Gonzalo
Javier Auza
Esta fantástica y consistente expresión puesta en boca del revolucionario John Vincent Moon por Jorge Luis Borges y referida a Irlanda apareció destacada frente a mí cuando releía su texto “La forma de la espada”.
Patrick O’Sullivan, de la Irish Diaspora Research Unit de la Universidad de Bradford, fue expositor en el último Congreso Mundial de Colectividades Vascas y dio muestras de una formación cultural amplia, a la vieja usanza europea. Un soplo de aire fresco en el mundo de la superespecialización. En su ponencia sobre la diáspora irlandesa mencionó casi al pasar un ensayo suyo no publicado sobre Borges y los irlandeses, que seguramente sería provechoso que llegara a imprenta. Con ello, luego de su exposición y al regresar a Argentina no pude evitar la tentación de releer los textos de nuestro escritor en la clave propuesta por el académico. En “La forma de la espada” apareció, clara, la descripción de Irlanda del título, en boca de los “republicanos”, “católicos” y “románticos” de Borges, como una definición del presente vasco. Podríamos decir con Moon que Euskal Herria es nuestro porvenir utópico y nuestro intolerable presente. Sería un reflejo del hastío que colma el ánimo del ciudadano de a pie, harto de todas las violencias y enfrentamientos y ansioso de un porvenir de paz y de reposo en la Europa de los pueblos.
Para el octavo herrialde podríamos descartar lo de “intolerable presente”, pero nos quedaríamos con “el porvenir utópico”. Ahora bien, ¿cómo se entrelazan los futuros posibles de los territorios europeos y del octavo herrialde? ¿Cuál es la utopía común para un país inmerso en una profunda crisis?
La utopía
Según algunos el proyecto utópico es el motor de la esperanza de un cambio positivo. Aunque es cierto que a lo largo de la historia muchas utopías condujeron al totalitarismo, a la opresión del presente sobre cualquier futuro. Por eso, desde finales del siglo XX la utopía se convirtió, para muchos, en agente de retraso, en gestora del pasado más que del futuro. El hegemónico “fin de las utopías” habría sido, así, el suceso favorable de un cambio de época en la que reinaría la libertad y el bienestar. En cambio, hasta ahora, sólo trajo homogeneización de los modelos políticos, filosóficos y culturales. Estupidización y filototalitarismo.
Si en muchos casos las utopías provocaron lo peor de la historia, también lo peor de la historia gestó las utopías, en tanto las principales obras del género abierto por Tomás Moro nacieron a partir de los datos de la realidad concreta, como un llamado de atención frente a las urgencias del momento. La utopía se constituyó, así, como signo de rebelión, de desajuste entre el ser y el deber ser buscado.
Ahora bien, siempre existieron y existen utopías oficialistas. El utopismo llega al poder, la utopía se convierte en dogma y nace el tirano. Comunismo, fascismo, unidades nacionales edificadas con las armas, etc.
¿Cómo mantener, entonces, el proyecto utópico en sus cauces de libertad, aún cuando se haga realidad? El mundo moderno puede dar cuenta de esa posibilidad también: convive junto a instituciones que en su momento fueron proyectos utópicos, como es el caso de los derechos humanos, civiles, políticos, económicos (que siguen siendo para muchos millones en el mundo una utopía), entre otras. Estos son signos de la validez de la utopía en tanto anhelo auténtico a favor del hombre.
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Grabado anónimo para una edición de 1518 de Utopía de Tomás Moro. |
La paz
En Euskal Herria el anhelo sincero a favor del hombre reclama hacer realidad ante todo la pequeña gran utopía de la paz, el fin de todas las formas de violencia contra la vida, contra los derechos individuales y colectivos, contra la cultura, la identidad y la libertad. ¿Hoy no es esa la primera utopía vasca? ¿Cómo participa de esa esperanza la diáspora?
Quizá sea interesante tomar en cuenta algunas características de la organización de los irlandeses del exterior en el proceso de paz de su patria. Patrick O’Sullivan comentó en el Congreso de julio el caso de los Ireland Fund, una red internacional distribuida en el mundo, que trabaja con las siguientes metas: “Paz y reconciliación”, “Desarrollo de la comunidad”, “Educación” y “Arte y Cultura”. Esta red no tiene especial dedicación al sostén de la identidad irlandesa en la diáspora, sin embargo toma a ella como fuente de financiamiento. Su tarea permite destinar recursos para asegurar la paz en Irlanda -una gran parte de sus proyectos están destinados a la infancia-. De otro modo, esos fondos podrían haber sido destinados a causas no pacíficas en el mismo país, según explicó O’Sullivan.
