LA ARTESANÍA MAKILERA
A continuación
trataremos sobre el bastir bastones, juego de palabras que además
indica la etimología del sustantivo bastón:
el verbo latino bastire, construir o, en el castellano antiguo,
bastir. Pero no hagamos de esta afirma ción dogma de fe,
pues Corominas y Pascual en su Diccionario Crítico
Etimológico (1)
ubican al bastón entre los derivados del latín tardío
bastum, y mucho antes Sebastián de Cobarruvias, en el primer
diccionario de la lengua castellana, del siglo XVII (2),
barruntó que descendía del sustantivo griego bastagma.
Sea como sea, y aunque hay tantos tipos de bastones o makilas
como interpretaciones etimológicas, para nuestra metodología
podríamos clasificar a aquéllos en dos tipos:
A. Los de madera, tallada o sin tallar. Pueden llevar correa para
su mejor sujeción y puntera de hierro. Aquí llamamos
bastones a éstos, para diferenciarlos de las makilas tradicionales.
B. La makila tradicional. De diversas maderas (haya, aliaga, árgoma,
níspero, enebro o acebo) con extremo metálico y
mango desmontable que oculta un estoque de afilada punta metálica.
En la parte superior va provista de correa.
A.
Fabricación del bastón
Las ya citadas
churra y porra, típicas de los pastores, se las fabrican
ellos mismos con retoños de roble cuyas raíces forman
protuberancias esféricas muy duras y de gran tamaño.
Sobre este particular el investigador Vidal Pérez de Villarreal
me comparte sus recuerdos de niñez: "las cuadrillas
de chavales -dice- íbamos al monte con la ilusión
de encontrar retoños de árboles con protuberancias
de esa clase que, tras trabajarlos un poco, nos servían
para jugar a los pastores".
Los caseros alaveses (según ha recogido Isidro Sáenz
de Urturi Rodríguez) cortaban con hacha una rama de acebo,
avellano o boj, y con una navaja ajustaban la base a su gusto.
La parte alta se doblaba para darle forma y se ataba fuertemente;
dejada así por espacio de unos cuantos meses, acababa perfectamente
domada. El sobrante lo recortaban con un serrucho y otra vez con
navaja terminaban el trabajo, lo decoraban, etc.
Ahora describiremos el proceso de elaboración de los bastones
más clásicos, que no podemos englobar entre las
makilas (sí strictu sensu, pues makila quiere decir bastón)
tradicionales vascas. Para ello seguimos las explicaciones que
amablemente nos brinda el artesano José María Urkízar
Urrozola, nacido en Tolosa en 1938. Tiene su taller en el número
6 de la calle Bizkai de la villa papelera (Tlf. 671431).
La materia base son las ramas de los árboles, de cualquier
clase a excepción de la higuera, el pino y el chopo, ya
que sus ramas carecen de la consistencia y la calidad necesaria.
Según José Mari, cada zona geográfica cuenta,
por tradición, con una determinada madera para la fabricación
de sus bastones. Así, las maderas típicas de Euskalerria
son: el arañón o "elorribeltza" en Gipuzkoa,
el avellano en Navarra, el castaño en Bizkaia, el boj en
Álava y el níspero en Iparralde.
Pero él prefiere el acebo, aunque últimamente está
trabajando mucho con arañón o matzakana, del que
obtiene bastones muy buenos y elegantes, con nudos negros que
destacan sobre el blanco de la madera. También, aunque
menos, se sirve de almendro y de castaño.
Recomendable es la madera del sauce, siempre que se tenga en cuenta
la preferencia de la hembra sobre el macho, aquélla más
estilizada y con estrías de gran vistosidad.
Se considera importantísima la fecha elegida para el corte
de la madera -cada madera tiene su momento óptimo de corte
en relación a las fases lunares-, pues de ello dependerá
que salga una buena pieza.
Tampoco pasa por alto el artesano que en los caminos abandonados
crecen matorrales de los que pueden hacerse buenas varas de madera.
Entrados ya en faena, en primer lugar se corta el palo del árbol
a unos 110 cm., y ya en el taller vuelve a recortarse hasta unos
90 cm., eliminando los extremos menos consistentes (hay que recordar
que a cada persona corresponde un determinado tamaño de
bastón según su altura).
