El objetivo, bajo la óptica y perspectiva de la Historia de la Técnica y la sensibilidad de los presupuestos de la Arqueología industrial, de este pequeño artículo es el intentar hacer un repaso de los recursos técnicos y edificios de las ferrerías de la castreña Junta de Sámano. Podemos empezar afirmando que, aunque no existen muchos documentos al respecto, parece bastante claro que todos estas edificaciones, a partir de las últimas décadas del siglo XVII y hasta su desaparición en el XIX, pueden englobarse en lo que en el País Vasco se consideran “ferrerías integrales”. Es decir, establecimientos que con una única unidad fabril son capaces de reducir el mineral hasta la obtención de hierro dulce y también de transformar el metal en piezas de diferentes tamaños y formas a base de golpes de martinete. Sin embargo, con anterioridad a las fechas señaladas, de nuevo al igual que en el contiguo Señorío de Vizcaya, la gama de edificios debió ser más grande: ferrerías mayores, menores y martinetes. Pongamos un caso bien documentado y muy esclarecedor. Doña Antonia María de Bega Otañes declaraba notarialmente en el año 1670 que la ferrería de El Nocedal muy cercana a su casa torre1, pertenecía al mayorazgo de la familia Otañes. En su defensa, recordaba en la escritura que hacía muchos años servía “Para azer azero”, que después su antepasado Manuel de Otañes “estando el dho edificio derruido y demolido se levantó y reduxo a martinete de fabricar fierro”, y que su padre había cambiado “el dho martinete a ferrería mayor de labrar fierro”2.
La fuerte crisis siderúrgica de la primera mitad del siglo XVII debió obligar en los valles castreños, además de cerrar algunos establecimientos, a reducir costes de producción para poder subsistir, racionalizando los métodos de producción hasta concentrar toda la actividad en una sola edificación hidráulica integral.
Presa junto a la ferrería de La Cabrera. |
Por lo que nos cuentan los documentos y por lo que hemos podido ver en las visitas a los restos que hoy quedan, la mayor parte de las ferrerías fueron reconstruidas casi íntegramente en el siglo XVIII. No faltan tampoco construcciones enteramente nuevas, coincidiendo todo con la reactivación del sector siderúrgico. Así, en los tiempos en que era ferrón Francisco Villar Carasa, se hicieron obras generales de remodelación en la ferrería de Don Bergón en el valle de Sámano, allá por el año 17983. Poco antes de mediar aquella centuria se levantó la nueva ferrería de Otañes, cuya propiedad en gran parte controlaba desde su residencia madrileña el Marqués de Pesadilla4. La Ferrería Vieja también de Otañes fue sometida por la misma época a una profunda remodelación por Eusebio Zacarías de Talledo5. Don José Ignacio de Allendelagua erigió una ferrería completamente nueva en 1724 en la aldea de Santullán. En Agüera y en la ferrería de El Perujo comenzaron a hacerse obras de reedificación y modernización hacia el año 1745, cuando era arrendatario Jacob Antonio de Llaguno6. Las obras de esta última fueron ejecutadas, con un valor de 1.800 reales, por el vecino de Villaverde Trucios Francisco de Quintana: “calce, presa, contrapressa, camarado y obra interior”7. También en Agüera, en el edificio de La Soledad se añadieron hacia 1790 un molino, tejabana y fragua8. Tiempo después, entre los años 1828 y 1830, esta misma ferrería fue sometida a un nuevo arreglo, hasta llegar a contar con dos fraguas, un mazo, dos barquines y una carbonera capaz de albergar 16.000 cargas9.
