Renée Fernández & Danilo Maytía
Hasta los inicios de la segunda mitad del siglo XIX, el transporte por el territorio uruguayo, escasamente poblado por aquel entonces, se basaba principalmente en la lenta marcha de carretas tiradas por bueyes, las que formaban, regularmente, pequeñas caravanas en aras de una mayor seguridad frente a la hostilidad de una campaña despoblada que propiciaba las andanzas del malevaje. A este medio se sumaban los servicios de postas de postillones, que permitía una comunicación más ágil.
La población del país crecía notoriamente con la inmigración europea y con ello los asentamientos en el interior, ambos fomentados por las políticas de los gobiernos actuantes que buscaban una mayor productividad del territorio. Esto promueve una mejora en los medios de comunicación, firmándose en mayo de 1860 el primer contrato de postas de diligencias que permitían mayor comodidad al usuario. Así, los territorios al sur del Río Negro fueron atendidos por las diligencias de la “Compañía de Mensajerías Orientales”, mientras al norte del mencionado río se mantenía el sistema de postas de postillones, sustentados ambos sistemas en varias casas de posta ubicadas estratégicamente en sitios claves y a distancias adecuadas al relevo de los caballos destinados al servicio. A ese primer contrato se van sumando servicios en el resto del territorio hasta la firma del último en mayo de 1873, progresivamente renovado. Así como el sistema de postas de diligencias se complementa con el sistema de postas a caballo, cuando apareció el ferrocarril, a partir del último tercio del siglo XIX, las postas de diligencias alcanzaban los puntos a los cuales las vías de ferrocarril no llegaban, y así continuaron aún avanzado el primer cuarto del siglo XX, permitiendo la comunicación con los centros poblados más alejados de las vías férreas.1
Principales localidades vinculadas por el servicio de sistemas de postas.2 |
Muchos vascos inmigrantes se insertaron laboralmente en el sistema de postas de diligencias, ya sea como concesionarios de agencias locales, o con la instalación de postas con servicio de alojamiento y fonda, o a través de la participación directa en el traslado del vehículo como mayorales. Tomar la decisión de instalarse en una posta o la de asumir la responsabilidad de mayoral, implicaba aceptar trabajos de constantes riesgos. Las postas se encontraban aisladas en medio de los campos y eran frecuentemente asaltadas por malhechores. Los mayorales conducían las diligencias, y si bien contaban con el apoyo de un cuarteador que dirigía en pasos y vados difíciles a la yunta delantera, eran los responsables únicos del viaje, considerando pasajeros y bienes transportados; a los peligros de los asaltos se sumaban, por tanto, los riesgos propios de las peripecias de cada viaje, enfrentados a las inclemencias del tiempo que dificultaban el tránsito en campos donde no existían caminos delineados.
Así aparecen nombres vascos como agentes de las distintas concesiones, en sitios tan distantes como en Treinta y Tres, con la instalación en 1866, de la agencia de Mensajerías Orientales de Lucas Urrutia Elorriaga, natural de Murguía, que permitió la conexión de esa localidad con Montevideo3; o en Salto, dependientes de las Mensajerías Comerciales, con la agencia de Aureliano Zugarrondo en 1873, quien tenía a cargo la carrera de Salto a Rivera4, o en 1881 la agencia en casa de León Almandoz, correspondiente a la carrera de Salto a Paysandú.5
Con respecto a las casas de posta, en las cuales, en adición al cambio de caballos, podría brindarse el servicio de fonda, alojamiento y hasta pulpería, existían establecimientos que apoyaban el sistema y facilitaban el cambio de caballos y, de ser necesario, también brindaban alojamiento a los usuarios. Así aparecen vinculados los nombres de Curuchet, Iribarren, Recarte, en el departamento de Colonia, entre otros, cuyos establecimientos se convertían en mojones en los trayectos de diversas líneas, a tal punto, que el costo del pasaje se diferenciaba con referencia a ellos6. O del comerciante Francisco Garicano en las cercanías del actual Blanquillo, localidad del departamento de Durazno, que oficiaba de punto de encuentro a los pobladores vecinos, contando con un frontón, motivo de atracción de numerosos vascos7. Los viajes en diligencias a través del país podían durar varios días, así el de Montevideo al actual Río Branco, en la frontera con Brasil, resultaba largo y tedioso, con cruce de serranías y muchos pasos de ríos y arroyos, el cansancio de los viajeros demandaba descansos de tramo en tramo y surgían así distintos puestos de postas, entre los que se encontraban los de Olascoaga, cercano a Treinta y Tres, instalado además con pulpería8, o la posta de los Etcheverry en el Chuy del Tacuarí.9
Los relatos de viajeros, maravillados por lo agreste y desolado del territorio, no escatiman imágenes al describir el paisaje de llanuras y suaves serranías, ni la fauna silvestre que se cruza en su camino; así también perduran las descripciones de las postas donde se alojaban a pernoctar y las comidas en sus fondas donde se acumulaban los relatos de anteriores viajes, con sus peligros y aventuras. Pero para los usuarios, eran los mayorales quienes permanecían grabados en el recuerdo por su arrojo y dominio de las situaciones límites.
