En
la época Moderna Alava pertenecía
a la diócesis de Calahorra, una amplia circunscripción
formada por territorios heterogéneos, tanto desde el punto
de vista cultural como geográfico y económico(2).
La localización periférica de la sede episcopal
y lo escarpado de la geografía hacían de la diócesis
un mosaico poco integrado y con un deficiente control por parte
del obispo (3).
Vitoria, con su pequeña colegiata, ocupaba en ella una
posición modesta. Los alaveses trataron de lograr en varias
ocasiones la creación de una diócesis alavesa con
sede en Vitoria que contribuiría a dar prestancia a la
ciudad y evitaría el que los territorios alaveses fueran
gobernados desde lejos al estar supeditados a una autoridad distante
y ajena a la Provincia. Los intentos alaveses no tuvieron éxito
hasta época contemporánea cuando, en 1861, se cree
la diócesis de Vitoria.
A
pesar de su posición modesta en el entramado
diocesano Vitoria poseía abundantes edificios religiosos
y una nutrida clerecía lo que llevaba a los autores de
la época a afirmar que el "pasto espiritual"
era muy abundante para una grey escasa (4)
lo que hacía que la incidencia del estamento religioso
en la ciudad fuera muy fuerte materializándose en abundantes
manifestaciones públicas de culto que
marcaban el ritmo anual de la vida de la ciudad. Expresión
de esta realidad es el número de sermones solemnes que
se predicaban en ella a lo largo del año, un total de 228
(5).
A esto habría que sumar las tradicionales misiones populares,
la petición de limosna por las calles, las funciones de
Minerva, procesiones como la del Rosario, Domingo de Ramos o Jueves
Santo, rogativas para pedir buen tiempo o alejamiento de una epidemia,
natalicios, bodas o defunciones reales, acciones de gracias por
victorias militares. Un sinfín de manifestaciones externas
en las que se unían la Vitoria eclesiástica y la
civil en el mantenimiento del orden establecido, mostrando de
modo visible, magnífico y espectacular la jerarquía
de valores de la sociedad del Antiguo Régimen.
Los
edificios religiosos cumplían dos funciones esenciales
en la ciudad. Por un lado, contribuían a señalar
el carácter urbano del enclave con su grandiosidad y solidez,
y por otro, gracias a su particular dignidad dentro del conjunto
ciudadano catequizaban sobre la perdurabilidad de la Iglesia.
Las cruces de los campanarios visibles desde todos los puntos
de la ciudad y el tañer de sus campanas eran imágenes
tangibles de la presencia efectiva, tácita o manifiesta
de la religiosidad en todos los ámbitos de la vida del
Antiguo Régimen. Los propios edificios religiosos mostraban
esa unión de lo civil y lo eclesiástico tan característica
de la época: sepulcros de las familias dominantes en posiciones
preeminentes, escudos en las fachadas, vasos sagrados u ornamentos
litúrgicos con las armas de los donantes. Todo un lenguaje
visual, comprensible para los hombres y mujeres del XVIII, que
instruía y marcaba las distancias y posiciones sociales
imperantes (6).
El
clero regular estaba bien representado en la ciudad. Existían
tres conventos masculinos: San Francisco, Santo Domingo y el de
frailes franciscanos recoletos de San Antonio. No podemos dejar
de citar, aunque tuviera una existencia efímera, el colegio
fundado por los jesuitas en 1751, bajo la advocación de
San Fernando. Los conventos femeninos eran tres también:
el de las dominicas de Santa Cruz, franciscanas en Santa Clara
y el de María Magdalena de religiosas brígidas.
Al clero regular debía sumarse el secular. Según
el vecindario del 25 de julio de 1733 habitaban Vitoria 994 vecinos,
es decir entre 4500 y 5000 habitantes. Si hacemos caso a las estimaciones
del XVIII de entre ellos 186 serían sacerdotes seculares:
16 canónigos de la colegiata, 22 beneficiados de las parroquias,
tres capellanes en el Convento de Santa Brígida y cinco
en el Hospital. El resto, hasta 186, serían capellanes
de fundaciones familiares que, teniendo en cuenta
que eran muy abundantes en la ciudad parece que no sólo
se alcanzaría la cifra de sacerdotes dada por el censo
sino que incluso podría ser mayor (7).
Además debemos considerar que, si eran 186 los sacerdotes,
más serían los diáconos y clérigos
de menores que se moverían por las calles de Vitoria, ya
que sabemos que porcentualmente eran un colectivo muy importante.
