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Beltran
es el hombre orquesta de la música popular
al que resulta difícil definir, porque también
es un magnífico txalapartari, investigador
y profesor. El máximo impulsor del nuevo Txoko
de Música Popular de Oiartzun acaba además
de editar su último disco, "Arditurri". |
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-Echando un vistazo a su trayectoria,
resulta difícil concretar su profesión: investigador
musical, músico, compositor, profesor, luthier o todo lo
anterior. ¿Cómo se definiría a sí mismo? Ante todo, soy músico.
-¿Cómo surgió
en usted la pasión por la música? Con nueve años,
cuando empecé a tocar el clarinete y el txistu en el desván
del ayuntamiento de Etxarri Aranatz. Para los once ya tocaba los
dos instrumentos en la Banda de Música.
-Luego vino a Donostia. Más bien me
obligaron a venir, porque la decisión la tomaron mis padres.
A los quince años, al ver que quería seguir tocando
el txistu, me puse en contacto con el gran maestro Isidro Ansorena,
que me enseñó de maravilla.
-Y que os hacía trabajar
bastante. ¡Desde luego! A mi
hermano y a mí Isidro nos mandaba ir a tocar a las fiestas
de todos los barrios donostiarras: a Martutene, a Ategorrieta,
al Antiguo, a Intxaurrondo... A fiesta que había, allí
estábamos nosotros. También tocábamos en
las bodas, sobre todo en la catedral del Buen Pastor, por 500
pesetas. Como éramos ocho cantores y dos txistularis, a
cada uno nos tocaban diez duros. Y, fieles a las enseñanzas
del aita, llevábamos ese dinero a casa.
-Un pajarito me ha contado
que también compraba instrumentos musicales. Sí, pero eso
fue más tarde, cuando empezamos a viajar al extranjero
con la compañía de danza Argia. Al viajar a Inglaterra,
Bretaña, Andalucía, etc., empecé a comprar
instrumentos locales con el dinero que ganaba por mis actuaciones.
Y si me enteraba de que algún montañero tenía
que viajar al Perú o al Himalaya, le pedía que me
trajera una flauta. Lo bonito es que cada uno de esos instrumentos
tiene una historia tras de sí.
-Y lo que empezó siendo
una afición, pasó a convertirse en una pasión. ¡Efectivamente!
Poco a poco fui juntando tantos instrumentos que, para cuando
me di cuenta, ya no cabían en casa, conque empecé
a guardarlos en el desván del caserío de un sobrino
de Aita Donostia, que toca en el grupo Txanbela. La idea de preparar
una exposición con ese material se me ocurrió en
torno a 1988.
-Pero, ¿cómo organizar
todo ese material? Ésa era la cuestión,
porque yo no podía disponer de un edificio y preparar una
exposición. Cuando estaba dándole vueltas a esa
idea, me surgió el trabajo del cancionero de Aita Donostia,
para editarlo en cuatro volúmenes, junto con Aita Jorge.
Fue un trabajo de cuatro años que me obligó a posponer
el proyecto.
-Tratándose de Aita
Donostia, el esfuerzo merecería la pena. ¡No lo iba a merecer!
Si el patrimonio musical permanece vivo es gracias a él,
por haber sido capaz de descubrir y tratar el valor de la música
popular. Su criterio difería completamente del de otros
recopiladores, cuyos nombres me reservo, que actuaban de la siguiente
manera: veamos, tengo cinco versiones del "Aldapako Sagarraren".
¿Cuál es la mejor? Ésta. Vale, pues me quedo con
ésta. Esa conducta es totalmente
improcedente. Aita Donostia hubiera cogido las cinco versiones,
porque todas dan fe del desarrollo que ha tenido ese sonido.
-Pero no tiró la toalla
con respecto al Txoko. ¡Desde luego que no!
Soy muy testarudo. Tras presentar el proyecto a las instituciones,
me llamaron desde Ituren, poniendo un edificio entero a mi disposición,
para emplazar el Txoko de la Música. Con una sola condición:
que trabajara gratuitamente.
-Una oferta muy tentadora... Realmente tentadora.
Pero finalmente decliné, porque todos los días tenía
que impartir clases en la Escuela de Música de Hernani.
Pero apenas tuve tiempo para lamentarme, porque en 1996 el ayuntamiento
de Oiartzun me ofreció por una temporada este lugar del
barrio de Ergoien, corriendo los gastos de electricidad por su
cuenta, y obtuvo una subvención para que dos veces a la
semana pudiera impartir clases de txalaparta y alboka en Hernani,
y así involucrarme en el proyecto. ¡Qué alegría
me llevé! Me dispuse a ordenar y clasificar los instrumentos
lleno de entusiasmo.
