El
barrio de San Francisco de Bilbao
¿Marginación y conflicto?: Un enfoque diferente |
Beatriz
Díaz |
| El Estado llama
ley a su propia violencia, y crimen a la del
individuo |
El
barrio de San Francisco en Bilbao es considerado por mucha gente
como un barrio pobre y marginal, un gueto de extranjeros, un lugar
"inseguro" y de paso prohibido. Como San Francisco en Bilbao,
muchas ciudades tienen alguna zona o barrio similar, marcada con
un círculo rojo tanto por las instituciones como por muchos
habitantes de ella. ¿Por qué? ¿Qué tiene de peculiar
un barrio como San Francisco respecto a otros?
Lo más primario
es pensar que es diferente porque hay eso que se llama delincuencia,
prostitución, tráfico de drogas e inmigración
extranjera. Todo eso a la vez. Y no parece que sea falso del todo,
la cuestión es que hace falta colocar cada aspecto de esa
imagen de San Francisco en su sitio, para entender mejor su situación.
1. Lo que condiciona
la vida en este barrio no es la prostitución y mucho menos
el tráfico de drogas, es la especulación por
parte del capital y el abandono por las instituciones.
Si esto no existiera,
no serían posibles el resto de las situaciones. Sería
un barrio como los demás, más o menos arregladito,
con gente de más acá o más allá...
y con sus problemillas, por supuesto. Y subrayo expresamente la
influencia directa de la especulación y el abandono en
la vida de la gente del barrio:
Recuerdo una reunión
informativa de la Asociación de Vecinos a la que me asomé
al poco de llegar aquí. Nos iban a explicar sobre el
Plan de Actuación Urbanística. Una plan dirigido
a transformar nuestro propio barrio en el que no habíamos
podido participar y que ni siquiera había llegado a nuestras
manos. La Asociación de Vecinos llevaba años haciendo
averiguaciones sobre este enigmático documento y por
fin habían sabido que... ¡el plan no contemplaba la creación
de viviendas sociales y no decía nada sobre el destino
de la gente cuya casa iban a derribar! La conclusión
de la reunión fue muy sencilla: la gente no sabía
qué iba a ser de su casa y por el momento no tenían
cómo averiguarlo ni a dónde recurrir.
La especulación
y el abandono influyen en el hoy de la gente y, por lo tanto,
en la imposibilidad de planificar o soñar su mañana:
En aquella reunión,
una mujer gallega de más de cincuenta años reflexionaba
en voz alta sobre su futuro: mientras no supiera si iban a tirar
su casa, si ella tendría indemnización, si la
iban a dejar allí o la iban a mandar quizás para
Otxarkoaga, no podía decidir si le interesaba o le merecía
la pena vender la casa y marcharse a Galicia donde su hermano,
o quizás trasladarse con su hijo a Basauri. Pero ella
llevaba en el barrio treinta y dos años, se había
hecho su espacio y sus amistades, así que lo que más
deseaba era poder seguir aquí.
![](argazkiak/sanfrancisco.jpg) |
Una
de las calles del barrio de
San Francisco. |
Para justificar el
abandono del barrio y especular es imprescindible utilizar estigmas,
etiquetas sociales que permitan "entender" por qué está
marginada la gente, por qué se reprime a "negras", "moros",
"traficantes", "putas", "inmigrantes", "ilegales" o "delincuentes".
El estigma es fácil de introducir a través de los
medios de comunicación: el periódico de más
difusión en Bizkaia construye día a día y
con estigmas una imagen muy concreta de este barrio. El estigma
es un recurso muy práctico, ya que extiende su influencia
sobre comunidades enteras, generaliza su situación, la
simplifica: no se trata, por ejemplo, de que muchas mujeres africanas
trabajan como prostitutas, sino de que "las negras son putas".
Esa etiqueta pegada en el pensamiento de la gente, al no ser algo
tangible o explicable de modo sencillo se hace difícil
luchar contra ella.
Cuando las instituciones
quieren cambiar la imagen del barrio, mejorarla, lo hacen a su
modo. Éste no consiste, desde luego, en deshacer los estigmas,
sino en introducir en el barrio a personas que no los llevan.
En años recientes se ha visto restaurar grandes edificios
antiguos, que son símbolo de la educación (Plaza
de la Cantera), de las artes (calles Urazurritia y Conde Mirasol)
y de la cultura (Plaza de Corazón de María), para
forzar la entrada en el barrio de gente considerada como "normal".
