Un
aspecto no sólo interesante sino realmente apasionante es
el de nuestra permanencia en este mundo como vascos a través
del tiempo y de las distancias, de las condiciones circunstanciales
y aun de las adversidades que se nos opongan.
Ejemplos vivientes de lo anterior han sido los mismos vascos y
sus descendientes que en el ancho mundo han influido con la naturalidad
y sencillez que les es propia para mejorar las cosas, como es el
caso de los colonizadores de América incluidos los del Occidente
y Noroeste de México y las Filipinas, a los que nos estamos
refiriendo en esta serie de artículos.
Vascos fueron los principales realizadores de la independencia
de los territorios de España en las Américas, que
sin fijarse en los aspectos políticos de la gesta ni si había
algún gran interés de la futura gran potencia del
norte del continente en lograr tal emancipación para sus
propios fines, actuaron guiados sólo por su natural
tendencia a buscar la libertad, el don más preciado para
todo vasco, y así, vemos que los caudillos de la causa pertenecían
a linajes vascos tan ilustres como los Bolívar (Goríbar),
Allende y Unzaga, Aldama, Abasolo, Cortazar, Michelena, Javier Mina,
Iriarte, Ansorena y muchísimos más, entre los cuales
destaca de manera muy especial Agustín de Iturbide Aramburu,
consumador de la Independencia y Primer Emperador de México,
de quien nos ocuparemos en capítulo aparte por su gran significación
histórica y aclararemos eso de "Primer Emperador",
que aunque suena incompatible con lo vasco, tiene su connotación
muy peculiar, de la que vale la pena ocuparse.
Es curioso que casi la totalidad de estos caudillos nacieron en
la parte del Occidente de México, en los actuales estados
de Guanajuato y Michoacán y zonas aledañas, por lo
que hablaremos de su desempeño y logros obtenidos o fracasos
sufridos en sucesos ocurridos en esta región.
A la entrada de Napoleón en España y la imposición
de su hermano José en el trono de la Península cundió
el descontento en la Nueva España y un movimiento que en
principio no era independentista pero que derivó en eso comenzó
a conspirar con la intención de traer al rey español
para que gobernara desde aquí y al efecto se levantó
en armas en el pueblo de Dolores, Guanajuato, al grito de ¡Viva
Fernando Séptimo, muera el mal gobierno! dado por el cura
Miguel Hidalgo y Gallaga. Las autoridades virreinales se dieron
cuenta y comenzaron a perseguirlos derivando la situación
en un movimiento abierto de independencia.
Desde que se integró la junta que conspiraba a favor de
la citada causa en la ciudad de Querétaro ya figuraban en
ella los capitanes del Regimiento de Dragones de la Reina Ignacio
María de Allende y Unzaga, José Mariano Abasolo, Juan
Aldama y su hermano Ignacio.
No entraremos en muchos detalles sobre la vida de cada uno de estos
personajes de padres vascos, sobre los cuales podría escribirse
un libro por cada uno, para no hacer demasiado farragoso este artículo
y sólo diremos lo esencial, lo suficiente para darnos cuenta
de su personalidad plena de muchos aspectos característicos
de nuestra peculiar raza milenaria.
Mariano Abasolo nació en 1783 en el pueblo de Dolores
-hoy llamado Dolores Hidalgo por ser en este lugar donde el cura
Hidalgo dio el grito de rebelión que prendió la mecha
de la Revolución Insurgente en septiembre de 1810- y acompañó
a este caudillo en su entrada a la población de San Miguel
el Grande -hoy San Miguel de Allende- y luego a Guanajuato, estuvo
en la Batalla de las Cruces, que dirigió Ignacio Allende
y estuvo a punto de culminar con la toma de la ciudad de México,
capital de la Nueva España, lo que hubiera dado por resultado
la pronta terminación de la lucha con el triunfo insurgente
pero la indecisión de Hidalgo malogró esta victoria.