-Oiartzun, además, es
un enclave estratégico. Y no sólo por
su localización, sino también por lo que le rodea:
el euskera, la cultura, los bertsolaris, la danza, los txistularis,
etc.
-¿Qué criterio ha seguido
para clasificar los instrumentos? He ordenado los instrumentos
según la clasificación realizada por Curt Sachs,
en función de su sonido y de la acústica, en idiófonos,
membráfonos, cordófonos y acrófonos. También
hay instrumentos que son como juguetes, semi-instrumentos, que
se emplean para producir música.
-El Txoko cuenta con una novedad
que agradará tanto a los niños como a los mayores. Sí. Es muy didáctico.
Con ponerse unos cascos y darle a un botón, se puede escuchar
por audio el sonido que emite cada instrumento.
-¿Qué otros aspectos
destacaría del lugar? La biblioteca, que
cuenta con más de 3.000 ejemplares; el archivo de imágenes
y el taller de reparación de instrumentos.
-¿Cuál es su horario? Abre
los viernes y los sábados, mañana y tarde. Además
de las visitas normales, también suele haber visitas guiadas.
-¿Cuántos instrumentos
tiene aún pendientes de clasificar? Pocos, sólo
tengo almacenados unos 600.
-¿De dónde cree que
procede la música? Yo pienso que la música
tiene orígenes muy diversos, pero una de las fuentes más
importantes ha sido sin duda el trabajo, ya que precisa de un
ritmo.
-¿Por ejemplo? Los últimos
que tocaban la tobera eran los barrenistas de Arditurri, que la
tocaban con esas palancas perforadoras.
-¿A dónde ha acudido
en busca de información? Muchos de los instrumentos
los he conocido gracias a los trabajos de investigación
de Joxemiel Barandiaran y Julio Caro Baroja.
-¿Cuál es el instrumento
musical más difícil de obtener? El mayor inconveniente
suele ser el precio, que un organillo de calle cueste 3.000 euros.
Al haber pocos ejemplares, el precio suele ser más elevado.
En una ocasión hice 1.850 kilómetros para conseguir
una gaita: Donostia-Toulouse-Poitiers-Paris-Burdeos, y otra vez
a Toulouse.
-Ha comentado que la sede del
Txoko es temporal. ¿Cuál será su emplazamiento definitivo? Nuestra intención
es trasladarlo de aquí a tres o cuatro años a la
Casa-torre de Iturrioz, donde tendremos una sala de exposiciones
de 400 metros cuadrados, una biblioteca, una fonoteca y un archivo
de imágenes. Además, tendremos la posibilidad de
organizar conciertos en directo y exposiciones monográficas.
-¿Qué instrumentos se
han desatendido o dejado de tocar en los últimos años? Por ejemplo, las castañuelas.
-¿La musukitarra no corre el
peligro de desaparecer? Aún no ha desaparecido.
Los últimos que la tocaban eran el mendigo oriotarra Nikolas
Garmendia, otro mendigo de Antzuola y la madre del txistulari
Jose Antonio Sarasola, de Bedaio.
-¿Hay alguno en peligro de
extinción? Todo cuanto vive está
en peligro de extinción.
-Hablando sobre los instrumentos
musicales antiguos, ¿qué es la txanbela, y dónde
se ha solido tocar? La txanbela es una
pequeña dulzaina que se tocaba en Zuberoa, en las faldas
del Pirineo. Hoy prácticamente ha desaparecido. Quienes
más la tocaban eran los pastores de los Pirineos. La txanbela
ha mantenido el estilo de la música antigua; de hecho,
hay un dicho en Zuberoa: txanbela bezala ari da kantatzen (canta
como la txanbela).
-¿Cómo es su melodía? La txanbela tiene una
melodía muy particular por la escala que emplea, por utilizar
frases de distinta longitud, y porque el ritmo, en buena parte,
se aleja de la métrica.
-¿Y qué hay del burrun? Es un nombre onomatopéyico.
En nuestra cultura también adopta otros nombres, como zurrunbera
o furrufarra. Se trata de una pequeña tabla sujeta por
una cuerda que gira en el aire, de modo que vibre y emita ese
sonido. En algunos lugares se utiliza como juguete y en otros
para ahuyentar a los animales.
-¿Qué tipo de música
bailaban nuestros antepasados? No es fácil
saberlo. Probablemente, algunos de los ritmos que hoy conocemos
sean muy antiguos, pero no los sonidos que nos han llegado sobre
esos ritmos. El ritmo de golpear el suelo es muy antiguo.