El clero secular
vivía codo con codo con los vitorianos, participando día
a día, a pie de calle, de los problemas y conversaciones
de los vecinos por lo que su influencia en la vida cotidiana de
la ciudad era muy fuerte. No se retiraban del mundo como el clero
regular y seguían así cerca de las pasiones y problemas
de sus convecinos. Es un clero que conserva sus relaciones anteriores
a la inclusión en el grupo ya que en muchas ocasiones seguirá
viviendo en la misma vecindad, incluso con su propia familia sin
perder el grupo de amistades que poseía antes de ingresar
en la clerecía. El clérigo al ordenarse no perdía
nada de lo que poseía hasta entonces -en cuanto a relaciones
se refiere- sino que a lo poseído añadirá
los nuevos lazos surgidos en el ámbito social que le recibe.
Pero veamos cómo
se articulaba y organizaba en la ciudad de Vitoria el clero secular
en el siglo ilustrado. Santa María fue una más de
las parroquias de Vitoria hasta 1498 año en que, gracias
a una petición elevada al Papa por los Reyes Católicos,
le fue concedida la dignidad de colegiata como consecuencia del
traslado de este título desde la cercana iglesia colegial
de Armentia, que fue despojada de sus honores y anexionada a Santa
María. Vitoria contaba con cinco parroquias, todas ellas
de origen medieval. Santa María fue la cabeza de ellas
hasta que en 1498 fue elevada a la calidad de colegiata. En ese
momento se desmembró de la universidad de parroquias que
agrupaba a las cinco que hasta entonces formaban un solo cabildo.
Tras la separación de Santa María, que no dejó
de tener su función parroquial, fue la iglesia de San Pedro
la que recogió el testigo de la primacía dentro
de la universidad. Quedaron así organizadas las parroquias
vitorianas en dos instituciones: por un lado, la colegiata de
Santa María, con su cabildo propio y, por otro, la universidad
de parroquias unidas de Vitoria formada por las de San Miguel,
San Pedro, San Vicente y San Ildefonso.
La parroquia, además
de dar atención espiritual era uno de los más importantes
ámbitos de sociabilidad ciudadanos. Era necesario ser parroquiano
para poder incardinarse, no sólo en el seno de la comunidad
religiosa, sino que, en un mundo en el que los ámbitos
civil y eclesiástico estaban intrínsecamente unidos,
también era un elemento imprescindible para ser tenido
en cuenta en el ámbito civil pues la parroquia desempeñaba
también, entre otras, una función controladora de
la práctica y ortodoxia cristiana en aspectos como el cumplimiento
sacramental o la estabilidad matrimonial. La parroquia era, como
hemos señalado, uno de los ámbitos de sociabilidad
más importante de los laicos y en ellas se ponía
de manifiesto el afán de aparentar: sepulturas, lugar de
asiento, saludos, ropas, un lenguaje social comprendido por todos
que contribuía a adoctrinar sobre las distancias sociales.
Los hombres y mujeres del XVIII, además de ser vecinos,
cofrades, pertenecer a un grupo familiar o profesional, a una
red de clientelas, son parroquianos. Sus vidas se encuentran entrelazadas
por el cumplimiento de los deberes espirituales en un mismo templo:
misas dominicales, funerales, bodas, discusión de los problemas
de la parroquia en las juntas de parroquianos.
Si bien es cierto
que en las parroquias se daban cita personas pertenecientes a
todas las capas sociales, se producía un hecho hasta cierto
punto complementario que podemos denominar "especialización
parroquial". Los grupos sociales tendían a repartirse
la ciudad. La oligarquía nobiliar tendrá su residencia
en Villa Suso, siendo mayoritariamente parroquianos de San Miguel,
y las gentes del comercio se concentrarán en torno a la
calle de la Herrería, siendo feligreses de San Pedro. Además
de este fenómeno de especialización en las parroquias
se reproducía la jerarquización social que existía
en la calle, en la vida civil. En la parroquia, ámbito
de sociabilidad donde confluían todos los vecinos, era
fácil manifestar quién era quien a través
de un lenguaje por todos comprendido en la época. La grandiosidad
de los sepulcros, las capillas familiares con sus escudos de armas
y para los menos agraciados un complicado rito de precedencias
en el orden de sepulturas constituían un lenguaje de ostentación
que colocaba a cada uno en el lugar que le correspondía
en la comunidad mostrando quién era el parroquiano y la
familia de mayor categoría.