La diáspora vasca, en la mayor parte de sus colectividades, no tiene una capacidad de sostener financieramente proyectos en Euskal Herria. Por el contrario, requiere del apoyo económico de, por ejemplo, el Gobierno Vasco para solventar su existencia organizada. Ahora bien, hay otros recursos fundamentales de la diáspora que podrían ser analizados en función de los horizontes a los que se orientan: los de tipo intelectual. ¿Hacia dónde se destinan los recursos intelectuales de los vascos del exterior? ¿a la construcción de la paz o al incremento de las diferencias? ¿Cuántos proyectos surgidos en el octavo herrialde han tenido como objetivo y contribuido de modo constante a la paz?
La diáspora, de un modo u otro y con matices diferenciales en cada país, en cada pequeña comunidad y en cada integrante de esas comunidades, intenta comprometerse con la realidad de Euskal Herria. Sin embargo, es cierto que, en general, hay un desfase importante entre la agenda europea y la de la diáspora. En ese contexto resulta difícil despertar el anhelo de la paz con la misma fuerza con que se vive en Vasconia, que duele en la piel y en el alma; pues Euskal Herria es a veces una construcción intelectual alejada de la realidad vital y, por tanto, un absoluto unicolor, sin matices.
Si se pudiera llevar la agenda de Euskal Herria a la diáspora sería más sencillo articular los recursos intelectuales de los vascos con guión y destinarlos a la construcción de la paz, a pesar de las diferencias políticas, en un marco democrático. Ese sería un aporte fundamental de los miembros del octavo herrialde a la edificación del futuro común.
Si no se coordinaran los esfuerzos de la diáspora a favor de una paz verdadera y que dure en el tiempo, sostenida sobre la justicia y la verdad y por intermedio de una solución dialogada del conflicto, estaríamos remando a favor de una Euskal Herria que sólo existe en los libros, no de la real.
Por eso, quienes pertenecemos a las distintas comunidades vascas del mundo nos vemos confrontados a la urgencia de generar ámbitos de diálogo y entendimiento, en lugar de favorecer la confrontación. Estas instancias de diálogo no deberían significar una claudicación de derechos individuales o colectivos, ni la renuncia a los reclamos legítimos; pero sí la suspensión del enfrentamiento y del crecimiento de la brecha que separa a los mismos vascos.
Para favorecer el diálogo en Euskal Herria deberíamos comenzar por profundizar el diálogo y el entendimiento en el interior mismo de nuestras colectividades, muchas veces sin suficientes vasos comunicantes que permitan un intercambio y enriquecimiento a lo largo del tiempo.
El paso previo al diálogo es una actitud de apertura hacia el otro, hacia el diferente, hacia el que quizá piensa distinto. Una actitud de humildad pero de grandeza es tender la mano primero con el deseo de salvar distancias, acercarse, conocerse.
Quizá podamos aprender de los proyectos irlandeses, que promueven el intercambio entre niños católicos y protestantes; el rediseño de barrios donde conviven pacíficamente familias de religión distinta y quizá posiciones políticas diversas; la solidaridad con jóvenes de distinto origen y el desarrolla de programas de integración social, entre otros.
La diferencia de circunstancias entre Irlanda y Euskal Herria, no se pueden obviar; pero se pueden abstraer de cada caso las razones básicas que permiten a las personas establecer puentes a pesar de los conflictos y obligar a los actores políticos a saldar diferencias a través del mismo diálogo.
La utopía de la paz en Euskal Herria, que debemos ayudar a construir y para lo cual necesitamos establecer bases de diálogo democrático en nuestras comunidades, requiere una lucidez extrema para conocer las consecuencias de nuestras acciones. ¿Nuestras palabras y nuestros actos construyen la paz? ¿Contribuimos a la superación del intolerable presente mediante la construcción de un porvenir utópico acorde a las expectativas de todos los vascos? Si no tenemos claro eso, quizá estemos actuando como otro personaje irlandés de Borges, Fergus Kilpatrick, un “héroe” dual que en realidad era un traidor.
Referencias bibliográficas
Borges, Jorge Luis, “La forma de la espada”, en Ficciones, Obras Completas I, Barcelona, Emecé, 1996, pp. 491-495.
Borges, Jorge Luis, “Tema del traidor y del héroe”, en Ficciones, Obras Completas I, Barcelona, Emecé, 1996, pp. 496-498.
O’Sullivan, Patrick, The irish diaspora, yesterday and today, ponencia en el 3° Congreso Mundial de Colectividades Vascas, Gasteiz, junio de 2003. (inédita)
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