Se han restaurado con un alto coste, mientras las casas contiguas
siguen derrumbándose lentamente, con sus habitantes incluidos,
que no pueden saber qué será de sus vidas:
El antiguo hospital
de la Plaza de la Cantera, que alberga la comisaría de
la Policía Municipal y algunos proyectos educativos y
laborales, rodeado de edificios en ruina, es uno de los símbolos
más llamativos de este proceso. En el interior del edificio,
el brillo del mobiliario ciega los ojos más sensibles;
en todas sus entradas, las cámaras de vigilancia velan
por su seguridad; y en el exterior permanece un ambiente tan
degradado, que un niño cagará junto a un cubo
de basura sin que resulte demasiado llamativo. Algunas personas
cuyo centro de estudios fue trasladado a este edificio protestaban:
para llegar a la Cantera tenían que atravesar la calle
Cortes muy temprano, cuando mucha gente no había acabado
su noche de trabajo... no era justo, les estaban haciendo pasar
un mal trago. Pero las instituciones argumentaban que era necesario
que ellos y ellas, como gente "normal" que eran, estuvieran
presentes allí, para empezar a cambiar la imagen del
barrio, a normalizarla.
Otro modo de "normalización"
es ubicar en el barrio actos culturales promovidos por el Ayuntamiento,
como conciertos de festivales renombrados:
Una de las actuaciones
del "Bilbao Tropical" se ubicó por primera vez en la
Plaza Corazón de María. Aquella noche se juntaron
la gente de fuera del barrio con los considerados "negros traficantes",
aunque sólo fuera bailando ante el grupo de salsa. Claro
que eso ya sucede desde hace años en las discotecas de
Mazarredo, pero se trata de que la gente de fuera, a quienes
las mismas instituciones les han metido tanto miedo para venir,
se atreva ahora a pisar nuestras calles.
El barrio vive ahora
esos toques exóticos de cambio. Nuevos aires impuestos
mientras no acaba de levantarse de su punto más bajo de
deterioro. Por eso conviven grotescamente la amarga realidad con
una nueva imagen de modernidad y cambio ficticios:
Quien pase por
la calle Cortes por la mañana, para ir a la inauguración
de una exposición de vanguardia en Urazurrutia, podrá
ver en el parque contiguo de Mirivilla a gente desperezándose
de una mala noche, tendida sobre unos cartones con algunas mantas
viejas. Y regresando a casa de un festival en la Plaza del Corazón
de María, al pasar por la calle Concepción se
cruzará con prostitutas nigerianas adolescentes buscando
clientes: ocupan nuevos trozos de calle que llevaban tiempo
desocupados, porque hay competencia y ellas acaban de llegar.
2. Otro aspecto característico
de la vida en San Francisco es la conflictividad.
En este barrio, muchos
conflictos se relacionan principalmente con el punto anterior:
surgen por la especulación y el abandono, que son los que
provocan situaciones de vida muy extremas y, para mucha gente,
una sensación de desprotección e impotencia, de
que hace falta "tomar la justicia por cuenta propia", porque ven
que no es posible contar con las instituciones para mejorar su
situación:
En este barrio
y no en otro es posible el nacimiento y el apoyo por muchos
vecinos y vecinas de una asociación populista que usa
los propios estigmas como bandera de lucha, que aboga por la
violencia como solución a los problemas y cuyo discurso
usan las propias instituciones para justificar sus actuaciones
violentas y discriminatorias. Me refiero a la Asociación
de Vecinos Independiente. Es aquí donde puede verse también
a alguien tirando un balde de pis por su ventana o arrojar un
vaso de cristal en el momento preciso en que pasa por debajo
un africano que trapichea. No todo el que ha visto deteriorarse
su lugar de vida hasta condicionarle sus propios recorridos,
que ha visto morir de sobredosis o de agresión desde
su terraza y cuya propia casa se viene abajo, cuenta con los
mismos recursos para reflexionar sobre las causas y formas de
luchar contra ello, y para canalizar su rabia e impotencia.
Muchos conflictos
tienen que ver con los propios estigmas creados en el barrio.
Los estigmas provocan más problemas, y hacen más
complicado abordarlos:
Resulta difícil
pedir participación en la denuncia de malos tratos policiales
hacia los inmigrantes africanos, cuando mucha gente asocia la
imagen de un africano negro con la de un "traficante" o "ilegal".
Así, en una manifestación de SOS Racismo cuyo
lema era "no más agresiones policiales hacia los inmigrantes",
algunas vecinas se acercaron a insultar a los africanos que
participaban, llamándoles "traficantes".
