El
Bohemio León de Rosmithal de Blatna, realizó un viaje
a España durante los años de 1465 a 1467. Al pasar
por nuestras tierras las describió de la siguiente forma
(1):
"San Juan de Luz dista cinco millas de Hernani; esta ciudad
está entre montañas y pasa por ella el río
Uronico (por Urumea); en los montes que la rodean hay tanta abundancia
de manzana que no he visto cosa igual en ninguna otra parte; los
siembran como entre nosotros se siembra el cáñamo;
un sólo vecino o labrador es dueño de millares de
ellos; la causa de sembrar tantos manzanos es que no teniendo vino
y no conociendo la cerveza, hacen con las manzanas una bebida fermentada".
Cincuenta años después, en mayo de 1524 pasa por
nuestra tierra el Embajador de Venecia Andrés Navagero y
escribe en su diario de viaje (2):
"En esta tierra no hay vino y el trigo que se cría
es poco; pero todo lo traen por el mar de las demás partes
de España, donde lo hay en abundancia; en lugar de viñas
se siembran manzanos de lo primero hacen almácigas, y cuando
ya son grandes los transplantan con orden, como nosotros las viñas,
y aún más espesos que se ponen en los jardines,
lo cual hace muy apacible vista; semejan bosques; con las manzanas
hacen un vino que llaman sidra, que es lo que bebe la gente común,
y es claro, bueno y blanco, con un dejo agrio; es saludable a
quien a él se acostumbra; para los que no, es difícil
de digerir, daña el estómago y despierta gran sed.
Hacen esta bebida con grandes prensas, como nosotros el vino,
pero son necesarios más peso y mayor fuerza".
De la sidra ya teníamos referencias anteriores, pero no
de los campos y su uso. Es por ello que estos textos nos parecen
de gran interés.
Se sabe que griegos y romanos apreciaban mucho un vino de manzana
que los últimos llamaban "vinum ex malis".
Al margen de esto, queda la duda de si la sidra tal como hoy la
conocemos -es decir, mosto de manzana fermentado- fue creación
romana, como algunos autores sostienen. También está
por dilucidar hasta qué punto la "sicera",
condenada por el Antiguo Testamento como bebida embriagante de los
hebreos, está emparentada con nuestra sidra. Ahora bien,
si consideramos la sidra en un sentido genérico como "licor
de manzana", parece claro que podemos admitir tanto al
"vinum ex malis" como a la "sicera"
entre los antecedentes directos de la sagardo. En cualquier
caso, son cuestiones aptas para toda clase de especulaciones, pero
sin fundamento histórico suficiente para mayores precisiones.
En la diplomática vasca, el primer documento referido al
cultivo de manzanos que hemos localizado después de investigar
en libros y archivos, data del año 871 y pertenece al Cartulario
de San Millán de la Cogolla. Con esa fecha se hace una donación
en cuyo asiento legal se dice: "...in villa Stabelli, de
illo fresnu usque Salone, cum terminos et pertenentia, et cum terris,
vineis, ortos, linares, ferragines, pomamares, ad integritate...",
que traducido del latín bajomedieval quiere decir: "...en
la villa de Estavillo, desde su fresno hasta Salone, con términos
y pertenecidos y con tierras, viñas, huertas, linares, pastos,
manzanales, en su totalidad..." (3).
En el siglo XII, Aimeric Picaud habla de nuestra abundancia de
manzanos, y el poema anónimo "Fernán González",
de mediados del siglo XIII, dice en una de sus estrofas: "Fue
dado por cabdiello don Lope el vizcaino / bien rico en manzanas
pobre de pan e vino". Por nuestra parte hemos encontrado dos documentos recogidos en
el libro de G. Martínez Díez y otros, Colección
de Documentos Medievales de las villas guipuzcoanas (1200-1369).
El primer testimonio lleva fecha de 14 de febrero de 1342. Ese
día, desde Burgos, Alfonso XI ampara el derecho de los vecinos
de Mondragón para vender libremente vino y sidra de acarreo
en su casa sin cargas impositivas. Pedro I lo ratificó el
6 de septiembre de 1351.
