones y nuevas
tierras, con la consiguiente expansión de su cultura por
la actual Rioja y extremo nororiental burgalés. Aquella
centuria conoció el nacimiento de las lenguas romances,
precedentes del actual castellano. El mosaico cultural de Vasconia
se enriqueció a partir de finales del siglo XI con gentes
y lenguas francas y gasconas, elemento este último ya conocido
en algunas zonas de Labourd,
singularmente en Bayona. Con la riqueza de los burgueses llegaron
los judíos -anteriormente ya asentados
en el dominio musulmán-, completando
así una sociedad multiétnica y pluricultural, a
la que se unió a partir de 1154 la presencia inglesa
en la comarca de Lapurdum.
En
un número anterior de Eusko News & Media tuvimos
la oportunidad dar a conocer el sustrato cultural mayoritario
en la Vasconia altomedieval: el euskaldún o vascohablante.
En esta ocasión trataremos del resto de sedimentos culturales
del territorio.
Cultura de las Elites.
Aquellos espacios
de piedad se constituian en los auténticos focos irradiadores
de la denominada cultura intelectual. Aunque el fenómeno
monástico fue transformándose a lo largo de los
siglos altomedievales, continuó invariable su influyente
monopolio en la posesión del legado cultural occidental.
En el año 848 como consecuencia de su frustrado intento
de adentrarse en las Galias, San Eulogio visitó, en compañía
del obispo Teodemundo, diferentes monasterios de la Navarra oriental,
algunos tan adentrados en la cordillera pirenaica como Igal y
Urdaspal. Estos primeros testimonios reveladores de una intensa
vida religiosa no eran fruto de una política carolingia
que ya se hacía notar al sur de los Pirineos, sino a iniciativas
indígenas depositarias de la tradición hispano-goda.
Tres años después remitió el prelado cordobés
al obispo Guilesindo de Pamplona una carta en la que agradecía
sus atenciones y a la que acompañaba, por medio de un hijo
de Eneko Arista, las reliquias de San Zoilo y San Acisclo. Sabemos
que el santo andaluz quedó admirado de la rica biblioteca
legerense, donde encontró desde una Historia del falso
profeta Mahoma hasta autores como San Agustín, Virgilio,
Juvenal, Horacio, Porfirio, Adhelelmo y Avenio.
Desde que Carlomagno
revitalizara el monacato y, fundamentalmente desde que el consejero
monástico de Luis el Piadoso, San Benito de Aniano (+821)
difundiera la regla benedictina en el imperio franco, aquel código
fue penetrando en las tierras cispirenaicas. La difusión
de la religión no conocía fronteras, siendo muestra
de ello el papel desempeñado por la clerecía francesa
al sur de los Pirineos desde Cataluña a Navarra en los
siglos altomedievales. Pero la influencia meridional también
se hizo notar en la otra vertiente, como se atestigua a través
de la devoción a los santos mártires de Zaragoza
y Tarragona en el País Vasco septentrional, existiendo
cinco iglesias dedicadas a San Vicente, dos a Santa Engracia y
una a Santa Eulalia y San Fructuoso respectivamente.
Los círculos
monásticos eran fundados o sostenidos por los propios monarcas,
cuya importancia debió ser mucho mayor de lo que puede
confirmarse documentalmente. Es ilustrativo que los centros visitados
por San Eulogio de Córdoba en el siglo IX anteriores, por
tanto, a la creación de la monarquía pamplonesa,
reaparezcan posteriormente dentro del dominio regio. Los monarcas
acostumbraron visitar con mayor o menor asiduidad los santuarios
más prestigiosos, con inevitable influencia dentro de la
religiosidad popular. En la alta edad media el pueblo veía
al rey imbuido de un carisma religioso. El soberano pamplonés,
imaginariamente elegido por el Altísimo como su vicario,
realizaba donaciones y favores a monasterios, incentivando la
emulación de otros seniores. El papel de los reyes
fue igualmente fundamental en el encargo y sostenimiento económico
de diversas empresas artísticas a partir del siglo X, de
mayor o menor importancia según el reinado, destacando
en todo caso las relacionadas con los monasterios de fundación
y protección regia, focos principales de producción
artística.
