Sobre la cultura y la educación en el Valle de Leintz
* Traducción al español del original en euskera
Josemari Velez de Mendizabal

Con frecuencia me pregunto si, a medida que transcurren los años, no me estaré desligando cada vez más de mis raíces, distanciándome de la seguridad que nos ofrece la madre tierra. En caso de que así fuera, estaría actuando en contra del fiel postulado que durante tantos años he defendido, y eso no es bueno. Siempre he pensado que cualquier planteamiento cultural debe llevar a un mayor enrraizamiento de la sociedad en sus valores, que permita a las nuevas generaciones sentirse más identificadas con aquellos. Sin embargo, y como venía diciendo, me temo que a medida que voy entrando en años me estoy volviendo más y más escéptico. Sea como fuere, intentaré explicar la realidad tal como yo la entiendo.

Mi afición a leer Historia me ha permitido tener una visión bastante completa de la del Valle de Leniz, retroceder hasta las épocas medievales y prestar un poco de atención a la estructura social de aquel entonces. Si en el mencionado valle incluimos también, por razones de este análisis, Oñati y Aramaio, vemos que todas las miradas se dirigen, envidiosas, hacia Mondragón, a pesar de que la situación de los mondragoneses de la época no fuera precisamente cómoda debido a los ataques de parte de los habitantes de Oñati y Aramaio, al mando de sus Señores. Pero enseguida advertimos que tanto en el sector de la industria –las afamadas ferrerías, gracias a las productivas minas- como en el del comercio, nuestros antepasados mondragoneses fueron precursores y actuaron con valentía llevando los productos locales hasta los mercados europeos más importantes. Debido a esta realidad, la sociedad mondragonesa avanzó considerablemente en los campos de la cultura y la educación.

La estratégica localización de Mondragón -en la confluencia de Aramaio/Bizkaia/Gipuzkoa- influyó muy positivamente en su evolución. Se podría decir que Gatzaga, Eskoriatza y Aretxabaleta eran mudos y recelosos testigos que no conseguían librarse de la dictadura del Señor de Oñati, cuya severa autoridad desmoronó todos los sueños y ansias de libertad del pueblo oñatiarra. Cierto que Oñati siempre ha contado con un brillante nivel cultural y educativo, pero no confundamos la realidad con el espejismo: tuvieron que transcurrir varios siglos hasta que el pueblo llano oñatiarra consiguió librarse de aquellas garras, mientras sólo una elitista minoría se podía permitir acceder a la cultura y a la educación. No puedo asegurar que los pobres aramaixoarras gozaran de una calidad de vida superior; sin embargo, debido a las armas, la mayoría de las veces proyectaban una imagen más poderosa que los mondragoneses, si bien se trata de una distorsionada imagen de la realidad, ya que durante varios siglos los habitantes de Aramaio vivieron condicionados, oprimidos y temerosos de los caprichos del Señor.

Por tanto, hace mucho tiempo -¡y tanto!- que la sociedad mondragonesa se despojó de su aire baserritarra y escogió caminos mucho más dóciles en los que sembrar las semillas de la cultura y la educación. Los que nacimos en la primera mitad del siglo XX sabemos perfectamente cuán diferentes eran los planteamientos sociales de los municipios de Arrasate-Aretxabaleta-Eskoriatza-Oñati-Aramaio. Los mondragoneses nos considerábamos más ilustrados, y calificábamos a los compañeros baserritarras que venían al colegio –que bajaban- como incultos (borono peto akaberako); nos burlábamos de ellos echándoles en cara que tenían que dejar sus abarcas a la entrada del colegio. Una burla tan ingenua como dolorosa.

Pero, ¡ay!, cada vez que al analizar la situación desde la perspectiva que se adquiere con el paso del tiempo me detengo a observar esa difuminada realidad me pregunto si aquella ilusión no sería puramente artificial. ¿Qué puedo yo argumentar en defensa de la supuesta superior calidad de mi entonces formación?¿Quién me puede asegurar que los urbanitas mondragoneses, por el mero hecho de serlo, éramos gente más ilustrada que los habitantes de los pueblos de alrededor? ¿Por qué razón he de considerarme mejor educado? ¿En qué se fundamenta, por tanto, el nexo que yo sostenía desde la autoceguera entre mi esencia y mi educación? Hasta el más simple de los análisis serviría para explicar la diferencia entre ellas. La educación que recibimos no tenía en cuenta el más mínimo perfil de nuestra personalidad; nos educaron en base a unos parámetros que no se identificaban con nuestras raíces. ¡Y nosotros sin enterarnos! Muchas veces, al hacer alusión al ambiente educativo en el que crecimos, suelo afirmar que somos frutos de una generación perdida.

