Agustín de Iturbide, Libertador de MéxicoEscuchar artículo - Artikulua entzun

Gorka Rosainz Unda

Vasco de cuatro costados, como a él mismo le gustaba llamarse frecuentemente, Agustín de Iturbide y Aramburo, nació en la ciudad de Valladolid, hoy Morelia, en el actual estado de Michoacán, el 27 de noviembre de 1783, en el seno de una familia acomodada, poseedora de vastas extensiones de tierra, entre ellas las haciendas de Apeo y Guaracha.

Su padre era de Pamplona, aunque fue bautizado en Peralta y se llamaba José Joaquín de Iturbide, en tanto que su madre nació en la misma Valladolid y era hija, también, de padres vascos.

A los cuatro días de nacido fue bautizado con los nombres de Agustín, Cosme y Damián, en la Catedral vallisoletana por el canónigo don José de Arregui. Andando el tiempo, el niño llevaría los nombres de Agustín de Iturbide y Aramburo y Arregui, “el del camino fuerte” o “el Varón de Dios”, como le pusiera cierto latinista antiguo maestro suyo, o “Agustinus Dei Providentia”, como el Congreso del Imperio Mexicano decretó que se pusiese de lema bajó el busto desnudo en la moneda imperial.

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La bandera de las Tres Garantías (Unión, Religión e Independencia) con el águila coronada.

Agustín de Iturbide fue, con toda la naturalidad y sencillez propia de todo vasco, consumador de la Independencia de México y creador de su bandera nacional, cuyos colores significan lo que él llamó “Las Tres Garantías”: Religión, Unión e Independencia. Por cierto, como dato adicional, fue él quien dio el nombre de México a todo el país pues antes sólo se llamaba así la ciudad capital de la Nueva España. Fue proclamado por el pueblo su primer emperador con el nombre de Agustín I, cuyos dominios abarcaban desde Oregón y Luisiana, en lo que ahora es territorio de la Unión Americana, hasta Colombia, incluida toda Centromérica.

Un vasco emperador es algo que, considerado a la ligera, puede parecer muy surrealista pero no hay que olvidar que los vascos se cuecen aparte y que siendo vasco se puede ser emperador o lo que se quiera sin perder la brújula de su esencia y de lo que se pretende. En casos como este puede decirse que el vasco es primero vasco y luego emperador si conviene y así sucedió con Iturbide.

Agustín I no deseba ser emperador, como pretenden acusarlo sus detractores, no lo deseaba ni le interesaba pero como fue él el caudillo que logró llevar a buen término la revolución de Independencia y además tenía las cualidades necesarias y la popularidad requerida para encabezar el gobierno del naciente país, sólo él podía asumir esa responsabilidad y por eso el pueblo, con el abierto apoyo de todo el Ejército, lo elevó al trono.

Ahora bien ¿por qué un imperio? ¿por qué no una república, como estaba en el plan trazado por el gobierno de Estados Unidos? Por la sencilla razón, en principio, de que un país que apenas está naciendo a su independencia y que durante toda su historia fue gobernado por autoridades absolutistas y despóticas y además con tantas diferencias raciales, sociales, económicas, religiosas y de todo género no puede de buenas a primeras autogobernarse democráticamente, como querían los estadounidenses. Iturbide, con la transparencia de un vasco pretendía un imperio constitucional que se podría definir como de transición hasta llegar a establecer la democracia gradualmente; de otra manera no funcionaría, y tan no funcionó, que por hacer las cosas como los norteamericanos querían todo el siglo XIX fue para México de guerras, revoluciones, cuartelazos, pronunciamientos, rebeliones, derramamientos de sangre y pérdidas económicas que dejaron al país exhausto, soplando siempre desde el norte vientos que avivaban el fuego de la hoguera.

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Agustín I, Emperador de México.

Iturbide intuía que eso podría suceder y desde que tuvo posibilidad de hacerlo se opuso a la labor del ministro plenipotenciario de Estados Unidos, Joel Roberts Poinsett, quien desde antes de la independencia de los territorios de España anduvo muy activo recorriendo todo el continente.

Poinsett traía instrucciones precisas en relación con estos movimientos de emancipación y ya había tenido fricciones con Iturbide desde antes de que éste ascendiera al trono de México y cuando por fin se constituyó el Imperio, el agente estadounidense hizo cuanto pudo por pulverizarlo para lo cual organizó a políticos liberales, enemigos naturales de Iturbide, estableció y fortaleció el rito masónico yorkino para oponerlo al llamado rito escocés, que ya funcionaba en México, y a partir de entonces conspiró para acabar no sólo con el Imperio sino con Iturbide mismo, lo cual logró tan plenamente, que a pesar de ser Iturbide el verdadero padre de la patria mexicana, hasta la fecha es tabú siquiera mencionarlo en medios oficiales, no sólo no se le reconoce nada sino que se le ve y se le trata como si se hubiera tratado del peor delincuente y los libros de historia lo evitan o apenas lo mencionan.

Estados Unidos buscaba expandirse y le molestaba la presencia y la influencia de Europa porque interfería con sus propósitos de ejercer su hegemonía en concordancia con el llamado “Destino Manifiesto” que los llamaba a ser los líderes de América (y luego del mundo) y veían a Iturbide como un estorbo para borrar toda reminiscencia europea, como era un imperio y para establecer un sistema federalista.

Las intrigas del ministro plenipotenciario confidencial norteamericano consiguieron que el Congreso, con el cual el emperador ya tenía dificultades, lo enviara al destierro por motivos espurios y que estableciera impedimentos para su posible regreso pero sin comunicarle esta última disposición. De esta manera, cuando Iturbide, nostálgico, creyó de buena fe que sería fácil regresar para ponerse nuevamente al servicio de México y ayudar a poner orden en el país, o aunque fuera como simple militar, fue apresado por el general Felipe de la Garza , comandante de la zona de Tamaulipas, al desembarcar en las costas de ese estado, y luego de tenderle varias trampas para inspirarle confianza, estuvo haciendo tiempo para que el Congreso local lo sentenciara a ser pasado por las armas en el lugar llamado Padilla, de ese mismo estado norteño, el 19 de julio de 1824, en donde fue sepultado y permaneció hasta el 27 de octubre de 1839 en que sus restos fueron depositados en la capilla de San Felipe de Jesús, de la Catedral de México, lugar en que aún permanecen olvidados por el propio pueblo al que dio independencia, dentro de una urna bajo la cual se puede leer en una placa de mármol la siguiente inscripción:

“Agustín de Iturbide, autor de la Independencia Mexicana. Compatriota llóralo, pasajero admíralo. Este monumento guarda las cenizas de un héroe. Su alma descansa en el seno de Dios”.

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