La monarquía
pamplonesa se asentó sobre unas bases o principios intelectuales
en los que se reflejaba la memoria histórica propia, plasmada
en el llamado Códice Vigilano o Albeldense
y, sobre todo, en el Códice Rotense, elaborados
en el último cuarto del siglo X. Este segundo aglutina
textos propios y foráneos articulando, como se ha afirmado
recientemente, un proyecto intelectual coherente y de clara intencionalidad
política. Descendiendo de lo universal a lo local, la epístola
del emperador Honorio a su milicia de Pamplona (c. 418) constituye
el texto propio más antiguo conservado y transmitido por
las sucesivas generaciones hasta su inclusión en el códice.
El primer texto de elaboración propia fue el elogio de
Pamplona (De laude Pampilone), reflejo del profundo sedimento
cultural y religioso de la ciudad. Fue redactado seguramente en
el mismo siglo X por los recopiladores del Rotense. La naciente
monarquía pamplonesa se valdría del texto para reafirmar
su identidad, en definitiva, empleando una fórmula propagandística
similar a la utilizada por los elogios del régimen político-eclesiástico
gestado en torno a Pavía y Milán en los siglos altomedievales.
Textos como el De laude son comunes a toda la Europa occidental,
teniendo su origen en la antigüedad y perviviendo a lo largo
de los siglos medievales. Estas glosas ensalzadoras culminaban
con la apoteosis de la estirpe regia, plasmada en las Genealogías
de Roda, recopiladas por voluntad de Sancho Garcés
II (970-994), y de las que habla A. Martín Duque en el
siguiente estudio. A manera de apéndice, los últimos
folios del códice recogían noticias sobre los últimos
Banu Qasi, la lista de los años de reinado y fallecimiento
del círculo familiar de los primeros reyes, una copia aislada
de la adición pamplonesa a la Crónica Albedense,
y un obituario de los prelados pamploneses del siglo X hasta Sisebuto.
Cierra el repertorio el epitalamio de la fabulosa reina Leodegundia,
excusa poética para volver a ensalzar Pamplona.
Los monarcas navarros
tuvieron que esperar hasta finales del siglo XII o principios
del XIII hasta contar con un nuevo texto de corte histórico
propio. El Cronicón Villarense o Liber regum,
redactado en romance navarro-aragonés, desciende del escenario
universal cristiano al acontecer peninsular, para finalmente recalar
en lo navarro, y narrar sucintamente los acontecimientos regios
desde Eneko Arista hasta Sancho el Mayor.
Al no constituir
reinos específicos, el resto de Vasconia carecía
en esta época de unos textos elaborados para el ensalzamiento
de un ambicioso proyecto político. Igualmente paupérrima
se muestra la producción literaria, inexistente en estos
territorios y muy escasa en Navarra. Pese a constatar documental
e iconográficamente la presencia de juglares en el viejo
reino, carecemos nuevamente de literatura propia hasta el denominado
Cantar de Roncesvalles, conservado incompleto y redactado
en romance navarro. Aunque su letra es de principios del siglo
XIV, este centenar de versos, elaborado bajo influencia jacobea
aunque sin una vinculación con la Chanson francesa,
podría datarse en el primer tercio del siglo XIII. (INDICE)
Los
seguidores de Allah.
Cuando Musa ibn Nusayr
alcanzó con su ejército las orillas del Ebro (714)
el comes hispano-godo Casius abrazó el Islam, convirtiéndose
en cabeza de una dinastía, los Banu Qasi, que mantendría
bajo su gobierno las tierras del Ebro Central. El territorio pamplonés
supo mantener su especificidad jurídica, económica,
social y cultural gracias a un compromiso de pago tributario,
roto en los momentos de debilidad de los musulmanes. Restablecido
el poder de los seguidores de Allah retornaba la situación
tradicional, tras las consiguientes incursiones en el corazón
de Pamplona. Las expediciones musulmanas alcanzaron también
tierras alavesas y, por supuesto, tuvieron que cruzar Vasconia
para su proyecto expansivo continental frustrado en Poitiers.