-¿Habría que distinguir
entre los instrumentos rurales y los urbanos? No entre los instrumentos,
pero sí el repertorio. El txistu, en Euskal Herria, puede
ser un instrumento totalmente rural o totalmente urbano, y lo
mismo se puede decir de la dulzaina y de la gaita, que aunque
aparentemente puedan ser parecidos, el primero es del ámbito
rural y el segundo urbano. Por lo general, la dulzaina de Gipuzkoa
y Bizkaia es del entorno rural, y la de Navarra y Álava
es más urbana. Los baserritarras tocan melodías
y danzas del ámbito rural, mientras que los urbanos cuentan
con un repertorio más amplio y académico que incluye
polcas, sonatas y habaneras.
-Entonces no se llevaban bien. No, al menos en el
aspecto musical. En la villa de Azkoitia del siglo XVIII, por
ejemplo, que era tan urbana como rural, a pesar de que en las
proximidades hubiera muchos dultzaineros baserritarras, preferían
contratar a gaiteros navarros.
-¿La txalaparta se considera
urbana o rural? Hoy en día la
txalaparta es urbana.
-¿Qué instrumentos musicales
antiguos escogería para formar una banda? Para dar una vuelta
por las calles me encantan la dulzaina, el acordeón y el
pandero. Sin embargo, para carnavales, para andar de caserío
en caserío, no hay nada como el txistu y el tamboril.
-¿Con qué instrumentos
se solían amenizar las romerías, kalejiras, etc.? Con la alboka, el rabel
y la dultzaina.
-¿Qué diferencia existe
entre la alboka vasca y la de fuera? Es curioso que instrumentos
parecidos a la alboka aparezcan en Cantabria, La Rioja, Occitania,
Pirineos, Castilla y Andalucía, pero con una estructura
diferente. En Euskal Herria, a pesar de que tenga distintas morfologías
estéticas, la morfología acústica es la misma.
-¿Hay en el extranjero algún
instrumento que se asemeje a los nuestros? En Australia y en Euskal
Herria se utilizaba un instrumento muy similar, la orduna. Una
vez que estaba devorando libros sobre Australia, un oiartzuarra
me trajo su orduna. El parecido era realmente asombroso.
-Pero no existe ningún
vínculo entre ellos. No. Todos los instrumentos
musicales tienen una base universal, pero no por ello tienen una
misma procedencia. El aplauso, por ejemplo, es universal. Del
mismo modo, al soplar a través de un tubo o de una caña
se producirá un sonido, pero luego es cada sociedad la
que decide qué aspecto darle a ese instrumento y cómo
tocarlo. A los dieciocho años,
cuando salí al extranjero, cuál fue mi asombro al
encontrar un instrumento muy parecido al txistu. Hoy, si nos asombramos,
es por la ausencia de ese instrumento tan universal.
-La música,
por tanto, es global. Yo creo que sí.
Cuando una sociedad abraza una música universal, la hace
suya. Eso es lo que nos ha pasado con la trikitixa. En realidad
se trata de un instrumento importado por los italianos, pero ¿cómo
no va a ser nuestra, si ya la hemos interiorizado y adoptado?
Cuando la escuchan en Japón, dicen que es música
vasca.
-En lo que respecta a la subsistencia
de nuestra cultura, ¿se puede decir que la música vasca
es más profunda que la lengua vasca? La música vasca
es igual de profunda que la lengua vasca, porque a fin de cuentas
la lengua va incluida en las letras de las canciones. En Europa hay casos muy curiosos,
como por ejemplo los de Irlanda y Bretaña, países
que han perdido su lengua, pero cuya música está
llena de vida. En Bretaña resulta muy emocionante contemplar
a distintas generaciones dándose la mano y bailando durante
horas. Lamentablemente, aquí no hay nada de eso.
-¿Quiere decir que la inclusión
del euskera ha sido perjudicial para la música? No, pero aquí,
a pesar de que tenemos buenos coros, la música no está
tan integrada en la sociedad como en Bretaña. En Oiartzun,
por ejemplo, la
lengua está muy viva, tanto que hasta los jóvenes
ligan en euskara ; pero en el aspecto musical se ha caído
en las redes de la globalización y no tiene rasgos distintivos
propios. Pero eso no significa que la música que aquí
se produce se encuentre en un mal momento. En el caso de la txalaparta,
por ejemplo, está teniendo lugar un fenómeno muy
interesante, ya que se observa una apertura de miras. Lo mismo
pasa entre los albokaris y trikitilaris, cuando son instrumentos
que hace 30 años estaban a punto de desaparecer.
