Las misiones populares en tiempos de CardaberazEscuchar artículo - Artikulua entzun

Juan Madariaga Orbea

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entro de las diversas facetas que conforman la personalidad de Agustín Cardaberaz, además de la de vascófilo, culto jesuita, presunto santo y gran orador está la de haber sido uno de los misioneros apostólicos más afamados que diera el siglo XVIII en Euskal Herria. Conviene pues, ahora que se celebra el tercer centenario de su nacimiento, referirse a esta variable para poder comprender mejor el carácter de este personaje y el contexto cultural en el que se desarrolla.

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Jesuita. Loyola, Azpeitia (Guip.)

Las conocidas como misiones populares se regulan a partir del Concilio de Trento (Sess. V. C.2) y no son de nuevo readecuadas en su estructura jurídica hasta una Encíclica dada por Benedicto XV en 1917. Inicialmente la estrategia de la Iglesia católica para asentar la dogmática contrarreformada entre las masas populares, fue eminentemente impositiva y coercitiva. El papel de los procesos inquisitoriales persiguiendo la herejía, el pacto diabólico o la brujería y demás, supuestas o reales, contravenciones a la ortodoxia, fue decisivo y demoledor. En Euskal Herria, amén del férreo control practicado sobre la posible penetración de ideas reformadas a través de puertos y caminos, tuvo mucha mayor incidencia la cadena de procesos contra la brujería desarrollados en las últimas décadas del siglo XVI y primeras del XVII. Sin embargo, tras la conclusión de los sangrientos procesos de 1608-10 se fue abriendo paso la idea de reducir la vía represiva y centrarse en la pedagógica. La persuasión, la educación en ciertos valores y principios dogmáticos se revelaba como un camino de adoctrinamiento mucho más eficaz que la hoguera.

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Franciscanos. Convento de San Francisco, en Vitoria, a comienzo de siglo, habilitado como cuartel de infantería

Los instrumentos pastorales tradicionales (el sermón dominical, el confesionario, la enseñanza de la doctrina) se practicaban de forma rutinaria e ineficaz, de tal suerte que apenas incidían en la formación de las amplias masas iletradas. Se intensificó entonces el trabajo de adoctrinamiento mediante una herramienta adaptada al caso que inmediatamente va a evidenciar ser la más eficaz y de mayor calado a la hora de difundir los valores de la Contrarreforma: la Misión.

Dada la, a la sazón, precaria formación del clero secular y su ya sobrada dedicación al trabajo sacramental, la labor misional se convirtió en patrimonio del clero regular, más capacitado para la oratoria, especialmente de las órdenes de jesuitas, franciscanos y dominicos, pero también de carmelitas, capuchinos y otras. La mayor parte de las fundaciones de colegios jesuíticos incluían entre los objetivos y obligaciones fundamentales la de misionar. El Colegio de Bilbao, por ejemplo, debía realizar esta función en Artzentales y Bakio, el de Lekeitio debía misionar en Munitibar, Larrabetsu y Arrieta, el Colegio de Loiola, tenía que hacer lo propio en Deba, Zumaia y Oikina, etc. Además, una de las piedras basales de la Compañía residía en su labor pedagógica. Por estos motivos fueron los jesuitas los que primero y de forma más intensiva se adiestraron, dispusieron y laboraron en el ámbito misional. Hasta la década de 1740 puede decirse que poseyeron si no el monopolio al menos sí la preponderancia en este campo. Varios misioneros jesuitas alcanzaron un enorme prestigio, primero el pamplonés Jerónimo Dutari, luego el tafallés Pedro Calatayud (teórico además de la forma en la que habían de disponerse y ordenarse estas funciones), así como el oiartzuarra Sebastián Mendiburu y, desde luego, el hernaniarra Agustín Cardaberaz.

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Monasterio de Quejana, de Dominicas, edificado el año 1375. Fot. G.E.Z.

