Olga Macías, Universidad del País Vasco
El asedio carlista a los defensores liberales de Bilbao, más conocido como El Sitio de Bilbao, dio comienzo un 21 de febrero de 1874 con el inicio del bombardeo de esta villa por las tropas leales al pretendiente del trono de España y finalizó el 2 de mayo del mismo año con la retirada de este ejército vencido. En esta guerra de desgaste una baza fundamental para la derrota del enemigo era su agotamiento tanto físico como moral. Los carlistas, buenos conocedores de estos principios básicos de la táctica militar, además del constante bombardeo al que sometieron a Bilbao desde sus posiciones en los montes cercanos, estrangularon cualquier salida con el exterior, ya fuese por mar, por la Ría o por los caminos y carreteras que desde el resto de Vizcaya confluían en esta villa. De este modo, se cortó todo acceso que los bilbaínos podrían tener a aquellos alimentos de los que habitualmente se abastecían y que provenían de las anteiglesias cercanas o de otros puntos más o menos distantes. Así las cosas, los sitiados hicieron frente como pudieron, no exentos a veces de buen humor, a una situación incierta que cada vez se hacía más insostenible.
Batería de Miravilla. Bilbao, 1874. |
El mismo día del comienzo del asedio, el 21 de febrero de 1874, las mujeres bilbaínas hicieron acopio de víveres en las tiendas de las Siete Calles para llevárselos a los retenes y puestos de avanzados y, así, facilitarles una suculenta merienda. Lejos de su imaginación quedaba la posibilidad de un largo asedio en el que tendrían que hacer frente a serios problemas de abastecimiento, e incluso, al temido hambre. Durante los primeros días del sitio, las bombas carlistas buscaban entre sus objetivos los puntos neurálgicos de la ciudad para doblegar su resistencia, y entre ellos se encontraban los hornos de las panaderías. El 6 de marzo, no sin cierta ingenuidad, los sitiados se preguntaban si acaso los carlistas se proponían dejarlos sin pan. Mientras los bilbaínos hacían frente a las bombas, los domingos multitud de los habitantes de las anteiglesias cercanas se acercaban hasta las baterías carlistas para visitarlas, y no faltaba quien también subía a las cimas de Archanda, Santo Domingo y Pagasarri para ver los estragos del bombardeo carlista en Bilbao. Aún así, a los bilbaínos, tampoco les faltaba ganas del tradicional paseo dominical, y aunque el Paseo del Arenal estaba desbastado por los proyectiles, una buena opción era asistir a la Plaza Nueva donde, a falta de los hombres, distribuidos por baterías y cuerpos de guardia, predominaban las muchachas. Éstas, en homenaje a los combatientes se adornaban con una escarapela encarnada, como las que llevaba el Cuerpo de Auxiliares que defendía la villa.
Muerte del general Ollo, el 29 de marzo de 1874, durante el asedio de Bilbao. |
Transcurrían los primeros días del asedio a Bilbao, las bombas continuaban cayendo a diario, y a mediados de marzo, como al hambre no hay pan duro y la necesidad es la madre de todas las ciencias, los bilbaínos comenzaron a experimentar nuevos hábitos culinarios. Para empezar, las bombas carlistas causaban bastantes víctimas entre los caballos. Ante la falta del abastecimiento de carne vacuno los habitantes de la villa descubrieron las cualidades nutricionales de estos equinos. Los caballos muertos a causa de los proyectiles del enemigo eran descuartizados y su carne vendida a doce cuartos la libra. Aseguraban los entendidos que su carne era delicadísima y que bien aderezada era un manjar muy preciado. A esta variación en los gustos alimenticios, le siguieron dos nuevas aportaciones, los gatos guisados y las ratas de agua con arroz. Tan sólo una puntualización a estas dos últimas delicatessen gastronómicas, por una parte se insinuaba que de continuar el sitio no quedaría ningún gato porque todos acabarían en el puchero, y en cuanto a las ratas, se utilizaba el eufemismo de agua para diferenciarlas de los roedores caseros y evitar repugnancias que serían insalvables para los paladares más delicados. Y como todas las contrariedades no vienen solas, por las mismas fechas, más exactamente el 14 de marzo, dejó de fabricarse el pan de primera. Las autoridades decidieron suprimir su fabricación ante la ausencia de harina de esta calidad, con lo que el pan comenzó a negrear. La harina escaseaba y las perspectivas no eran nada halagüeñas. Si de por sí el pan en esos momentos era moreno, se aventuraba que cobraría un color terroso que, además de repugnar a la vista, repugnaría al paladar. El pan, alimento básico de la dieta y baremo de la disponibilidad nutricional de una sociedad, era el toque de alarma de una situación que comenzaba a ser inquietante para los bilbaínos desde el punto de vista alimenticio.
