La
educación es un instrumento sumamente importante. A través de ella
podemos suavizar, encauzar, eliminar y solucionar las desigualdades
existentes en la sociedad, o incluso todo lo contrario, potenciarlas.
Por tanto, tenemos que incidir en el ámbito educativo para, entre
otras cosas, poner fin a las desigualdades que tienen lugar por
motivo de género.

Los modelos educativos que encontramos a lo largo de la historia
se han basado en la jerarquización del género masculino y
femenino, tal como establecía el sistema patriarcal. Este
hecho ha marcado profundamente el ámbito de la educación, que viene
a ser uno de los instrumentos más importantes con que todo sistema
cuenta para educar a las personas de acuerdo a unos determinados
patrones de pensamiento y comportamiento.
En
las escuelas mixtas actuales existe una aparente "igualdad de oportunidades
entre ambos sexos": chicas y chicos comparten el mismo aula, los
mismos profesores, los mismos libros, las mismas actividades escolares...
Incluso los docentes pensamos que tratamos a los chicos y a las
chicas por igual... Pero, bajo esa capa de igualdad, aunque no resulte fácil apreciar
la realidad subyacente, lo que realmente impera es la jerarquía
y la desigualdad. En las sociedades "democráticas" modernas, ya
sea en el ámbito escolar o en la convivencia familiar, sigue latiendo
el estereotipo basado en el género o, lo que viene a ser lo mismo,
la educación sexista.
Dado que tales estereotipos, de origen socio-cultural, se sustentan
sobre una errónea concepción de construcción de la identidad,
los hombres y las mujeres desarrollamos capacidades y valores diferentes.
Examinemos algunas de las situaciones que hoy día todavía se siguen
produciendo. Las escuelas han adoptado el generalizado modelo social
de la masculinidad, por lo que incluso en la actualidad podemos
ver que quienes se adueñan del espacio son los chicos, que se emplea
un lenguaje sexista, y que el curriculum desprecia los valores de
la cultura femenina y realza los de la masculina.
La mayoría de las reglas de convivencia han sido establecidas para
solucionar los problemas que ocasiona la actitud de los chicos,
las materias que se imparten marginan los modelos femeninos, los
padres no albergamos las mismas expectativas con respecto a chicas
y chicos, los conocimientos suelen tener un carácter androcéntrico,
los libros tienen un matiz sexista, la organización y el reparto
de responsabilidades suelen estar con frecuencia estereotipados,
el protagonismo dentro de la clase recae casi siempre en los chicos,
a las chicas se les dice que pueden ser como los chicos, pero no
viceversa, etc. Casi todos los deportes los practican sólo los chicos,
no se valoran ni desarrollan las capacidades de las chicas (emociones,
afectividad, cooperación, intuición....), no se valoran los juegos
femeninos, en determinadas edades los chicos sienten la necesidad
de andar con los chicos, y las chicas con las chicas... En consecuencia,
desarrollan culturas e identidades diferentes.

Cierto que nuestros hijos e hijas están juntos en la escuela,
pero tienen dificultades para desarrollar su identidad. Los chicos
se ven obligados a asumir valores y adoptar actitudes que la sociedad,
la escuela y el propio grupo les imponen para ser auténticos
hombres, mientras que las chicas tienen que desarrollar aptitudes
y conductas masculinas que a pesar de que la sociedad (y la
escuela) las reconoce, no lo hace en la misma medida que con los
hombres. Además, las chicas, para llegar a ser auténticas mujeres,
deben asimismo desarrollar su feminidad.
Por tanto, es absolutamente necesario poner fin a los estereotipos
de género y recuperar a la persona, fomentar el desarrollo de su
identidad y apostar por un crecimiento integral. En eso consiste
la Educación, en el desarrollo de la identidad, que se fundamenta
en la independencia, en la autonomía y en la autoafirmación.
El feminismo lleva años querellándose contra el daño que el papel
asignado a las mujeres provoca a las chicas. De igual modo, es necesario
denunciar la supremacía del modelo masculino: a los chicos
se les exige que actúen sin piedad, se les inculca el deseo de venganza,
la falta de sentimientos, los malos tratos y la falta de respecto
hacia la mujer, el amar el riesgo y la lucha, y demostrarse a sí
mismos lo "machos" que son.
Pero la masculinidad no es algo nato. La vamos aprendiendo en
las relaciones de familia, en la relación que mantenemos con el
profesor y con la gente que nos rodea, en la educación que recibimos,
en los modelos y referencias que nos enseñan, en los cuentos, en
los juegos, en la televisión, en la sociedad... No obstante, tenemos
que saber en qué consiste esa masculinidad, entender cómo se ven
los hombres a sí mismos. Si echamos un vistazo a la Historia veremos
que los hombres han construido su hombría tratando de desvincularse
de todo cuanto tuviera algo que ver con las mujeres o con la feminidad.
Forman su identidad a partir de la negación de todo cuanto se considera
femenino y piensan que la mejor manera de llegar a ser hombres es
alejarse de lo que desde su infancia les han enseñado a despreciar.
Además, dado que la masculinidad tiene un mayor valor y prestigio
social, ven que se les presta mayor atención.