Mucho
más detallado e interesante es el segundo documento. Se trata
de ocho puntos de las Ordenanzas Municipales de Segura. Las reiteradas
alusiones a la sidra demuestran la importancia de su producción
y comercio en la economía guipuzcoana de aquellas fechas.
Fueron aprobadas el 20 de mayo de 1348, confirmadas por Alfonso
XI desde Valladolid el 28 de junio del mismo año, y el 6
de septiembre de 1351 por Pedro I.
He aquí un resumen de las ocho disposiciones:
- Sólo los moradores de Segura tendrán el
privilegio de poseer almacenado vino o sidra dentro de sus límites.
- Si es menester, cualquier vecino de la villa puede comprar
uva o manzana para hacer vino o sidra a productores foráneos.
- Se considerarán vecinos de Segura a aquellos que
sean aceptados por el concejo, para lo que deberán mostrarse
"buenos e leales e de paçiençia para serviçio
de nuestro señor rey".
- Hasta que se consuma todo el vino y la sidra almacenada,
no podrán traerse nuevas partidas de otras localidades.
- Quienes deseen integrarse como vecinos en Segura pero
residan en caseríos extramuros, tendrán que asistir
durante tres Pascuas consecutivas a la misa de la iglesia parroquial
de Santa María, y cuando muriesen serían enterrados
en ella.
- El concejo cada año por la festividad de San Miguel
nombrará "doce hombres buenos" que, tras jurar
fidelidad, se encargarán de vigilar la calidad y cantidad
de la uva y la manzana, y según los resultados pondrán
precio al vino y la sidra, que será vigente en términos
de la villa durante todo el año.
- Si con lo que decidan estos 12 hombres junto con el alcalde
y jurados no están todos de acuerdo, imperará el criterio
de la mayoría.
- Cualquier vecino que infringiera alguno de los preceptos,
sería penado con una multa de 1.000 maravedíes. Todo
lo recaudado en este concepto se empleará en el arreglo y
mejora de la muralla que protege a la villa de Segura.
Como vemos, desde mitad del siglo XIV en los municipios guipuzcoanos
estaba vigente una detallada legislación sobre la fabricación
y venta de la sidra. Parece claro por ende, que ya para entonces
existía una larguísima tradición manzanera
cuya explotación, en cualquiera de las fases desde el cultivo
hasta el comercio sidrero, debía ocupar a muchas familias.
No en vano, los manzanales y la sidra considerábanse riqueza
colectiva, y así algunas disposiciones de la misma época
condenaban a la pena capital a quien rompiera una kupela,
al destierro por destrozar cinco manzanos y se multaba severamente
a quien echara agua a la sidra.
Desde la Edad Media, la protección de los manzanos y el
control de calidad de la sidra ocupan y preocupan a los legisladores
vascos. También los municipios, como es lugar común
en las economías del Antiguo Régimen, se esforzaban
por defender las producciones locales contra toda intromisión.
Traemos a propósito algunos ejemplos guipuzcoanos.
El 20 de julio de 1329 el concejo de Tolosa prohibe la introducción
de manzanas sidreras hasta que se haya vendido toda la producción
de caldo elaborada con manzana propia, so pena de requisición
de la mercancía. Ahora bien, aquellos vecinos que necesitaran
manzana sidrera para consumo doméstico podrían adquirirla
fuera, siempre y cuando no la hubiera en Tolosa, y se comprometieran
a no comerciar con la manzana ni con la sidra.
Idénticas disposiciones compartían otras villas.
Así, en 1546 el vecino de San Sebastián Luis de Alçega
introdujo en la villa dos cubas de sidra elaborada con manzana de
sus propiedades en Hernani: enteradas las autoridades, ordenaron
derramar su contenido. Las Ordenanzas de San Sebastián de
1489 impedían incluso que desde su puerto se embarcasen partidas
de sidra confeccionadas en las sidrerías ajenas a sus términos;
o lo que es igual, ningún sidrero guipuzcoano podía
exportar su género a través del muelle donostiarra.
