Con
frecuencia me pregunto si, a medida que transcurren los años,
no me estaré desligando cada vez más de mis raíces,
distanciándome de la seguridad que nos ofrece la madre
tierra. En caso de que así fuera, estaría actuando
en contra del fiel postulado que durante tantos años he
defendido, y eso no es bueno. Siempre he pensado que cualquier
planteamiento cultural debe llevar a un mayor enrraizamiento de
la sociedad en sus valores, que permita a las nuevas generaciones
sentirse más identificadas con aquellos. Sin embargo, y
como venía diciendo, me temo que a medida que voy entrando
en años me estoy volviendo más y más escéptico.
Sea como fuere, intentaré explicar la realidad tal como
yo la entiendo.
Mi afición
a leer Historia me ha permitido tener una visión bastante
completa de la del Valle de Leniz, retroceder hasta las épocas
medievales y prestar un poco de atención a la estructura
social de aquel entonces. Si en el mencionado valle incluimos
también, por razones de este análisis, Oñati
y Aramaio, vemos que todas las miradas se dirigen, envidiosas,
hacia Mondragón, a pesar de que la situación de
los mondragoneses de la época no fuera precisamente cómoda
debido a los ataques de parte de los habitantes de Oñati
y Aramaio, al mando de sus Señores. Pero enseguida advertimos
que tanto en el sector de la industria –las afamadas ferrerías,
gracias a las productivas minas- como en el del comercio,
nuestros antepasados mondragoneses fueron precursores y actuaron
con valentía llevando los productos locales hasta los mercados
europeos más importantes. Debido a esta realidad, la sociedad
mondragonesa avanzó considerablemente en los campos de
la cultura y la educación.
La estratégica
localización de Mondragón -en la confluencia de
Aramaio/Bizkaia/Gipuzkoa- influyó muy positivamente en
su evolución. Se podría decir que Gatzaga, Eskoriatza
y Aretxabaleta eran mudos y recelosos testigos que no conseguían
librarse de la dictadura del Señor de Oñati, cuya
severa autoridad desmoronó todos los sueños y ansias
de libertad del pueblo oñatiarra. Cierto que Oñati
siempre ha contado con un brillante nivel cultural y educativo,
pero no confundamos la realidad con el espejismo: tuvieron que
transcurrir varios siglos hasta que el pueblo llano oñatiarra
consiguió librarse de aquellas garras, mientras sólo
una elitista minoría se podía permitir acceder a
la cultura y a la educación. No puedo asegurar que los
pobres aramaixoarras gozaran de una calidad de vida superior;
sin embargo, debido a las armas, la mayoría de las veces
proyectaban una imagen más poderosa que los mondragoneses,
si bien se trata de una distorsionada imagen de la realidad, ya
que durante varios siglos los habitantes de Aramaio vivieron condicionados,
oprimidos y temerosos de los caprichos del Señor.
Por tanto, hace
mucho tiempo -¡y tanto!- que la sociedad mondragonesa se despojó
de su aire baserritarra y escogió caminos mucho
más dóciles en los que sembrar las semillas de la
cultura y la educación. Los que nacimos en la primera mitad
del siglo XX sabemos perfectamente cuán diferentes eran
los planteamientos sociales de los municipios de Arrasate-Aretxabaleta-Eskoriatza-Oñati-Aramaio.
Los mondragoneses nos considerábamos más ilustrados,
y calificábamos a los compañeros baserritarras que
venían al colegio –que bajaban- como incultos (borono
peto akaberako); nos burlábamos de ellos echándoles
en cara que tenían que dejar sus abarcas a la entrada del
colegio. Una burla tan ingenua como dolorosa.
Pero, ¡ay!, cada
vez que al analizar la situación desde la perspectiva que
se adquiere con el paso del tiempo me detengo a observar esa difuminada
realidad me pregunto si aquella ilusión no sería
puramente artificial. ¿Qué puedo yo argumentar en defensa
de la supuesta superior calidad de mi entonces formación?¿Quién
me puede asegurar que los urbanitas mondragoneses, por el mero
hecho de serlo, éramos gente más ilustrada que los
habitantes de los pueblos de alrededor? ¿Por qué razón
he de considerarme mejor educado? ¿En qué se fundamenta,
por tanto, el nexo que yo sostenía desde la autoceguera
entre mi esencia y mi educación? Hasta el más simple
de los análisis serviría para explicar la diferencia
entre ellas. La educación que recibimos no tenía
en cuenta el más mínimo perfil de nuestra personalidad;
nos educaron en base a unos parámetros que no se identificaban
con nuestras raíces. ¡Y nosotros sin enterarnos! Muchas
veces, al hacer alusión al ambiente educativo en el que
crecimos, suelo afirmar que somos frutos de una generación
perdida.