Tomamos como ejemplo a Francisco Aguirre, natural de Meñaka, Bizkaia, llegado de muy pequeño a nuestro país hacia fines del siglo XIX. De aquella época ha perdurado, entre sus allegados, la anécdota sobre su responsabilidad en el trabajo: niño apenas, se le había asignado el cuidado de una majada que llevó a pastar a los cerros, el pastorcito no volvió al rancho en todo el día y pasada la noche, cuando clareaba el sol la madrugada, salieron en su búsqueda patrón y peones y lo encontraron aterido de frío cobijado bajo un árbol en el medio del campo y ante la inquieta pregunta de todos por su ausencia, sólo respondió que al caer la noche no quiso abandonar las ovejas por si algún lobo les rondase. Esa nobleza y dedicación marcaron toda su trayectoria posterior como mayoral de sus diligencias.
Caserío natal de Francisco Aguirre en Meñaka, Bizkaia.10 |
Es comprensible que las anécdotas de los mayorales queden aún grabadas en las historias de las poblaciones del interior del país, ya que por muchos años, las diligencias eran el único vínculo, ya avanzado el primer cuarto del siglo XX, entre las ciudades y los pueblos pequeños y aún aislados. De ellas dependía el correo, con las noticias y los envíos de los parientes lejanos, también la información sobre lo que acontecía en la capital y en el mundo, y por ellas también se enviaban las pagas de los sueldos lo que permitía el intercambio comercial que daba vida a los pueblos. Lo hondo que caló Aguirre entre su gente lo trasmite Montero López, natural de Durazno, en su largo “Romance de Francisco Aguirre” del cual extraemos las siguientes estrofas que tanto lo ilustran:
(...)“En los ojos vivarachos la raza le hacía señas con una antigua locura de no estarse nunca quieta. Por eso, ser Mayoral le vino como de perlas, que está arriba del pescante, Francisco Aguirre de fiesta. El alma toda en un grito y el cuerpo todo en la trenza, duro y bravo, bravo y duro, como buen vasco que era. Partir con Francisco Aguirre era llegar con certeza, y más, su honor refrendaba pasaje de ida y vuelta.” (...)”Tenía Francisco Aguirre |
-como buen vasco que era- un capricho de progreso metido entre ceja y ceja. Ya anduvo de sol a sol y anduvo de estrella a estrella acarreando nuevos tiempos como una hormiga terca.” (...)”¿Cuánto anduvo? Nadie sabe, pero a juzgar por las mentas debió, sin lugar a duda, correr la campaña entera.” (...)”Y al escuchar sus hazañas en todas las voces nuestras, se empeña en decir que no -aunque el sí le arde en las venas- porque es un hombre modesto y además vasco de veras!”11 |
Instalado en la ciudad de Durazno, Aguirre se casó con María Espeldoipe, también venida sola desde Iparralde, con quien tuvo seis hijos. En el recuerdo trasmitido a sus nietos, quedan las canciones en euskera que la madre cantaba a su hijos mientras el padre recorría los parajes de su nueva tierra. Francisco no volvió nunca a su país, pero mantuvo correspondencia con su hermano y, seguramente, en el patio de su casa en Durazno, al lado de sus diligencias, puesta su boina negra, contara a sus hijos historias de la familia lejana por largo tiempo extrañada. Tampoco sus hijos viajaron a conocer el caserío donde naciera, pero el reencuentro entre parientes se logró por intermedio de una bisnieta. Su nieta Cristina, aún conserva orgullosa algunas imágenes y el recuerdo del abuelo con los cuentos de sus viajes. Las anécdotas cobran vida cuando narra cómo su abuelo llevaba dos banderas ocultas en el pescante, una con la divisa blanca y otra con la colorada, siempre a mano para sacar una u otra según se fuese acercando respectivamente a algún establecimiento de algún partidario blanco o colorado; era su manera de proteger los recaudos que trasportaba.12
