51º Festival de Cine de Donostia 2003: Corea y MagrebEscuchar artículo - Artikulua entzun

Juan Miguel Gutiérrez, miembro de la sección de cinematografía de Eusko Ikaskuntza

Todavía resuena el ruido de las cacerolas de los huelguistas del María Cristina despidiendo a las últimas estrellas que todavía permanecen en la ciudad y todos los cinéfilos, con los ojos enrojecidos por horas y horas de proyección, nos dedicamos ya a escarbar en la memoria, buscando aquellas imágenes, aquellas emociones que permanecerán cuando el resto de estímulos se hayan quedado atrás, en el olvido.

No existe ninguna persona que haya podido ver todas las películas del certamen puesto que no hay tiempo material para ello. Por lo tanto, la selección que haga cada crítico dependerá de lo que haya podido ver, fijándose en una perla escondida en una sección secundaria y olvidando, tal vez, (aunque no sea mi caso) una Concha de oro a la que falté por un compromiso profesional.

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“Memorias de un asesinato”

La sección oficial no es a priori la más interesante de la muestra, ya que las imposiciones de la competición limitan bastante las posibilidades de elección. Cuatro filmes destacan, sin embargo, en ella: “Memorias de un asesinato” del coreano Bong Joon-ho ha sido, en mi opinión la mejor película del certamen: aquella que tardaré tiempo en olvidar, capaz de trasmitir, a través del humor y una manera propia –coreana- de narrar, no sólo las peripecias de una historia policiaca de suspense sino que, adentrándose en el fondo de las personas, consigue contar el itinerario espiritual hacia la degradación moral de los policías protagonistas. De la introspección personal pasamos con toda naturalidad al análisis de una sociedad rural y del marco político que la condiciona. Lo singular se funde en lo colectivo y lo específicamente coreano se transforma en universal.

A considerable distancia pero asimismo estimable nos encontramos el impresionante viaje hacia el interior del miedo presente en la violencia doméstica, realizado por Iciar Bollain en “Te doy mis ojos”. El itinerario, no sólo se realiza hacia el miedo físico de la mujer maltratada sino también , hacia el miedo del maltratador, miedo a no saber controlarse, miedo a perder a la persona que quiere con toda su alma y cuyo impulso de ira no sabe controlar. Como diría la propia Iciar: “comprender no es justificar y es el primer y primitivo paso para cambiar”. Película necesaria, valiente, nada maniquea, con unas interpretaciones que rompen la pantalla para instalarse en la ficción cercana a la vida, reflejo fiel de la realidad.

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“Te doy mis ojos”

“Suite Habana” del cubano Fernando Pérez toma el documental como punto de partida para ofrecer un retrato de los cubanos de hoy, que se convierte, tal vez sin quererlo el propio realizador, en el documento de denuncia política más estremecedor sobre la realidad cubana que hayamos podido ver. Son 24 horas en la vida de habaneros corrientes. Cada uno de ellos transporta sus sueños cotidianos que intenta realizar en una ciudad en la que reina la tristeza de las gentes que la habitan. Son vidas grises, sin grandes esperanzas. El único islote dentro del desánimo generalizado es la figura de un niño, síndrome Down, cuya presencia irradia cariño y alegría en todos los que le rodean. Alejada de tópicos “Suite Habana” es la más demoledora crítica a un sistema político que ha generado, a pesar de tantos y tantos logros positivos, también su anverso, algo impensable en la isla: la tristeza.

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“Suite Habana”

“Vías cruzadas” del americano Tom McCarthy , por el contrario, genera felicidad profunda a través de la descripción de la vida de tres personajes singulares que forman un microcosmos de marginados, unidos por el respeto y el cariño que se profesan. Destaca entre ellos la figura de Fin, un enano “cazador de trenes” que derrocha naturalidad y humor. Un canto al respeto a la singularidad que se ve con el corazón alegre y emocionado al mismo tiempo que divertido.

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“Vías cruzadas”

“Verónica Guerin” de Joel Schumacher, “Noviembre” de Achero Mañas, “La joven de la perla” de Peter Webber no son obras maestras pero sí mantienen cualidades de buen cine sin llegar al interés de las citadas anteriormente. El resto del certamen mejor olvidar inclusive una Concha de oro “Miedo a disparar” del georgiano Dito Tsintsadze en la que sólo se salva un último cuarto de hora interesante.

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“Verónica Guerin”

Zabaltegi nos hizo ver una producción coreana que tiene unos planteamientos éticos y estéticos radicalmente distintos a la citada anteriormente. “Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera” de Kim Ki-duk es un canto taoísta que habla de la iniciación espiritual en el marco de una comunión con la naturaleza. En imágenes suntuosas, de tempo lento y preciosismo en luces y colores, los cuatro elementos presocráticos se unen a la madera tao para constituir la base de un aprendizaje vital en el que destaca el mensaje principal: el amor si se une al deseo de posesión termina por destruir a la persona amada.

