Es
tal vez el componente más humilde de todas las comidas. Hoy día,
quizás, ha perdido gran parte de su importancia. Probablemente a
causa de su poder para ensanchar unos cuerpos que prefieren mantenerse
dentro de unas líneas que hubieran desencantado profundamente a
Rubens, además de haber avergonzado o, por lo menos, ofuscado a
sus orondas modelos.
Sin embargo todas las fuentes disponibles nos descubren que la
humilde masa que acompañaba a la comida principal del día y, hasta
bien entrado el siglo XVII -y con él el uso de cubiertos- actuaba
al mismo tiempo como alimento y herramienta para llevar éste a la
boca, tenía un valor esencial -de hecho, también sagrado- para los
europeos de los últimos quinientos años. Los vascos no parecen haber
constituido ninguna excepción a ese respecto, como vamos a comprobar
desde este punto. Los indicios documentales más antiguos que se
pueden encontrar sobre la clase de pan que comían los vascos de
la Edad Moderna se remiten, por el momento, hasta el año 1560. De
esa fecha, concretamente del 9 de agosto, es un documento firmado
en San Sebastián donde se señala como el mercader francés Guillermo
Casau trajo a aquel puerto en 15 de julio de 1560, a bordo del navío
La Magdalena de Marenas -al mando del maestre Guillermo Picolet-,
carga de trigo para vender de 11 a 12 reales la fanega a gente de
la provincia que se acercase hasta allí. La transacción le reportó
un total de 740 ducados y 210 escudos de oro. El 17 de agosto de
ese mismo año otro mercader llamado Françes Clerc manifestaba haber
vendido en ese mismo mercado 12 toneles de trigo traídos hasta allí
por el navío La Catalina. A 10 reales la fanega le habían hecho
ganar 200 ducados en tres días.
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Gran banquete flamenco, el de
la Guilda de los arqueros, obra de Cornelis Anthonisz. Rijksmuseum,
Amsterdam.
Fuente: LUJÁN, Nestor. "Historia de la Gastronomia". Ed. Folio.
Barcelona. 1997. |
Así pues el pan de trigo, como vemos, resulta una valiosa mercancía
para los vascos de la época. Tanto que, de hecho, no será raro que
acabe convertido en moneda. Ese fue el caso entre las vecinas de
Hondarribia María Miguel de Yanci y María de Çapiayn. La primera
demandó a la segunda en 1 de septiembre del año 1600 por una deuda
de 33 reales y medio. Justo lo que montaba la cantidad de trigo
y "arina" que le había prestado. Así parece también haberlo considerado
la vecina de Pasai Donibane María Esteban Sotelo. Ésta reclamaba
ante el tribunal local en 1731 que Magdalena de Yridoi le pagase
el resto de los 20 escudos de plata que le había prestado. La deuda
se había satisfecho en parte porque la acusada le dio 5 fanegas
de trigo, pero consideraba que aún se le debían 40 reales de a ocho.
Extremo del que discrepó Magdalena, señalando que cada fanega de
las que le había llevado valía de 34 a 36 reales que, sumados a
los 3 "cornelos" de maíz que también le entregó -a 27 reales de
plata-, reducían la deuda a 36 reales.
No es extraño que se le otorgase un valor tan elevado y no podemos
achacar casos como éstos sólo a una posible falta de liquidez en
la circulación de moneda en el país. Otro documento fechado en hora
tan temprana como 1594 aclara algo este punto.
La guerra desatada entre Felipe II de España y los hugonotes franceses
había puesto en serios aprietos las líneas de abastecimiento de
trigo que tan eficazmente hemos visto funcionar a mediados de ese
siglo XVI. Así la Junta y Diputación de Gipuzkoa y ayuntamientos
como el de Hondarribia protestaban enérgicamente ante el rey severo
porque bajo la capa de hacer guerra al hereje se asaltaban mercantes
con carga de trigo. Tal y como le había ocurrido a algún navío que,
tras vender el trigo, se ha visto "lonbardeado" -por las lombardas,
naturalmente- de un barco corsario de Santander que operaba con
base en Pasaia. Las quejas arreciaron y llegaron hasta oídos de
las autoridades militares destacadas en la zona. Así, un oficial
se dolía junto con el ayuntamiento de Hondarribia, de la escasez
del preciado pan que obligaba a los habitantes de aquella importante
plaza fuerte del reino a una necesidad tan grande "y sin genero
de remision" como para forzarles a comer sin la compañía de pan
"gamones (por jamones), y sardina fresca que matan y carnes". Un
testimonio que, en efecto, indica que el hambre existe para esta
gente con la sola falta del humilde -pero al parecer imprescindible-
pan.
Al margen de que el capitán Ruy Díaz de Linares estuviera siendo
irónico -un extremo éste que no podemos dejar de descartar- es evidente
por otra documentación que el pan, esencialmente de trigo, era vital
para los vascos de la Edad Moderna. Tanto como para cualquier otro
europeo de las mismas fechas y la ausencia o escasez del mismo podía
provocar consecuencias funestas. Sin volver a aludir aquí a la machinada
de 1766 eso es lo que se deja ver en la alarmada rapidez con la
que en 1780 el corregidor del Señorío de Bizkaia se apresuró a detener
la "grande extraccion" de trigo y maíz desde los puertos del territorio
bajo su jurisdicción. La guerra contra Inglaterra, a favor de los
nacientes Estados Unidos de Norteamérica, ocasionaba una escasez
general y de ella podían provenir "gravisimos incombenientes" si
además se drenaba el existente en el Señorío por aquella vía.
Nueve años después el alcalde de Hondarribia se esforzaba por la
misma causa. Es probable que ya hubiera llegado hasta la plaza fronteriza
algún rumor sobre lo que estaba pasando en Francia, donde una imprudente
observación de la reina sobre esa misma escasez de trigo y falta
de pan provocó un ardoroso motín que acabó siendo de fatales consecuencias
para aquella cabeza tan frívola. De escarapelas tricolor e insolencias
a favor de la revolución no tardó demasiado en saber aquella corporación.
La escasez de un pan que, como vemos, resulta vital sólo podía agravar
una situación tan explosiva como la del verano de aquel año. De
ahí la inquietud de aquellos alcaldes y regidores por abastecer
rápidamente a la ciudad.
No sabemos mucho más sobre el pan en el País Vasco de la Edad Moderna.
Ni siquiera si en muchas ocasiones era aquel de mala calidad -salvaje-
al que se refirió en su día el historiador Piero Camporesi. Ni los
documentos ni el Anónimo inglés del que hablaremos en otros capítulos
de esta serie cuentan gran cosa a ese respecto. Sin embargo no podemos
decir que no hayamos aprendido algo nuevo sobre la importancia que
para la antigua cocina vasca tenía tan poca pero importante materia.
Carlos Rilova Jericó, historiador |