A
pesar de haber establecido
uno de los hitos más importantes de la literatura vasca,
dudo que exista otro autor más desconocido, aun cuando
la obra haya sido escrita hace aproximadamente tres siglos. A
diferencia de lo que acontece en el resto de las lenguas, donde
esta situación resulta absolutamente insólita, en
el supuesto de la sociedad vasca basta con observar el habitual
desinterés que muestra con respecto a la literatura escrita
en euskera para que tal circunstancia sea calificada como normal.
Me refiero a la obra
teatral escrita por Pedro Ignacio de Barrutia en el siglo XVIII,
Actto para la noche buena, en la cual me he propuesto ahondar
dada la proximidad de las fechas navideñas, por medio del
soporte electrónico. Sin ningún objetivo en particular,
quisiera realizar una breve presentación de la única
obra de este autor de Aramaio-Arrasate, que de hecho encierra
uno de los misterios más curiosos de las letras vascas.
Misterio, digo, porque
he de empezar diciendo que todavía no está probada
la autoría que se atribuye a Pedro Ignacio de Barrutia
con respecto a esta obra. A pesar de que al final del texto redactado
durante la primera mitad del siglo XVIII conste el nombre de Barrutia,
no está del todo claro -como tampoco lo está el
que algún día vaya a esclarecerse- que se trate
del auténtico autor. En cualquier caso, y mientras no se
demuestre lo contrario, dada la estrecha vinculación de
Pedro Ignacio con esta obra, hemos de dar por buena la hipótesis
que aboga por considerar como autor de la función de Nochebuena
al arrasatearra natural de Aramaio.
En efecto, Pedro Ignacio nació
en Aramaio el 3 de julio de 1682. Su padre, Pedro Alonso de Barrutia
y Salinas, pertenecía a una acaudalada familia de Arrasate,
mientras que su madre, Katharina Basagoitia Olabide, nació
en el seno de una humilde familia en un caserío de Aramaio.
Ambos contaban con diecinueve años cuando nació
Pedro Ignacio, de quien nada sabemos sobre su infancia. Sus padres
nunca llegaron a convivir; su padre era religioso -llegó
a ser vicario y párroco de la parroquia Sancti Spiritus
de Salamanca- y su madre regresó al caserío de sus
padres. Pedro Alonso de Barrutia, fallecido a la temprana edad
de treinta y seis años, legó todos sus bienes a
su hijo, en tanto que su madre vivió hasta los ochenta
años sumida en la pobreza.
A excepción del testamento
de su padre, las primeras noticias que tenemos sobre Pedro Ignacio
datan de 1710, año en el que se presenta en el Ayuntamiento
de Arrasate para ocupar el puesto de escribano municipal y donde,
habiendo sido aceptada su solicitud, desempeñó las
funciones de secretario municipal hasta 1753. En dicho periodo
participó directamente en las diversas actividades, no
sólo culturales, desarrolladas en la localidad. A sus 28
años, Barrutia era un joven bien preparado. Por el momento
no nos es posible concretar dónde realizó sus estudios,
por lo que la cuestión relativa a su formación deberá
por el momento seguir acompañada de un signo de interrogación,
aunque, ciertamente, el conocimiento de tales datos arrojaría
bastante luz a la oscuridad que rodea al Actto para la noche
buena.
El texto en cuestión
es la primera obra teatral escrita en euskera en el País
Vasco peninsular; de ahí la importancia que reviste en
nuestra literatura. La nitidez con que la sociedad arrasatearra
es reflejada en la obra permite afirmar que el autor escribió
la misma con la clara intención de escenificarla en Arrasate.
Ése es, precisamente, el mayor mérito que se le
ha de reconocer a la obra: la maestría con que Barrutia
enlaza el nacimiento del niño Jesús con los pormenores
de la vida cotidiana de Arrasate.
Confieso que he presenciado en dos
ocasiones la representación del Actto para la noche
buena, de la mano de diferentes grupos teatrales y en distintas
épocas: la primera vez hacia 1965, y la segunda en el transcurso
de unas jornadas organizadas por Euskaltzaindia-Real Academia
de la Lengua Vasca en Aramaio y Arrasate con motivo de la conmemoración
del segundo centenario del nacimiento de Pedro Ignacio. Ambas
representaciones, completamente dispares entre sí, pusieron
de manifiesto la modernidad que emana toda la estructura de la
obra de Barrutia. Por encima de la distancia y el contexto que
nos separan de la época en la que fue escrita, se diría
que Barrutia ha procurado conferir al misterio del nacimiento
de Jesús el misterio de la magia. En todas y cada una de
las escenas lo temporal se vuelve intemporal. Y el resultado es
excelente.
Barrutia, por otra parte, realiza
una crónica donde nos ofrece un retrato de su pueblo, aportación
ésta que merecedora de atención desde el punto de
vista antropológico. De la obra se desprende el conocimiento
por parte del autor de las costumbres practicadas tanto en la
sociedad de clase alta como en el pueblo llano. Para finalizar
con la presentación del Actto para la noche buena
he de señalar que, en mi opinión, Barrutia poseía
un humor muy fino. De hecho, no cesa de brindar ocasiones para
esbozar una sonrisa. Aun cuando no quepa calificar su obra como
cómica, es obvio que luce una gran habilidad al mover los
hilos de las escenas con la finalidad no sólo de captar
la atención del público, sino también de
provocar su carcajada.
En vísperas como estamos de
las fiestas de Navidad, me ha parecido oportuno hacer una breve
alusión a la obra de Pedro Ignacio de Barrutia bajo la
finalidad de suscitar una pizca de curiosidad a los seguidores
de la literatura vasca y tratar de evitar que esta hermosa obra
caiga en el olvido. Quisiera invitar a los jóvenes y nuevos
investigadores vascos a seguir la traza de Barrutia y esclarecer
uno de los misterios que encierra nuestra literatura.
Josemari Velez
de Mendizabal, escritor |