A veces, cuando casi
toda la gente carga con un estigma que le hace ser objeto de sospecha,
cada cual trata de evitar acusaciones adelantándose a acusar,
achacando los males a algo ajeno y buscando un culpable cercano:
Hace algunos años,
¿de quiénes se decía que traficaban? "Son los
argelinos", decían algunos marroquíes; "son los
negros", decían algunos vascos y gitanos; "son marroquíes",
pero los que vienen del campo, decían algunos marroquíes
de ciudad; "son los inmigrantes económicos", decían
algunos solicitantes de asilo.
Hablamos, pues, de
conflictos donde las instituciones tienen una responsabilidad
que está por delante de las actitudes personales.
Existen también
conflictos llamados "de mafias", "ajustes de cuentas", etc. en
ámbitos laborales no legales, como el tráfico de
drogas ilegales, la prostitución, el tráfico de
personas... ¿Por qué se dan estas situaciones? Por una
parte, estos trabajos considerados ilegales o inmorales se fundamentan
en redes que, como cualquiera, han de regularse y autosustentarse:
hace falta mantener la jerarquía, las normas, las condiciones
de compraventa del producto, ya sea droga, sexo o personas. La
regulación de la red es interna y obviamente, ha de hacerse
al margen de lo legal. A veces se recurre a la violencia para
gestionar estas situaciones, entre otras razones porque no se
puede recurrir a denuncias abiertas o judiciales, ya que el trabajo
o la persona están consideradas "ilegales". No siempre
es así, la mayoría de las veces se usan la negociación
y los acuerdos verbales; pero de esto no se habla en la prensa,
porque no da morbo y porque mostraría una imagen demasiado
humana de una gente indeseada y de unos trabajos mal considerados.
Este barrio conflictivo
y considerado como "inseguro" está literalmente tomado
por policías y guardas de seguridad privada. En cualquier
recorrido que hagamos por este pequeño espacio nos cruzaremos
con coches, furgones o funcionarios de la Policía Municipal
o de la Ertzaintza, bien de paisano o de uniforme. Al entrar en
centros públicos como el Centro de Educación de
Adultos de Hiruarrizaga, el Centro de Salud de La Merced o el
Centro Cívico de Corazón de María, será
inevitable advertir la presencia de guardas de seguridad privada.
Pero ellos no nos dan mayor seguridad, no la seguridad que necesitamos:
no nos protegen de la precariedad laboral, ni de los planes de
rehabilitación que se olvidan de los habitantes de las
casas; no evitan que siga existiendo el tráfico de drogas
ilegales a pequeña escala ni que los jóvenes se
queden en la acera rígidos de sobredosis; no da compañía
a las ancianas solitarias y más bien deja intranquilas
a las personas a quienes les niegan un documento de identidad.
Es inevitable preguntarse a qué responde tanta presencia
policial en las calles y centros públicos de este barrio,
a quién defienden de qué, y a quién beneficia
(aparte de su propio sueldo y de la continuidad de sus propias
instituciones y empresas). No deja de perder actualidad aquella
pintada borrada hace pocos años de un muro de la calle
Cantarranas:
Un barrio marginal
es un estado policíaco. La policía, su presencia
en el barrio, es como una fuerza de ocupación, es como
un ejército. No está en el barrio para nuestra
protección; está en el barrio para proteger los
intereses de hombres de negocios que ni siquiera viven aquí
(Malcolm X, 1964).
No está de
más mencionar también los conflictos entre gente
de fuera del barrio bien situada y gente del barrio marginada.
Es el caso de los conflictos entre educador/a, funcionario/a,
etc. y los llamados "clientes". O los que se dan entre gente de
oenegés y aquellos a los que dicen apoyar; o entre patronos
y empleados. La enseñanza, la administración, las
oenegés o el ámbito laboral son los espacios donde
la gente rica, a título personal o en representación
de instituciones, se encuentra con los y las pobres. Con frecuencia
estas situaciones conflictivas (que los primeros no pueden evitar
aunque vivan fuera del barrio) quedan más ocultas: unos
perderían reputación y otros arriesgarían
su formación, su puesto de trabajo o su posibilidad de
tener o renovar la documentación.
