Renée Fernández & Danilo Maytía
La enseñanza escolar en Uruguay tiene un marcado antes y después, respecto a la “Reforma Escolar” propulsada por José Pedro Varela Berro e instrumentada legalmente por una serie de Decretos-Leyes, aprobados entre agosto y septiembre de 1877. Para un país declarado independiente en 1825, pero que recién comenzó su marcha como tal en 1830, inmerso en continuos enfrentamientos políticos que motivaron alzamientos y una larga guerra civil extendida desde 1839 hasta 1851, resulta claro que el sistema educativo hasta entonces, no estuviese acorde a las necesidades sociales y a los cambios del momento.
El limitado presupuesto del Estado, no permitía destinar lo necesario para una correcta atención de la instrucción primaria a su cargo, con el resultado de no contar con infraestructura adecuada, ni docentes preparados, que además, en muchos casos, debían solventar ellos mismos los gastos de la escuela, ya que la paga era siempre demorada, sueldos incluidos. Cabe señalar que las poblaciones de los otros departamentos estaban aún más desprovistas que Montevideo, acusándose la falta de escuelas en la campaña. Ello generó un crecimiento de la enseñanza privada, tanto para niñas como para varones; en algunos casos con más actividades que las incluidas en los programas de las escuelas públicas. Como consecuencia de la mencionada contienda civil de 1839 a 1851, “Guerra Grande”, se crearon escuelas independientes en cada uno de los poblamientos de los bandos contendientes.1
Antes de la Reforma Vareliana de 1877, la enseñanza se basaba en el criterio de autoridad por el cual se aceptaban hirientes castigos corporales y psicológicos y en el método de aprendizaje empleando la memoria, sin estimular la comprensión del tema.2 No cabe duda que en ese ámbito, la formación de los alumnos dependía exclusivamente de la metodología particular empleada por el preceptor y de su capacidad de atraer la atención del joven y, aún más, su cariño.
Enmarcado en el aprendizaje “de memoria”, resultaba interesante para sus alumnos el método empleado por el maestro catalán Juan Manuel Bonifaz, radicado en Uruguay desde 1837 hasta su muerte en 1889. Él trasmitía las reglas gramaticales y demás enseñanzas, por medios mnemotécnicos de su creación, así como el uso del ritmo de los versos, muchas veces al compás de músicas conocidas.3 Así había logrado que “un vasquito”, “rapazuelo que pasa de los nueve y no llega a los doce años”, se identificara:
“José Cárcamo me llamo:
Soy de la Vizcaya oriundo,
Y he venido al Nuevo Mundo,
Al que quiero, estimo y amo.
La república oriental
Hoy es mi patria adoptiva,
A la que mi alma afectiva,
Quiere servir muy leal.
Por ella quiero yo dar,
Mi corazón, no os asombre,
Porque soy vasco, y mi nombre
Cárcamo, por tierra y mar”4
Los registros indican que han sido varios los educadores vascos que, en distintos puntos del territorio uruguayo, aportaron su experiencia y sus conocimientos, en la formación escolar de varias generaciones. En algunos casos su labor fue tan intensa que son recordados en múltiples documentos; otros, en cambio, nos llegan a través de simples anotaciones que marcan su presencia. Tal el caso de Gabriel Lezaeta, quien en 1841 presenta renuncia a su cargo de maestro en la escuela de varones de Canelones, por no recibir su sueldo en meses, ni los útiles necesarios para la enseñanza.5 O el Informe de una Junta Económico Administrativa, sobre la muerte del maestro Mateo Guruchaga en 1837, durante el proceso de enfrentamiento que culminaría en la Guerra Grande, época en la cual todos estaban expuestos a la violencia desenfrenada; Guruchaga aparece degollado, probablemente por venganza o por desavenencias políticas, hecho que resulta más desgarrante ante el dato complementario que los niños de la escuela acompañaron al maestro, vestidos de luto, hasta el cementerio.6 Años más tarde, en 1885, la publicación “El Euskaro” da a conocer la solicitud de informe sobre el paradero de Severino Arechavala y Unda, natural de Bilbao, llegado en 1867 a Uruguay donde ejerció su profesión de maestro, ubicándolo en Cerro Largo en los años 1870 y 1871.7 Son apenas menciones sobre sus historias, pero ellas nos hablan de su presencia como educadores.