Pero, puesto que todo es relativo, aquellos planteamientos educativos que nos encaminaron, aunque no de una manera muy lógica, hacia el humanismo nos dotaron de la capacidad suficiente como para caer en la cuenta de nuestro déficit formativo, e, incluso para realizar una autocrítica medio siglo después, ¡que no es poco! Firmes en nuestras viejas raíces europeas, hemos constatado que no somos el ombligo del mundo y nos hemos mantenido al margen de las pusilánimes teorías maximalistas e imperialistas. La sociedad norteamericana, por el contrario, me da verdadera pena, tan sumida como está en su autocomplacencia, sin poder librarse de la prepotencia que los acontecimientos del 11 de septiembre no hicieron sino confirmar. Al cabo de un año de aquel trágico suceso aparecen aún más desorientados. Pero ¡cuidado!, no vayamos a pensar que podemos sentirnos orgullosos de nuestro comportamiento, que muchas veces parece ser producto de la inercia. Si, con una pizca de atención, echáramos un vistazo a nuestro alrededor, veríamos que también nosotros caemos en el pecado de la autocomplacencia, bastante arraigado en nuestra sociedad.

Así pues, nos hemos adentrado en el siglo XXI al cobijo de la beneficiosa sombra de la duda. La sociedad, totalmente estandarizada, atraviesa por un momento en el que las preguntas sobre el ser humano no hacen sino complicarse. En lo que respecta a la teorización de la educación y la cultura, se podría decir que estamos reivindicando la participación activa de la sociedad civil, de cuya necesidad estoy totalmente convencido. Pero con frecuencia olvidamos que gracias a la sociedad civil existe la casta política y mitificamos a nuestros políticos, sin pensar que están ahí porque nosotros los hemos elegido. Y en unos momentos como los actuales en que la admiración que les profesábamos parece irse diluyendo, queremos otorgar el protagonismo a la sociedad civil. ¡Estupendo! También yo comparto esa opinión, pero cuidado...

¿Dónde empiezan las obligaciones de la sociedad civil y hasta qué punto le es lícito avanzar en sus planteamientos? Somos capaces de reunir varios grupos o instituciones sociales y reivindicar, por ejemplo, una nueva Ley de Universidad Nacional en contra de lo que pueda expresar el Gobierno Vasco. O exigir que concedan un protagonismo ilimitado a las ONGs, escapando incluso a los mínimos controles parlamentarios.

Me parece muy bien que contemos con una buena organización social, ya que sin ella la sociedad civil sería una especie de masa, de gregarismo, un montón desordenado, un rebaño de ovejas o de cualquier otra especie animal. Pero no debemos olvidar que la masa siempre ha reaccionado ante las vanidosas palabras de carácter sentimental, y que durante estos últimos años, precisamente cuando la organización social no ha funcionado como debía, han aparecido falsos líderes por doquier. El pensamiento monolítico, que alguna que otra vez ha regido en todas las sociedades, es fuente de múltiples males. Y, muy a nuestro pesar, resulta que en los últimos cincuenta años han aparecido en la sociedad vasca y, cómo no, también en nuestro Valle de Leniz, algunos ídolos falsos. Por eso mismo, la primera regla de oro respecto a todo tipo de actuación debe basarse, por si acaso, en la prudencia.

