1. Itroducción No muchas, pero desde época medieval existen pruebas de
que desde el litoral cantábrico, y dentro del mismo la villa
y puerto de Castro Urdiales, pasaban al interior peninsular, además
de en fresco, importantes cantidades de pescado sometido a los sistemas
de conserva considerados como tradicionales hasta la llegada del
siglo XIX. El Libro de Ordenanzas municipales confeccionado en la
primera mitad del siglo XVI ya nos habla en más de una ocasión
del pescado manipulado para conserva: curado al aire, salado y escabechado
(1).
La primera modalidad, el curado, debió constituir un producto
muy corriente, pero siempre en pequeñas cantidades. También
parece muy claro que la especie que más se utilizó
para esta rudimentaria conserva fue la merluza, comercializada en
medidas tan tradicionales como el quintal de 125 libras. Pero, tal
como diferentes vecinos interrogados por las autoridades reales
a principios del siglo XVIII, señalan, sobre todo en Castro
Urdiales se salaba y escabechaba (2).
2. Salazones y sal
Desde tiempos medievales Laredo y Castro Urdiales contaron con
depósitos oficiales de sal, los alfolíes, monopolizados
por la Administración Real, pero cuyo fin esencial era abastecer
a la industria salazonera y escabechera locales. Sin embargo, a
partir de finales del siglo XVI y sobre todo desde los años
treinta del siglo siguiente la sal empezó a escasear y a
hacerse muy cara, lo que supuso un duro lastre para el salazón.
Durante mucho tiempo había sido costumbre el uso libre
de la sal, viniera de donde viniese. No obstante, en el año
1578 la Junta de las Cuatro Villas reunida en Laredo se alarmaba
por la posibilidad de que aquel tráfico libre salinero de
la costa variara. En la reunión argumentaba que con el posible
cambio cesaría el progreso pesquero. De lo contrario "(...)
por que en ponerse los alfolís en estas Cuatro Villas como
se pretende las biene/ muy gran dano y perjuizio y total perdición
irreparable por que todo su trato y/ comerçio/ de la pesquería
a que en ella hay por no tener otro aprovechamiento ninguno y po-/niéndose
los dichos alfolís en dichas Cuatro Villas cesaría
las dichas pesquerías ANSI/ las que se hazen en las dichas
Cuatro Villas como las que se azen a Irlanda, Cabo de Clerguer/
y Terranova..." (3).
En el fondo era un problema fiscal, pues de gravarse la sal, los
marineros, decían las Cuatro Villas, se irían a otras
zonas de baja presión tributaria, como el País Vasco,
el Rey se quedaría sin naves y tripulaciones, y sus fronteras
desguarnecidas (4).
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Ayuntamiento de Castro Urdiales |
En el año 1667 el Concejo de Castro pedía al administrador
del alfolí que intentara arreglar las cosas, pues "el
alfolí de sal desta villa se alla sin ello, en gran perjuiçio
y daño de la rrepública porque se alla en tiempo de
la pesquería del besugo y carnes de zezina (...), y que todo
ello se pierda..." (5).
Los problemas no se solucionaron, puesto que al año siguiente,
en 1668, el Ayuntamiento manifestaba que el alfolí estaba
desabastecido: "(...) una mui corta cantidad de sal y mui
mala de las Salinas de Rrosio, cossa que no es suficiente para la
salazón de sardina, besugos, carnes, ni otras cosas (...),
y que de su falta, si continua la Pesquería se ha de seguir
mui notables daños..." (6).
Muy pocas, escasísimas, son las noticias encontradas sobre
la salazón. Pero, como luego veremos, en general el mundo
de la conserva, al igual que la propia pesca, empezará a
levantar algo el vuelo desde las primeras décadas del siglo
XIX. Y uno de los documentos, que trata sobre el nombramiento de
un comisionado por el Municipio y "celador de hombres de
mar para el acopio de sales para para el beneficio de las pescas",
en el año 1821 nos dice: "Y teniendo presente según
los informes y notas que se tomaron no vajar un año con otro
de dos mil quinientas fanegas de sal las que se necesitan en su
puerto para la salazón de pescas, pues aunque en algunos
años no han llegado a tantas por la escasez de aquellos,
en otros han pasado de tres mil" (7).
