El
mirar a través de mi ventana veo las hermosas montañas,
peñas, acantilados y pendientes que se alzan ante mí.
Imperturbables y quietas, como siempre. Nunca presentan cambios.
Al caminar sobre ellas me siento seguro. En el mar, en cambio,
todo está en constante movimiento; nada se mantiene firme.
Es la gran diferencia que existe entre la tierra y el océano.
Pero
hay ocasiones en las que, aunque sólo sea por un momento,
la situación se altera por completo. Lo que de ningún
modo parecía poder cambiar se llena de repente de olas,
y la tierra se ve afectada por las ondas de un terremoto. En muchos
países, como por ejemplo Japón, California o Turquía,
los terremotos son un fenómeno habitual, aunque por lo
general suelen tener escasa intensidad, pero hay veces en las
que cobran tal fuerza que ocasionan graves desperfectos. Es entonces
cuando la noticia trasciende a los medios de comunicación.
Y es que la mayoría de las veces, mientras no se produzcan
daños, el suceso no pasa a ser noticia.
Con
frecuencia la televisión nos suele ofrecer imágenes
de brutales terremotos que azotan a países como Afganistán,
Sudamérica o Alaska. Sin embargo, no todos los terremotos
se producen en tierra firme; los hay que surgen en el mar, y que
de llegar a ser fuertes se expanden a través de las aguas
en pequeñas pero rapidísimas olas que aunque en
medio del océano no superen el medio metro de altura, alcanzan
una velocidad de mil kilómetros por hora, motivo por el
cual resultan imperceptibles para los barcos. No obstante, cuando
estas olitas o tsunamis provocadas por los terremotos llegan
al litoral, se convierten en descomunales y devastadores embates
que en las costas llanas se adentran varios kilómetros
al interior, ocasionando importantes pérdidas y destrozos.
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El célebre Darwin presenció
una de estas olas en las proximidades de la localidad chilena
de Concepción, cuando daba la vuelta al mundo a bordo del
Beagle. Mientras el barco permanecía anclado a bastante
distancia de la costa, Darwin, como todos los días, se
dirigió hacia las montañas con la intención
de explorar los bosques y sus inmediaciones. En un momento dado
se produjo un fuerte terremoto que, como el propio Darwin describiría,
hizo que los árboles se agitaran con vehemencia. Rápidamente,
decidió volver al pueblo. A su regreso se encontró
con que el temblor había causado bastantes destrozos, ya
que varias casas habían sufrido desperfectos, y los barcos
del puerto habían sido despedazados y arrastrados lejos
de la costa. Dado que él no pudo ver lo sucedido, los lugareños
le explicaron que las aguas del mar se abrieron, sacando a la
luz lo que hasta entonces había permanecido oculto, y que
un momento después una enorme ola que arrastraba cuanto
encontraba en su camino llegó hasta la costa. La gente
ya había oído hablar de este tipo de fenómenos,
por lo que en cuanto vieron que el agua del mar se retiraba más
de lo habitual y a una velocidad inusitada, corrió hacia
las montañas, huyendo de los posibles tsunamis que podrían
surgir.
Otro
caso, más lejano en el tiempo pero muy familiar, sería
el suceso descrito en la Biblia, y que, en opinión de varios
investigadores, podría tener este mismo origen. Cuando
los judíos, guiados por Moisés, tras haber caminado
durante largo tiempo a través del desierto, llegaron al
Mar Rojo, las aguas se les abrieron de par y par y cruzaron el
territorio a pie. Según relata la Biblia, cuando la armada
egipcia que venía persiguiendo a los judíos se propuso
hacer lo mismo, el mar se les echó encima y todos perecieron
ahogados. Algunos geólogos han asociado el incidente bíblico
del Mar Rojo con la fuerte erupción volcánica que
destruyó la civilización micena de la isla griega
de Santorini.
Se diría que
los terremotos, así vistos, son apocalípticos fenómenos
que tienen lugar en el extranjero. Pero no siempre es así.
También se suelen producir en la Península Ibérica,
y en Euskal Herria, desde luego, pero dado que la mayoría
de estos temblores suelen ser de poca intensidad, nadie se da
cuenta. Ni las aguas del mar arremeten, ni las montañas
se parten en dos; los terremotos que surgen en nuestra región
no son más que tímidos temblores. Pero hay ocasiones
en las que las sacudidas adquieren mayor envergadura que la habitual,
causando en un primer momento perplejidad, y luego temor. En Navarra,
por ejemplo, en las inmediaciones de Irurtzun y Sakana, la tierra
ha vibrado varias veces a lo largo de este invierno y primavera,
como si tiritara de frío. El origen de estos temblores
se encuentra en un punto llamado epicentro, que es desde donde
se desprenden las ondas, y que se encarga de demostrarnos que
la tierra permanece viva.