Fuerte de Miravilla, Bilbao, en 1874. |
A mediados de marzo también comenzaron a escasear en la Plaza del Mercado de la Ribera los alimentos. Se pagaba en esos días hasta cinco y seis duros por algunos corderos introducidos en Bilbao, y cincuenta reales por una liebre. Las gallinas costaban noventa y cien reales y cada huevo cuatro reales. Mientras, los bilbaínos sobrellevaban como podían esta situación y el día de San José aportó cierto respiro a estos agobios. A pesar del diario bombardeo, hubo ciertos detalles que recordaban la festividad del día, puesto que las muchachas salían de cafés y confiterías con dulces o colinetas y no faltaba tampoco ningún cordero. Con motivo la celebración de esta fiesta, los Auxiliares de la Séptima Compañía dieron lugar a un episodio no exento de fino humor. Estos defensores de la villa, estimando que el bombardeo era lo suficientemente lento como para organizar una merienda épica y pantagruélica, decidieron merendar amigablemente, previa la aportación individual de sus correspondientes vituallas, además de la confección del menú, redactado en una jerga con resabios a francés. No faltaban los entremeses, Haricots a la Miravilla y Sausisses a la Capitana, tampoco las Anguilles a la Solocoeche, las Carpas a la Brigadiera o el Filet a Larrínaga, sin pasar por alto el Cotteleter aux pommes frites a la Morro o la ensalada Aux Auxiliares. De postre, Raisins secs a la Cuervo, Fromage a las Patas. Vinos: Valdepeñas a la Batería de la Muerte, Bordeaux cave Suede et Norvege, Champagne cave veuve Mallona, Málaga Cave Blokaus y Jerez Cave Estación. Licores y cafés: Fine champagne cave Comedor Económico y Café a la berne pedant toute le nuit y le matín. Como suplementos Hors de aeuvre a la Casamonte et la Mandilona y Cigarros en lata. Por último los especiales: Fusoes a la Congrée des Batteries de Pichón et Quintana. Paradójicamente, todos los platos de este singular menú hacían referencia al nombre de los distintos puestos de vigilancia que se habían establecido con el asedio de Bilbao. La realidad culinaria fue bien distinta porque el pantagruélico banquete se redujo a algunas legumbres y a unas latas de conservas amenizadas con el Himno de los Auxiliares.
Primera batalla de Somorrostro. 25 de febrero de 1874: 1-Batería; 2-Camino de Muskiz; 3-San Julián de Muskiz; 4-Posiciones carlistas; 5-Puente sobre el río Barbadun; 6-Trinchera carlista; 7-San Martín de Muñatones; 8-San Pedro de Abanto; 9-San Juan de Somorrostro; 10-Carretera de Bilbao a Castro Urdiales; 11-Batería; 12-Fogata; 13-Posición carlista; 14-Batería Krupp. Grabado de la época. |
Para el 22 de marzo las subsistencias escaseaban en Bilbao. De este modo, por ejemplo, los huevos eran muy buscados y se tenían por gran regalo en la villa. Pero no solo eran los sitiados los que tenían problemas de abastecimiento de alimentos. Los carlistas también pasaban por penurias a la hora de hacerse con carne de ganado vacuno. En el interior de la provincia había muy poco ganado de este tipo para el consumo de las tropas carlistas y casi todo era enviado a los destacamentos que luchaban en el frente de Somorrostro. Los sitiadores de Bilbao veían sus raciones de carne de vacuno sustituidas por cordero y además en cantidad casi insuficiente, con el consiguiente descontento entre los leales al pretendiente.
La prensa carlista azuzaba más aún la delicada situación de los bilbaínos. Desde el periódico El Cuartel Real, se decía que Bilbao estaba sometida a un ayuno forzoso por la escasez de víveres, a lo que había que añadir el constante bombardeo, con lo que se atrevía a decir que Bilbao está a punto de abandonar su gallarda resistencia. Y para reacción la de los bilbaínos, que respondían que todavía les quedaban ánimos para cantar, y que aunque áspero el pan, no se les atragantaba en el gaznate. A pesar del órdago de los defensores de Bilbao, la realidad exigía medidas drásticas en cuanto al abastecimiento del pan, por lo que el 23 de marzo el alcalde decidió racionar el suministro de este alimento. En una bando de 17 puntos se establecía la ración por persona, civiles o individuos armados; precio y tipo de papeletas para la compra, al igual que su distribución; número de puestos de venta; encargados de la venta y de su control; vigilancia de los panaderos; y, por último, peso de los panes. Por de pronto, este edicto hizo que los bilbaínos se olvidaran de las bombas, puesto que era un indicio inequívoco de que comenzaban las estrecheces. Había que tener en cuenta que el vino hacía tiempo que había desaparecido y que no había otra carne que la de caballo, con lo que era lógico que los bilbaínos se preguntaran con rabia dónde estaba el ejército liberador.