En 1731 los capuchinos instituyeron el convento de Bera como Colegio de Misioneros. En 1745, una generosa aportación del asentista Francisco de Mendinueta permitió hacer lo propio con el convento de franciscanos de Olite y al año siguiente el convento igualmente franciscano de San Juan Bautista de Zarautz se convirtió así mismo en Colegio de Misioneros. Cuando, en 1767, los jesuitas fueron expulsados de los reinos de España, los franciscanos vascos pasaron a tomar el relevo como orden especializada más importante en la labor de las misiones populares. Entre los predicadores franciscanos de fama cabe citar al oñatiarra Francisco Antonio Palacios, al areatzarra Pedro Antonio Añibarro y más tarde al bilbaino Juan Mateo Zabala.

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Pedro Antonio Calatayud.

Relacionadas con las misiones están otras instituciones piadosas de gran desarrollo entre mediados del siglo XVII y mediados del XIX: las Cofradías y los Rosarios públicos. Ciertamente cofradías piadosas, gremiales o asistenciales, así como el rezo del rosario, son dos realidades conocidas desde el siglo XIII, pero que cobran una dimensión de mayor dimensión cualitativa en los tiempos de máxima exaltación contrarreformada. Los jesuitas aprovecharon las misiones para difundir la piedad del Sagrado Corazón de Jesús, fundando congregaciones de esta advocación y los dominicos institucionalizaron los rosarios públicos (nocturnos o de la aurora) además de promover cofradías destinadas a promover esta piedad. Mendiburu y Cardaberaz fueron los máximos impulsores de las Congregaciones del Sagrado Corazón en Euskal Herria. En concreto el hernaniarra contribuyó a instituir unas 25 de estas agrupaciones. Por su parte, el paso por Vasconia del misionero dominico Antonio Garcés dio un nuevo impulso y una mayor difusión a la piedad del rosario. A finales del siglo XVIII era rara la población vasca que no contaba con una Cofradía del Rosario o tenía institucionalizado un Rosario público, mientras que por miles de casas se empezaba a imponer la costumbre de colocar en sus puertas una placa de loza con la imagen del Corazón de Jesús y las Congregaciones de este nombre proliferaban extraordinariamente.

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Sebastián de Mendiburu.

Con frecuencia las misiones eran impulsadas y programadas por los propios obispos, especialmente como forma previa preparatoria de la visita pastoral, pero no faltaban ocasiones en las que eran demandadas por los pueblos y sus autoridades, sobre todo porque, según la mentalidad de la época, se entendía que las desgracias colectivas (pestes, sequías, enfermedades, plagas) eran atribuibles al inevitable castigo derivado de los pecados cometidos y la mejor forma de aplacar la justa ira divina era convocar una misión, expiar públicamente dicho pecados y hacer un conveniente propósito de la enmienda.

En cuanto a la estructura y orden de la Misión, su duración, tipo de sermones y funciones, actos litúrgicos, cantos, música, estrategias,... existían diversas teorizaciones y tradiciones, según las órdenes, pero en general coincidían en la mayor parte de los rasgos fundamentales. Se organizaban sobre todo en Cuaresma y desde luego, procurando respetar las fechas veraniegas que pudieran interferir en el momento álgido de las labores agrícolas. Se presentaban los predicadores de improviso y en muchas ocasiones de noche buscando la mayor sorpresa. Se cuidaba especialmente el aparato escenográfico barroco: cilicios, sogas al cuello, cruces, cánticos,... En cualquier caso, el recurso nodal era la prédica y en ella se hacía descansar la fuerza del convencimiento y la persuasión. En la época e Cardaberaz las misiones tendían a ser bastante largas, extendiéndose a lo largo de dos y hasta tres semanas; a lo largo del siglo XIX se fue reduciendo la duración, quedando establecida ésta normalmente en torno a diez días.

 

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Convento de los PP. Capuchinos de San Sebastián (Fot. M.E.L.)