Si alguien me preguntara si Olentzero es más euskaldun que los Reyes Magos, no sabría qué contestarle. Aunque siento un gran cariño por todos ellos, estoy convencido de que los tres caballeros están mucho más arraigados en los corazones de la gente de mi generación que el rudo carbonero. Pienso que en los últimos treinta años, y en una sola generación, nuestra sociedad ha perdido la capacidad de entender la iconografía sagrada. Se la ha distanciado de los postulados judeo-cristianos que fundamentan nuestra cultura, como si de tal modo se quisiera dar a entender que se está "laicizando". Falso. Pongamos otro ejemplo: ¿por qué se resiste el pueblo de Mondragón a escenificar la obra de su preclaro hijo Pedro Ignacio de Barrutia? Después de treinta años predicando en el desierto a favor de la representación de dicha obra, he llegado a la conclusión de que se debe a que se titula "Actto para la noche buena". Es decir, que en nombre de a saber qué teoría, la sociedad mondragonesa está perdiendo la oportunidad que le brinda una obra maestra de la literatura en temas como nuestra propia historia, antropología, etnografía, lengua... Estamos suicidándonos en la hoguera de la ignorante autocomplacencia.

Por todos es conocida la decidida actitud con la que la sociedad mondragonesa actuó a lo largo del siglo XX. Fue protagonista de dos revoluciones industriales, en 1906 y 1956, que dieron lugar –la primera- a la creación de la Unión Cerrajera S.A y –la segunda- de las cooperativas. Justo medio siglo separa estas significativas fechas y el salto cualitativo producido hizo temblar el esquema social de Mondragón y -en general- del Valle. También en lo que se refiere a los acontecimientos políticos Mondragón manifestó abiertamente su ideario, como se desprende de la sangrienta revuelta de octubre de 1934 o del inmenso sacrificio de 1936. A lo largo de medio siglo, y principalmente a finales del mismo, el ámbito educativo diseñó sus propios modelos, aunque le costó bastante aceptar el pluralismo. No olvidemos que, bajo el ala del tecnicismo, las humanidades se divulgaron en una época más bien tardía, y que la auténtica democratización del sistema educativo no se produjo hasta 1965. Por tanto, ahora estamos recogiendo los frutos de una sola generación; poco espacio en la historia de un pueblo. Y eso, en nuestra sociedad, se nota.

El modelo social de Mondragón ha roto sin duda con todos los esquemas; al menos hasta ahora nunca se ha podido aplicar en otras latitudes. Los habitantes del Valle de Leniz, y muy especialmente los mondragoneses, entraron con fuerza en el siglo XX, y más aún en el XXI. ¿Dónde encontrar otro caso similar de una sociedad que tras haber provocado todo tipo de tensiones en el curso de la evolución de un estilo de vida se haya visto no debilitada sino reforzada? No nos resultaría nada fácil.

Hoy en día no es posible clasificar como hace cien años los distintos modelos sociales en nuestro valle. Gatzaga, Aramaio... que en aquellos tiempos estaban empapados del aura del caserío, han caído en las redes de la estandarización industrial y cultural. Viven en el estilo del valle, con los mismos parámetros que podemos seguir los mondragoneses, sin que apenas se detecten diferencias. Además, me atrevería a asegurar que se trata de permanecer en esa estandarización de la forma más inadvertida posible, como si la diferencia fuera perjudicial. La globalización –en toda su extensión: la nueva economía, el nuevo orden, la pérdida de los valores humanos, Internet, las tecnologías de la telecomunicación y de la información...- ha encendido la fiebre del uniformismo, y parece que el que se mueve no sale en la foto. Por eso le tenemos miedo al movimiento diferenciador. Y hemos empezado a ver los síntomas del rebaño.

Dentro del estilo de vida que emerge en al valle tras la segunda revolución industrial de 1956, el ciudadano ha creado su propio mundo, un modelo social particular. No diría que sus planteamientos se aplican igual que si fuera una nueva religión, pero poco les falta... Desde distintas perspectivas, a medio plazo puede resultar peligroso. Y es que la religión se interesa por los motivos que se encuentran tras los actos y la actitud de los seres humanos, trata de buscar un sentido a las cosas, mientras que la ciencia trata de hallar explicaciones, porque, como alguien sostenía, "la ciencia es la penúltima respuesta". No obstante, la consolidación del comportamiento de muchos leinztarras me lleva a pensar que se dan por buenos súbitos planteamientos interesados, como si antes no hubiera existido nada similar... y que nos los venden cual nuevos sucedáneos de la religión. Nuestro pequeño mundo no data de mediados del siglo pasado; es mucho más antiguo y rico. Nuestra sociedad es mucho más plural de lo que imaginamos, aunque me temo que en algunos círculos aún no se han dado cuenta. ¿O quizás sí? ¿Será ese el motivo por el que quieren meternos a todos en el mismo saco? ¿Estarán tratando de monopolizar la educación? Lamentablemente, en cierto modo han comenzado a quebrarse la plural oferta educativa existente en el Valle medio siglo atrás -escuelas laicas y religiosas- y el equilibrio de hace aproximadamente treinta y siete años, entre opciones de mercado libre y del sector cooperativista.