Pero, puesto
que todo es relativo, aquellos planteamientos educativos que nos
encaminaron, aunque no de una manera muy lógica, hacia
el humanismo nos dotaron de la capacidad suficiente como para
caer en la cuenta de nuestro déficit formativo, e,
incluso para realizar una autocrítica medio siglo después,
¡que no es poco! Firmes en nuestras viejas raíces europeas,
hemos constatado que no somos el ombligo del mundo y nos hemos
mantenido al margen de las pusilánimes teorías maximalistas
e imperialistas. La sociedad norteamericana, por el contrario,
me da verdadera pena, tan sumida como está en su autocomplacencia,
sin poder librarse de la prepotencia que los acontecimientos del
11 de septiembre no hicieron sino confirmar. Al cabo de un año
de aquel trágico suceso aparecen aún más
desorientados. Pero ¡cuidado!, no vayamos a pensar que podemos
sentirnos orgullosos de nuestro comportamiento, que muchas veces
parece ser producto de la inercia. Si, con una pizca de atención,
echáramos un vistazo a nuestro alrededor, veríamos
que también nosotros caemos en el pecado de la autocomplacencia,
bastante arraigado en nuestra sociedad.
Así pues,
nos hemos adentrado en el siglo XXI al cobijo de la beneficiosa
sombra de la duda. La sociedad, totalmente estandarizada, atraviesa
por un momento en el que las preguntas sobre el ser humano no
hacen sino complicarse. En lo que respecta a la teorización
de la educación y la cultura, se podría decir que
estamos reivindicando la participación activa de la sociedad
civil, de cuya necesidad estoy totalmente convencido. Pero con
frecuencia olvidamos que gracias a la sociedad civil existe la
casta política y mitificamos a nuestros políticos,
sin pensar que están ahí porque nosotros los hemos
elegido. Y en unos momentos como los actuales en que la admiración
que les profesábamos parece irse diluyendo, queremos otorgar
el protagonismo a la sociedad civil. ¡Estupendo! También
yo comparto esa opinión, pero cuidado...
¿Dónde
empiezan las obligaciones de la sociedad civil y hasta qué
punto le es lícito avanzar en sus planteamientos? Somos
capaces de reunir varios grupos o instituciones sociales y reivindicar,
por ejemplo, una nueva Ley de Universidad Nacional en contra de
lo que pueda expresar el Gobierno Vasco. O exigir que concedan
un protagonismo ilimitado a las ONGs, escapando incluso a los
mínimos controles parlamentarios.
Me parece muy bien
que contemos con una buena organización social, ya que
sin ella la sociedad civil sería una especie de masa, de
gregarismo, un montón desordenado, un rebaño de
ovejas o de cualquier otra especie animal. Pero no debemos olvidar
que la masa siempre ha reaccionado ante las vanidosas palabras
de carácter sentimental, y que durante estos últimos
años, precisamente cuando la organización social
no ha funcionado como debía, han aparecido falsos líderes
por doquier. El pensamiento monolítico, que alguna que
otra vez ha regido en todas las sociedades, es fuente de múltiples
males. Y, muy a nuestro pesar, resulta que en los últimos
cincuenta años han aparecido en la sociedad vasca y, cómo
no, también en nuestro Valle de Leniz, algunos ídolos
falsos. Por eso mismo, la primera regla de oro respecto a todo
tipo de actuación debe basarse, por si acaso, en la prudencia.
Si alguien me
preguntara si Olentzero es más euskaldun que los Reyes
Magos, no sabría qué contestarle. Aunque siento
un gran cariño por todos ellos, estoy convencido de que
los tres caballeros están mucho más arraigados en
los corazones de la gente de mi generación que el rudo
carbonero. Pienso que en los últimos treinta años,
y en una sola generación, nuestra sociedad ha perdido la
capacidad de entender la iconografía sagrada. Se la ha
distanciado de los postulados judeo-cristianos que fundamentan
nuestra cultura, como si de tal modo se quisiera dar a entender
que se está "laicizando". Falso. Pongamos otro
ejemplo: ¿por qué se resiste el pueblo de Mondragón
a escenificar la obra de su preclaro hijo Pedro Ignacio de Barrutia?