La temática central de los sermones misionales se centraba en los Novísimos y muy especialmente en la Muerte y el Infierno, destacando los aspectos más amedrentadores y escatológicos. Pero tampoco faltaban los temas relacionados con la moral y muy especialmente con las trasgresiones al sexto mandamiento. En este sentido, desde, más o menos, 1725 hasta la primera guerra carlista, en Euskal Herria, como en otros lugares, se asiste a una auténtica ofensiva contra lo que se suponía la ocasión más idónea para pecar: el baile en general, muy especialmente aquel en que los danzantes de distinto sexo tenían la oportunidad de tocarse y no digamos nada del llamado “agarrao”. Son sobradamente conocidos los edictos de los obispos de Pamplona, primero de Gaspar Miranda y Argaiz en 1750 y luego de su sucesor Juan Lorenzo Irigoyen en 1769. Igualmente famoso fue el libro dedicado al respecto por el rigorista capuchino Fray Bartolomé de Santa Teresa. Pero fueron los misioneros los campeones de la intransigencia contra los bailes, desde el legazpiarra Domingo Aguirre, que procuró la introducción del pañuelo entre las manos de los danzantes para que no entrasen en contacto, hasta los citados Palacios y Añibarro, pasando por Mendiburu.

Cardaberaz dedicó una parte muy importante de su actividad como jesuita al trabajo de misionar. Entre 1730 y 1735 con base en Bilbao; desde 1735 a 1736 residiendo en Azkoitia; de 1736 a 1739 viviendo en Loiola; entre 1739 y 1741 desde el colegio de Oñati y entre 1741 y 1755 de nuevo desde Loiola, impartió más de 150 misiones. Uno de los datos más destacados de la predicación de Cardaberaz es el de que ésta se desarrolló preferentemente en lengua vasca, tanto en dialecto guipuzcoano como vizcaino. Entre los jesuitas esta preocupación de comunicarse directamente con las masas populares en su lengua materna cobra un gran impulso a iniciativa de Manuel Larramendi y tiene entre los misioneros que alcanzaron unos máximos niveles de calidad en su cultivo la figuras de Mendiburu y el propio Cardaberaz. Los franciscanos convirtieron el convento de Zarautz en un núcleo formativo y promotor de la predicación en euskara, para lo que se dotaron de una notable biblioteca y llegaron a contar con muy destacados predicadores en esta lengua: los citados Palacios, Añibarro y Zabala. De esta forma, uno de los géneros más cultivados en lengua vasca en la segunda mitad del siglo XVIII fue precisamente el de la oratoria sagrada. El desarrollo de la preocupación de los regulares por conectar con las masas populares en su lengua y fomentar las formas culturales autóctonas coincide en el tiempo con la ofensiva desarrollada por la Monarquía en sentido contrario, por lo que, se quiera o no, habría que pensar en una cierta intencionalidad política, más o menos subyacente, en este posicionamiento, al margen de la estricta mayor eficacia en la labor apostólica.

BIBLIOGRAFIA

BIDADOR, Joxemiel: “Pedro Antonio Añibarro Aitaren Misiolari euscalduna liburuan dantzei buruz dakartzan 66. eta 67. doktrineak bere adibideekin”, Cuadernos de Etnografía y Etnología de Navarra, XXV, 61 (1993), pp. 13-40.

CALATAYUD, Pedro: Misiones y Sermones del P. Pedro de Calatayud, Maestro de Teología y Misionero Apostólico de la Compañía de Jesús de la Provincia de Castilla. Arte y método con que las establece, 3ª ed., Imprenta Benito Cano, Madrid, 1790, 3 vols.

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ITURRIAGA ELORZA, Juan: “Las primeras misiones parroquiales en la fundación de los Colegios de la Compañía de Jesús en la Provincia de Castilla”, Memoria Ecclesiae, Asociación de Archiveros de la Iglesia en España, IX, 1996, Oviedo/Salamanca, pp. 489-498.

MADARIAGA ORBEA, Juan: “Predicación y cambios culturales en la Euskal Herria de los siglos XVIII-XIX”, Familia eta Institutu erlijiosoen Euskal Herriko Historiaren I.Kongresua, 2002 (en prensa).

VILLASANTE, Luis: “El Padre Palacios (1727-1804). Estampa de un gran misionero en nuestro siglo XVIII”, Scriptorium Victoriense, vol. 8(1961), pp. 7-101.

VILLASANTE, Luis: “El colegio de Misioneros franciscanos de Zarauz (1746-1840)”, Scriptorium Victoriense, vol. XXI(1974), pp. 281-330.

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