Canal en las inmediaciones de la Casa torre de Otañes. |
Exactamente igual que cualquiera de las fábricas hidráulicas, que empezaron a salpicar la geografía europea desde los últimos siglos medievales, las ferrerías necesitaban de una pequeña presa o azud y un canal que derivase las aguas de un río o arroyo. Las presas de la zona que ahora estudiamos presentan diferencias bastante acusadas según la parte del río en que están colocadas. Si las obras están hechas en los trayectos cabeceros, en función de volúmenes de agua no muy grandes, las presas levantadas suelen ser muy sencillas, casi siempre fabricadas con maderos, piedras y cascotes. Este sería el caso de las ferrerías de Otañes, ubicadas aguas arriba del arroyo del barrio de Llovera. Todavía se pueden ver allí agujeros perforados artificialmente en las rocas para soportar travesaños de madera y presas hechas con grandes lajas.
Portón hidráulico, Casa torre de Otañes. |
Pero si el azud se colocaba en tramos medios y bajos, o en lugares con mayor abundancia de agua, la construcción se complicaba y aumentaba la calidad de la obra: casi siempre pequeñas presas de gravedad, como en el caso del arroyo de Mioño a la altura del barrio de Los Corrales en Otañes y Santullán, o en las ferrerías de la localidad de Agüera10. Obras hechas ya en la mayor parte de las ocasiones de piedra de cantería en el siglo XVIII, a veces largas y colocadas oblicuamente al cauce para así presentar menos resistencia a la corriente11.
Para conseguir suficiente altura y con ello presión con la que mover luego las ruedas hidráulicas, los canales en un buen número de casos corren por una cota elevada. Casi siempre suelen ser sencillos rebajes del terreno, a modo de zanjas, que conducen el agua desde las inmediaciones de la presa a la antepara. Especialmente visibles en los restos de las ferrerías de Otañes y Santullán, la parte inicial y final de los cauces cuentan con una protección de mampostería, mientras que en el resto del trayecto lo más que se puede observar son suelos parcialmente empedrados.
A través de los canales, el agua llegaba hasta prácticamente los tejados de las ferrerías. Algo que todavía se puede observar muy bien en las ruinas de Santullán y El Nocedal de Otañes. A aquella altura estaba la antepara: gran depósito de almacenamiento que aseguraba que el agua cayera sobre las ruedas con la suficiente fuerza y velocidad. Exactamente igual que en otras cercanas de Sopuerta, las anteparas castreñas se encajaban justo en la parte superior de los túneles hidráulicos, en cuyo interior iban empotradas las ruedas. Por la delicadeza de la obra, por ser edificaciones suspendidas, se fabricaban con materiales resistentes, de calidad y bien labrados para evitar las filtraciones. Llevaban, para impedir que el agua rebasase los niveles de seguridad, una abertura de desagüe, a utilizar en los momentos en que la ferrería estaba parada.
INVENTARIO DE LA FERRERÍA DE LA SOLEDAD (AGÜERA)
– AÑO 1759
Elementos – Características
Presa, 72 codos marchantes de madera Compuerta, 20 brazas de cal y canto de 99 pies cúbicos Pared seca, 2,5 brazas de mampostería seca Piedra labrada en compuerta, 71 brazas Mampostería en el cuerpo de la ferrería, 4 lienzos, 728 brazas Horno de la fragua, 36 brazas de mampostería Mampostería de la barquinera, 3 brazas de pared seca Piedra labrada en la ferrería en puertas y ventanas, 264 brazas Sillería del camarado, 392 brazas piedra labrada y embetunada Sillería chiflones, 78 brazas de piedra labrada Arcos, 34 brazas de piedra labrada Tejado, carpintería, 82 brazas de teja y lata Cabrios, carpintería, 162 codos Bandas y cumbres del tejado, 409,5 codos Tijeras de asiento, carpintería, 44 codos de cuartones Camareta Guardapolvo de los barquines Árbol de sonar con sus ruedas, cellos, gorriones y sonadores Durmientes y cabezales del árbol Dos cepos para las perchas Dos tirantes y dos postes en las barquineras Dos caballos y mesa de barquín Árbol de majar con ruedas, cellos, bandas y gorriones Cuatro cellos mayores y aldabarras Mazos y varas de dar agua con argollas Mazo, yunque y bogas Palancas, palas, porras, tajaderas y herramientas de mano Una fragua con tres toberas Dos cribas para la vena Un peso Dos barquines con sus cueros, clavazón y cañones Una ragua de 28 brazas de teja Dos hornos para cocer la vena Pavimento de la ferrería, 280 brazas |
Fuente:A.H.P.C., Francisco de la Torre, leg. 1784, fols. 74-92.