Restos del
Castillo de Deyo.
La cultura musulmana
apenas dejó poso alguno sobre el territorio reconquistado
en el siglo X. La expansión máxima de los Banu Qasi
alcanzó por unos años el estratégico castillo
de Deyo, sin que ello hubiera supuesto una merma de la idiosincrasia
cultural local. Lugares como Arróniz, Allo, Lazagurría
o Mendavia al oeste, o Tafalla, San Martín de Unx, Olite,
Beire, Pitillas, Santacara, Mélida, o Carcastillo al este,
indican un sustrato cultural vasco al sur de la frontera entre
los poderes cristiano y musulmán. Conviviendo con esta
realidad, el legado árabe también dejó su
huella en el territorio, bautizando algunos lugares como Azagra
(de al sajra, 'la peña').
La reconquista continuó
de manera desigual en el tiempo. La centuria que discurre entre
Sancho el Mayor y la muerte de Pedro I (1004-1104) conoció
el avance cristiano desde Funes hasta Arguedas. Alfonso I (1104-1134)
culminaba el proceso recuperando las tierras de la Ribera tudelana,
que pasaron en adelante a ser cristianas y lingüísticamente
romances, si bien manteniendo todavía buena parte de la
población musulmana, agrupada tras los consiguientes pactos
en comunidades o morerías diferenciadas. Tudelano contemporáneo
era el prestigioso poeta árabe Abul Abbas al-Tutilí
(+1126), autor de numerosas jarchas.
Los
mudéjares mantuvieron sus bienes, costumbres y prácticas
religiosas. La capitulación de Alfonso el Batallador disponía
que, pasado un año, los musulmanes debían evacuar
el recinto urbano para trasladarse a un barrio extramural, aislados
de la población cristiana. Existieron morerías
en Tudela, Corella, Cascante, Cadreita, Arguedas, Valtierra, Murillo
de las Limas, Murchante, Monteagudo, Pedriz, Barillas, Ablitas,
Vierlas, Fontellas, Ribaforada y Cortes. Posteriormente aquellos
musulmanes navarros se nutrieron en algunos casos de modestos
aportes debidos a correligionarios emigrados de Al-Andalus. La
mayor parte de los mudéjares se dedicaron, como en época
bajomedieval, a las labores del campo, algunos incluso en tierras
de su propiedad. Los había también artesanos y dedicados
a otros oficios. (INDICE)

Tudela.
Nuevas
culturas foráneas.
Europa experimentó
a partir del siglo XI una expansión demográfica
y económica que tuvo su reflejo inmediato en el desarrollo
urbano, que en Vasconia hizo florecer numerosas villas desde finales
de aquella centuria. El asentamiento de grupos ultrapirenaicos
supuso un nuevo aporte socio-cultural concretado en los núcleos
francígenas del Camino de Santiago y los burgos gascones
del litoral cantábrico. Importaban nuevos modos de vida,
actividades económicas, devociones, cultos religiosos y
lenguas.
La llegada de los
nuevos elementos poblacionales supuso para la población
autóctona una revolución urbana, cuyo rasgo común
fue su constitución en una nueva clase social, la burguesía,
formada por hombres jurídicamente libres y económicamente
independientes, dedicados especialmente a actividades industriales
y comerciales. Ubicada en los centros ubanos, la burguesía
se desvinculaba de los lazos señoriales, estando organizada
de manera autónoma. Aquellos municipios constituían
núcleos de vida con organización propia e incluso,
con un derecho particular recogido en los fueros municipales.
(INDICE)
El
aporte francígena en Navarra.
La colonización
franca de Vasconia se centró fundamentalmente en Navarra.
Sancho Ramírez extendía el fuero jaqués al
reino de Pamplona, iniciando en las últimas décadas
del siglo XI una política de atracción de pobladores
ultrapirenaicos, siempre en el marco de una política de
potenciación demográfica, económica, social
y religiosa de sus dominios, muy especialmente en torno a las
poblaciones del Camino de Santiago, cuando las peregrinaciones
compostelanas estaban desarrolladas plenamente en el Occidente
europeo, fenómeno que fue aumentando conforme avanzaba
la edad media. El concepto franco se refería al
carácter étnico del habitante del nuevo burgo,
si bien pronto se generalizó y pasó a designar también
una condición social diferenciada de la nobleza de sangre
y del campesinado.