Si el palo está torcido, cosa bastante normal, se procede
a enderezarlo: para ello lo pela y coloca en un ángulo
perforado, de los que se usan para la fabricación de estanterías,
donde se ata fuertemente protegido con un trapo. Así se
tiene entre 8 y 15 días, tiempo suficiente para su enderezamiento
definitivo. Es lo que él llama en castellano "el encallado
de la vara" y en euskera goortuta.
Una vez recto, el bastonero aplica en la parte inferior una puntera
de acero inoxidable.
Tenemos ahora que trabajar la empuñadura, cuya forma habrá
sido elegida antes: si ha de ser en forma de "T", al
efectuar el corte lo hubiéramos tenido en cuenta; y si
preferimos una empuñadura de bola, ello nos obligará
bien a partir de una rama gruesa y tras hacer la bola rebajar
el resto, bien a aprovechar un nudo o cruce de varias ramas. Pero
por lo general José Mari se evita complicaciones: para
hacer un bastón con empuñadura de bola, confecciona
ésta previamente con madera de fresno o boj (el boj es
muy bonito aunque pesado) sobre la que abre una hembra a la que
aplica directamente una espiga de unos 15 mm. de diámetro
y 20 a 30 mm. de largo insertada en el palo. Además, asegura
su perfecto ajuste encolando ambas piezas.
Y ya sólo falta colorear el bastón. Al efecto, José
Mari da un baño de nogalina y dos o tres capas de barniz
incoloro, pasándole entre cada capa una lija fina para
uniformar la textura. A nuestro artesano no le gusta poner correas
a sus bastones.
Los precios dependen del material, la rareza, etc. Las económicas
vienen a costar unas 3.000 pesetas y 8.000 las más caras.
Añadamos por último que José Mari emplea
buena parte de sus ratos libres en confeccionar figuritas de animales
y otros motivos a base de raíces y nudos, simplemente cortando
las partes útiles, dándoles forma y barnizándolas.
El resultado es digno de todo encomio.
Además de José María Urkizu hay otros artesanos
bastoneros, tallados o sin tallar, entre los que se cuentan: Inaxio
Oyarzábal Zulaika (Plaza de Armas, 5 bajo. Hondarribia,
Gipuzkoa. Tlf. 643183); Félix Martínez Torres (José
Erviti Kalea, 6-3º. Rentería, Gipuzkoa. Tlf. 516691);
Alejandro González Goenaga (Solkorre Kalea, 2-3°ree;C.
Anoeta, Gipuzkoa. Tlf. 683951); Jesús María Jaso
Insausti (Beasáin, Gipuzkoa); Antonio Ezcurra (Irurzun.
Valle de Araquil, Navarra); Dámaso Rozas (Leguía,
21. Vera de Bidasoa, Navarra).
B. Fabricación
de makilas tradicionales
Recorremos
el proceso de fabricación de la makila tradicional siguiendo
la técnica del artesano Iñaki Alberdi Sagardi, nacido
en Irún en 1949 (Taller en Irún: Deskarga Kalea,
6. Bº Lapice. Tlf. 628047).
Su padre, José Alberdi Arruti, nacido en 1914 en Oikina,
actual barrio de Zumaia (G), después de la guerra se trasladó
a vivir a la ciudad fronteriza, dedicándose a partir de
entonces a la ebanistería.
Iñaki estudia Maestría Industrial e ingresa en una
empresa metalúrgica. En el año 1980 se percata que
si bien al otro lado del Bidasoa, en Iparralde, hay varios artesanos
makileros, no ocurre lo mismo en esta orilla, por lo que inicia
de forma autodidacta el estudio de la makila y de su técnica
de elaboración, cotejando sus conclusiones con los viejos
artesanos de Laburdi y el Baztán. Sus conocimientos metalúrgicos
y el hecho de que su padre y su herma no mayor, José Manuel,
fueran profesionales de la madera le ayuda sobremanera a descubrir
los secretos necesarios para la fabricación de la makila
tradicional, como enseguida comprobaremos.
A partir de 1983 se dedica ya como modus vivendi al oficio de
artesano makilero.