En una jerarquía superior, las propias Juntas Generales
de Gipuzkoa sancionaron repetidas veces la prohibición de
venta de sidra en ningún municipio, hasta tanto se agotase
la producción local. Una de las muchas ratificaciones del
mismo acuerdo se tomó en Hondarribia el 20 de noviembre de
1593.
En Hernani, desde el siglo XV las ordenanzas regulaban que la
venta de sidra en cada temporada se efectuaría siguiendo
un orden previamente establecido por sorteo, de forma que hasta
que el primero de los productores agraciados por el azar no vendiera
su sidra, el segundo no podría sacar la suya, y sucesivamente.
Una vez las kupelak llenas, el sidrero las sellaba en espera
de que el sorteo estableciera su fecha de apertura, momento en el
que adornaban la puerta de los almacenes con ramas de fresno. La
apertura de la primera kupela debía ser anunciada
desde el púlpito de la iglesia, y ratificada por el repicar
de las campanas (luego sustituido por la difusión de un Bando
Municipal).
El segundo aspecto recurrente en todas las legislaciones sobre
la sidra es el control de calidad. Ya el 1 de noviembre de 1335,
el consistorio de Tolosa advertía a los comerciantes de sidra
que si eran sorprendidos vendiendo sidra aguada se les impondría
una multa de 100 maravedíes.
Las Ordenanzas de Salinas de Léniz (hoy Leintz Gatzaga)
de 1548, amén de prescribir que antes de entrar nueva sidra
debe consumirse la propia, establecen que, previa cata, los regidores
(actuales concejales) pondrán precio de venta a todas las
sidras que se produzcan en la villa, y que quien intente vender
sidra aguada pagará 1.000 maravedíes por cada cuba
adulterada, cuya mitad irá a parar al denunciante y el resto
para los arreglos de la villa.
Ambos aspectos -la defensa de la sidra local y la persecución
del fraude- aparecen recogidos en el título XXI de los Fueros
de Gipuzkoa de 1585, dedicado expresamente a la sidra. Reproducimos
a continuación el texto íntegro de los dos capítulos
de que consta:
"Título XXI.
De las Sidras.
Cap. I. Que en esta Provincia no se eche agua a la Sidra, que
se ha de vender, ni se permita la venta de la que fuere aguada.
Respecto de ser grande el número de los manzanales, que
ay en todas las Villas, y Lugares de esta Provincia, para reducir
el fruto de ella a género de Sidra, que se vende en ellas
para el sustento de los más de sus habitadores, y ser de
poca fuerza, y sustancia la bebida de la dicha Sidra por si, sin
mezcla de agua que la debilite, y desvirtúe, atediéndose
a que por la codicia de los dueños de los manzanales no se
perjudique al bien común de los que usan de la bebida de
la Sidra, cargándola de agua en más, o menos cantidad
sobre que no pudiera aver regla cierta, aun procediéndose
por los herederos, con toda justificación. Ordenamos, y mandamos,
que ahora, y perpetuamente de oy en adelante ningún vecino,
ni habitante de la dicha Provincia eche agua a la dicha Sidra, que
assí se hiciere de la dicha manzana para efecto de vender,
salvo para su espensa, criados, y familia, y para lo gastar en su
propia casa, so pena de cada seis mil maravedís, y de perder
la Sidra, que assí hiciere, y vendiere aguada, aplicado,
la tercia parte para la Cámara de Su Magestad, la otra tercia
parte para el denunciador, y la otra para el Juez, que lo sentenciare,
y los Alcaldes, y Regimientos, y Concejos de la Provincia, assí
lo hagan guardar, y cumplir, y los Alcaldes, y Justicias lo hagan
llevar a debido efecto, desde ahora, so pena de veinte ducados al
que remisso en ello fuere, aplicado a tercias por la orden susso
dicha. Don Felipe II en Valladolid a 9 de Septiembre de 1586.
Cap. II. Que no se consienta traer a esta Provincia, y vender
en ninguna parte de ella, Sidra alguna, que no fuere de la cosecha
de la mesma Provincia.