Una cantidad considerable, pero nada extraordinaria. Ahora bien,
el mismo documento nos informa sobre otra interesante cuestión:
el origen de la sal. En muchas ocasiones los castreños no
tenían más remedio que usar la producción de
salinas más o menos cercana, caso de Poza, Cabezón
o Salinas de Rosio. Pero ésta era morena y solía estropear
la pesca. La sal que más gustaba, y que siempre que se podía
se traía por vía marítima, era la francesa
(8) , portuguesa y la
blanca de Cádiz (9).
Indudablemente, la principal especie que se destinaba a la salazón
era la sardina. Y la técnica era ciertamente muy sencilla
y primitiva. En tableros se establecían montones de sardinas,
colocadas en filas con capas alternativas de sal, hasta alcanzar
aproximadamente un metro de altura. Así, entre sal, se mantenía
el pescado por espacio de una semana. Después, los peces
eran lavados en corrientes o chorros de agua. Y, finalmente, escurridos,
se introducían en barricas que una vez prensados, se cerraban
lo más herméticamente posible (10). Pero, a pesar de la presencia de las variedades de "curado"
y "salado", no cabe duda que en la historia pesquera y
marítima precapitalista el producto estrella de las conservas
del Cantábrico fue el escabeche, y especialmente en el caso
de nuestra villa de Castro Urdiales (11).
3. Escabeches
En distintos trabajos (12)
hemos podido comprobar que la especie más valorada, más
buscada, con mejor comercialización en fresco, y a la que
más esfuerzos dedicaron los pescadores castreños,
fue el besugo. No el único, pero también el besugo
desempeñó el papel estelar en el escabechado. ¿
Cómo se escabechaba el besugo?

El escabechado requería de varias y seguidas tareas: limpiar
y salar el pescado, secado, freír y, finalmente, un embarrilado.
En las viejas escabecherías lo primero que se hacía
era descabezar, desescamar, quitar las vísceras y trocear
los peces. Seguidamente se salaban los trozos y se subían
a una especie de estanterías o baldas, en las que con la
sal permanecían unas seis horas. Más tarde, en los
bajos del taller escabechero se freían utilizando grandes
calderas y sartenes. Por último, los trozos de besugo se
adobaban con vinagre (13)y
hojas de laurel, y se embarrilaba. Afortunadamente para la historia
castreña, Ocharan Mazas nos ha dejado en su novela Marichu
un capítulo íntegramente dedicado al mundo escabechero
tradicional, en el que se describe magníficamente muy en
detalle la antigua técnica conservera:
"La escabechería de don Valentín ocupaba la planta
baja de la casa de su propiedad en la calle de Atrás. De
las tres luces, con vistas a la calle, la central, más ancha,
servía de acceso al interior. Formaba éste un rectángulo
de once metros de frente por catorce de fondo. El pavimento, en
suave declive para que escurriese las aguas y sangre de la pesca,
estaba construido de baldosas de tono rojizo, barnizadas por grasienta
mugre. Los muros, protegidos por zócalo de ladrillo, estaban
enjabelgados hasta el techo con lechada de cal. De trecho en trecho,
apoyados en monolíticos poyales de piedra arenisca, surgían
los pies derechos, en los que descansaban las vigas y cuartones
que armaban la techumbre, entre cuyas ennegrecidas y apolilladas
vigas tejían las arañas sutilísimas redes.
En uno de los ángulos, un grifo vertía sus aguas en
amplia media barrica, construida con duelas de roble, ceñidas
por tres aros de hierro, enmohecidos por el frecuente desbordamiento
del agua. En otro el picader, especie de banco de carpintero,
cuya superficie mostraba innumerables huellas del machete, que servía
para seccionar en ruedas el pescado.
