Hablar
de José Ortiz-Echagüe (Guadalajara 1886 – Madrid 1980)
es referirnos a una de las figuras más sobresalientes de
la fotografía en España, un embajador del arte que
dio a conocer la imagen de España por los países
de todo el mundo. Ingeniero de profesión, piloto de globos
aerostáticos y de aviación, fundador de dos de las
empresas de mayor peso en nuestro país, C.A.S.A. (Construcciones
Aeronáuticas S.A.) en 1923 y SEAT en 1950, la fotografía
constituyó para él su afición más
importante. Su contacto con el mundo de la cámara comenzó
en 1898 tras negarse su familia a que José siguiera los
pasos de su hermano mayor, Antonio, y se formara como pintor,
su principal deseo en ese momento. Fue entonces cuando recibió
su primera cámara fotográfica, a modo de consuelo,
con la que empezaría a realizar sus primeras instantáneas,
iniciando así una trayectoria que le conducirá a
las cimas más altas de la fotografía española
y a convertirse uno de los fotógrafos de mayor reconocimiento
a nivel internacional.
A través de
su fotografía, José Ortiz-Echagüe tuvo un único
objetivo: el de recoger a través de su cámara aquellos
aspectos más representativos de la tradición española,
consciente de que esa tradición constituía un vestigio
pronto a desaparecer por efecto de la rápida expansión
del progreso y del desarrollo industrial del que él mismo
era parte integrante a través de las dos empresas que dirigía.
Imbuido por el espíritu de la "Generación del
98", el fotógrafo vuelve su cámara hacia aquellos
asuntos impregnados de tradición, de pasado, compartiendo
la mirada de Azorín, de Unamuno o de Machado en sus recorridos
por España, donde tienen cabida los tipos, los trajes populares,
los paisajes, las fortalezas medievales o las costumbres religiosas.
Como ellos, siente el fotógrafo la emoción por la
tierra y por sus habitantes; pero la tradición no sólo
impregna los temas que recoge a través del objetivo; la
estética, cuajada de composiciones equilibradas, de ejes
de simetría, de luces de rayos sesgados, de volúmenes
escultóricos, lo definen como un artista de vena clasicista,
y la técnica, mediante el laborioso proceso del carbón
directo sobre papel Fresson que otorga a sus imágenes ese
aspecto tan peculiar y diferente al de la fotografía convencional,
viene también a subrayar con el efecto de tradición
las imágenes echagüinas.
La búsqueda
de la tradición no es una actitud aislada de Ortiz-Echagüe,
sino que, en su proceder, el fotógrafo se integra en un
ambiente generalizado en España que afecta, además
de a la literatura, a la fotografía o a las artes plásticas
-en especial a la pintura, en torno a la cual van a surgir una
serie de escuelas regionales interesadas por unos asuntos comunes
como los retratos de tipos, costumbres del lugar, paisajes, etc…-.
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Taller de costura
(1905). |
La relación
de José Ortiz-Echagüe, con el País Vasco y
Navarra fue cercana en diferentes momentos de su vida, por razones
de muy diversa índole. El hecho de que este futuro fotógrafo
pasara su infancia en Logroño, le permitió acercarse
en repetidas ocasiones a Vitoria donde residían sus abuelos
por parte materna. Allí, su hermana Encarnación
acudía al taller de labor del nº 5 de la calle Florida,
que el fotógrafo inmortalizó en su conocida imagen
Taller de costura (1905), llena de preciosismos lumínicos.
En esa misma ciudad, su hermano mayor Antonio, recibió
algunas clases en el taller del vitoriano Ignacio Díaz
Olano. La familia Ortiz-Echagüe, además, pasaba los
veranos en San Sebastián, donde tenía alquilada
una casa en la calle Miracruz nº 5, situación que se repetiría
año tras año hasta el estallido de la Guerra Civil
y que aprovecharía José para realizar fotografías
con su cámara. Con San Sebastián le unirán
estrechos lazos porque fue allí mismo donde conoció
a la que se convertirá en su esposa y madre de sus ocho
hijos, Carmen Rubio Sandoval. Sus visitas a San Sebastián
quedarían interrumpidas cuando se declaró la Guerra,
que le sorprendió en la misma ciudad. Al finalizar la contienda
bélica, se encontraba embargado de un gran dolor: sus dos
hijos mayores habían fallecido en el hundimiento del crucero
"Baleares" y durante los años siguientes no pudo
asomarse al mar. Esta fue la razón de que la familia Ortiz-Echagüe
Rubio cambiara el mar por la montaña y buscara un nuevo
destino para sus vacaciones; el lugar elegido fue el pueblo de
Burguete, cerca de Roncesvalles a donde regresarían en
varias ocasiones en los años 40, circunstancia que una
vez más aprovecharía para realizar instantáneas
de la provincia, pero especialmente en los valles colindantes
de Aézcoa y Salazar y en la propia Colegiata de Roncesvalles.
| En
el parque de Ayete (1912). |
Su producción
fotográfica referida al País Vasco y Navarra dio
lugar a un variado repertorio en el que se incluyen algunas de
sus imágenes de mayor elegancia y glamour, como es el caso
de la titulada En el parque de Ayete (1912). Guipúzcoa
despertó en Ortiz-Echagüe un interés muy especial
por el medio marino; fue el único lugar en el que retrató
a gentes del mar ya fuera haciéndolos posar para conseguir
rotundas imágenes de primeros planos, ya fuera capturándolos
en las labores del quehacer cotidiano de estos personajes "intrahistóricos".
