María José Aldaz, autora de la tesis “Carmela Saint-Martin: estudio biográfico, recopilación de su obra literaria y análisis semiótico de sus novelas y cuentos”
«Se imaginaban a una vieja tenebrosa, encorvada y se encontraron con una señora vestida de rosa, con un gorro bien plantado y muy coqueta»1. Así describía Carmela Saint-Martin la impresión que le causó al jurado en el momento de recoger el premio Leopoldo Alas. Los relatos de su libro Con suave horror, con sus crímenes, su crueldad y su violencia, no cuadraban con aquella mujer menuda, elegante, vital e ingeniosa.
Con 60 años, Carmela envió una colección de cuentos a la convocatoria inicial del Leopoldo Alas, en 1955. Este concurso fue el certamen con más prestigio para libros de cuentos literarios desde su creación hasta su desaparición en 1969. Aunque su cuantía era modesta, cinco mil pesetas, supuso la publicación de importantes libros (Los jefes de Vargas Llosa, entre otros muchos). La obra de Carmela no resultó ganadora en aquella primera ocasión, pero aquello no la desanimó, era una mujer muy tenaz. Los organizadores decidieron publicar el libro, porque lo consideraron muy original y de gran calidad, y así, en 1959 apareció Ligeramente negro.
Carmela Saint-Martin junto a su marido. Fotografía: Propiedad de María Ana San Martín |
Saint-Martin siguió presentándose en las siguientes convocatorias alcanzado siempre las votaciones finales, acariciando el premio pero sin conseguirlo. Su inagotable imaginación le había permitido ofrecer una obra nueva en cada edición. Hasta que en 1964, cuando había cumplido 69 años, obtuvo el IX Leopoldo Alas. El libro, titulado Con suave horror, llevaba un prólogo de Luis Rosales.
Los títulos de las primeras colecciones de Carmela, Ligeramente negro y Con suave horror, ya sugieren el carácter de los relatos criminales y de los personajes perversos que los pueblan. Son dos libros a contracorriente, porque la literatura de esa época discurría por otros cauces, los del realismo que se había iniciado con La colmena. Pero en Karmele se dejaban sentir otras influencias...
Durante la posguerra Francia adquirió el valor de paraíso de libertad. La noticia que se ocultaba en el interior había que buscarla en la radio clandestina, en el periódico francés o en el libro pasado de contrabando. Saint-Martin cruzaba la frontera casi todas las semanas para darse una vuelta por las librerías y visitar a su nieta Ana Rosa, que estaba interna en un colegio de Bayona. Volvía a casa cargada de libros de segunda mano. Siempre fue seguidora de la Série Noire, colección creada en 1945 y que gozaba en Francia de enorme popularidad, hasta tal punto que en 1970 contaba con más de un millar de títulos. Los relatos de la Série estaban caracterizados por la violencia y el humor negro. Rasgos que también encontramos en muchas de las narraciones de Carmela: crímenes impactantes, cínicos personajes y humor negro. También se revela la misma influencia en la elección de su seudónimo, Saint-Martin, donde afrancesa el apellido de su marido.
Los relatos negros no sólo se encuentran en las dos primeras colecciones que publicó la escritora, se hallan también a lo largo del resto de su producción. Incluso pensaba reunir en un único libro todas sus historias truculentas. El volumen estaría compuesto por 32 cuentos y se habría titulado Relatos crueles. Algunas de estas narraciones aún permanecen inéditas como otras tantas que aguardaban en el cajón de una cómoda presidida por un retrato de Baroja. Uno de estos cuentos se titula La gitana y el churumbel. Es la historia de un médico obsesionado con el hijo de una gitana que pide limosna. El niño está famélico, lleva un ojo vendado y no deja de llorar. Un día el doctor lo arrebata de los brazos de su madre y lo lleva al hospital. Allí descubre que la gitana le había colocado al niño una garrapata en uno de sus ojos. Así sus llantos eran más lastimeros y conseguía más limosnas.
Los relatos negros de Saint-Martin son narraciones redondas, dirigidas hacia un desenlace sorprendente y en muchas ocasiones cruel. Todo el cuento queda construido con vistas al final, incluso desde los títulos se pone de manifiesto las intenciones de la autora. Son relatos ligeramente negros y suavemente horrorosos. Crueles, pero matizados por una ligera ironía y una suave ternura.