El auge de las vías
jacobeas que surcaban el territorio supusieron un auténtico
motor comercial y la apertura de nuevos horizontes hacia Europa.
El ramal principal, heredero de la antigua ab Asturica Burdigalam,
atravesaba Pamplona para seguir camino hacia tierras riojanas
a partir del siglo X, aunque recientes análisis de los
testimonios advocacionales jacobeos han demostrado la continuidad
en el uso del ramal que seguía por el corredor del Arakil
y tierras alavesas. Otra de las vías más transitadas
fue la denominada jaquesa, que entraba en Navarra tras
atravesar la Canal de Berdún, uniéndose a la ruta
principal en el término de Obanos, para entrar inmediatamente
en Puente la Reina. A lo largo de estas arterias Sancho Ramírez,
acorde con el signo de los tiempos, llevó a cabo un cambio
radical en el sistema poblacional del reino pamplonés.
Repitió la experiencia del fuero de Jaca en poblaciones
como Estella (c. 1084) y poco después en Sangüesa,
Puente la Reina o Monreal. Veamos, por su importancia, el caso
de los francos pamploneses.

Estella.
La llegada de Pedro
de Andouque o Roda a la silla episcopal supuso un impulso en el
proceso repoblador en la capital del reino. La condición
de señorío episcopal impedía cualquier proyecto
repoblador de la monarquía en Pamplona, por lo que la transformación
del pequeño núcleo campesino en una ciudad de francos
tuvo que venir de la mano del obispo. A la vieja ciudad de la
Navarrería se le unieron dos nuevos núcleos de pobladores
extranjeros, el Burgo de San Cernin y la Población de San
Nicolás, esta última con un componente mixto. En
los siglos sucesivos tuvieron que convivir tres conjuntos urbanos
cuyo origen étnico, organización jurídica,
municipal y eclesiástica poseían características
peculiares. A finales del siglo XI se instalaron en la capital
del reino los primeros pobladores francos, estando para 1100 agrupados
en el Burgo Nuevo en torno a la iglesia de San Saturnino.
Al igual que los de Estella, estos repobladores provenían
de las tres rutas de peregrinación unidas en Ostabat (Baja
Navarra). Su onomástica evoca las regiones de Provenza,
Languedoc, Gascuña, Limousin, Poitou, Turena y Normandía,
aunque provenían mayoritariamente de la región tolosana,
como sugiere la advocación de su iglesia, que dio nombre
al nuevo barrio.
La Población
de San Nicolás tuvo su origen hacia mediados del siglo
XII, si bien no aparece documentada hasta 1177. Estos nuevos francos
tuvieron que convivir con navarros de condición no servil
en un terreno que era propiedad del arcediano de la Tabla de la
catedral, por lo que los nuevos vecinos debían abonarle
un censo anual por la ocupación del solar. Posteriormente,
en la extremidad de San Saturnino fue alzada la iglesia de San
Lorenzo, configurándose en torno a ella la Pobla Nova
del Mercat, aunque parece que en su población predominaba
el elemento autóctono.
Con la llegada de
los francos asistimos a una gran revolución lingüística.
Se impuso un lenguaje de estirpe occitana utilizado por los comerciantes,
una koiné o hibridación resultado de la minimización
de dificultades particulares, que se conservó al amparo
del vascuence, aunque se demostró indefenso ante el romance
navarro cuando las barreras legales y sociales que protegían
a los francos fueron desapareciendo. Estas oleadas de lengua extraña
procedentes del norte del Pirineo no supusieron retroceso alguno
de la lengua de los nativos. El componente lingüísticamente
vascongado era elevado en San Nicolás y privativo de la
Navarrería y los arrabales. Pero ni siquiera el hermético
Burgo pudo escapar a la simbiosis con el elemento circundante,
teniendo ambos que convivir en el abastecimiento de los mercados
y diferentes labores.
