Mertxe Larrañaga
Sarriegi, UPV/EHU
Traducción: Koro Garmendia
Jatorrizko bertsioa euskaraz
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Mujer. Cartel, en Durango (Vizc.),
de reivindicación laboral. Año 1978. |
Los perjuicios originados por el paro se pueden apreciar con toda claridad en el aspecto socio-económico, y no digamos ya en el plano personal, al desaprovecharse los recursos humanos. La consecuencia de todo ello es que tanto el crecimiento productivo como la demanda del mercado se ralentizan, y se corre el peligro de aumentar el déficit público y provocar una ruptura social. En el plano personal, la primera de las consecuencias sería el detrimento de la calidad y nivel de vida originado por la falta de ingresos. Sin embargo, consideramos que, además del perjuicio económico, también los efectos sociales y psicológicos merecen una atención especial. En las economías de nuestro entorno, el crecimiento económico, la productividad y el Estado de Bienestar permiten a una importante parte de la población sobrevivir sin trabajar; en la CAV, por ejemplo, la población activa es de alrededor de un 40% de la población total. El trabajo laboral, además, ocupa cada vez menos tiempo en nuestras vidas, y resulta bastante evidente que aunque no haya desaparecido del todo la íntima conexión que antaño existiera entre desempleo y pobreza, sin lugar a dudas se ha vuelto más flexible. Para muchos resulta muy difícil mostrarse en desacuerdo con Claus Offer cuando sostiene que el trabajo es un factor cada vez menos determinante de cara a definir la sociedad.
Pero, aunque parezca contradictorio, prácticamente todos tememos al paro. En el supuesto de que cayéramos en el agujero que supone, seguro que haríamos cuanto estuviera en nuestras manos para salir de él, y es muy probable que la mayor parte de la sociedad se mostrara dispuesta a trabajar bajo un sueldo, aun cuando no les resultara necesario para sobrevivir. El empleo, por tanto, es fundamental para la sociedad, y no sólo para mantener el nivel de vida, sino incluso para nuestra propia autoestima, ya que los ingresos pecuniarios nos ayudan a apreciarnos a nosotros mismos con mayor lucidez y estabilidad. Los primeros estudios sobre el fenómeno del desempleo datan de la década de los años 30, y si bien desde entonces se han desarrollado innumerables análisis sobre la problemática actual, la mayoría de ellas se ha centrado exclusivamente en los hombres, como, de hecho, sucede en prácticamente todos los estudios laborales generales; circunstancia ciertamente sorprendente, dado que, como más adelante comprobaremos, el desempleo afecta más a las mujeres que a los hombres.
Los exámenes realizados revelan que el desempleo provoca a los hombres una visible angustia psicológica que se traduce en desmotivación, pérdida de la capacidad de ocupar el tiempo, enfermedades psíquicas y físicas, etc. En el caso de las mujeres, sin embargo, a pesar de que la evidencia empírica sea muy inferior, los investigadores sospechan que las consecuencias pueden ser distintas -en todo caso, menos traumáticas-, y presentan dos fundamentos para explicar esta diferencia: por una parte, que, por lo general, trabajan en peores condiciones laborales, y, por otra parte, que normalmente no suelen tener demasiados problemas para ocupar su tiempo, puesto que enseguida encuentran algo que hacer en el ámbito familiar. Sea lo que fuere, el debate está abierto. Algunos estudios, al desechar la idea de que el desempleo provoca menos perjuicios a la mujer, han empezado a poner en duda este tipo de aserciones.
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Mujeres trabajando en el telecentro de Euskaltel en Abaltzisketa (Gipuzkoa). Foto Justy García Koch, 2/2/00. |
Para poder hablar sobre el paro, ante todo hay que echar un vistazo a los datos. Y éstos demuestran que el desempleo no afecta por igual a todos los grupos sociales, y que, además, alcanza cotas especialmente preocupantes en lo que respecta a los jóvenes y a las mujeres. Aun cuando es muy cierto que durante los últimos años la tasa de desempleo está disminuyendo en prácticamente todos los países de Europa, de ninguna manera se puede afirmar que estemos presenciando el final del gravísimo problema económico y, eminentemente, social que venimos padeciendo. Asimismo, es importante subrayar que con frecuencia este descenso esconde tras de sí una tremenda precariedad, puesto que, de cara a la minoración de la tasa de paro, los empleos de tiempo parcial y los empleos estables de jornada completa cuentan para las estadísticas exactamente lo mismo. La tasa de desempleo de las mujeres es prácticamente en todo lugar notablemente superior a la de los hombres. En la CAV, por ejemplo, en el año 2003, la tasa de paro de las mujeres fue del 11,5%, mientras que la de los hombres fue de "solo" un 6,3%. Por tanto, nadie debe extrañarse al escuchar que el peso de las mujeres en el desempleo es excesivo (57%), sobre todo teniendo en cuenta lo reducida que sigue siendo su participación en el mercado laboral (42%).