Continuó acompañando a éste a lo largo de su
campaña, incluso en la derrota insurgente a manos de los
realistas en la Batalla de Puente de Calderón. Fue hecho
prisionero junto con los demás jefes insurgentes y conducido
a Chihuahua, donde gracias a los esfuerzos de su esposa, María
Manuela Taboada y por su conducta honesta y disciplinada durante
el proceso fue uno de los pocos jefes que pudo salvar la vida, aunque
fue deportado a España bajo pena de prisión perpetua
y confiscación de todos sus bienes. Falleció en 1816
en el castillo de Santa Catalina, en el puerto de Santa María.
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Palacio del emperador Agustín de Iturbide
y Aramburu en México. Fot. I. Linazasoro |
Ignacio Aldama nació en San Miguel el Grande, Guanajuato,
pero se desconoce en qué fecha. Ahí mismo hizo sus
estudios hasta que se marchó a la capital de la Nueva España
para estudiar en la Real y Pontificia Universidad de México
la carrera de abogado, de la cual se recibió pero que no
ejerció pues prefirió dedicarse a la agricultura,
en la que logró prosperar y hacerse de un respetable caudal.
Se unió a los insurgentes con su grado de Capitán
del Regimiento de Dragones de la Reina el 16 de septiembre de 1810
y el Colegio de Abogados lo expulsó de su seno al enterarse
de ello. Los insurgentes le confirieron el mando político
y militar de San Miguel el Grande. Participó en la batalla
de Aculco, una de las más desafortunadas para los rebeldes
y con Allende marchó a Guanajuato y Guadalajara; en esta
ciudad contribuyó a la publicación del periódico
El Despertador Americano y trató de organizar el gobierno
independiente; en Saltillo, fue ascendido a Mariscal de Campo y
nombrado embajador en Estados Unidos y coordinador de la ayuda en
dinero y pertrechos de guerra que el gobierno de Washington destinó
a la insurgencia. Al llegar a Béjar, Tejas, fue aprehendido
y trasladado a Monclova, lugar en donde fue fusilado el 20 de junio
de 1811. Antes de morir publicó un manifiesto lleno de resignación
y humildad en el que pidió perdón a quienes hubiese
causado algún daño.
Juan de Aldama era hermano de Ignacio y tío de otros
dos caudillos de la Independencia: Mariano y Antonio. Nació
en 1769 en San Miguel el Grande, Guanajuato, y murió en Chihuahua
el 26 de junio de 1811. Siendo Capitán del Regimiento de
Dragones de la Reina conspiró desde 1809 por la Independencia
y trató de diferir la fecha de inicio de la lucha al ser
descubierta la conjura, En Celaya recibió el grado de Mariscal.
Antes había participado como Teniente Coronel en la batalla
del Monte de las Cruces y se opuso, junto con Allende, a retirarse,
como quería Hidalgo, cuando ya tenían la victoria
en sus manos y sólo faltaba la fase de explotación
del triunfo para tomar la capital de la Nueva España, con
lo que habría terminado la guerra con la derrota del gobierno
virreinal.. Acompañó a Allende en la, defensa de Guanajuato
y participó en la batalla del Puente de Calderón,
que terminó con la derrota de los insurgentes y de su causa,
al menos temporalmente. Marchó hacia el norte en busca de
apoyo de Estados Unidos pero fue detenido junto con otros caudillos
en el punto conocido como Acatita de Baján y luego conducido
a Chihuahua en donde fue pasado por las armas. Luego de esto, su
cabeza fue expuesta en la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.
En 1823 fue declarado Héroe de la Patria y sus restos reposan
en la capilla de San José en la Catedral de México.
La ciudad de León de los Aldama, Guanajuato, lleva ese nombre
en honor a los insurgentes de este apellido.