Segunda batalla de Somorrostro, 24 de marzo de 1874. Campo de batalla delante de San Pedro de Abanto. |
En un bando del 28 de marzo el Gobernador Militar de la Plaza de Bilbao hacía saber al vecindario que desde ese momento la autoridad se hacía cargo de cuantas harinas, trigos y maíz existían en la villa. Todo aquel que tuviera cualquier cantidad, por pequeña que fuese debería ponerla a disposición del Ayuntamiento en el plazo de cuarenta y ocho horas. Quien no cumpliera esta disposición, sería juzgado por un Consejo de Guerra. Con esta medida se deducía la enorme importancia que comenzaba a tener el bloqueo carlista a Bilbao y se aportaba un nuevo cariz de arma militar a las subsistencias. Hasta ese momento, según los sitiados, ni el bombardeo ni el cierre de la ría les había turbado el sueño, sin embargo, a partir de este momento con la escasez de los alimentos y el racionamiento del pan, la preocupación no podía ocultarse entre los sitiados. La penuria de víveres había provocado un alza general de los mismos, al mismo tiempo, el racionamiento del pan se llevaba a efecto con un rigor exagerado. Esta incertidumbre se veía azuzada por la falta de noticias sobre el ejército liberador.
El reparto de pan no estaba exento de incidentes. A finales de marzo la aglomeración de personas en los puestos en los que se expendía era muy elevada, sin que la Junta de Armamento y Defensa, facultada por el Ayuntamiento, consiguiera mitigar todas las trifulcas que se ocasionaban. La calidad del pan era notablemente inferior a los periodos de paz, pero en opinión de los defensores de la villa, parecía que los bilbaínos no tenían en cuenta este pequeño detalle por la prisa con la que todos se apresuraban para recoger sus raciones correspondientes. Este panorama se hacía cada vez más alarmante si se tiene en cuenta que a principios de abril la situación de la Plaza del Mercado comenzaba a ser inquietante por la falta y la mala calidad de los víveres. Se habían terminado las existencias de vino común y sólo quedaban, aunque no en gran abundancia, arroz, alubia, haba y garbanzo. La carne de caballo era casi la única que se podía obtener y su consumo se había generalizado tanto, que se hizo preciso poner tasa en el precio: a los que se surtían con una papeleta de médico autorizado se les facilitaba a 28 cuartos la libra, pero los demás debían de pagar a seis reales.
Primera batalla de Somorrostro. Puente de San Juan de Somorrostro, y, al fondo, el castillo de San Martín de Muñatones. 1-Posiciones carlistas; 2-Reducto y trincheras carlistas. 24 y 25 de febrero de 1874. Grabado de la época. |
Para los liberales, el enemigo no sólo acechaba en las afueras de Bilbao, también actuaba como podía desde dentro de la villa. En el juego de acusaciones mutuas, las más sangrantes sobrevenían con motivo de la actuación de los carlistas con motivo del acaparamiento de víveres. Para muestra lo que pasaba con el pan. Según los defensores de Bilbao, había carlistas que se inscribían en varias calles para percibir mayor número de raciones de pan que las que necesitaban, a pesar de que seguían ocultando harina de primera y comiendo buen pan. Se afirmaba que estos enemigos internos llegaban a tirar a la Ría este pan conseguido de forma fraudulenta con el objetivo de que se agotaran pronto las existencias para que la población se rindiera cuanto antes. Además, el talante de las mujeres carlistas en la distribución diaria de las raciones de pan daba lugar a escenas lamentables. Mientras las familias de los defensores de Bilbao, decían los liberales, recibían su ración escasa de pan con una actitud digna, de silencio y mansedumbre, las mujeres carlistas promovían alborotos y sembraban cizaña y desaliento, al mismo tiempo que se desataban en insultos contra los adalides del liberalismo bilbaíno.