Ruinas de la ferrería de La
Cabrera. |
La construcción, lo que propiamente podemos calificar como ferrería, no solía ser un edificio aislado: en muchas ocasiones estaba rodeado de viviendas, incluso casas torre, molinos y tierras de cultivo anejas. Este sería el caso de la ferrería de la Casa torre de Otañes, El Tejadillo, Santullán, Don Gonzalo, Don Bergón12, El Perujo y La Soledad13. Pero entrando ya en el análisis de lo que en sí era la ferrería, ciertamente resulta difícil por el deterioro que han sufrido los restos, hoy auténticas ruinas en el mejor de los casos. Es en Agüera, y en especial en la ferrería de La Soledad, en donde aún se pueden observar mejor las características de aquellas viejas edificaciones. Solían albergar diferentes departamentos: las carboneras, colocadas en la mayoría de las ocasiones junto al taller principal, pero separadas por fuertes paredes para evitar los peligrosos incendios, con dimensiones bastante considerables y con grandes ventanales que funcionaban a modo de toberas en la descarga del combustible; pequeños almacenes de mineral y habitaciones para que durmiesen los oficiales; y, los dos grandes habitáculos del cuarto de los barquines y horno y el del martinete.
Paredes de la ferrería de El
Perujo. |
Las ruedas hidráulicas motrices, de las que por las características propias de la madera no ha quedado en la actualidad ningún tipo de restos, iban apoyadas en el túnel, correspondiendo técnicamente a las de tipo vertical. El agua, desde la antepara, caía sobre las paletas a través de unos tapones-chimbos colocados en el fondo, para hacer girar y accionar las ruedas. Importante era desde el punto de vista técnico el mecanismo utilizado para cerrar o abrir los chimbos: sistema de cuerdas y cadenas conectadas a los tapones y accionadas desde el interior de las ferrerías por medio de largas pértigas de madera. Las ruedas iban sujetas a través de ejes construidos con grandes troncos de árbol que giraban fijamente con ellas. Estos se apoyaban, con dos pequeñas piezas cilíndricas y metálicas, en las chumaceras. Y una diminuta canaleta, que vertía agua corriente, refrigeraba la zona de contacto en el punto de apoyo.
El martinete, del que tampoco he encontrado restos físicos de ningún tipo, constituía otro de los artilugios mecánicos más importantes del taller central. De una de las ruedas hidráulicas partía el eje en cuyo extremo iban empotradas una serie de dientes o levas, cuya misión era golpear sobre el mango del martinete. Este, al recibir el impacto de las levas en el mango, al quedar luego libre, caía la cabeza sobre el yunque. El martillo era una pieza intercambiable fijada en el mango mediante toscas cuñas de madera. En función del tamaño de las piezas a trabajar, la cabeza o martillo variaba también de configuración y volumen.
Resulta curioso comprobar que el consumo
Ferrería de La Soledad. |
de mangos constituye una de las cuestiones que más rastros han dejado en la documentación. En el año 1614, el Concejo de Castro Urdiales recibía una “petición de Antonio de Talledo vecino de Otañes para cortar del monte de Çeredo seys palos de aya para mangos de ferrerías”14. Peticiones como esta pueden encontrarse prácticamente todos los años. Cuando en los montes comunales no había árboles de la calidad necesaria los ferrones recurrían a comprar diferentes unidades a vecinos particulares. Por ejemplo, Eusebio de la Helguera vendió, previo marcaje, en el año 1819 a Don Eusebio Zacarías de Talledo ocho árboles “para mangos del mazo de ferrería”: 5 de haya, 2 de tojo y una de encina15.