En el fondo de la lonja, un hueco sin puerta daba paso a las dependencias,
donde se freía y embarrilaba la pesca una vez escabechada.
Las vestales (mujeres) que sacrificaban en aquel templo pescaderil
llegaban a diez y ocho (...).
Sin previo aviso, antes que hubiesen entrado en la lonja la segunda
pareja de marineros, acudieron allí las diez y ocho mozas
cuyos apodos conocemos. Y esto de mozas lo decimos como designación
genérica, no condicional, pues en el grupo feminil alternaba
la de diez y ocho primaveras con la de cincuenta otoños.
(...)
A la pálida luz de los candiles, colgados con profusión
en diversos postes, se veía crecer el montón de besugos,
cuyos argentinos matices, rielándola, destacaban entre el
obscuro fondo de aquel local. Y ahora dos cestos, y luego dos más,
fue subiendo la pila hasta que, resbalando los últimos besugos
sobre los de abajo, invadieron la mayor parte del untuoso pavimento.
Acto continuo, cada cual se aprestó para su faena. Las freidoras,
cuyo menester desempeñaban la Zorrillona y la Maitocinos,
cuchillo en mano, sentándose al borde de la pila, comenzaron
a descabezar besugos con tal maña y prontitud, que tan pronto
asían de uno como le lanzaban ya decapitado al grupo de sus
compañeras de profesión, encargadas de destriparlos
y limpiarlos (....).
Mientras tanto, Picados, el machete en la diestra, asiendo de
la cola de los besugos ya limpios que le iba apurriendo la
Mallona, los cercenaba de un solo golpe, con tal precisión
y ligereza, que los pedazos resultaban como hechos con máquina
tajante, así por el número como por la calidad.
Otras dos mozas salaban las ruedas para subirlas después
a las baldas de alambre donde habían de impregnarse con sal
durante seis horas (...).
Decapitados, limpios, macheteados y salados ya todos los besugos,
las mozas se proveyeron de sus respectivas parrillas para llevarlos
al tendedero, donde debían quedar durante varias horas.
Una de las dependencias de la lonja daba a un patio poblado de naranjos
y laureles, patio que tenía una escalera exterior que comunicaba
con el primer piso, destinado a curar la pesca. Este piso, cuya
planta era el techo de la lonja, estaba corrido, sin tabique ni
separación alguna, y en las cuatro paredes que cercaban su
perímetro se sobreponían las baldas alistonadas
de vara en vara de altura, desde el suelo al cielo raso. De la quíntuple
fila de listones, que rodeaban las cuatro paredes, volaban, de medio
en medio pie, unos ganchos d epunta bastante afilada para poder
pender de ellos los besugos por sus colas, cuando estos peces se
escabechaban enteros.
La Cascajera, que inició la procesión para subir
la pesca al primer piso, al echarse la parrilla a la cabeza (...)"
(14).
Para antes del año 1820 sólo hemos dado con una referencia
técnica sobre las escabecherías castreñas.
Una Real Provisión de principios del siglo XVIII que apunta
que en Castro se usaban hornos y "paylas" (15)
. Estas últimas en Laredo, y seguro que en Castro Urdiales,
eran una especie de enormes sartenes circulares de cobre, la mayoría
de las veces fabricadas de encargo en los entonces muy afamados
martinetes de Balmaseda (16).