Algunos conflictos
se suelen encuadrar dentro del racismo, (racismo individual; del
racismo institucional, más fuerte y con más medios,
no se habla). Y a veces hay quien sugiere que en el barrio hay
más intolerancia. Algunas tensiones y enfrentamientos son
inevitables y especialmente delicados, porque la gente afectada
vive condiciones muy estresantes, como cargar con estigmas, tener
que buscarse la vida sin tener documentación, vivir en
una casa sin condiciones de habitabilidad, sentirse abandonado
por la familia siendo anciano, ser toxicómana o tener gente
cercana que lo es, ser prostituta retirada sin derecho a jubilación
ni posibilidad de reinserción laboral... Esto genera actitudes
como la rabia, la amargura; la necesidad de autoafirmación;
o el simple desconocimiento:
Mi vecina dejó
de mirar con miedo y desconfianza a los vecinos del quinto,
cuando la expliqué que esos "moros", (como ella los llamaba),
salían a las dos de la madrugada, no para vender droga,
sino para vender rosas por los bares; y que no eran "moros",
sino que eran de Bangladesh, que está cerca de la India,
le aclaré.
Aquí convivimos
gente muy variada en cuestión de culturas, creencias, modos
de vivir, intereses, lenguas... En este contexto es normal que
sea complicado entendernos y ponernos de acuerdo: que lo que a
una le molesta, para el otro no tenga la menor importancia; que
el modo de hablar de uno altere a otra; que quien no se puede
explicar en castellano o euskera acabe a veces por no ser comprendido...
3. Y así enlazamos
con otro rasgo peculiar de este barrio: la variedad de sus
habitantes.
Esa misma variedad
que es origen inevitable de conflictos, también supone
la posibilidad de abrir la mente, de conocer mundo sin viajar,
de entender y aceptar formas diversas de vivir, de intercambiar
modos y visiones, aprender o practicar lenguas... en definitiva,
de disfrutar y enriquecerse con esto. En este sentido, San Francisco
da muchas más posibilidades que otros lugares. No sólo
para "los de aquí": los llegados hace mucho y los recién
llegados también se benefician de esto. Aquí todas
y todos pertenecemos a una cultura más entre muchas culturas
variadas. Algunos pequeños ejemplos:
En el local de
una asociación hay tertulias semanales sobre países
de origen de los inmigrantes; una mujer angoleña se entiende
con su vecina gallega mejor que con nadie, y en San Francisco
ha podido conocer por primera vez a latinoamericanos negros;
una chica ecuatoriana, por otro lado, aprendió aquí
a no temer a los negros africanos, aunque sean tan grandes,
según ella; varios africanos aprenden frases en chino
mandarín; senegaleses y marroquíes comparten,
además del tiempo de trabajo en los mercadillos, horas
de oración en la mezquita; en aquel locutorio ligan las
colombianas con los argelinos; y en un bar bereber nació
un grupo de música donde participa gente de varios países
de Europa y el Magreb.
4. Un cuarto aspecto
importante de la vida de este barrio, que existe también
en otras zonas de la ciudad, pero no es tan patente, es constituir
un espacio de apoyo vital para quien emigra.
Las redes de apoyo
informales, la ayuda mutua, dan respuesta, mal que bien, a casi
todas las situaciones difíciles por las que pasa la gente
emigrante, cuando además las instituciones no pueden o
no quieren apoyar. Las redes ayudan a salir adelante en situaciones
cuasi imposibles. La gente se asienta en este barrio porque encuentra
vivienda más barata, y porque es aquí donde están
su paisanos y paisanas, donde encuentran la acogida y compañía
que buscan, las tiendas y bares que les agradan, los consejos
y la comprensión que necesitan.
Así como muchos
vecinos y vecinas de otros barrios no se atreven o no les gusta
pasar por San Francisco, mucha gente inmigrante prefiere no salir
de aquí, porque fuera del barrio no se desenvuelve tan
bien y es vista como extraña. Por eso no es posible hablar
de este barrio como un gueto, un lugar donde la gente se recluye
y rechaza lo externo: cuando se da el aislamiento, es desde fuera
tanto como desde dentro; y por otra parte, si es aquí donde
se va a encontrar el apoyo necesario, y no en las oficinas de
la administración o entre gente más asentada, es
normal que una quiera quedarse aquí.
Este es pues el barrio
de San Francisco, un barrio ubicado de tal modo que su suelo vale
mucho y no vale nada; marginado por muchas instituciones; con
gentes muy, muy variadas, muchas de las cuales encuentran aquí
más acogida que fuera; un barrio cuyo rostro ha sido redibujado
por los estigmas sociales; un barrio movidito, con muchos conflictos
que, a fuerza de vivirlos, aprendemos a manejar.
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