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“Noviembre”

“En este mundo” es un trabajo del inclasificable pero excelente Michael Winterbottom, al que el festival dedicó una retrospectiva de su obra. Rodada con cámaras domésticas y en condiciones de producción precarias, el film narra la odisea de dos hermanos que salen de un campo de refugiados del recién invadido Afganistán para, tras atravesar medio mundo, llegar a Londres. Winterbottom no dramatiza, coloca la cámara en el lugar en que están los personajes y deja que filme. La realidad, con su dramatismo, se impone. De la crudeza de las imágenes surge una denuncia que golpea nuestras conciencias de occidentales acomodados y poco dados a la solidaridad.

Bernardo Bertolucci en “Soñadores” vuelve a sus orígenes después de un largo período embarcado en producciones espiritualistas y describe la revolución de Mayo del 68, destacando lo que supuso como cambio de mentalidad entre los jóvenes que la vivieron. Encerrados en una habitación, mientras en la calle resuenan gritos de los manifestantes y sonidos de los disparos, tres amigos desarrollan los postulados de la revolución en sus propios cuerpos, experimentando los logros y contradicciones del cambio que se está viviendo. El cine es su vida y la iconografía que genera es la mejor manera de expresar los estados de ánimo y experiencias que se perciben. Es posible que la sociedad haya ido poco a poco desmontado los logros de los jóvenes revolucionarios pero, sin duda, la vida en Europa no ha sido la misma desde entonces.

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“La joven de la perla”

No ha sido un buen año para el cine vasco. A la escasez de películas se une la baja calidad de las mismas. Lo último de Ramón Barea, cuyo título desconozco, según informaciones fiables, no logró pasar el control del comité de selección ni siquiera para Zabaltegi. “El final de la noche”, opera prima de Patxi Barco, sí que lo hizo. Es una película de guión flojo, que hace aguas por todos sitios ya que no funcionan ni la interpretación, ni la credibilidad de los personajes, ni los componentes técnicos de la realización, como son dirección de fotografía, excesivamente plana y sin matices; composición musical más al servicio de la melodía que de la propia dinámica que genera el film; planificación pobre influenciada por el estilo televisivo; producción modesta en la que se valora más el ahorro que supone el rodar en escasas cuatro semanas., que el cuidado de los elementos técnicos. Podría seguir en la misma línea crítica, pero prefiero únicamente subrayar dos detalles: el primero concierne al control de nivel de calidad que tendría que establecerse en nuestras producciones. No puede valer todo y cualquier cosa, so pena de ofrecer un producto como el que comentamos, válido tal vez para el mercado televisivo pero no para el cine.

La segunda observación hace relación a las temáticas que últimamente aborda el cine vasco. Hace ya demasiado tiempo que estamos obsesionados por ofrecer productos de cine de género, olvidándonos de tantas y tantas historias en las que el universo individual y colectivo de nuestro pueblo pueda expresarse. Llama poderosamente la atención que los guiones no nos salgan de las tripas, que sean historias que en el fondo no llegan a implicarnos. Recomiendo, en este sentido, el visionado de las películas que pasaron en la sección “Entre amigos y vecinos”. A pesar la multitud de temáticas abordadas se notaba que los temas eran vividos, que el cine era algo más que un pasatiempo para ricos y consumidores de televisión. Era y es una modo de expresarse personal, al mismo tiempo que una manera de construir país.

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“Soñadores”

Construir país y tratar de saldar una deuda personal es la posición que adopta Julio Medem, con una honradez personal y virtuosismo técnico envidiables, en “La pelota vasca: la piel contra la piedra”. Un documental necesario, lastrado por el claro boicot de los que veían en él un peligro cierto, constituye un aldabonazo tan fuerte como lo fueron, salvando las distancias en el tiempo: “Ama Lur” de Néstor Basterretxea y Fernando Larruquert en este mismo Festival en 1968 o “El proceso de Burgos” de Imanol Uribe, en el de 1979. Bravo a Julio por su película y gracias por devolvernos la esperanza, entre otras cosas, en este cine vasco de nuestros amores y nuestros desengaños.

La gran sorpresa de este festival ha sido la retrospectiva que he citado anteriormente: ”Entre amigos y vecinos: una puerta abierta al Magreb”, cine desconocido pero que, a pesar de las condiciones de extrema dificultad – falta de financiación, escasez de medios, censura, etc. – con que se produce contiene unos rasgos de identidad notables, una urgencia por hacer cine comprometido admirable y una variedad de temas y estilos sorprendente. Un verdadero ejemplo para otras cinematografías, entre ellas la nuestra.

Fotografías: www.sansebastianfestival.ya.com

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