Por quanto siendo el principal sustento, y grangería de
los naturales, vecinos, y moradores de las Villas, Alcaldías,
y Lugares de la Provincia, el aprovechamiento de las Sidras de la
cosecha de sus heredades, y manzanales, se van deshaciendo, y acabando,
por no las poder beneficiar, y cultivar sus dueños, como
para su conservación convenía a causa de faltarles
el aprovechamiento de la cosecha de las dichas sus heredades, por
consentir, que se traiga las Sidras de la cosecha del Reyno de Francia,
y de otras partes fuera del cuerpo de esta Provincia, de suerte
que de las de su propia cosecha se pierden, y derraman en abundancia,
de que en esta Provincia resulta mucho daño cuyo remedio
es de tanta consideración, que de no lo procurar, se espera
la total destruición, y acabamiento de la mayor parte de
las heredades, y manzanales de esta Provincia, para remedio de ello.
Ordenamos, y mandamos, que de aquí adelante, ahora, ni en
ningún tiempo, ningunas personas, assí naturales,
y vezinos de esta Provincia, como de fuera de ella traigan, ni puedan
traer al cuerpo de ella, ni a sus puertos, por mar, ni por tierra,
ninguna cantidad de sidras de la cosecha del Reyno de Francia, ni
de ninguna parte de fuera de esta Provincia, para que en ninguna
de sus Villas, y Lugares, se envasen, vendan, ni consuman, ni para
la navegación de Terranova, ni otra ninguna, ni alguna persona
las compre, hasta tanto, que las de la cosecha del cuerpo de esta
Provincia se gasten, y consuman en justos, y moderados precios,
so pena que qualquier persona, que las tragere, o envasare, o vendiere,
o comprare, las aya por perdidas, la tercia parte para la Cámara
de Su Magestad, y la otra tercia parte para los reparos de esta
Provincia, y la otra tercia parte para el Juez, que lo sentenciare:
mas queremos, y consentimos, que ahora, y en todo tiempo, puedan
comprar las dichas sidras de la cosecha de esta Provincia, todas,
y qualesquier personas naturales, y estrangeros, libremente en qualesquier
Villas, y Lugares de esta Provincia, en la cantidad, que quisieren,
y por bien tovieren, y que las puedan llevar, y consumir donde quisieren,
y por bien tovieren. Don Felipe II en Madrid a 11 de Marzo de 1585".
Los archivos de nuestros pueblos y ciudades contienen miles de
legajos donde se relatan infracciones a una u otra disposición.
El de Hernani, por su tradición sidrera, es uno de los más
abundantes en esta clase de pleitos. El 17 de septiembre de 1649
se ordenó la destrucción del lagar que el vecino Juan
López de Irigorri estaba construyendo en su casa, pues careciendo
de manzanal propio sólo podría elaborar sidra con
manzana foránea, infringiendo así las leyes vigentes.
De aquí se colige que no era habitual entre los vecinos comerciar
con la manzana de sus tierras, pues en tal caso Juan López
podría haberse defendido diciendo que pensaba comprar la
fruta dentro del municipio. Hemos de concluir según esto,
que todos los productores de sidra de Hernani poseían sus
cultivos y se autoabastecían, sin que quedara ningún
excedente de manzana.
Consta sin embargo que entre los años 1651 y 1681 sufrió
Hernani una gran penuria de manzana sidrera, viéndose obligada
a importar grandes partidas. A la vez, se prohibió taxativamente
que se sacara fruta y sidra de sus términos. En esta época
de escasez, el Ayuntamiento dispuso que ninguna sidra nueva se pondría
a la venta hasta tanto estuviese consumida la totalidad de la anterior
cosecha.
Poseemos gran cantidad de datos sobre sanciones y pleitos del
mismo tenor. Sólo los legajos referidos al puerto de Pasajes
-con infinidad de conflictos motivados por barcos donde se encontraron
cubas de otros puertos, patrones que querían embarcar sidra
local, etc.- ocupan varias carpetas. Pero no queremos cansar al
lector con más referencias. Con lo hasta aquí visto,
se habrá podido hacer una idea suficiente de la vigilancia
a que se sometía el comercio de sidra, prueba inequívoca
de la significación del producto como base de la alimentación
de los guipuzcoanos y sector económico de primera línea
en las áreas rurales.