Aguirre tuvo a su cargo varias carreras de diligencias. Con centro en Durazno transportaba pasajeros, correo y paga a los pueblos donde no llegaba el ferrocarril. Supo adecuar sus diligencias para transportar carneros cuando le era requerido ese servicio; no dudó en vender la diligencia para treinta pasajeros y que mayores dividendos le proporcionaba, cuando comprobó que era inestable y peligraba la seguridad de los usuarios, conformándose con la más pequeña para sólo dieciocho viajeros, pero indiscutiblemente más segura.13
Diligencia de Francisco Aguirre en un alto del trayecto. En el pescante, junto a él, su hijo Carlos quien continuará posteriormente viajando como mayoral.14 |
Durante el siglo XIX e inicios del XX, pocos eran los puentes construidos y los ríos y arroyos se cruzaban por vados conocidos o por medio de balsas; cuando las lluvias provocaban las crecidas, muchas poblaciones quedaban aisladas y pocos eran los mayorales que se arriesgaban. Tal vez en honor a ellos, cuando se terminó la construcción del puente sobre el Río Yi, al norte de la ciudad de Durazno, en septiembre de 1903, Aguirre y su diligencia fueron los primeros en cruzarlo, de norte a sur, inaugurando así una nueva etapa en las comunicaciones regionales. Años después, en 1983, en homenaje directo, se designó con le nombre de “Mayoral Aguirre”, una calle en la orilla norte.15
Aguirre el mayoral ha quedado en el recuerdo, admirado por su destreza y coraje y también por la confianza que en él se depositaba, una prueba de ello era el dinero que los hacendados le entregaban para su depósito en la ciudad.
Pero también Aguirre el hombre, es recordado con cálido afecto por sus conciudadanos. Con el tiempo, pensando en sus hijos, adquirió un kiosco instalado en una de las plazas céntricas de Durazno, que se convirtió en mojón ineludible para grandes y chicos. En época de la guerra civil española, fue lugar de encuentro de los partidarios de la república donde se intercambiaban noticias y opiniones; para los más jóvenes fue el centro de las lecturas fantásticas ya que los Aguirre tenían a la venta revistas de historietas con todo el espectro de los héroes juveniles. Así lo recuerda Honein Sánchez, asiduo cliente del comercio, quien recibió de los hijos de Aguirre la misma demostración de afecto, honestidad y confianza, y al hacer referencia a Roberto, uno de ellos, rememora con nostalgia: “… el Vasco era un pan de dios, cuántas veces me fiaba alguna revista, sin garantía y a sola firma”.16 También hay cierta nostalgia en las palabras de su nieta Cristina Aguirre cuando comenta que sólo han quedado mujeres en la descendencia de Francisco, impidiendo la continuidad del apellido de quien volcara en nuestro país todo el ímpetu y tesón traído desde su añorada Meñaka.
