Fue
un vasco, hijodalgo e ilustrado, hábil en euskera y castellano,
nacido entre los años 1494 y 95 en el valle de Cuartango
(Alava) el que descubrió y hasta les dio nombre a las tierras
que por entonces dominaban los Incas del Cuzco y que más
tarde serían el Virreynato del Perú, o sea lo que
hoy son las repúblicas de Ecuador, Perú, Bolivia
y buena parte de Chile y Colombia. Se llamaba Pascual de Andagoya
y siendo muy joven había pasado a América "para
ser más". Y sin duda lo logró, aunque al dinero
y poder alcanzados debió añadir envidias y rencores
sin cuento. Fue hombre de temperamento fuerte, taciturno, "antipático"
dirían algunos y sincero amigo y defensor de los indígenas.
Siendo todavía
joven, a los veintiocho años (1522), se había aventurado,
en expedición financiada por él, al sur de Panamá,
hasta una región que se llamaba Chochama, en territorio
hoy colombiano. Ahí el recio alavés hizo amistad
y comunicación verbal con los indios (es de suponer que
su calidad de bilingüe y su cultivada inteligencia le facilitaron
el contacto) lo que le permitió escribir posteriormente:
"descubrí, conquisté y pacifiqué una
gran provincia de señores que se llama Perú donde
tomó nombre toda la tierra por delante".
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PANAMÄ:
Vista de la parte colonial en primer plano y, al fondo, el
centro de la moderna urbe financiera. De Panamá partió
Andagoya hacia el sur, hasta territorios vecinos a Birú. |
Era la primera
vez en la historia europea que se mencionaba el nombre de Perú
en referencia al también hasta entonces desconocido Imperio
de los Incas, del que le hablaron a Andagoya el cacique de Chochama
y otros indígenas, a quienes acompañó a combatir
a los guerreros de Virú, o sea los ejércitos de
avanzada incaicos que estaban dedicados a extender los Cuatro
Suyos del Imperio. ¿De dónde sacó Andagoya el nombre
de Perú para referirse al incario? Se supone, sólo
se supone, que fue por deformación del término Virú
empleado por sus amigos indios de Chochama para, al parecer, referirse
al sur en general. Lo único cierto es que Pascual de Andagoya
fue el primer europeo en mencionarlo y en hacer contacto con el
Imperio de los Incas.
La otra pregunta
que se desprende de este hecho es ¿cómo logró el
euskaldun Andagoya trato tan afable con los indígenas del
territorio que conquistó? El mismo responde que lo conquistó
y "pacificó", o sea que estableció la
paz entre su gente y la gente del cacique de Chochama, su amigo,
con quien logró dialogar largo y tendido. Son muchas las
acusaciones que se le han hecho al "antipático"
alavés (implacable en los negocios, ladrón, intrigante,
altanero) pero nadie podrá decir que fue cruel o abusivo
con los indios. Al contrario, su amistad con ellos fue tan fuerte
que, cuando estuvo a punto de ahogarse porque se voltió
la piragua en la que remontaba un río, el cacique de Chochama
lo estuvo sosteniendo para salvarlo de las aguas y de las armaduras
que llevaba puestas. Ese reyezuelo, su mejor amigo en aquellos
parajes, fue seguramente quien le organizó el grupo de
traductores y guías con los que volvió a Panamá
para curarse del enfriamiento que le produjo el largo remojón
en el río y para organizar una expedición mayor
y mejor pertrechada.
| ORO:
La fama era cierta. En pos del oro iban los conquistadores
y encontraron maravillas como esta máscara de la cultura
Moche (norte del Perú actual). Es de oro con incrustaciones
de concha perla. |
Sus planes se
frustraron por la enfermedad, que se hizo grave y le impidió
montar a caballo; y ésta fue la razón por la que
transfirió sus derechos de conquista a Francisco Pizarro,
incluidos los traductores y guías a los que él había
enseñado a expresarse en castellano. Estos fueron pieza
clave en la conquista del Imperio que ya se llamaba Perú
y que sólo oficialmente fue Nueva Castilla.
El tiempo que
tardó Andagoya en recuperarse y poder volver a montar a
caballo lo dedicó a los negocios, terreno en el que, como
otros vascos, fue habilísimo; lo que le permitió
ser su propio habilitador en las empresas expedicionarias que
armó.
Sin embargo,
antes de volver a salir en aventuras de conquista, el esforzado
alavés pasó por venturas y desventuras variadas
e intensas que se iniciaron con su elección a la alcaldía
de Panamá (1527) para más tarde, por culpa de enemistades
y envidias, ser denunciado por el nuevo Gobernador, Pedro de los
Ríos, ante la Audiencia de Santo Domingo, a la vez que
se le confiscaban sus cuantiosos bienes. La acusación fue
de malversación en la alcaldía. Pero con hábiles
intrigas logró que la Audiencia lo rehabilitara y, ya vuelto
a casar, lo devolviera a Panamá (1534) donde acrecentó
sus riquezas, gracias a sus recuas de mulas que hacían
el transporte por el itsmo que separaba los océanos Atlántico
y Pacífico. El servicio de mulas del conflictivo Andagoya
era el mejor y, por lo tanto, el más caro. Sin embargo,
su cuidado mayor estuvo puesto en la nao "Concepción",
cuya propiedad compartía con el Gobernador Barrionuevo,
quien lo nombró su teniente. La "Concepción",
que hacía el tráfico al Perú, le llevaba
y traía noticias de las tierras descubiertas por él
y que Pizarro iba conquistando. Los negocios no lo absorbían
tanto como para hacerle olvidar el mundo de las prodigiosas aventuras
que lo esperaban allá al sur. Hacía ya tiempo que
había vuelto a cabalgar y el destino lo empujaba a morir
en el Perú.
| BARCO:
Con naves construídas en Panamá se realizó
la conquista del Perú. Los barcos españoles
llegaban al otro lado del itsmo, a Ciudad de Dios, y de allí,
en mulas, se cruzaba de un mar al otro. |
Sin embargo,
otros muchos sinsabores lo esperaban a Pascual de Andagoya antes
de llegar a su fin entre Cuzco y la Ciudad de los Reyes (Lima).