Mariano Aldama, sobrino de Juan, fue también insurgente
desde 1810 e Hidalgo le dio despacho e Mariscal para operar en la
llamada Sierra Gorda. Fue derrotado el 1º. De mayo de
1811 en el cerro de La Magdalena y en agosto se presentó
en la Población de Apam, hoy estado de Hidalgo, en donde
se le unió el también insurgente Francisco Osornio.
Se apoderó de varias poblaciones de esa región hasta
que fue muerto en el rancho de San Blas en unión del insurgente
Ocádiz por el propietario del mismo, José Cazalla,
quien se había fingido amigo. El jefe realista De Llano hizo
matar y descuartizar a Cazalla por este hecho y expuso su cadáver
en público por algún tiempo.
Ignacio
María de Allende y Unzaga. Nació en San Miguel
el Grande, Guanajuato, en 1769 y era heredero de una regular fortuna
pero desde joven abrazó la carrera de las armas y para cuando
estalló la revolución de Independencia él era
el jefe lógico de este movimiento pero declinó a favor
del cura Hidalgo que se mostraba ansioso de encabezarlo. Ganó
sus primeros ascensos en Tejas, bajo las órdenes del General
Félix María Calleja cuando en 1801 batieron al aventurero
norteamericano Nolland. Era buen jinete y muy aficionado a los ejercicios
de campo y a las maniobras y simpatizaba, como buen abertzale, con
la idea de la independencia; cuando los conspiradores fueron aprehendidos
él siguió conspirando y al fin se sublevó con
su Regimiento Provincial de Dragones de la Reina. Tomó varias
poblaciones y ciudades, entre ellas San Miguel y Celaya y su principal
preocupación fue siempre infundir disciplina a las chusmas
que en número de 40 mil hombres componían entonces
su fuerza -que no podía llamarse ejército sino horda-
y mucho tuvo que luchar también con los caprichos, la ignorancia
en cuestiones militares y la egolatría del cura Hidalgo,
que provocaron muchos errores capitales en esas tropas. A Allende
lo ponían fuera de sí los saqueos y las matanzas que
ordenaba Hidalgo así como sus errores tácticos y estratégicos
en la guerra y terminó por apartarse de él, aunque
no lo abandonó por completo. Después de la batalla
del Monte de las Cruces, en que Hidalgo, como ya dijimos, se asustó
de su propio triunfo y ordenó la retirada de su fuerza, con
la consiguiente dispersión de ésta y con la posterior
derrota de Aculco, Allende marchó a Guanajuato para defender
la ciudad y ahí mostró sus cualidades de organizador
y se dedicó a fundir cañones, barrenar peñascos,
fabricar armas y producir pólvora. Demandó sin éxito
el apoyo de Hidalgo, que se hallaba en Valladolid -hoy Morelia,
de Iriarte, quien estaba en San Luis Potosí y fue el único
que intentó ayudarlo, y del "Amo" Torres, que estaba
en Guadalajara, en espera del anunciado ataque a la ciudad por parte
de Calleja, quien al fin la capturó y Allende se marchó
a Guadalajara, de donde partió en compañía
de Hidalgo para dirigirse al norte, concretamente a Saltillo; en
el trayecto fueron derrotados por las fuerzas de Calleja en el punto
llamado Puente de Calderón, de donde huyeron al norte.
En Zacatecas, Allende relevó en el cargo de Generalísimo
a Hidalgo y al continuar su marcha los caudillos fueron detenidos
por el Coronel Elizondo en el mismo punto ya citado de Acatita de
Baján, el 21 de marzo de 1811, de donde fueron conducidos
a Chihuahua para ser procesados. Allende también fue condenado
a muerte y pasado por las armas el 26 de mayo de 1811, junto con
otro jefe insurgente de apellido Jiménez, Juan Aldama y Manuel
Santamaría.
Su cabeza fue colgada, también, dentro de una jaula en una
esquina de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, en
donde permaneció hasta marzo de 1821, en que Anastasio Bustamante
la hizo quitar. Sus restos reposan en la Columna de la Independencia
del Paseo de la Reforma, en la ciudad de México. |