Horno en la ferrería de La Soledad. |
Las barquineras constituían el otro gran artilugio mecánico en el interior de las ferrerías. Al igual que los mazos, iban acopladas a otra rueda hidráulica, solamente que esta vez, por no ser necesaria tanto fuerza, con dimensiones más reducidas. El mecanismo de conexión también se basaba en el principio de las levas. Siempre delicados de mantener y conservar, los barquines en la mayor parte de los casos se fabricaban con cueros, aunque los hubo también enteramente de madera. Por lo que hemos podido ver, los artesanos que componían y arreglaban estos aparatos en nuestra comarca en la mayoría de las ocasiones provenían del Valle de Oquendo16.
A pesar de la importancia desde el punto de vista técnico de martinetes y barquineras, no dejaban de ser piezas auxiliares del verdadero centro y corazón de la ferrería: el horno u hogar. Siempre “horno bajo”, donde se producía el delicado proceso de reducción de la vena. Aunque previamente, al aire libre y en pequeños hornos abiertos de piedra, el mineral se sometía a la imprescindible operación de la calcinación.
Entrada a la sala del martinete, La Soledad. |
Lo cierto es que, como y en parte hemos adelantado, con los documentos escritos que han quedado y los restos físicos supervivientes al paso del tiempo, poco más es lo que podemos aportar y decir. Sin embargo, gracias a la novela costumbrista escrita hace un siglo por Luis Ocharan Mazas, Marichu17, nos ha quedado una magnífica ambientación del trabajo en algunas ferrerías castreñas. Con esta obra, aunque sólo sea en parte, se pueden rescatar ciertas pinceladas técnicas de la actividad, sin duda, sumamente interesantes.
Túnel hidráulico/barquinera,
ferrería de La Soledad. |
Luis Ocharan Mazas, aunque este no es un tema que ahora nos interese directamente, jugó, desde su posición de empresario muy unido a los intereses de la burguesía de Bilbao, un papel fundamental en la construcción del gran puerto moderno de Castro Urdiales y en el desarrollo del sector minero de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX. Don Luis, y esto si que nos debe atraer directamente, pertenecía a una pudiente familia en la que la actividad siderúrgica tradicional jugó un papel de primera magnitud dentro de sus actividades. El primer miembro de la familia que hemos podido recoger es Nicolás de Ocharan y las Rivas. Aparece a finales del siglo XVIII haciéndose con el control de la ferrería de Santullán. Instaló su residencia en la villa de Castro, y desde allí amplió su gama de actividades, invirtiendo en pequeños barcos de transporte con base en la ría de Bilbao18. Después de haber estudiado durante algunos años en Londres, su hijo Manuel Hirene de Ocharan pasó a hacerse cargo de los negocios familiares a partir del año 1808. A su vez, los hijos de Manuel formaron la sociedad comercial “Señores Hocharan hermanos”19 y pasaron a explotar también la ferrería de Don Gonzalo en el barrio samaniego de Hoz.
Nuestro protagonista, Luis Ocharan, debió conocer en su niñez, aunque ya en sus últimos años, las ferrerías familiares en pleno funcionamiento. En su novela nos ha dejado la descripción de la ferrería de Don Gonzalo, la más cercana al casco urbano de Castro, muy próxima a la puerta de Brazomar: “(...) traspasaron el postigo de Arroyuelo para caminar río arriba por el Rebollar de las Monjas. Al pasar por la puerta de Brazomar, vetusto arco apuntado, que aún subsiste entre las ruinas de lo que fue un día ermita de San Antón”20.
Ocharan empieza el capítulo ambientado en la ferrería apuntando la importancia que para la actividad tenía el agua: “No hay mal que por bien no venga, y esta agua que impide casar es necesaria para mover los martinetes de la ferrería, pues sin agua la ferrería no trabaja. ¡Y vaya si vamos a trabajar! De esta hecha tenemos agua para rato, Marichu, para rato, y el martinete no vas a sesar de echar chispas y más chispas lo menos hasta el mes de mayo, Marichu, hasta el mes de mayo, ¡caracoles!”21.