La situación
geohistórica de Vitoria pudiera haber sido susceptible
de albergar un núcleo franco similar al pamplonés,
pero su repoblación no se realizó con elementos
extrapeninsulares, sino con pobladores alaveses y probablemente
navarros, y acaso de otras regiones peninsulares. La fundación
de la villa obedecía a un proyecto regio para fortalecer
su poder frente a los señores rurales de la tierra alavesa
circundante. Quizás sería esa una de las razones
por las que Sancho el Sabio otorgó el fuero de Logroño,
añadiéndole algunas normas de carácter local.
(INDICE)
Gascones
norpirenaicos.
La romanizada Bayona
adoptó el latín como lengua propia, dando paso al
gascón bayonés en un proceso similar al romance
peninsular. Extramuros, los pescadores de la costa siguieron ajenos
a este proceso, conservando sus viejas costumbres y su euskera
laburdino. Confirma la importancia de la lengua gascona su utilización
en la redacción del fuero de Bayona en el siglo XIII. Este
gascón bayonés es una variedad de la llamada langue
d'oc, teniendo rasgos dialécticos diferenciados.

Bayona.
Algún autor
ha querido ver un divorcio entre las comunidades vasca y gascona,
acabando Bayona como un cuerpo extraño dentro del área
laburdina. Pero realmente el gascón bayonés, al
igual que le ocurría al franco del Burgo de San Cernin,
se veía obligado a convivir con el euskera, siquiera como
vehículo de comunicación con estas gentes extramurales.
Finalmente la lengua gascona bayonesa se extendió por los
alrededores hasta Biarritz y el norte de Baja Navarra.
El mosaico cultural
de la Vasconia norpirenaica se completó con la introducción
del poder anglo-normando en Labourd. A mediados del siglo XII
la hija y heredera del Duque de Aquitania, Leonor, se divordió
del soberano francés Luis VII. En 1154 contrajo matrimonio
con Enrique Plantagenet, conde de Anjou, duque de Normandía
y rey de Inglaterra, motivando con ello la entrada de Aquitania
y de Bayona en la órbita inglesa, y abriendo un período
de ambiciones francesas por el nuevo dominio inglés, que
no culminarían hasta ser incorporada por Carlos VII a la
Corona francesa (1453). Sin embargo aquel nuevo elemento cultural
apenas dejó poso en el territorio, que se mantenía
vascongado, gascón o mixto. (INDICE)
Gascones
en Gipuzkoa.
El aporte ultrapirenaico
guipuzcoano vino de la mano de los gascones bayoneses, integrantes
mayoritarios del nuevo proyecto mercantil donostiarra gestado
en 1180. Expulsados quizás por los anglo-normandos y atraídos
por sus capacidades comerciales y para asentar el poder navarro
en esta zona guipuzcoana, estos gascones poseyeron una legislación
propia que primaba sus actividades mercantiles. Su éxito
les haría extenderse posteriormente a otras villas circundantes,
singularmente a Hondarribia.
En los primeros siglos
de la villa donostiarra, los gascones dominaron el gobierno local,
formando un grupo cerrado, de espaldas a los habitantes autóctonos.
Entre aquellos pioneros del desarrollo local destacaron los Mans,
convertidos en la oligarquía preponderante a lo largo de
los siglos sucesivos. En San Sebastián coexistían
gascones y euskaldunes, predominando este segundo elemento en
zonas como el Antiguo, solar del primitivo núcleo poblacional
gestado en torno al monasterio de San Sebastián. Desde
el principio los asentamientos gascones de Donostia y Hondarribia
influyeron considerablemente sobre el resto de habitantes de la
tierra guipuzcoana, ya que estas dos villas tenían cierta
dependencia de productos del sector primario, ofreciendo como
contrapartida los más variados productos de importación.
A su vez, esta interdependencia provocó un paulatino mestizaje
que en épocas posteriores acabaría diluyendo la
singularidad gascona.