Por si esta diferencia fuera poca, en la Unión Europea, el impacto del desempleo de duración superior a 12 meses es ligeramente superior en el caso de las mujeres (3,7%) que en los hombres (2,7%), pero en España, sin embargo, la diferencia es mucho mayor, puesto que los datos correspondientes al año 2003 arrojan que el porcentaje de hombres parados que lleva más de dos años en esa situación es del 16,6%, y, el de mujeres, de un 25%. Por otro lado, hay que señalar que el término "desempleado" no resulta adecuado para denominar a las personas que llevan un tiempo considerable alejadas del mercado laboral, a las que tienen muy pocas posibilidades para encontrar otro empleo, o a las que, debido a su desmotivación, están a punto de ser víctimas de la discriminación social; al menos eso es lo que defienden autores como Guy Aznar. El término desempleo hace referencia al lapso de tiempo que transcurre entre dos empleos. A partir de ahí, ya no nos encontraríamos ante el paro, sino ante una situación similar al desierto social.
En torno al desempleo se pueden formular, por lo menos, dos preguntas. La primera, por qué este problema afecta más a las mujeres que a los hombres; la segunda, por qué no se concede a esta diferencia toda la atención que, a nuestro juicio, se merece. Con respecto a la primera cuestión, algunos responden que la relación de la mujer con la actividad económica es más débil, que son trabajadoras de segunda categoría, y que, por tanto, si la tasa de desempleo de las mujeres resulta ser elevada, puede deberse a su escasa adhesión al puesto de trabajo. No parece ésta una explicación muy aceptable, puesto que olvida que el paro no es una situación que uno elige, sino que le viene impuesta por el mercado.
En opinión de otros autores, los puestos que más afectados se ven en épocas de crisis son precisamente aquéllos que están ocupados por mujeres, circunstancia ésta que vendría a explicar el diferencial entre las tasas. En este caso, la explicación de la elevada tasa de desempleo de las mujeres estaría basada en la discriminación laboral. En lo que a Europa se refiere, se podría barajar esta hipótesis como cierta, puesto que son poquísimos -y de muy reducidas dimensiones- los países en los que la tasa de desempleo de los hombres supera a la de las mujeres. Pero quizá no sea tan casual que los países de mayor tradición en lo que se refiere a la presencia de mujeres en el mercado sean tales como Suecia (con una diferencia de 0,7 puntos), Reino Unido (con una diferencia de 1,1 puntos) y Finlandia (idénticas tasas). Parece lógico que cuanto mayor sea la participación de las mujeres en el mercado laboral, y por más tiempo, menor sea la discriminación. La diferencia más notable a favor de los hombres, por su parte, se localiza en los países del sur de Europa; es decir, en España (con una diferencia de 8,6 puntos), Grecia (con una diferencia de 8,4 puntos) e Italia (con una diferencia de 5,3 puntos), países en los que, como es bien sabido, la mujer se ha introducido en el mundo laboral en épocas mucho más tardías.
Hemos de reconocer que ignoramos por qué el tema del desempleo de las mujeres no recibe la atención que se merece; incluso me atrevería a aseverar que hay una enorme tolerancia social al respecto, temor que me lleva a pensar que la sociedad observa la participación de la mujer en el mercado como una especie de elección, como lo es el quedarse en casa. Con esto quiero decir que todavía se sigue pensando que el papel típico de la mujer no es otro que el de etxekoandre. Así pues, a pesar de que todo el mundo acepte que el paro de las mujeres es un problema estadístico, desde el punto de vista social se le seguirá concediendo mucha menos importancia que al desempleo de los hombres, por considerarse un asunto de segunda categoría. Es obvio que estas ideas vulneran el principio de la universalidad del derecho al empleo e impiden avanzar al proyecto de libertad de las mujeres. Algunos somos de la opinión de que para alcanzar la igualdad absoluta entre hombres y mujeres, todo el mundo -hombres inclusive- debe tener la oportunidad de no participar en el mercado laboral.
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