Fachada de la Ferrería Nueva de Otañes. |
Pero, sobre todo, resulta de una claridad expositiva sorprendentemente rica la exposición que hace del funcionamiento, ambiente y peligros de la ferrería:
“Al llover, baja al río el agua necesaria para que puedan trabajar en la ferrería, y el cuadro que debajo de las tejavanas se admira, me divierte muchísimo. Allí se ven personas pintorescas de lenguaje, y desde Martinandi hasta Julián me entretienen muchísimo todos y cada uno de los ferrones. Luego, ¿es aquello tan bonito! El ajetreo de los obreros, los reflejos del fuego, el rumor de las aguas al saltar la presa”.22
“Pintoresco cuadro presentaba la ferrería. La fachada sur de la extensa tejavana que el horno y martinete protegía era todo luz. Formábanla seis pies derechos apoyados en monolíticos poyales de piedra caliza, y sobre aquéllos descansaban las vigas, que armaban la techumbre construida de largueros y tablas, sobre las que descansaban las tejas. Desde el sitio que ocupaban don Valentín y Marichu se admiraba la angostura en Isla del Valle de Sámano, la rápida curva que traza el río para salir al mar cuanto más antes. Más acá, la presa, en segundo término; y en el primero el horno y el martinete, entonces en plena actividad.
En la margen derecha, a poca distancia, si bien con inciertas líneas y veladas tintas que desvanecían su conjunto, se veía la ferrería de Donvergón, de vistoso aspecto, pues a sus edificios propios se adosaba una vetusta reformada casa-torre; y merced al agua y jugos de las tierras contiguas al cauce crecían majestuosos varios corpulentos nogales y robustas encinas, orlando las riberas a la par con el laurel, el madroño y el acebo. Esta ferrería imitaba entonces, aprovechando la abundancia de agua, a la de don Valentín; pues como en la de éste, el crujir de la rueda hidráulica y el golpear del martinete alternaban con el continuo rumor del espumante río, mientras los humos del horno servían de juguete al vendaval, ya humillados, ya alzados, ya desvanecidos entre las gotas de incesante copiosa lluvia”.23“En la margen izquierda arrancaba el cauce, corriendo paralelas a las del río las aguas, entre muros prisioneras, para escapar bramantes, torrenciales, descompuestas en espumantes cascadas entre las paletas de la rueda hidráulica, produciendo la fuerza motriz de la máquina soplante del horno y la del árbol del pesado martinete.
El viento intermitente humillaba a ratos los densos penachos de humo que lanzaban los hornos, al extremo de simular un incendio en los árboles, entre cuyas secas ramas enredaba el vendaval los fumíferos crespones, que, al cesar las ráfagas, ascendían lentamente hasta perderse entre el líquido polvo de la incesante llovizna.
De pronto, dos mozos robustos sangraron el horno, e intensas resplandecientes luces alumbraron todo el fumoso ambiente del recinto. Los dos ferrones cruzaron sobre las respectivas cinturas los respectivos brazos diestro y siniestro para aunar el esfuerzo, y asiendo cada cual con la mano libre de uno de los dos brazos de candescente tocho, que arrastraron hasta ponerlo sobre el yunque del martinete. Abierta la compuerta de la presa, el agua de que rebosaba se precipitó hasta estrellarse contra las paletas y canjilones de la rueda hidráulica; rechinaron los enmohecidos cojinetes y todas las piezas metálicas sintiendo la brusca sacudida al desperezarse tras prolongado sueño, y poco después rodaba entre nubes de hirvientes espumas con acompasado estridente sonido.