Está claro que la historia la escriben siempre los vencedores, pero para descubrir su verdadera esencia tenemos que luchar porque deje de ser así. Soy consciente de las complicaciones existentes y de que el sistema es capaz de aniquilar incluso al más intrépido, pero creo que el objetivo bien merece la pena. Además, hay que tener en cuenta que el mundo siempre ha girado en torno a la utopía.

Ni la ciencia humanista ni la ciencia aplicada han sido nunca objetivas y se desarrollan en función de las reglas establecidas por el ser humano, por lo que ni la ciencia ni, en definitiva, la cultura, son capaces de hallar una respuesta para las cuestiones más trascendentales que los hombres y mujeres se plantean. Pero tampoco hay que creer que el universo –incluso dentro de la teoría del caos- es puro desorden y arbitrariedad. Por ello hay que pedir, por un lado, a los teólogos y otros religiosos custodios de la palabra de Dios que tengan mucho cuidado, que no olviden que la ciencia y la cultura se encuentran en el subestrato del ser humano. Y por otro, también conviene recordar que, si se pretende acentuar la pluralidad, tendremos que contar con arquitectos sociales, con hombres y mujeres libres, valientes e inteligentes que a través de su trabajo engrandezcan el colectivo humano.

Un poco más arriba he hecho alusión a la teoría del caos, aunque puede que no sea un ejemplo acertado. Tampoco tiene mayor importancia. En cualquier caso, deberíamos hacer lo posible por alcanzar el equilibrio dentro del caos, porque nunca ha habido ni habrá dos personas idénticas, ni en el Valle de Leniz, ni en la pequeña comunidad de nuestro barrio. Por esa misma razón, un talante de respeto con respecto a los demás nos lleva a tener que crear, para que no haya lagunas en la supervivencia de la sociedad. La imperativa uniformización cultural no conduce sino a la esterilidad. Nuestra sociedad corre el peligro de caer en la bipolarización: o estás conmigo, o estás contra mí, y no se trata de eso. El ser humano no puede separar sus sentimientos.

Difícilmente podremos fijar el rumbo a seguir por nuestro futuro cultural si antes no salimos de esta -con perdón- eufórica borrachera a la que nos han llevado el éxito industrial y comercial, y teniendo en cuenta que el único que levanta barreras personales es, precisamente, el ser humano –como bien lo demuestran las líneas fronterizas de los mapas- creo sinceramente que nuestro futuro cultural debe escarbar en sus raíces, sin temor alguno, ya que en ocasiones se diría que nos incomoda mirar hacia nuestro interior. ¡Como si no fuera posible pasar de lo local a lo universal!. Pero, del mismo modo que resultaría infructuoso actuar exclusivamente en nombre de la universalidad, tampoco evolucionaríamos encerrándonos en nuestros propios confines. Si alguien no se da cuenta de ello... es porque no lo quiere.

Son tan amplias nuestras necesidades, que, por mucho que lo intentemos, no conseguiremos dar con la fórmula de la satisfacción. En cualquier caso, la fórmula en cuestión debería tener dos vertientes, posibilitando tanto la opción interna como la externa. De lo contrario, si la educación TERRENAL y la cultura por una parte, y la necesidad de disponer de una ilimitada libertad ESPIRITUAL por otra, entraran en conflicto, tendríamos ante nosotros un atentado al derecho natural del ser humano.

No sé yo si he alcanzado el objetivo que me he propuesto al empezar a escribir estas líneas. Termino con más dudas de las que me asaltaban al principio. Absolutamente normal, ya que las personas estamos destinadas a vivir sumidos en una constante interrogante, por encima de todas las falsas y engañosas certezas.


Josemari Velez de Mendizabal, escritor
Este artículo es un resúmen de las ideas vertidas por el autor en un seminario organizado en Mondragón, presidido por el obispo Juan Maria Uriarte.

Euskonews & Media 186.zbk (2002 / 11 / 1-8)

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