Como los vecinos
de los burgos navarros, aquellos gascones guipuzcoanos empleaban
su lengua particular, en este caso el gascón bayonés,
vehículo de relaciones comerciales entre los mercaderes
del Urumea al Adour. La capital guipuzcoana conservó de
manera residual este patrimonio lingüístico hasta
comienzos del siglo XX, conservándose en la toponimia urbana
indicadores tan significativos como Urgull, Miramón, Mompás,
Ayete, Morláns, Ulía o Polloe, y antropónimos
como Laffitte, Gamón, Brunet o Lafón. El gascón
donostiarra, bien conocido desde el siglo XIV al XVII por sus
documentos administrativos, se adscribe a la familia de los scripta
bearneses, en contraposición a los scripta tolosanos
propios de los francos de Navarra. (INDICE)
El
elemento judío.
Con
los burgueses llegó la riqueza y con ésta los judíos.
Existía sin embargo una comunidad judía importante
en la Navarra musulmana, ya que los seguidores de Allah favorecieron
su asentamiento. Con la conquista del Batallador la floreciente
judería tudelana huyó temerosa, regresando al poco
tiempo con la concesión del fuero. La ciudad ribera se
convertía a partir de entonces en uno de los focos más
importantes del judaismo de Vasconia y en referencia indiscutible
para el judaísmo occidental altomedieval, naciendo en ella
prestigiosos escritores como Yehudá ha-Leví (c.
1070-1141), Abraham ben Meír ibn 'Ezra (1089-1164) y Benjamín
de Tudela (1130-1173). Los tres destacaron por su formación
y proyección internacional, destacando singularmente Benjamín
de Tudela, cuyo libro de viajes fue ampliamente difundido durante
varios siglos. La albala tudelana poseyó otras juderías
en Caparroso, Cadreita, Valtierra, Arguedas, Corella, Cintruénigo,
Cascante y Cortes.
El impulso urbanizador
en torno al Camino de Santiago trajo consigo nuevas implantaciones
de comunidades judías vinculadas al fenómeno repoblador.
Desde finales del siglo XI la comunidad hebrea del barrio estellés
de Elgacena aparecía diferenciada del núcleo cristiano,
tal y como ocurre en las otras juderías de Vasconia. Su
exitosa experiencia animó al obispo, deseoso de incrementar
la población de sus dominios, a instalarlos en Pamplona
y Huarte, siendo autorizado por el monarca y otorgando a los futuros
moradores el mismo régimen que gozaba la aljama estellesa
(1154). La judería de la capital estaba situada en el ámbito
de la Navarrería y, al igual que la de Estella, sufrió
un gran crecimiento durante estos siglos. Otras juderías
localizadas en la ruta jacobea fueron las de Sangüesa, Monreal,
Puente la Reina, Los Arcos y Viana. Nuevas poblaciones recibirían
en época bajomedieval asentamientos judíos.
En el siglo XIII
los encontramos en Álava, instalados en núcleos
vinculados a las rutas comerciales. En esta centuria existían
juderías en las poblaciones de Antoñana, Antenaza,
Barrio-Espejo, Berantevilla, Caicedo Yuso, El Villar, Estavillo,
Fontecha, Guevara, Labastida, Laguardia (reino de Navarra), Mendoza,
Morillas, Ocio, Peñacerrada, Puentelarrá, Salinas
de Añana, Salinillas de Buradón, Salvatierra, Santa
Cruz de Campezo y, como aljama más destacada, Vitoria,
donde se constata la presencia hebrea inmediatamente después
de la fundación de la villa (1181). Como en Pamplona, la
capital alavesa contó con su judería, que
en este caso dio nombre a una calle. Otras aljamas se unirían
a esta relación posteriormente. El resto de territorios
vascos conocieron la implantación judía a partir
de los últimos siglos medievales, encontrándolos
en Balmaseda y Abadiano (Bizkaia), Arrasate/Mondragón y
Segura (Gipuzkoa) y, en los albores de la modernidad, en Bayona,
Biarritz, San Juan de Luz y Ciboure (Labourd) y Bidache (Baja
Navarra). (INDICE)
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(INDICE) |
Roldán
Jimeno Aranguren, historiador |