Avanzó el atlético martillador, de apodo Martinandi, arremangado el brazo, crespo el cabello, defendido el rostro por metálica careta, vestida la grasienta butifarra y, asiendo del tocho con grandes tenazas, dijo a los ferrones:
-¡Larga!Soltaron éstos el férreo tentemozo, que mantenía el martinete en alto, libre de la acción de los dientes del árbol motor, y la pesada mole cayó bruscamente sobre el candente hierro, lanzando en derredor innumerables chispas, para volver a subir y bajar cada vez que los topes del árbol se apoyaban en la muesca del martinete. Al repetirse los golpes disminuían las chispas, y Martinandi, antes de que el tocho perdiera elasticidad al enfriarse, lo movía al compás de los golpes, y aún el blanco no era rojo cuando ya el tocho era planchuela de forma y dimensiones determinadas, según le pedían los herreros, a cuyas manos iría a parar el hierro una vez así forjado.
-Ya está el cuadro completo, don Valentín- decía Marichu-; nada el falta. Ya tenemos primer término inmejorable. ¡Qué hermosura! ¡Quién supiere pintar de mano maestra! Mire usted, don Valentín, qué bonita, sobre el fondo del paisaje, la silueta de la tejavana y aun dentro de ella la del horno y el martinete. Y el grupo de los ferrones, presidido por el gigante Martinandi. Añada usted vapor de agua y de humos, minorando la ya escasa claridad del ambiente de este recinto, cuando sacan el tocho del horno, lo que permite al martinete regalarnos fantásticos fuegos artificiales, y pida usted más, don Valentín.
-Tienes rasón, Marichu; resulta un cuadro de primera, ¡cascabeles!; de primera. ¡Vaya si resulta! ¿Oyes, Marichu, oyes? Los de Donvergón no quieren ser menos que nosotros. ¡Caracoles, qué porrasos aquel martinete! Como el de casa, Marichu; como el de casa. Ahora golpean a dúo el nuestro y el suyo. ¿Oyes? ¡Pum! ...¡Pum!...¡Pum! ... ¡Caracoles, ya están ahí los carros de mena rechinando... ¡Vaya una música, ¡cascabeles!; vaya una música! Esto sólo nos faltaba, que a este infernal trajín se mescle el chirrido de los carros. A mí me pone nervioso, me encalabrina, me hase saltar. ¡Vaya una música, ¡cascabeles!; vaya una música! ¿Qué te parese, Marichu?” 24“-¡Fuego! ¡Fuego!- gritaron los ferrones.
Calló don Valentín y vieron tío y sobrina que en el ángulo del poniente de la tejavana grande brotaban chispas entre menudas espiras de humo negro. Acudieron todos, carboneros, ferrones y carreteros, y “haciendo hormiga”desde el remanso del cauce, cubo va, cubo viene, en pocos minutos atajaron el fuego, y volvió la ferrería, a su anterior estado de animación y trabajo.
-¿Te has asustao, Marichu?, ¡te has asustao?
-Al contrario, don Valentín, esta escena es el complemento del cuadro. Sólo he visto su lado pintoresco y animado; porque supuse que con gente dispuesta y el agua que aquí tanto abunda se reducía todo a un simple conato de incendio sin consecuencias.
-Esto sucede aquí cada jueves y cada martes, señorita Marichu –observó Basilio, que acudió a la tejavana a la voz de fuego-. El roble del techo, con el calor del horno está hecho yesca, y cuando sopla éste rayos vendaval, basta que la menor chispa se apose entre los cuartones y vigas para que espencen a arder. Por eso verá que tengo hecho aquí en la parte más alta un a modo de pozo donde no faltan nunca unos cubos y una escalera de mano. Así prevenidos, no hace más que empezar a echar chispas alguna viga, que ya tiene encima fuerza de cubos de agua, y hasta que espence a arder otra en la primera ocasión. El peligro está en las carboneras; pero en ellas hay cielo raso, están a sotavento del cuarto cuadrante, que es donde soplan noroeste y vendaval, y se vigila mucho: de modo que no hay peligro por esta parte”.25
1La casa torre de Otañes (al parecer derivación del vascuence “otan ez” (en el argomal no), y muy probablemente la ferrería contigua, se levantó en el año 1445, Lacha y Otañes, La Torre de Otañes (Historia familiar), Bilbao, 1984, pp. 36 y 58.