-El término que más
se repite para describir la música actual es fusión.
Pero, la música en sí, ¿no es ya fusión? Sí, desde luego.
La riqueza de la música proviene de la fusión. Pero
la fusión la tenemos también aquí mismo:
las antiguas melodías de los pastores de Aralar parecen
música árabe. Te pongo el ejemplo del primer disco
de Negu Gorriak, en el que yo participé. La gente comentaba
que se trataba de un caso de fusión, por haber incluído
música árabe. ¿Y sabes cuál era esa música
árabe? El sunpriñu que tocaban los pastores de Aralar.
-¿Quién
le parece el músico vasco más innovador? Eso depende del punto
de vista. En cualquier caso, el trabajo de Kepa Junkera con las
voces de Bulgaria y otras merece una mención especial,
y también lo que ha hecho Joseba Tapia, poniendo música
a las melodías de la época de la guerra. En lo que
respecta al ritmo, destacaría el disco que
acabamos de editar nosotros: "Arditurri".
-¿Qué
descubrirá el oyente en el disco "Arditurri, gogoaren bidezidorretatik"? Dará un agradable
paseo por nuestra música popular. Hay canciones dulces,
vivaces y lentas, de muchos timbres y ritmos, y muchos instrumentos:
la alboka, la dultzaina, el txistu y el tamboril, el rabil y el
ttunttun, la txanbela, etc.
-¿Quiénes han sido sus
compañeros de viaje en el trayecto? Iñigo Monreal
y Felipe Ugarte se han encargado de la txalaparta, Iñigo
Lurgain del acordeón y Aitor Gabilondo de la voz.
-Usted es un
experto de la txalaparta. Imaginemos por un momento que soy una
txalaparta que, tras haber recibido tantos golpes, padece amnesia.
Dígame, ¿cuándo nos conocimos? En los años
en que andaba en el grupo de danza Argia. Los hermanos Beltran
y los Artze aprendimos a tocarte de la mano de los hermanos Zuaznabar.
Solíamos ensayar conjuntamente, pero los hermanos Artze
te tocaban con "Ez dok hamairu" y nosotros con "Argia", aunque
hubo alguna ocasión en la que actuamos juntos. Hoy todavía
sigo tocando una vez a la semana con Jexux.
-¿Qué
tipo de cambios he sufrido? Fuiste concebida como
un instrumento de trabajo, para que los caseríos se comunicaran
entre sí, pero a medida que bebías de nuevas corrientes,
has ido transformándote. Nuestros antepasados nos enseñaron
una forma de tocarte, pero de ahí en adelante has sido
tú misma la que nos ha enseñado qué modificaciones
hacerte teniendo en cuenta tu polifonía y tu timbre.
-Ya empiezo a recordar algo.
Últimamente unos jóvenes txalapartaris me acarician
acompañados de melodías. Aquí cada uno
te siente de distinta manera. Algunos se emocionan cuando te escuchan
en "Maritxu nora zoaz" y otros cuando te dan un ritmo especial.
-¿Y cómo os arregláis
entre vosotros? Afortunadamente, respetándonos
unos a otros. Pero te diría algo más: si sólo
hubiera una sola corriente, no tendríamos cabida. Pero
con tantas tendencias y estilos, estamos formando una calle muy
ancha que a algún lugar nos va a llevar.
-¿Por qué no me utilizáis
para bailar? Tienes toda la razón,
porque en sí también sirves para el baile. Ahora
que lo dices, te prometo que en nuestras nuevas actuaciones te
utilizaremos para bailar.
Juan
Mari Beltran
Juan
Mari Beltran (Donostia, 1947) tiene el carisma
del flautista de Hammelin. En cuanto se pone
a tocar la flauta, todos los instrumentos musicales
empiezan a bailar y los lleva en procesión
hasta su txoko. Hasta al recién inaugurado
Txoko de Música Popular, donde se encuentran
expuestos 400 instrumentos musicales de todo
el mundo. Todo ello, sin embargo, no es más
que la punta del iceberg para un hombre que
lleva la música en el corazón
y el ritmo en las venas, ya que además
de hechicero musical es también txalapartari,
txistulari, albokalari, investigador y profesor.
Por si fuera poco, acaba de editar el disco
"Arditurri, gogoaren bidezidorretatik". |
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Fotografías: Beñat Doxandabaratz y Juantxo Egaña
(portada y Juan Mari Beltran tocando la txalaparta)
Euskonews & Media 158.zbk
(2002 / 3 / 8-15)
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