En el desarrollo de las historias aparecen algunos recursos muy frecuentes en Saint-Martin, por ejemplo el azar y el error, la coincidencia y la equivocación. En Montaña sobre Montaña, una de las narraciones más magistrales, un pastor deja a su perro al cuidado de las ovejas y baja al pueblo en busca de provisiones. Al volver, encuentra que una de sus ovejas ha sido brutalmente atacada por un animal. Cree que el causante es su hambriento perro y lleno de furia le dispara con su escopeta. Al poco tiempo encuentra en el aprisco el cadáver de un enorme lobo y se da cuenta de su error. Con su obtusa lógica, decide que lo mejor es suicidarse...
En el infinitesimal instante en que el cerebro transmitió la orden y el pie dio un tiro al cordel, haciendo jugar al gatillo, antes de que volara su cabeza, el pastor vio al perro atontado, momentáneamente por el refilonazo de la bala en el cráneo, se había levantado e iba hacia él, dispuesto a olvidar la injusticia, perdonar la equivocación..., y seguir matando lobos.
La construcción de los personajes también juega un papel vital en estas narraciones, se trata de seres que viven en un mundo violento e injusto y que carecen de todo sentido ético o moral. Actúan movidos por la vanidad, la codicia, la venganza... Por ejemplo, en el relato titulado La cremá, el protagonista Vicentet llega a su casa y encuentra a su mujer dispuesta a abandonarlo: quiere a otro hombre y se marcha con él. Se entabla una discusión y el marido golpea a Amparo con un martillo, un fuerte golpe en medio de la cabeza. Sentado en el suelo, al lado de la asesinada, empieza a pensar en cómo se librará del cadáver. En su taller, los “ninots” están dispuestos para las fallas; decide hacer otro “ninot”, el más perfecto de su vida y encerrar en él a Amparo. Pero llega el día de la “cremá” y el jurado queda entusiasmado con el trabajo y la falla puede ser indultada...
María del Carmen Navaz. Fotografía: Auñamendi |
Así era Carmela Saint-Martin, siempre engañando con su aspecto de abuela dulce, para en el momento más inesperado «mostrarnos sus uñas y sonreír con fingida perversidad. Y todo por una razón: ocultar su sensibilidad a flor de piel con la crueldad de sus relatos crueles»2.
No todas sus narraciones fueron truculentas, Carmela escribió muchísimo, trabajó tanto en cuentos infantiles como en relatos legendarios vascos (Nosotras las brujas vascas fue su libro más reeditado). Combinó la labor literaria con otras aficiones, la cocina, su pasión por el cine o la redacción de un consultorio sentimental y de un horóscopo para una revista. En cierta ocasión recibió una carta de una lectora desesperada: me da asco mi trabajo, me da asco mi marido, me da asco mi hogar, me da asco... —Señora, ¡vomite! —fue la contestación de Carmela Saint-Martin.
María del Carmen Navaz nació en Pamplona en 1894 y murió en San Sebastián en 1989.
A raíz de la muerte de su marido, Rufino Sanmartín, comenzó a escribir y publicar bajo el seudónimo de Carmela Saint-Martin. Es autora de las siguientes colecciones de relatos: Ligeramente negro (1959), Con suave horror (1965), Animalitos de Dios (1967), Los demonios mudos (1967), Después de los milagros (1967), El servicio (1968), El perro Milord (1971), Nosotras las brujas vascas (1975), Las seroras vascas (1976), Los rayos paralelos (1977), Nosotros los vascos (1978) y Ene, doña Benigna (1979). Publicó además dos novelas cortas: Señoras de piso (1967) y Ternura infinita (1968). Gran parte de su obra no llegó a editarse.
1 MIRANDA, Luz. «Carmela Saint-Martin empezó a escribir después de los sesenta años», La Voz de España, San Sebastián, 21 de septiembre 1968, p.18.
2 SAGARZAZU, Paco. «Carmela», El Diario Vasco, San Sebastián, 18 de agosto 1987, p.18.
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