Después de treinta años predicando en el desierto
a favor de la representación de dicha obra, he llegado
a la conclusión de que se debe a que se titula "Actto para
la noche buena". Es decir, que en nombre de a saber qué
teoría, la sociedad mondragonesa está perdiendo
la oportunidad que le brinda una obra maestra de la literatura
en temas como nuestra propia historia, antropología, etnografía,
lengua... Estamos suicidándonos en la hoguera de la ignorante
autocomplacencia.
Por todos es
conocida la decidida actitud con la que la sociedad mondragonesa
actuó a lo largo del siglo XX. Fue protagonista de dos
revoluciones industriales, en 1906 y 1956, que dieron lugar –la
primera- a la creación de la Unión Cerrajera S.A
y –la segunda- de las cooperativas. Justo medio siglo separa estas
significativas fechas y el salto cualitativo producido hizo temblar
el esquema social de Mondragón y -en general- del Valle.
También en lo que se refiere a los acontecimientos políticos
Mondragón manifestó abiertamente su ideario, como
se desprende de la sangrienta revuelta de octubre de 1934 o del
inmenso sacrificio de 1936. A lo largo de medio siglo, y principalmente
a finales del mismo, el ámbito educativo diseñó
sus propios modelos, aunque le costó bastante aceptar el
pluralismo. No olvidemos que, bajo el ala del tecnicismo, las
humanidades se divulgaron en una época más bien
tardía, y que la auténtica democratización
del sistema educativo no se produjo hasta 1965. Por tanto,
ahora estamos recogiendo los frutos de una sola generación;
poco espacio en la historia de un pueblo. Y eso, en nuestra sociedad,
se nota.
El modelo social
de Mondragón ha roto sin duda con todos los esquemas; al
menos hasta ahora nunca se ha podido aplicar en otras latitudes.
Los habitantes del Valle de Leniz, y muy especialmente los mondragoneses,
entraron con fuerza en el siglo XX, y más aún en
el XXI. ¿Dónde encontrar otro caso similar de una sociedad
que tras haber provocado todo tipo de tensiones en el curso de
la evolución de un estilo de vida se haya visto no debilitada
sino reforzada? No nos resultaría nada fácil.
Hoy en día
no es posible clasificar como hace cien años los distintos
modelos sociales en nuestro valle. Gatzaga, Aramaio... que en
aquellos tiempos estaban empapados del aura del caserío,
han caído en las redes de la estandarización industrial
y cultural. Viven en el estilo del valle, con los mismos parámetros
que podemos seguir los mondragoneses, sin que apenas se detecten
diferencias. Además, me atrevería a asegurar que
se trata de permanecer en esa estandarización de la forma
más inadvertida posible, como si la diferencia fuera perjudicial.
La globalización –en toda su extensión: la nueva
economía, el nuevo orden, la pérdida de los valores
humanos, Internet, las tecnologías de la telecomunicación
y de la información...- ha encendido la fiebre del uniformismo,
y parece que el que se mueve no sale en la foto. Por eso le tenemos
miedo al movimiento diferenciador. Y hemos empezado a ver
los síntomas del rebaño.
Dentro del estilo
de vida que emerge en al valle tras la segunda revolución
industrial de 1956, el ciudadano ha creado su propio mundo, un
modelo social particular. No diría que sus planteamientos
se aplican igual que si fuera una nueva religión, pero
poco les falta... Desde distintas perspectivas, a medio plazo
puede resultar peligroso. Y es que la religión se interesa
por los motivos que se encuentran tras los actos y la actitud
de los seres humanos, trata de buscar un sentido a las cosas,
mientras que la ciencia trata de hallar explicaciones, porque,
como alguien sostenía, "la ciencia es la penúltima
respuesta". No obstante, la consolidación del comportamiento
de muchos leinztarras me lleva a pensar que se dan por buenos
súbitos planteamientos interesados, como si antes no hubiera
existido nada similar... y que nos los venden cual nuevos sucedáneos
de la religión. Nuestro pequeño mundo no
data de mediados del siglo pasado; es mucho más antiguo
y rico. Nuestra sociedad es mucho más plural de lo que
imaginamos, aunque me temo que en algunos círculos aún
no se han dado cuenta. ¿O quizás sí? ¿Será
ese el motivo por el que quieren meternos a todos en el mismo
saco? ¿Estarán tratando de monopolizar la educación?