2 Archivo Histórico Provincial de Cantabria (en adelante A.H.P.C.), Diego de Trucios, leg. 1734, 4 de noviembre de 1670.
3A.H.P.C., M. Gil Hierro Quintana, leg. 1817, fols. 76 y 77, 31 de mayo de 1798.
4A.H.P.C., Manuel López, leg. 1711, fol. 33. Bajo la supervisión de un mayordomo de Valmaseda, empezó a explotarse con ferrones residentes en el valle de Otañes.
5A.H.P.C., Francisco de Santa Marina, leg. 1905, fols. 326 y 327.
6A.H.P.C., Joaquín de Mioño, leg. 1792, 17 de enero de 1749.
7A.H.P.C., Francisco Ventura Liendo Calera, leg. 1786, fols. 119 y 120, 6 de noviembre de 1750.
8A.H.P.C., José de Llano, leg. 1817, fols. 105 y 106.
9Ceballos, C., Arozas y ferrones. Las ferrerías de Cantabria en el Antiguo Régimen, Santander, 2001.
10Desgraciadamente, en las ferrerías de Don Gonzalo y Don Bergón, las obras que se hicieron para el trayecto del Ferrocarril Castro-Traslaviña, destruyeron totalmente las antiguas presas y canales allí existentes sobre el arroyo de Sámano.
11Corbera, M., La Siderurgia tradicional en Cantabria, Oviedo, 2001. Este autor señala perfectamente como en el siglo XVIII mejoraron, en términos de calidad, este tipo de construcciones en Cantabria, siguiendo el ejemplo de las ferrerías vascas. Pero el “hambre de agua” fue siempre tan grande en nuestros valles, y la competencia entre molinos y ferrerías tan extremdamente feroz, que pleitos, como este conservado en la Chancillería de Valladolid, fueron materia muy corriente: “Sobre la presa que construyó Juande Otañes y que impide que el agua corra libremente hasta las ferrerías y molinos de Don Bergón, propiedad de los demandantes, Catalina de Velasco, vecina de Sámano, como viuda de Francisco de Mioño y curadora de sus hijos, Ochoa y Catalina, y Pedro de Labarceña, vecino de Sámano y Sancho Ortiz de Mioño, vecino de Sámano y consortes, contra Juan de Otañes, vecino de Castro Urdiales”, Archivo Real Chancillería de Valladolid, Pleitos civiles, escribanía Fernando Alonso, Pleitos depositados, C. 117/1, 1546/01/01 - 1558/12/31.
12A.H.P.C., Pedro del Valle, leg. 1725, fols. 170-182, Francisco de la Torre, leg. 1783, fols. 274 - 281 y Lucas Varanda Cortés, leg. 1848.
13A.H.P.C., José de Llano, leg. 1866, fols. 178-180.
14Archivo Municipal de Castro Urdiales, Actas, 25-1, sesión de 6 de octubre de 1614.
15 A.H.P.C., José de Llano, leg. 1865, fols. 120-126.
16A.H.P.C., Francisco de la Torre, leg. 1799, fol. 74, y Francisco de Santa Marina, leg. 1910, fols. 209 y 210.
17Ocharan Mazas, L., Marichu, Madrid, 1916 y Barcelona, 1918
18A.H.P.C., Romualdo Antonio Martínez, leg. 1825, fols. 7 y 8. En el año 1808 era propietario de la mitad del bergantín San Josef, de la cuarta parte del quechemarín Santo Domingo y de un octavo del bergantín Purísima Concepción.
19A.H.P.C., José de Velasco, leg. 1915, 28 de febrero de 1836.
20Ocharan Mazas, ob. cit., p. 165.
21Ibidem, p. 162.
22Ibidem, p. 163.
23Ibidem, pp. 166 y 167.
24Ibidem, pp. 167-169.
25Ibidem, p. 179.
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