Del mismo modo en que las mujeres nos hemos replanteado el modelo
de feminidad tradicional por no resultar apropiado para el
desarrollo integral, la sociedad debería cuestionarse el modelo
hegemónico de la masculinidad, para que también el desarrollo
de los hombres sea más integral.
Si pensamos que la relación que cada cual mantiene consigo mismo
y con los demás es importante para el desarrollo personal y social,
ha llegado el momento de revisar las relaciones que mantenemos en
la sociedad y en la escuela. Muchas veces se nos impone un modelo
de masculinidad hegemónico que conduce a la violencia. La situación
de las escuelas es realmente asombrosa. Cierto que las mujeres tienen
una marcada presencia en la enseñanza, pero se mueven en un nivel
simbólico masculino en el que, aunque en menor medida que en otros
ámbitos públicos, las relaciones que imperan son competitivas y
jerárquicas.
Las estructuras sociales, la enseñanza inclusive, consideran legales
las relaciones basadas en un poder desequilibrado. A los chicos
se les sigue enseñando que en la historia, la ciencia, las artes
y en las resoluciones de nivel mundial los hombres son superiores
que las mujeres.

Lo "normal" siempre se ha evaluado según los patrones masculinos.
La falta de reflexiones sobre la masculinidad nos impide avanzar
en otros aspectos. Empezaremos a plantearnos el concepto de la masculinidad
cuando el hecho de ver a dos chicos besarse en la escuela deje de
resultarnos alarmante, cuando una pelea nos inquiete más que el
que muestren su afectividad. Resulta que vemos las peleas como algo
propio de su edad, mientras que lo último nos causa cuanto menos
extrañeza, y a veces incluso hace que nos sintamos incómodos.
Los pensamientos, en nuestra cultura, son dicotómicos. Se diría
que los razonamientos sociales son cosa de hombres, y los sentimientos,
por su parte, de las mujeres. Esta circunstancia no hace sino entorpecer
el desarrollo de un análisis en profundidad sobre las relaciones
basadas en la violencia o en el desequilibrio del poder.
Si queremos que las relaciones cambien, tendremos que erradicar
los parámetros típicamente masculinos imperantes, romper con la
dicotomía entre los conceptos público-privado, aceptar que la afectividad
tachada de femenina es parte integrante de las relaciones, ámbito
público inclusive, e identificar los sentimientos sin emitir juicios
previos. Todo ello nos ayudaría a ser sinceros. Y sinceridad y relación
están íntimamente ligadas.

En este sentido, ni en la escuela ni en la sociedad se dice la
verdad. Y, en caso de hacerlo, a la hora de intervenir no se le
presta atención. Me explico. El problema de la identidad masculina
dominante está considerado como un problema escolar, pero si queremos
intervenir en la política escolar o en las relaciones que surgen
en ella tendremos que empezar a diferenciarlas.
Me refiero a cómo se diferencia el género al llevar a cabo estudios
e investigaciones. Es importante identificar el problema cuando
se habla sobre la agresividad, la violencia, la discriminación y
la falta de motivación que se respira en las relaciones escolares.
Y el problema es que todavía nos falta mucho para poner el modelo
masculino hegemónico en entredicho y depositar nuestra confianza
y conceder nuestra aprobación a las culturas y conocimientos que
a lo largo de la historia han sido calificados como femeninos.
Para intervenir correctamente, tenemos que ser conscientes de
la íntima conexión que existe entre la violencia y la discriminación
y el modelo simbólico masculino que impera en nuestras relaciones.
Deberíamos apostar por un nuevo orden en el que participen los valores
que históricamente han sido considerados femeninos y que no se han
tomado -ni se toman- en serio.
Fotografías: Mikel Arrazola. Publicadas en
la revista EMAKUNDE Nº26, 30, 46, 49 |