Año 1941. En Argentina gobierna el Dr. Roberto Marcelino Ortiz y Lizardi que había asumido el cargo el 29 de Febrero de 1938. Mientras el país trata de encontrar su rumbo y crece económicamente, Europa se ensombrece. Los acontecimientos de la guerra civil española y de la segunda guerra mundial se viven aquí como propios.
Ortiz en su época
de Presidente |
Comienzan las dificultades para los europeos que desean abandonar la zona de guerra y se encuentran impedidos de hacerlo. Los vascos están entre ellos. Nuevamente América aparece como la salida posible y Argentina y Uruguay son los primeros en atender a estas necesidades.
En Buenos Aires, desde 1938 un grupo de vasco-argentinos dirigidos por el Ing. José Urbano de Aguirre, trabaja intensamente agilizando y garantizando los pedidos de ingreso al país. La tarea de este Comité Pro- Inmigración vasca abre el camino para las medidas que se habrían de tomar.
Las leyes inmigratorias de ese tiempo eran restrictivas ya que trataban de frenar la inmigración masiva. Privaba un oculto temor al ingreso descontrolado, a las ideas extremas.
Sin embargo, el Presidente Ortiz dicta un decreto, el número 53.448/41, por el que se autoriza la entrada al país de vascos “sin distinción de origen y lugar de residencia”. Y completa esta medida enviando a Marsella un barco para facilitar el traslado de quienes se aprestaran a viajar.
En lo personal, vive una de las etapas más difíciles de su vida. Su salud es cada vez más precaria; una ceguera que no detiene su avance lo hará renunciar en poco tiempo a su cargo. Con enorme generosidad, Ortiz plantea y acerca la solución. Paradójicamente supo ver. En un mundo que rompía con las mínimas reglas de compasión humana trata de paliar las consecuencias que toda guerra conlleva y gracias a su intervención, Argentina se convierte en el primer país receptor de exiliados vascos.
Jaime Gerardo Roberto Marcelino Ortiz y Lizardi, había nacido en Buenos Aires el 24 de Septiembre de 1886. Su padre Fermín Manuel Ortiz era vizcaíno, nacido en Zalla en 1847 y su madre Josefa de Lizardi era originaria de Yanci, Navarra. Esta raíz vasca será siempre motivo de orgullo y origen de la medida tomada, tan poco común como su personalidad.
El padre era tenaz, emprendedor, honesto. La madre sobria, silenciosa, trabajadora, dedicada por entero a su casa y su familia, donde su opinión no admitía discusión. Habían emigrado en 1870.
Ortiz cuando contaba siete años. |
Un hermano de Fermín, Julián Ortiz, ya se encontraba afincado en Buenos Aires. En 1879 fundan la razón social “Julián Ortiz y hermano” dedicada a la actividad agropecuaria. Compran campos en Ayacucho y Lamadrid, localidades de la Provincia de Buenos Aires y sus negocios prosperan. Siempre en sociedad, adquieren otras propiedades que irán incrementando su patrimonio.
Terminado el siglo la sociedad divide los bienes y Fermín se hace cargo de la estancia “El Comercio”, establecimiento que aún hoy explotan sus descendientes. Al mismo tiempo, amplía sus actividades y abre una oficina en la ciudad de Buenos Aires dedicada a la consignación y venta de frutos del país bajo el nombre de “Fermín Ortiz y compañía”.
Los hijos, Roberto Marcelino y Josefa Iñiga María Cristina crecen en un hogar que disfruta de una buena posición económica. En Buenos Aires la familia vive en una amplia casa de las calles Solís y Cochabamba, barrio por ese entonces poblado por inmigrantes españoles. Roberto cursa sus estudios primarios en el Colegio Rollin y los secundarios en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza, ambas instituciones laicas. Finalizado su bachillerato, ingresa en el año 1903 a la Facultad de Medicina carrera por la que siente gran inclinación.
El 4 de febrero de 1905, una revolución generada por el partido radical fracasa y la situación política se hace confusa y difícil. La Facultad donde Ortiz cursa sus estudios se cierra. Muchos de sus compañeros marchan a la Provincia de Córdoba a continuar sus carreras pero por diversas circunstancias él no puede hacerlo. Decide entonces ingresar a la Facultad de Derecho. Un cambio que lo comprometerá aún más con la política estudiantil, en la que se había iniciado tempranamente. Era el tiempo de pegar carteles, de improvisar actos relámpagos en las esquinas, de distribuir volantes y pronunciar arengas encendidas.
Una juventud bulliciosa y comprometida participaba en actividades de política partidaria. Era la generación que surgía acompañando a otro descendiente de vascos, Hipólito Irigoyen, una de las figuras más importantes y enigmáticas de la época.