Fig. 9. Las
herramientas del artesano makilero Iñaki Alberdi (5-V-92)
Su
taller es una habitación de 4 x 4 metros dotada de un gran
tornillo de banco con mordazas de madera para enderezar palos,
otro menor para trabajar los casquillos metálicos, y algunas
estanterías donde reposan las varas. También en
el banco hay una buena colección de punzones, limas, sierra,
tenazas... Poco más necesita el maestro artesano para sacar
adelante su magnífica producción.
Todavía hoy, Iñaki Alberdi es el único que
se dedica a la fabricación de este tipo de makilas en la
provincia, mientras que en Iparralde sólo quedan tres artesanos.
Antes de iniciar la exposición del proceso, hemos de advertir
nuevamente que cada persona necesita una makila acorde a su tamaño,
y que por tanto todas las piezas deben realizarse a medida.
La clase de madera varía: níspero, castaño
u otros. El níspero es tradicional de las makilas de Iparralde,
algo bastante lógico dada la belleza del material y, por
ende, del resultado, según afirma Iñaki. Pero lo
que pocos saben es que esta madera exige que en primavera se le
practiquen unas incisiones a punta de navaja, al objeto de que
la savia de la rama forme en esas hendiduras ciertos relieves
que le aportarán mayor esplendor.
La vara se cortará en invierno, coincidiendo con luna en
cuarto menguante, y se procederá a pelarla una vez caliente
al fuego, cuando aún está verde, para facilitar
la tarea.
Como en el caso anterior, si fuera necesario enderezar el palo
se utilizará el calor del soplete y la horma.
Ya seca, se mete en una mezcla de cal y agua durante un par de
horas para que adquiera ese tono marrón oscuro tan característico,
y tras la limpieza se deja secar al sol. No conviene usar este
palo antes de un año, como mínimo, hasta que "la
madera se asiente". Pasado este tiempo, si se ha combado
ligeramente precisará introducirlo nuevamente en la horma.
Iñaki agiliza este proceso calentando la pieza dentro de
la horma con un soplete de butano.
Con las materias primas en la mano, nuestro artesano no tarda
más de 3 ó 4 horas en confeccionar la pieza.
En
el extremo inferior pone un casquillo de latón repujado
a mano con motivos propios (también el nombre del artesano
y el del cliente si así lo desea), que decora con punzones
y martillo. En el interior del casquillo se vierte una colada
de plomo para darle mayor peso en esa zona de forma que, una vez
terminada, la makila esté perfectamente equilibrada en
su peso. Y así como cada madera es distinta, también
cada pieza metálica lo será pues de otra manera
difícilmente se ajustaría con la perfección
deseada. Del casquillo asoma una cruceta de acero que será
la que esté en contacto con la tierra, y por el extremo
opuesto una espiga del mismo material que sirve de ajuste con
la madera. Entre el casquillo y la madera permanece la vieja tradición
de colocar una moneda, ya que su forma circular es óptima
para hacer tope al palo que también tiene esa forma. Por
ello, siempre se escogen monedas del mismo diámetro que
los palos.
Se cuenta que la señora Ezpelia, de Barcus, Iparralde,
descubrió en 1879 un tesoro de 1.800 monedas celtibéricas
de plata (más de dos milenios de antigüedad). No sabiendo
qué hacer con ellas, vendió medio millar a un peluquero
de Navarrens para que las empleara en guarnecer las makilas que
él confeccionaba en sus horas libres.
En el extremo superior se inserta una punta acerada enroscada
a la empuñadura. La parte de la empuñadura es un
tubo largo en el que va la rosca que sujeta el bastón.
El exterior se forra con cuero trenzado, generalmente negro, y
se corona con una bola obtenida del hueso de un cuerno -antiguamente
de buey, pero hoy adquirido en fragmentos al otro lado del Bidasoa
(por cuanto las leyes actuales prohiben la importación
de cuernos).
Fig. 12. El regatón
En
la parte metálica el artesano graba una sentencia de su
cosecha o elegida por el cliente, junto a algunos motivos vascos
como el laburu. Así, podemos leer: Hitza hitz (la palabra
es la palabra), Hitzemana zor (la palabra dada es deuda), Ihes
etsaiak (¡huir, enemigos!), Nerekin beti zuzen (conmigo
siempre derecho), Nerekin inoren beldur (conmigo, no temas a nadie),
Nere bideko laguna (mi compañero de ruta), Nere laguna
eta laguntza (mi compañero y mi sostén), entre otras.