De todas las imágenes dedicadas al tema
del mar, sin lugar a dudas, sus Remeros vascos, constituyen
la serie de fotografías más destacada. Realizados
a fines de la década de los 20 y comienzos de la siguiente,
en los lugares de Orio, Pasajes, Ondárroa o Zumaya, José
Ortiz-Echagüe mostraría una fuerte fascinación
por la fortaleza de estos hombres que a diario tienen que enfrentarse
a un medio hostil y amenazador como es el mar. Remeros jóvenes
o entrados en años, vistos de frente o de perfil, ataviados
con sus rígidas "xiras" que los protege de la
continua lluvia; llevan el remo entre sus recias manos que se
convierte en un elemento estructurador de la composición.
José Ortiz-Echagüe aprendió, entre otras cosas,
de su hermano Antonio, el pintor, que la expresión de una
figura humana no sólo radica en la mirada o en el gesto
de la boca; las manos cumplen también un papel de primer
orden por lo que siempre adquieren un protagonismo destacado en
retratos de este tipo en las que los personajes ocupan la mayor
parte de la superficie de la toma mientras que los fondos o han
desaparecido o simplemente se han convertido en un telón
desvaído que ayudan a concentrar la atención en
la figura. En esta misma línea se sitúan también
sus famosos retratos de Lino de duelo.
En el ejercicio de
sus labores Ortiz-Echagüe nos presenta a los Pescadores
de angulas, Los pescadores parten, lasVendedoras
de pescado en Orio o el Portal de Orio. La cámara
se distancia para mostrarnos las figuras inmersas en su entorno,
en tomas en las que de nuevo el fotógrafo juega con la
distinción de texturas para enriquecer la visualidad de
la imagen.
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Pasajes. Gipuzkoa. |
Pero si los tipos
son los que acaparan una mayor atención en la producción
dedicada al País Vasco, no por ello descuida Echagüe
el paisaje urbano y natural proporcionándonos imágenes
de tanta belleza como Casas de Pasajes o Barcas de Pasajes,
pintorescos cuadros en los que el agua va describiendo suaves
ondulaciones, mientras se respira un aire de vetustez y de reciedumbre
a través de las paredes descarnadas de las viviendas y
de sus destartalados tejados.
En
Navarra, los Bosques de Roncesvalles causaron una honda
fascinación en el fotógrafo hasta el punto de realizar
hasta doce versiones distintas del mismo asunto, en las que juega
con los contrastes intensos de luces y sombras, con la sinfonía
de tonos plateados que recorren los troncos de las hayas o con
la presencia romántica de la figura del caminante que aparece
en varias de sus tomas. Junto a ellas, encontramos excelentes
ejemplos del retrato de tipos como lo son las instantáneas
realizadas a los alcaldes de Garralda o a las roncalesas vestidas
con sus elegantes trajes regionales que constituyen una buena
carta de presentación, por un lado, del buen hacer del
fotógrafo y, por otro, de la pervivencia de la tradición
en las tierras del viejo reino.
La espiritualidad
que emana el lugar de Roncesvalles le inspiró una de sus
imágenes de mayor belleza: Cruceros de Roncesvalles.
Para la toma dispuso la cámara en un ligero contrapicado
con el cual obtuvo un punto de vista en el que magnificó
la presencia de las figuras encapuchadas y de su esfuerzo duro
y callado cargando con la cruz, al tiempo que destacaba el protagonismo
de los pies desnudos de los penitentes caminando por el terreno
pedregoso y difícil. Todos los elementos de la naturaleza,
en un silencio sobrecogedor, se suman al sufrimiento de estos
hombres anónimos, las enormes piedras del camino, que dificultan
la marcha, reducidas únicamente a una pequeña referencia
en primer término; y la gran masa de cielo gris sobre la
que se recortan los perfiles oscuros de los penitentes y de sus
cruces, surcada de cúmulos amenazantes, tormentosos.
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Cruceros
de Roncesvalles. |
Éstos son
sólo algunos ejemplos del buen hacer de Ortiz-Echagüe
en sus recorridos por el País Vasco y en Navarra donde
encontró un interesante filón para convertir en
imágenes inmortales los últimos rescoldos de la
tradición: sus gentes de recio carácter, sus paisajes
llenos de pintoresquismo, sus devociones religiosas, que despiertan
en el fotógrafo una vena neorromántica. Son imágenes
del ayer que, elevadas a la categoría de arte, han quedado
perpetuadas para siempre.
Asunción Domeño
Martínez de Morentin, Departamento de Historia del Arte -
Legado Ortiz Echagüe. Universidad de Navarra |