En un país en formación como era Uruguay en el siglo XIX, el crecimiento poblacional derivaba no sólo en una mayor densidad de los centros poblados, sino, también, en la creación de nuevos pueblos, fomentada por gobernantes como estímulo a la producción y una manera de facilitar la educación. En la formación del actual Treinta y Tres, vinculados a la Sociedad fundadora, actuando como Secretarios-gerentes, estuvieron Anselmo Basaldúa y Lucas Urrutia, cargo que ocuparon en segundo y tercer término respectivamente. Nos interesa Basaldúa en particular, ya que este bilbaíno, fue el primer maestro de la escuela, inaugurada en febrero de 1859, y lo fue hasta 1862. Sin embargo no se apartó de la cultura ya que en 1883 se constituye una “Comisión de Amigos de la Educación”, de la cual es electo presidente; se alquila una parte de la casa que ocupaba Basaldúa - propiedad de la municipalidad -, como local para la Biblioteca y Sala de Lectura, trasladando su biblioteca particular para uso de la comunidad.8
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Ignacio Mutuberría.10 |
En Montevideo, en la zona de la Unión, el vasco Ignacio Mutuberría había abierto el “Colegio San Luis Gonzaga”. Nacido en Guipúzcoa en 1833, estudió para maestro en Montevideo en la Universidad Menor, ubicada precisamente en la Unión. A sus aulas concurrieron numerosos vecinos, varios de los cuales fueron reconocidos posteriormente por sus actividades; a modo de ejemplo mencionamos a José Irureta Goyena, quien luego fue un destacado penalista, redactor del Código Penal en 1934. A pesar de ser maestro durante la cruel época de la palmeta y el látigo, Mutuberría se ocupaba de cada alumno con esmerada dedicación. Si bien exigía disciplina y no dudaba de la fuerza que ejercía tener a mano una vara de membrillo, era amigo de los niños y jugaba con ellos a la pelota contra una pared del patio: los alumnos con las manos y el maestro con el pie, ganando éste muchas veces. Cada 21 de junio, en un espacio al aire libre se reunían alumnos y maestro, alrededor de un gran fuego de troncos, donde se asaba lentamente una vaquillona con cuero. Era esa su manera de honrar al santo patrono del colegio. En 1895 se aleja como Director, falleciendo años más tarde, en julio de 1904.9
Cuando Silvestre Umérez llegó a Uruguay, traía consigo el título que lo habilitaba como profesor de enseñanza secundaria, además de sus estudios en ciencias físico – matemáticas y letras y su experiencia como catedrático en la Universidad de Oñate, de la cual también era bibliotecario. Nacido en Oñate en 1843, decidió venir a América cuando se cerró la Universidad a causa de la guerra carlista. Dada su procedencia no llama la atención la mención, en un recordatorio de su muerte, sobre su dedicación a promover el culto de la Virgen de Aranzazu en Montevideo, logrado en la Parroquia del Cerro.11 En Uruguay despliega una serie de actividades en varios departamentos, incluida la explotación de una mina de turba en Maldonado12, pero su actuación más destacada se vincula a la enseñanza. Ejerce varias direcciones, tanto de escuelas como de liceos, en algunos casos en simultáneo, alternadamente en los departamentos de Durazno, Montevideo y Maldonado. Al mismo tiempo cumple con su cargo de profesor de física, química e historia natural. Lo cierto es que al momento de jubilarse, había ejercido la enseñanza oficial, tras haber obtenido el título profesional de Maestro Superior de 3er Grado, en época de la Reforma Vareliana, bajo la consigna “formar los hombres sanos del mañana”. Este vasco infatigable falleció en noviembre de 1922.13 El texto de María Díaz de Guerra sobre su actividad en la enseñanza, deja en claro la intensidad con la cual se dedicó:
“Una vez en el Uruguay, fue co-Director fundador del Colegio Hispano-Oriental de la ciudad de Durazno, desde 1875 a 1877. Director de la Escuela gratuita de varones de la Sociedad de San Vicente de Paul de Montev. desde el 77 al 79, siendo al mismo tiempo profesor de Química, Física e Hist. Natural en el Liceo Universitario de Montevideo fundado y dirigido por Monseñor Mariano Soler. Pasó luego a Maldonado como director de la Escuela Ramírez, cargo que ejerció desde junio de 1879 hasta enero de 1880. Trasladado a Montev., vuelve a la Escuela Ramírez de 1882 a 1889, ocupando por tercera vez la dirección de dicha escuela desde 1906 a 1915. Fue también profesor en el liceo Dental. de Maldonado de 1913 a 1914. Bajo su dirección se editó el periódico escolar “El Porvenir del Estudiante”. “14
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Silvestre Umérez.15 |
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Nota manuscrita.16 |
La trayectoria de Fermín Landa como preceptor, está recogida en su autobiografía, conservada por su alumno Doroteo Márquez y publicada, en parte, por el periódico “La Democracia” de San Carlos. De acuerdo con la presentación a la misma, de Carlos Seijo, Landa, oriundo de Navarra, había estudiado farmacia, probablemente influenciado por la profesión de médico de su padre. Llegó a Montevideo a los 15 años, en marzo de 1855. Al igual que Umérez, trabajó en varios departamentos; en Montevideo lo hace, en tiempos diferentes, tanto a nivel escolar, en el Colegio Nacional de la Unión, como en la Universidad; trabajó en Rosario, Colonia; en Salto, (desde donde cruza a Argentina, a Concepción del Uruguay y Gualeguaychú); Canelones, Maldonado y Florida. Cuando regresa a Montevideo, desde Buenos Aires, se contacta con Juan Manuel Besnes Irigoyen, quien lo ubica en el Colegio de los Padres Escolapios. El mismo Besnes Irigoyen, guipuzcoano que integró el Instituto de Instrucción Pública en su fundación, en septiembre de 1847, en el Montevideo de la “Defensa”, durante la Guerra Grande.