La parroquia era
así no sólo el lugar de difusión de la doctrina,
sino también un espacio desde el que se producía
la integración en la comunidad ciudadana del individuo
y en el que se reforzaban las jerarquías sociales. En la
sociedad del Antiguo Régimen era muy difícil, prácticamente
imposible, separar las esferas civil y religiosa siendo la parroquia
una buena muestra de este realidad. Con una imagen elocuente podemos
decir que en la Vitoria moderna era prácticamente imposible
saber dónde acababa la iglesia y dónde empezaba
la calle.
(1)
Un estudio detallado en BENITO AGUADO, T. La sociedad vitoriana
del siglo XVIII; el clero espectador y protagonista, Bilbao,
2001 trabajo financiado por el Departamento de Educación,
Universidades e Investigación del Gobierno. En la actualidad
la investigación se enmarca en el Proyecto de Investigación
1/UPV00156.130-HA-7793/2000. (VOLVER)
(2)
La diócesis de Calahorra comprendía los siguientes
territorios en la época moderna: la actual comunidad autónoma
de La Rioja, excepto la antigua vicaría de Alfaro que se
encontraba incluida en la diócesis de Tarazona y los ángulos
noroccidental y suroccidental que formaban parte del arzobispado
de Burgos. Las zonas de Yanguas y San Pedro de Manrique en Soria.
Territorios navarros como el arciprestazgo de Viana y los pueblos
de Larraona, Aranache y Eulate. La Provincia de Alava, incluido
el condado de Treviño y exceptuando las comarcas de Arceniega,
Valdegobia y el oeste de Berguenda. Casi toda la Provincia de
Vizcaya exceptuando las Encartaciones que tras la creación
de la diócesis de Santander pasarán a depender de
ésta. El territorio mas occidental de Guipúzcoa,
delimitado por una línea que pasa entre las ciudades de
Oñate y Legazpia, Anzuola y Villarreal, Elosua y Azkoitia.
(VOLVER)
(3) Existen algunos estudios sobre
el entramado diocesano aunque resultan no tratar el tema con la
suficiente profundidad. Podemos citar así: GASTAÑAZPI
SAN SEBASTIAN,E., "Redes eclesiásticas diocesanas
en el País Vasco (siglos XIV-XVI)", en GARCIA FERNANDEZ,
E., (dir), Religiosidad y sociedad en el País Vasco
(siglos XIV-XVI), Bilbao, 1994, pp. 17-24. AZCONA, T., "Historia
de la Iglesia en el País Vasco. Otoño de la Edad
Media: 1378-1516" en I Semana de Historia Eclesiástica
del País Vasco, Homenaje a J.M: de Barandiarán y
M. de Lecuona, Vitoria, 1989, pp. 69-106. Los estudios más
completos sobre el tema son los recogidos en el nº 19 de la revista
Victoriensia con ocasión de la celebración
del centenario del establecimiento de la sede episcopal en Vitoria.
(VOLVER)
(4) A.H.N. Estado. Leg. nº 1258, n
º 40. Sin fol. (VOLVER)
(5) A principios del siglo XVIII las
fiestas de precepto eran 90. Los domingos era obligado tan sólo
hacer la declaración del Evangelio, no era necesaria la
predicación de sermón, que solía reservarse
para las fiestas locales, patronos, misiones y rogativas. El sermón
tenía una gran importancia social, cultural y política
ya que para muchos en una sociedad en la que el analfabetismo
era mayoritario y la cultura escrita un patrimonio de las elites,
la predicación era en la mayor parte de los casos el único
modo de asomarse a los más recientes acontecimientos de
la vida política y cultural. MESTRE SANCHIS, A.,
"Religión y Cultura en el siglo XVIII español"
en GARCIA VILLOSLADA, R., (dir.) Historia de la Iglesia en
España, T. IV…, p. 590. (VOLVER)
(6) PORRES MARIJUAN, M.R., Las oligarquías
urbanas de Vitoria entre los siglos XV y XVIII: poder, imagen
y vicisitudes, Vitoria, 1994, p. 99. (VOLVER)
(7) A.H.N. Estado Leg. 1258 nº 40.
Estos datos están tomados del informe realizado en torno
a la necesidad o no del establecimiento de los jesuitas en Vitoria.
Debemos señalar en justicia que los datos del vecindario
de 1733 son de una fiabilidad limitada y han sido generalmente
deficientemente interpretados. De todos modos pensamos que pueden
ser orientativos. (VOLVER)
Teresa Benito Aguado, UPV-EHU |