En 1536 el juez
de residencia de Panamá lo vuelve a denunciar y cargado
de cadenas lo envía a España para ser juzgado por
el Consejo de Indias. Pero de nuevo la fortuna va en auxilio de
Andagoya y el Consejo lo declara inocente desagraviándolo
con la gobernación de Río de San Juan y permitiéndole
usar el Don antes de su nombre.
Desde Panamá,
donde ha vuelto, parte el alavés en compañía
de su cuñado, Alonso Peña, a las tierras que el
Consejo le ha otorgado. Corría el año de 1540 y
la gobernación de Río de San Juan, de acuerdo a
los mapas de la época, estaba situada en un punto impreciso
entre la Nueva Castilla de Pizarro y la que sería Nueva
Granada, de Benalcázar.
A ese espacio
se dirigió Don Pascual de Andagoya y lo primero que hizo
al llegar a sus costas con cientocuarenta soldados, cuarenta caballos,
un galeón, una carabela y dos bergantines, fue fundar la
ciudad de Buenaventura; donde dejó a su hijo, Juan de Andagoya,
y a su cuñado, Peña, al mando de unos pocos hombres,
mientras él se internaba en el territorio. Leguas adentro,
en Popayán, se tropezó con huestes de Pizarro sitiadas
por los indios. Rompió el cerco y se creyó con derecho
a ocupar la ciudad no obstante pertenecer ésta a Sebastián
de Benalcázar. La ocupó y lo mismo hizo con la villa
Santa Ana de los Caballeros, a la que dio el nombre de San Juan.
Pero ya antes había entrado en Cali, por lo que las iras
de Benalcázar estaban desatadas contra él. No hubo
enfrentamiento porque los frailes del lugar, vascos muchos de
ellos, se interpusieron. Sin embargo, el Cabildo falló
contra Andagoya y Benalcázar lo apresó fundamentándose
en que la provisión que a él le dio el Rey abarcaba
la gobernación de Río de San Juan, la misma que
después le había sido otorgada a Andagoya. ¡Enredos
burocráticos de entonces, de hoy y de siempre!
Para fortuna
de Andagoya, en esos días desembarcó en Buenaventura
(por intuición quien sabe el alavés le daría
ese nombre) el Comisionado real para el Perú, don Cristobal
Vaca de Castro, quien llegaba mareado por los padecimientos sufridos
en el mar y necesitado de auxilio, que le fue dado con amplitud
por Peña y Juan de Andagoya. Por entonces ya estaba instalada
en Buenaventura la mujer (en segundas nupcias) de Don Pascual
y otros familiares. Fácil le fue a Peña convencer
al flamante y poderoso Comisionado regio para que interviniera
a favor del desventurado gobernador del impreciso Río de
San Juan. Dispuesto a sembrar la paz en el Nuevo Mundo, Vaca de
Castro viajó a Popayán, se entrevistó con
Benalcázar y quedó libre Andagoya, a quien Vaca
le recomendó viajar a España para aclarar sus problemas
en el Consejo de Indias.
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CUZCO:
Por estas calles incaicas paseó Andogoya sus últimos
días. Sobre esas murallas incas se fue levantando la
ciudad española del siglo XVI, actual centro turístico. |
En España
se siguió escapando del infortunio, pues hizo contacto
con Pedro de la Gasca, quien salía para el Perú
con plenos poderes reales para pacificar las luchas intestinas
que siguieron a la muerte de Pizarro. Con él retornó
Andagoya a América, donde apenas le quedaban Buenaventura
y la virtual gobernación de Río de San Juan, a cargo
de su hijo.
Pero el destino
de Andagoya estaba trazado y lo conducía a morir en el
Perú. No se quedó, pues, en su gobernación,
donde había enterrado una fortuna (algo así como
70,000 pesos), sino que, partiendo de Panamá con la real
flota de guerra, siguió al lado de Gasca, quien lo nombró
su capitán, encargándole recoger gente en Buenaventura,
mientras él (Gasca) seguiría hasta Tumbes donde
se encontrarían.
Ingresó
así, comandando la mitad de la caballería real,
al corazón del Imperio con el que él tuvo contacto
antes que cualquier otro europeo. De Tumbes subió a Cajamarca,
donde los españoles habían ajusticiado al infortunado
inca Atahualpa y de allí siguió a Jauja, para luego
participar al lado del pabellón Real en la batalla de Jaquijahuana,
donde fueron derrotados Gonzalo Pizarro y sus rebeldes.
A órdenes
del Pacificador don Pedro de la Gasca, incursionó nuestro
alavés por el Alto Perú (hoy Bolivia) y por un tiempo
se asentó en el Cuzco, la capital del reino que él
entrevió y pudo ser suyo, para pasar, siempre con Gasca,
a la ciudad de los Reyes (Lima). Allí o en el camino (nada
se sabe de él en aquellas fechas sino que salió
del Cuzco con el Pacificador), murió Don Pascual de Andagoya,
quien andaba con la salud maltrecha desde que en Jauja un caballo
le propinó una coz. Así, oscuramente, desapareció
de la historia el vasco que descubrió y dio nombre al Perú.
Fue un hombre de su tiempo al que el destino le dio y le quitó
honras y agravios, riquezas y miserias y al que nadie le podrá
negar el derecho a ser llamado defensor de los indígenas. |