Fermín Landa se nos muestra como un hombre correcto, intransigente en los principios que él considera de valor, extremadamente intolerante con quienes le resultan petulantes y hacen uso indebido del poder que el cargo les otorga. Por ello presenta renuncia las veces que no comparte actitudes de sus superiores; motivo muchas veces de sus movilizaciones a otros pueblos y ciudades. Pero resulta comprensivo con sus alumnos y lo es también y generoso, con quienes demuestran estos sentimientos. 17
Podemos imaginarlo en toda su integridad durante una inspección que hacen a su clase en 1860, mientras era preceptor en la Escuela Pública de Salto:
“Al entrar dichos señores, los niños se pusieron de pie, como es de práctica en los colegios. Yo salí al encuentro y cedí mi asiento, agregando dos sillas en el entarimado. Ellos se sentaron y yo quedaba esperando oír lo que decían. Los niños entre tanto permanecían de pie, y algunos, por los travesaños de los bancos, en posición molesta. Me aproximé a dichos visitantes, y en voz baja les dije: con su permiso voy a ordenar a los niños que tomen asiento: ya se les mandará, me contestó uno de ellos. Esperé un momento más, lo que creí oportuno, pensando en la lección que iba a darles, y viendo que había siniestra intención de su parte con el propósito de deprimir la autoridad del maestro me dirigí con voz fuerte a los niños ¡tomen asiento! Y se sentaron, y a los dos visitantes, en voz baja: pueden ejercer sus derechos, pero en esta escuela quien manda soy yo.” 18
Como parte de su metodología, Landa había ideado un sistema de “puntos”, en pro y en contra, con el cual lograba interesar a los alumnos en los estudios y neutralizar todo tipo de faltas, sin caer en castigos corporales. Sin duda un hombre noble; tal como lo demuestra su actitud durante la epidemia de cólera, mientras era preceptor en Canelones. Enterado del peligro en que se encontraba un soldado, entregado a su muerte, no duda en trasladarse al hospital y atenderlo en base a sus conocimientos en farmacia, utilizando una pasta a base de mostaza, para frotar al enfermo e infusiones calientes de manzanilla, logrando recuperar al paciente. A tal punto se comprometió con la situación que dejó sus tareas de preceptor y se trasladó al hospital mientras duró la epidemia; su actitud tuvo como respuesta, no sólo la gratitud de las autoridades y el pueblo, sino el refuerzo de los servicios del hospital por parte de las autoridades.19
Años más tarde vino a Uruguay Anastasio Albisu. Nacido en Oroquieta en 1862, se trasladó a Donosti para cursar sus estudios superiores. A los veinte años llega a Montevideo donde se graduó de Maestro de 1er Grado en 1885. Luego fundó una escuela mientras estudiaba para Maestro de 2° Grado, título que obtuvo en 1887. Al año siguiente se hace cargo de la Escuela Filantrópica en la ciudad de Salto. Tanto se identifica con ella que rechaza la oferta al puesto de director de una escuela de 2° Grado en Montevideo, radicándose definitivamente en Salto, donde luchó tenazmente a favor de la cultura popular, ejerciendo la dirección de la Escuela Filantrópica hasta 1922, al mismo tiempo que fue director de los cursos nocturnos. Su dedicación y capacidad, le valieron el nombramiento de Sub-inspector de escuelas, (cargo que ejerció desde 1922 a 1929) y el homenaje que le rindiera, en vida, la ciudad de Salto entera, en 1945, honrándolo en el recuerdo con una placa de bronce y granito, realizada por el escultor local Edmundo Prati.20