Pero a diferencia de Laredo, en donde muchos vecinos, con el enorme
peligro de provocar algún incendio, escabecheaban en sus
domicilios particulares, en Castro la operación se hacía
en las escabecherías particulares de cuatro o cinco tratantes
de pescado. En el año 1823 se hizo un inventario de las propiedades
de Doña Miguela Peñarrendoda, que entre otros inmuebles
era dueña de una escabechería, y gracias a ello sabemos
un poco del utillaje de este tipo de establecimientos: "(...)
la tejavana donde están los hornos, titulada la Casa de Condado,
sita en la calle de San Juan, con los efectos siguientes todos para
el beneficio de pescas, cinco pailas colocadas en sus cinco ornos,
dos sacapescados, dos achas pequeñas y dos machetes, seis
abujas de coser cestas, una pala de fierro, seis barricas para encubar
vinagre, una tinaja maior para aceite embutida en el suelo, dos
tinajas pequeñas para lo mismo, una tinaja para grasa, una
balanza son sus pesas correspondientes de quintal y medio y además
pesas menudas" (17).
Bibliografía
BARÓ PAZOS, J., La Junta de las Cuatro Villas de la Costa
de la Mar, Santander, 1999.
HOMOBONO, J. I. : "Comensalidad y fiestas de ámbito
arrantzale (II): Santa Catalina en Mundaka, San Andrés en
Castro Urdiales y otras", Bermeo, nº. 9, Bermeo, 1992/93,
pp. 117-180.
OCHARAN MAZAS, L., Marichu, Barcelona, 1918.
OJEDA SAN MIGUEL, R., "Aproximación a la evolución
de las capturas pesqueras de la Cantabria Oriental: el caso de Castro
Urdiales", VII Congreso/Asociación de Historia Económica,
Zaragoza, septiembre de 2001.
RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, A. : "La pesca en Laredo
durante el siglo XVII", Anuario del Instituto de Estudios Marítimos
Juan de la Cosa, vol. VI, Santander, 1987/88, pp. 9-111.
(1)
Archivo Municipal de Castro Urdiales ( en adelante A.M.C.U.), L.O.,
55-5.
(2) A.M.C.U., 42-4.
(3) Baró (99)
(4) Ibidem, pp. 127-130.
(5) A.M.C.U., Decretos
(1667), 26-6, Ayunt., 16 de diciembre de 1667.
(6) A.M.C.U., Decretos
(1668), 39-4, Ayunt., 8 de febrero de 1668.
(7) A.M.C.U., Actas
(1816-1821), L.2, Ayunt., 27 de febrero de 1821.
(8) Archivo Histórico
Provincial de Cantabria (en adelante A.H.P.C.), Prot., Diego de
Trucíos, leg. 1733, Poder, año 1736, fol. 192.
(9) Ibidem. Algo parecido
ocurría desde el siglo XVII en Laredo, Rodríguez Fernández,
ob. cit.
(10) López
Losa (2000).
(11) Homobono (93).
(12) Ojeda San Miguel
(2001).
(13) El aceite y vinagre
consumido por las escabecherías fundamentalmente llegaban
a través de los arrieros y mulateros.
(14) Ocharan Mazas
(18), pp. 67-70, 78 y 79.
(15) A.M.C.U., 42-4.
(16) Rodríguez
Fernández, ob. cit
(17) A.H.P.C., Prot.,
Manuel Gil Urrutia, leg. 1827, escritura de 30 de diciembre de 1823,
fol. 11. Era habitual, también, que junto a las escabecherías
existiera una especie de cuadra en la que albergar los animales
de los arrieros, tal como ocurría en la escabechería
de dn. José Antonio Pérez del Camino en el año
1796: "Una Lonja para beneficio de pescas en la citada calle
del Mar, que linda por el Norte con el Muelle de dicha Calle, por
el Sur con Bodega de D. Juan José de Taranco, por el Bendabal
con Bodega de Julián Bringas, tasada por el mismo Urtiaga
en la cantidad de cinco mil y ochenta y cinco reales, juntamente
con una Bodeguilla que hace de Cavalleriza contigua a dicha Lonja
del Mar...", A.H.P.C., Prot., Romualdo Antonio Martínez,
año 1796, fol. 35.
Ramón Ojeda San
Miguel, Universidad del País Vasco |