Complementemos esta fría perspectiva socio-económica
con la visión de algún otro exegeta más original.
El juez de Burdeos Pierre Lancre, quien a principios del XVII mandó
a la hoguera a varios cientos de personas acusadas de brujería
(tres sacerdotes incluidos), en su libro Inconstance des Démons
sostenía que la "perversidad" del vasco
-perversidad patente, a su parecer, por la cantidad de supersticiones
y heterodoxias que debía perseguir desde su cargo- estaba
causada por la sidra que aquí se bebía, jugo de la
fruta demoníaca que provocó la condena de Adán
y Eva.
Acaso ignoraba el magistrado Lancre el pragmatismo de nuestros
paisanos, que eran capaces de arrojar litros del "elixir
diabólico" al fuego sin pestañear ante un
peligro de incendio general. Esta obligación pesaba sobre
el vecindario de Hernani, obligado a vaciar todas las reservas de
sidra para evitar que la villa fuera asolada por las llamas (recuérdese
que antes las casas eran de madera y estaban casi pegadas las unas
a las otras, de suerte que si el fuego prendía en una de
ellas, había el riesgo de que el pueblo entero quedara reducido
a cenizas).
Anécdotas al margen, parece ser que desde comienzos del
siglo XVI las plantaciones de manzanos fueron disminuyendo en favor
del maíz americano, acaso el mayor de los bienes que trajo
a Europa la conquista del Nuevo Mundo. Tal vez date de esta época
el progresivo desinterés de vizcaínos, alaveses y
navarros por el cultivo de la manzana: en efecto, hay que recordar
que la sidra se manufacturaba por igual en toda Euskal Herria, pero
por diversas circunstancias fue limitándose a tierras guipuzcoanas,
hasta hoy mismo en que la producción en los restantes territorios
vascos es insignificante.
De esta bebida "fresca y agradable", como la
definió el polígrafo Manuel de Larramendi, se consumían
hasta tres litros diarios por habitante en la San Sebastián
de 1828, cifra impresionante en comparación con las tasas
actuales.
No obstante, hasta finales del XIX la sidra sufrió fuertes
cargas tributarias de entre el 30 y el 50 % del beneficio. Ello
retrajo a los cosecheros, muchos de los cuales se dedicaron a otras
modalidades menos gravadas.
Todavía en vísperas de la Guerra Civil había
en Euskadi unas 800 sidrerías a pleno rendimiento, 300 de
ellas en suelo guipuzcoano. Según el veterano sidrero de
Urnieta José Altuna, en aquellos tiempos se daban como ahora
cosechas buenas y malas, "pero la sidra que salía
buena superaba a la mejor de hoy".
Los viejos productores guardan un especial recuerdo de la cosecha
del año 1944, que fue la mejor que han conocido. Para su
desgracia, eran tiempos de hambre y racionamiento, la sidra era
un lujo al alcance de unos pocos y aquella sidra tuvo una mala salida,
vendiéndose a precio muy bajo para consumo doméstico.
En los años que siguieron, el aislamiento económico
del país, el estancamiento tecnológico, el agotamiento
de los manzanos sidreros y la ausencia de protagonismo de la Diputación
en su papel de promotor de los productos de la provincia, condujeron
a la decadencia de la sidra. Sólo a partir de la década
de los 60, cuando empiezan a recuperarse todos los valores autóctonos,
la sidra iniciará una lenta ascensión que todavía
está por culminar.
(1)
García Mercadal, J. Viajes de extranjeros
por España y Portugal. Desde los tiempos más remotos
hasta comienzos del siglo XX. Junta de Castilla y León.
1999. Tomo I. pg. 245.
(2) Idem. Tomo II.
p. 46.
(3) Ver referencias
y más datos en la obra de: Aguirre Sorondo, Antxon. LA
SIDRA - SAGARDOA (DESDE EL ARBOL HASTA EL VASO). R&B Ediciones.
195 pp. ils. Donostia, 1995.
Antxon Aguirre Sorondo |