La ardua tarea del maestro queda muchas veces en el anonimato, sin embargo, no hay alumno que no recuerde su niñez en las aulas, aprendiendo el prodigio de las letras y los números que le abrirían su capacidad de comunicarse y construir su futuro. El maestro queda como esa figura fuerte y amiga que abre el mundo más allá de nuestro entorno. Sabemos que no hemos sido justos al mencionar sólo a algunos de los educadores vascos que dedicaron horas a la formación de escolares uruguayos; horas abnegadas, las más de las veces mal pagas o adeudadas, pero sabemos también que ellos debieron sentirse premiados, pagados con creces, cuando los niños, convertidos en adultos, se destacaban en sus actividades, teniendo siempre en el recuerdo a quienes les abrieron el camino de la enseñanza. Esos alumnos que los recordaban fueron, sin duda, el más caro anhelo para aquellos vascos que eligieron una profesión que, en nuestro país, no ha enriquecido a nadie.
1REYES ABADIE, W. y VÁZQUEZ ROMERO, A. s/a “Crónica General del Uruguay”, Vol. III, Mont. Ed. de la Banda Oriental, pp. 185-193 y 451-467; FARAONE, Roque, 1968 “Varela: la conciencia cultural”, en Enciclopedia Uruguaya, fascículo N° 23, p. 46
2FARAONE, Roque, Ob. cit. p. 48
3“Gran Enciclopedia del Uruguay, Tomo I” s/a, de El Observador. P. 222; CARRASCO, Sansón, 1984 “Crónicas Montevideanas de un siglo atrás”, Mont. Ed. de la Banda Oriental, pp. 25-34.
4CARRASCO, Sansón, Ob. cit. pp.32-33.
5ACEVEDO, Eduardo, 1933 “Anales históricos del Uruguay”, Tomo II, Mont., Casa Barreiro y Ramos S.A., p. 54.
6REYES ABADIE, W. y VÁZQUEZ ROMERO, A., Ob. cit. P. 46
7“El Euskaro”, 9 d enero de 1885, Año IX, N° 204, Mont. P.8, Archivo de la Biblioteca Nacional.
8MACEDO, Homero.1985 “Treinta y Tres en su historia”, Mont. Ed. de la Banda Oriental.
9BONAVITA, Luis, 1937 “Tres vascos y dos gauchos en la Unión” en “Villa de la Unión”, Tomo 1, s/e, pp. 65-67 y 1941 “Aguafuerte de la Restauración”, Mont., Imprenta uruguaya, p. 86.
10BONAVITA, Luis, 1937 “Tres vascos y dos gauchos en la Unión” en “Villa de la Unión”, T. 1, s/e, pp. 67
11Recorte de diario, s/d; Archivo de Martín Ospitaleche.
12SEIJO, Carlos, 1945 “Maldonado y su región”, Mont. Impr. El Siglo Ilustrado, pp. 230-233.
13 “La Ballena de Papel”, Revista N° 8, enero 1972, pp. 40-41, Archivo Biblioteca Nacional; Recorte de diario, s/d; Archivo de Martín Ospitaleche.
14DÍAZ DE GUERRA, María, 1974 “Diccionario biográfico de la ciudad de Maldonado (1755-1900)”, p. 489.
15Foto del Archivo de Martín Ospitaleche
16Tarjeta del Archivo de Martín Ospitaleche
17“Fragmentos de la autobiografía de Fermín Landa” en “La Democracia”, 25.2.1933, p.4-5 y 18.3.1933, p.9; Archivo de la Biblioteca Nacional; “DÍAZ DE GUERRA, María, Ob. Cit. pp. 364-371.
18“Fragmentos de la autobiografía de Fermín Landa” en “La Democracia”, 25.2.1933, p.4; Arch. Biblioteca Nac.
19“Fragmentos de la autobiografía de Fermín Landa” en “La Democracia”, 18.3.1933, p.9; Arch. Biblioteca Nac.
20TABORDA, Eduardo, 1955 “Salto de ayer y de hoy”, Publicación de la Intendencia Municipal, pp.279 –286
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