Una vez terminada la makila, el último paso consiste en
encerarla. Al cliente se le recomienda que periódicamente
pase un trapo seco y la frote con pulpas de nuez, para que absorba
su aceite y la madera brille.
También trabaja Iñaki Alberdi una gama de makilas
más costosas, que en lugar de metal y cuero trenzado llevan
alpaca o plata de ley. Son piezas destinadas generalmente a obsequios
oficiales entre autoridades y personalidades.
Como no están pensadas para andar con ellas por el monte,
se escogen varas delgadas, que dan una hermosa estilización
a las piezas, y casquillos más bien finos; de esta forma,
el alto precio de los materiales se compensa con una aplicación
económica de los mismos. Las correas en estas "makilas
de honor" son de color marrón, a juego con la madera,
en lugar del negro que las makilas más corrientes combinan
con el trenzado de cuero del mismo color. En estas lujosas piezas
las monedas del ajuste inferior son de plata.
De sus manos han salido makilas para personajes tan ilustres como
el papa Juan Pablo II -a quien se le obsequió con una preciosa
makila durante su visita a la Basílica de Loyola-, los
lehendakaris del Gobierno Vasco Carlos Garaikoetxea y José
Antonio Ardanza, el rey Juan Carlos I -en su visita a Bilbao en
1986 con motivo del Centenario de la Universidad de Deusto- o
el político Telesforo Monzón.
La clientela de Alberdi se distingue por su variedad: montañeros,
coleccionistas, instituciones...
Con todo lo visto, se comprende que los precios de las obras de
Iñaki Alberdi dependan tanto de los materiales empleados
como de las horas de trabajo invertidas. He aquí las tarifas
de 1992 para los cuatro tipos de makilas más comunes (si
el cliente desea algún estuche de presentación,
lo abona aparte):
Sencilla de
madera de castaño: 14.500 pts.
Sencilla de madera de níspero: 18.200 pts.
Makila de honor de alpaca con madera de níspero: 32.000
pts.
Makila de honor de plata de ley con madera de níspero:
58.000 pts.
Gracias a
las distintas ferias de artesanía, como las de Rentería
o Getxo, obtiene un buen número de pedidos cada año,
período en el que produce entre 300 y 400 piezas.
Otros artesanos de este tipo de makila son: Pettiri Harispuru
(Ibarla, Benabarra) y Aitor Amor Berraondo (Kalebarren, 22-3º.
Soraluce-Placencia de las Armas, Gipuzkoa. Tlf. 752389), este
último creador de makilas muy semejantes a las tradicionales,
si bien no de madera de níspero sino de acebo, espino y
castaño. Asimismo, sus piezas presentan como novedad puntas
y mando de metal repujado, a base de cincel y martillo, y casquillos
damasquinados con hilo de oro. Esto justifica que las makilas
más sencillas del artesano de Soraluze cuesten (año
1992) 50.000 pts., y que para las lujosas efectúe un presupuesto
a petición del cliente (teniendo en cuenta que sólo
los casquillos damasquinados de oro superan las 100.000 pts.).
*
* *
Hasta aquí
nuestra exposición sobre palos, bastones y makilas. Si
casi nunca el investigador o el estudioso puede vanagloriarse
de haber agotado un tema, en este caso todavía menos. Creo
que quien nos haya seguido hasta aquí comprenderá
fácilmente la insignificancia de nuestra aportación,
apenas una reseña, comparada con las dimensiones y las
posibilidades del tema.
Con todo, se conformaría el autor si tras leer estas páginas
al lector le quedara claro que sostener que "un palo no es
más que un palo" no es faltar a la verdad, desde luego,
pero sí un juicio tan superficial como falto de rigor.
Notas:
1.
COROMINAS, Joan, y P ASCUAL, José A. Diccionario
crítico etimológico castellano e hispánico.
Vol. A-CA. Madrid. Editorial Gredos. 1980. Pág. 539.
(VOLVER)
2. COBARRUVIAS, Sebastián de. Tesoro
de la lengua castellana o español. México.
Ediciones Turner. 1984. Pág. 200. (VOLVER) |
Antxon Aguirre
Sorondo, miembro de la sección de Antropología de
Eusko Ikaskuntza |