1.-
Hay
que hablar del trabajo no remunerado para aclararlo. Mientras
el trabajo remunerado tiene sus especialistas, su legislación,
sus defensores, sus intérpretes, su jurisprudencia, sus historiadores,
sus asociaciones, sus convenios a nivel temático, local e
incluso internacional, el trabajo no remunerado carece de todo ello.
Es el trabajo invisible, desconocido, abandonado a la tradición
y a los contratos implícitos.
2.- Hay que hablar del trabajo no remunerado porque es mucho,
enorme. Si apenas tuviera importancia numérica tal vez podría
justificarse que no hablásemos de él; pero el trabajo
no remunerado consume, según varias encuestas sobre uso del
tiempo, el doble de horas anuales que el trabajo remunerado. Por
cada hora trabajada y pagada, trabajamos otras dos horas no remuneradas.
3.- Hay que hablar del trabajo no remunerado porque se distribuye
desigualmente. Según las encuestas de uso del tiempo,
en países como España las mujeres hacen el 29% del
trabajo no remunerado (medido en horas anuales trabajadas) y el
80% del trabajo no remunerado. Mientras las mujeres desempeñen
el 80% del trabajo no remunerado les será casi imposible
lograr un acceso igualitario al trabajo remunerado y, menos aún,
a la promoción en el trabajo remunerado.

4.- Hay que hablar del trabajo no remunerado para valorarlo
adecuadamente. Para saber quién hace qué, por
qué, durante cuánto tiempo, a cambio de qué.
Para saber cual es la aportación de los trabajadores no remunerados
al bienestar colectivo y al bienestar individual y familiar.
5.- Hay que hablar del trabajo no remunerado para incorporarlo
a las políticas públicas y a la vida cotidiana.
Sin el trabajo no remunerado desaparecería el cuidado de
los niños, de los viejos, de los enfermos, de los sobreocupados
en la producción para el mercado. Sin el trabajo no remunerado
no se cubrirían las necesidades de alimentación, de
limpieza, de transporte, de mantenimiento del utillaje y patrimonio
inmobiliario, de gestión de los activos, de higiene y sanidad,
de educación, de seguridad, de identidad. Sin el trabajo
no remunerado las pensiones serían muy insuficientes, el
sistema impositivo apenas cubriría las demandas sociales.

Por estas cinco razones, y por mil más que no es necesario
detallar, tenemos que hablar del trabajo no remunerado. Para
que se conozca. Para que se redistribuya. Para que se reduzca cuando
es excesivo y aumente cuando es insuficiente. Para darle valor e
introducirlo en la planificación a corto y medio plazo. Para
que ciudadanos y gobernantes lo incorporen definitivamente a su
modo de ver la realidad social y a sus propuestas para mejorarla.
María-Angeles Durán,
Profesora de Investigación CSIC. Catedrática de Sociología
Fotografías: Fernando Postigo, Ander Busto. Publicadas en la
revista EMAKUNDE Nº 4 |