Lamentablemente, en cierto modo han comenzado a quebrarse la plural
oferta educativa existente en el Valle medio siglo atrás
-escuelas laicas y religiosas- y el equilibrio de hace aproximadamente
treinta y siete años, entre opciones de mercado libre y
del sector cooperativista.
Está claro
que la historia la escriben siempre los vencedores, pero para
descubrir su verdadera esencia tenemos que luchar porque deje
de ser así. Soy consciente de las complicaciones existentes
y de que el sistema es capaz de aniquilar incluso al más
intrépido, pero creo que el objetivo bien merece la pena.
Además, hay que tener en cuenta que el mundo siempre ha
girado en torno a la utopía.
Ni la ciencia
humanista ni la ciencia aplicada han sido nunca objetivas y se
desarrollan en función de las reglas establecidas por el
ser humano, por lo que ni la ciencia ni, en definitiva, la cultura,
son capaces de hallar una respuesta para las cuestiones más
trascendentales que los hombres y mujeres se plantean. Pero
tampoco hay que creer que el universo –incluso dentro de la teoría
del caos- es puro desorden y arbitrariedad. Por ello hay que
pedir, por un lado, a los teólogos y otros religiosos custodios
de la palabra de Dios que tengan mucho cuidado, que no olviden
que la ciencia y la cultura se encuentran en el subestrato del
ser humano. Y por otro, también conviene recordar que,
si se pretende acentuar la pluralidad, tendremos que contar con
arquitectos sociales, con hombres y mujeres libres, valientes
e inteligentes que a través de su trabajo engrandezcan
el colectivo humano.
Un poco más
arriba he hecho alusión a la teoría del caos, aunque
puede que no sea un ejemplo acertado. Tampoco tiene mayor importancia.
En cualquier caso, deberíamos hacer lo posible por alcanzar
el equilibrio dentro del caos, porque nunca ha habido ni habrá
dos personas idénticas, ni en el Valle de Leniz, ni en
la pequeña comunidad de nuestro barrio. Por esa misma razón,
un talante de respeto con respecto a los demás nos lleva
a tener que crear, para que no haya lagunas en la supervivencia
de la sociedad. La imperativa uniformización cultural no
conduce sino a la esterilidad. Nuestra sociedad corre el peligro
de caer en la bipolarización: o estás conmigo, o
estás contra mí, y no se trata de eso. El ser humano
no puede separar sus sentimientos.
Difícilmente
podremos fijar el rumbo a seguir por nuestro futuro cultural si
antes no salimos de esta -con perdón- eufórica borrachera
a la que nos han llevado el éxito industrial y comercial,
y teniendo en cuenta que el único que levanta barreras
personales es, precisamente, el ser humano –como bien lo demuestran
las líneas fronterizas de los mapas- creo sinceramente
que nuestro futuro cultural debe escarbar en sus raíces,
sin temor alguno, ya que en ocasiones se diría que nos
incomoda mirar hacia nuestro interior. ¡Como si no fuera posible
pasar de lo local a lo universal!. Pero, del mismo modo que
resultaría infructuoso actuar exclusivamente en nombre
de la universalidad, tampoco evolucionaríamos encerrándonos
en nuestros propios confines. Si alguien no se da cuenta de ello...
es porque no lo quiere.
Son tan
amplias nuestras necesidades, que, por mucho que lo intentemos,
no conseguiremos dar con la fórmula de la satisfacción.
En cualquier caso, la fórmula en cuestión
debería tener dos vertientes, posibilitando
tanto la opción interna como la externa. De
lo contrario, si la educación TERRENAL y la cultura
por una parte, y la necesidad de disponer de una ilimitada
libertad ESPIRITUAL por otra, entraran en conflicto, tendríamos
ante nosotros un atentado al derecho natural del ser humano. |
No
sé yo si he alcanzado el objetivo que me he propuesto al
empezar a escribir estas líneas. Termino con más
dudas de las que me asaltaban al principio. Absolutamente normal,
ya que las personas estamos destinadas a vivir sumidos en una
constante interrogante, por encima de todas las falsas y engañosas
certezas.
Josemari
Velez de Mendizabal, escritor Este artículo
es un resúmen de las ideas vertidas por el autor en un seminario
organizado en Mondragón, presidido por el obispo Juan Maria
Uriarte. |