Francisco Aguirre, su esposa María Espeldoipe y su hijo Carlos, detrás sus hijos Francisco, Roberto, Omar, José y María Luisa y su esposo.17 |
Ciertas similitudes se encuentran en los comentarios sobre el mayoral Juan Duhalde, inmigrante vasco oriundo de Bidarray, Baja Navarra, quien unía con su diligencia distintos puntos del departamento de Tacuarembó y luego, modernizando el servicio con camión motorizado, continuó firme al transporte de pasajeros y encomiendas. No importaban las inclemencias del tiempo, él siempre partía puntual acomodando equipajes y correspondencia, aún bajo lluvia. El honor de su palabra dada a los viajeros le impulsaron a construir por cuenta propia, pasajes de madera en aquellos puntos del trayecto que podrían dificultar la travesía; pasajes que luego todos utilizaban, pero con el mayor respeto y en su homenaje se denominaban “los pasajes de Duhalde”.18
En el departamento de Cerro Largo se destacó a fines del siglo XIX, la diligencia de Juan Socorro Eyherabide, hijo de padre vasco; hombre de gran entereza mantuvo el servicio aún en los difíciles momentos de la revolución de 1904. Sabido es que durante los levantamientos armados se requisaban todas las caballadas y fácil es pensar las dificultades que pasó para cumplir los recorridos con caballos cansados y flacos que dejaban atrás los ejércitos contendientes.19
Lejos ha quedado el tiempo en el cual trasladarse por el interior de la República implicaba varias jornadas de traqueteo en diligencias, confiados enteramente a la destreza de mayorales y cuarteadores y a la agilidad de una numerosa caballada que permitía el constante relevo. Lejos han quedado las anécdotas e historias de los contratiempos y audacias que le imprimían al viaje un tanto de aventura y suspenso. Sólo algunos escritos hacen perdurar las hazañas y nos hablan de hombres íntegros que se afanaban por el bienestar ajeno y el cumplimiento del contrato, aún a expensas de enfrentarse a peligros ante las inclemencias del tiempo y malhechores. De ellos hemos querido rescatar, a modo de ejemplo, a algunos inmigrantes vascos o sus descendientes, que se insertaron en el sistema de postas ayudando con ello a las comunicaciones y al progreso.
1 BARACCHINI, Hugo, s/a, “Historia de las Comunicaciones”, Universidad de la República, División Publicaciones y Ediciones, pp. 38, 70 y 90 -.
2 Mapa elaborado en base a datos tomados de BARACCHINI, obra citada.
3 MACEDO, Homero, 1985 “Treinta y Tres en su Historia”, Mont., Ed. de la Banda Oriental, p. 97.
4 ARREDONDO, Horacio, 1958 “El transporte a sangre en el antiguo Montevideo y su extensión al interior” en Anales Históricos de Montevideo”, Concejo Departamental de Mont., Mont., p. 208
5 “Ecos del Progreso”, Salto, 25 de marzo de 1861, Año V, N° 87, Archivo Biblioteca Nacional.
6 ARREDONDO, Horacio, ob. cit. pp. 208-209
7 PADRÖN, Oscar, 1992 “Historia del Durazno”, Imprenta del Ejército, pp. 423 y 424.
8 MACEDO, Homero, ob. cit, p. 47
9 Ver E & M N° 201
10 Foto gentileza de Cristina Aguirre
11 MONTERO LÖPEZ, Pedro, 1955 “Romance a Francisco Aguirre” (fragmentos), en “Mundo demorado y Flor solariega de romances”, 1994, Uruguay, M. Pesce SRL; Archivo Biblioteca Nacional.
12 Entrevista realizada por los autores a la Prof. Cristina Aguirre, nieta de Francisco Aguirre, enero 2004.
13 LÓPEZ FERREIRA; Mayo, 1970 “Comunicaciones y Transporte” en “Los Departamentos, Durazno”, 1970, Montevideo, Ed. Nuestra Tierra
14 Foto gentileza de Susana Abella (nieta de María Luisa Aguirre, hija mayor de Francisco).
15 Decreto Departamental N° 1017, 19 de abril de 1983.
16 Carta del Dr. Honein Sánchez Galarza a Danilo Maytía.
17 Foto gentileza de Cristina Aguirre.
18 MILLER, Juan E., 1947 “Cortando campo”, Mont. Impresora Uruguaya, pp. 53 -56.
19 Carta de Adela Eyherabide a Danilo Maytía.
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