Y es que la superficie
terrestre parece ser rígida. Todos sabemos lo duras que
son las rocas y lo pesadas que son las montañas, conque
nos parece prácticamente imposible que las rocas sean susceptibles
de doblarse y romperse. Sin embargo, los pliegues y roturas que
podemos observar en muchos acantilados no hacen sino demostrarnos
lo equivocados que estamos con respecto a la rigidez de la Tierra.
La superficie terrestre, eso que los geólogos llamamos
Corteza Terrestre, se encuentra dividida en varias capas. Se trata
de una especie de puzzle cuyas piezas se encuentran tanto bajo
el mar como en la superficie. Así, África y buena
parte del Atlántico forman una sola pieza, Norteamérica
y el resto del Atlántico forman otra, etc. Hay piezas grandes
y pequeñas, y una de las menores es la Península
Ibérica.
Tal
como acabo de mencionar, la Corteza Terrestre es una especie de
puzzle formado por distintas piezas, una rígida y fina
capa de pocos kilómetros de espesor. Si comparáramos
la Tierra con un aguacate esférico, diríamos que
la Corteza Terrestre es lo equivalente a su piel, que la Tierra
tiene en su interior, en la zona metálica, un duro hueso,
y que entre el hueso y la superficie se encuentra la pulpa o el
manto, que se mantiene a altas temperaturas y en constante movimiento,
como un puré hirviendo, que a través de su movimiento
mueve toda materia flotante de un lado a otro.
Así, las piezas
o placas de la Corteza Terrestre se mueven debido al manto, a
veces con más rapidez, otras con menos. A medida que las
placas del medio del Atlántico van alejándose entre
sí, el manto subyacente está saliendo al exterior,
y, por otra parte, el acercamiento de las placas de las cordilleras
hace que las montañas sigan creciendo.
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En lo que a nosotros
se refiere, la Península Ibérica forma una de las
piezas o, mejor dicho, placas de la Corteza Terrestre. África
se encuentra en otra placa y la mayor parte de Europa en otra.
Mientras la placa africana se está desplazando hacia el
norte a bastante velocidad, la europea permanece más bien
quieta. En consecuencia, la placa ibérica, atrapada entre
las dos, no deja de sentirse presionada por la parte africana,
razón por la cual al sur de la península, en Andalucía,
y en el norte de África, las montañas de Sierra
Nevada y de Rift respectivamente hayan aumentado su altura. Entre
estas dos cordilleras los terremotos se producen casi a diario.
Al igual que en el sur de la Península Ibérica,
también en el norte se producen colisiones que provocan
el crecimiento de los Pirineos. África
no cesa de empujar; sigue empeñada en desplazarse hacia
el norte, mientras que Europa permanece inflexible y firme. De
tal forma, la península ibérica se encuentra atrapada
entre ambas fuerzas, aguantando como bien puede la lucha entre
los dos grandes. Euskal Herria se encuentra en la zona de colisión
de las placas ibéricas y europeas; de ahí que sea
tan montañosa. Como consecuencia de esta pugna surgen las
fallas, los desgarrones de la superficie, y es el movimiento que
llega hasta ellas lo que provoca los terremotos.
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Una de las fallas que atraviesan
Euskal Herria es la de Pamplona, que desde el sur de Baja Navarra
se introduce en el Baztan, baja hasta Lekunberri e Irurtzun, y
de ahí pasa a la Sakana. Es precisamente en estas fallas
donde se localiza el origen los terremotos que se han dejado sentir
durante este invierno y primavera. Se trata de una falla muy importante
que se ha movido varias veces a lo largo de la historia, y en
la que prácticamente todos los meses se producen pequeños
terremotos, por lo que no tardaremos en volver a sentir temblores
en las regiones que estas fallas atraviesan, es decir, en Navarra
y en las zonas montañosas de Zuberoa. En cualquier caso,
no hay por qué alarmarse, ya que los terremotos que tienen
lugar en Euskal Herria suelen ser minúsculos, nada peligrosos,
y no conocemos ningún motivo que nos induzca a pensar lo
contrario. Los terremotos seguirán teniendo lugar, pero
no ocasionarán grandes daños. Simplemente, nos harán
recordar que la Tierra sigue viva.
Koldo Núñez Betelu, geólogo
y miembro de Elhuyar
Fotografías: http://www.unb.br/ig/sis/terremo.htm, http://www.kedt.org/asasite/
forces/tsunamis.jpg, http://www.saraphina.com, http://members.freespeech.org/
ehj/images/baztan.jpg |