Ortiz obtiene su título de abogado en el año 1909, encuentra trabajo en una empresa de ferrocarriles y atiende sucesiones y pequeños asuntos legales en las oficinas de su padre. Sus clientes son en su mayoría vascos del interior de la provincia de Buenos Aires.
De constitución robusta, afable, ocurrente, su debilidad es el buen comer. La caricatura política lo muestra siempre sentado a una mesa generosa y provista.
A la muerte de su padre forma una sociedad con su madre y su hermana que se llamará “Roberto M. Ortiz y Cia.”. Las oficinas de la Avenida de Mayo serán además de lugar de trabajo, punto de encuentro de amigos y correligionarios.
En el año 1912 se casa con María Luisa Iribarne, la compañera de toda su vida, descendiente también de vascos. Tienen tres hijos, María Angélica que nace en 1914, Roberto Fermín en 1916 y Jorge Luis en 1918.
Reunión partidaria, en la que se ve al dirigente socialista Alfredo Palacios. |
Muy joven, a los 32 años, es elegido para integrar el Concejo Deliberante de la Capital Federal en representación del partido radical. Comienza una carrera pública en la que transitará cargos de importancia. Diputado, Ministro de la Nación, se destaca por su actividad y su gran capacidad de organización. Debido a divisiones en su partido, en 1928 se retira durante un tiempo retomando el ejercicio privado de la profesión. Adquiere una sólida posición económica pero sigue pensando en la política. Es la actividad que lo entusiasma. Regresará a ella en 1936 como candidato presidencial de lo que se llamó la “concordancia”: un acuerdo entre radicales “antipersonalistas” y conservadores.
Según algunos estudiosos la política es el arte de lo posible. En Argentina lo posible y lo imposible han transitado muchas veces caminos comunes. Los partidos, los movimientos, los liderazgos han cambiado de mano una y otra vez. Pero de este complejo entramado han surgido en ocasiones, individualidades que con claridad de miras han tratado de contener, organizar, encauzar esfuerzos en procurar del bien común.
Ortiz fue uno de ellos. Comenzó su militancia en un partido político, participó en una revolución fallida, adscribió a una línea interna del mismo partido y triunfó como candidato presidencial del oficialismo conservador en una elección tildada de fraudulenta. Su candidatura fue aceptada porque su persona no estaba en discusión.
Ya en el poder entendió que las posibilidades futuras del país se lograrían sólo a través de un cambio en el enfoque político sustentado hasta ese momento.
Intentó desterrar normas electorales viciadas en un afán por hacer que el país ingresara definitivamente en un modo de vida democrático. Apuntó a la revalorización de una diligencia política que se negaba a cambiar y a resignar sus privilegios. Entrevió para el país un futuro que otros no alcanzaron a imaginar.
Pero no tuvo tiempo. Una diabetes en avanzado grado lo venció. Había sido muy poco consecuente con su salud, especialmente en sus años jóvenes. Los esfuerzos médicos fueron inútiles y el 22 de junio de 1942 debió presentar su renuncia al cargo de Presidente. Un mes más tarde moriría.
Revolución del 6 /9/1930, que impidió a Ortiz seguir sus estudios de Medicina. |
”Hondo pesar en América”. Así titula su edición el periódico Noticias Gráficas de Buenos Aires del miércoles 15 de Julio de 1942. Un ejemplar de esa fecha llegó a mis manos con sus hojas ajadas y amarillentas. En todos sus artículos se destaca con detalle la personalidad de este político cuya carrera fue considerada como una de las más relevantes de la vida pública argentina.
Dignatarios extranjeros, hombres de la política, representantes de la cultura, de la iglesia, de la empresa y del mundo del trabajo, pusieron de manifiesto su pesar y cada uno desde lo suyo mostró las distintas facetas de su personalidad.
De todas las opiniones que ese día se publicaron quiero rescatar la del Sr. Ramón María Aldasoro un exiliado vasco que expresó:
“El Dr. Ortiz descendiente directo de vascos por línea paterna y materna, será recordado con legítimo orgullo y honda devoción en la historia del País Vasco, porque su nombre ilustre acrece el caudal de personalidades próceres, hijas de este pequeño pueblo. En uno de los momentos más dramáticos de la vida de ese país, concedió generoso asilo en la Argentina a los vascos que lucharon defendiendo la tradicional democracia vasca”.
Seguramente su obra de gobierno tuvo errores y desaciertos. Serán los historiadores los encargados de realizar ese análisis.
La intención de esta nota es otra. Mostrar el hacer de un hombre en relación a un hecho puntual: el sufrimiento de los otros. De esos otros a los que se sentía ligado por herencia y por amor.
Al alcance de la mano
Comunicación Básica en euskara-castellano
À portée de main
Communication basique en euskara-français
Aurreko Aleetan |