El 9 de abril las tropas liberales intentaban comunicar con Bilbao para infundirles ánimos. El cerco de la villa era cada día más reducido y la lucha en Somorrostro exigía a los carlistas desviar a este campo de batalla buena parte de los proyectiles destinados para el asedio de Bilbao. Esto supuso la práctica paralización del bombardeo de la villa, lo que otorgaba cierto respiro a sus habitantes. Por estas fechas, al racionamiento del pan, que se llevaba a punta de lanza y sin haber bulas para difuntos, siguió el racionamiento de la carne de caballo, decretada por el precio de la misma. El enorme precio de las subsistencias, unido a la paralización del trabajo como consecuencia del largo asedio, provocó que muchas familias trabajadoras careciesen de los ingresos indispensables para satisfacer sus necesidades más básicas. Entre los defensores de la villa se comentaba que de prolongarse el asedio, las autoridades se verían obligadas a requisar todas las subsistencias, adoptando la política comunista de dar a cada cual lo que le correspondería con arreglo a sus necesidades y no a sus posibilidades económicas, que es lo que en ese momento sucedía.
Auxiliar bilbaíno. |
A partir del 10 de abril el pan estaba más renegrido que de ordinario, puesto que la autoridad competente estableció que desde ese día se compondría a mitades de harina de trigo y de maíz. Esta variación de su composición trajo consigo una disminución de su precio, que se estableció en cinco cuartos la libra. Esto supuso un pequeño alivio en un momento en el que se había corrido el rumor de que La Junta de Armamento y Defensa había dado permiso para que se sacrificasen las vacas lecheras. La Junta negó la veracidad de este rumor y prohibió terminantemente el sacrificio de tales animales, puesto que consideraba indispensable asegurar a los enfermos la ración de leche que, por prescripción facultativa, les correspondía. Otro paliativo para la ahogada situación de los bilbaínos: las verduras de la nueva cosecha, como los espárragos, habas y patatas se vendían a buen precio en la Plaza del Mercado.
El 11 de abril el hambre apretaba en Bilbao y a partir de este día se comenzó a repartirse el rancho diario a los milicianos necesitados, con objeto que pudieran atender al sustento de sus familias. Eran bastantes los que acuciados por la necesidad se acogieron a este beneficio. Al mismo tiempo, las quejas entre el vecindario en general eran continuas en cuanto al precio excesivo de los artículos de consumo de primera necesidad. De este modo, el 15 de abril el Gobernador Militar de la Plaza de Bilbao emitió un bando en el que consideraba que el acaparamiento de las subsistencias alimenticias o el alza desmedida de sus precios en una plaza que sufría tan dilatado y tenaz asedio, constituía una enormidad en el orden moral y en el orden político un delito próximo al de conveniencia culpable con el enemigo. Se fijó el tope máximo de venta de los artículos en la plaza, las penas con arreglo a las leyes militares para los infractores y se declaró de acción pública la denuncia de estos casos, pues va en ello la existencia del vecindario entero. Estas medidas tuvieron pronta repuesta y para el 18 de abril fueron varias la denuncias de artículos que se ocultaban a la venta o sobre los que se exigía un mayor precio que el fijado.
En tiempos de paz se podría decir que a falta de pan buenas son tortas, pero en este caso habría que decir que a falta del preciado alimento, buenas eran las canciones y la música. Eran innumerables las canciones que a propósito del Sitio de Bilbao componían los milicianos, más que nada, en un afán de entretener el hambre. Otro modo de paliar la gazuza y minimizar el hecho de que para el 19 de abril se hubiese dado fin a las existencias de harina de trigo, era preparar un suculento guisado de gato. Estos animales eran los que pagaban el pato con motivo del asedio. Se consideraban bienes comunes y las circunstancias consentían o no permitían impedir la caza que se les hacía. Ciertas gentes de estómagos poco aprensivos se regalaban con su carne en guiso apetitoso y la encontraban deliciosa.
En aquellos momentos tan solo quedaban existencias de maíz para elaborar el pan de borona, y éstas se terminaron el 26 de abril. Ese día se acabaron los bonos para las raciones de pan y no se volvieron a renovar, por lo que cesó el reparto de raciones. Con este motivo, la Junta de Armamento y Defensa, dispuso que se aumentase en un rancho más la comida de los soldados de la guarnición y que además se les diese todos los días por la mañana una taza de café. Ante todo, se pretendía que las tropas tuvieran asegurada su manutención. El 28 se abril se reanudó el bombardeo de Bilbao y las familias extranjeras que aún quedaban en la villa salieron de ella huyendo del hambre. Desde Miravilla se establecía contacto con las tropas liberales que entablaban batalla para quebrar el asedio. Por fin, el dos de Mayo se rompió el cerco y finalizó el Sitio de Bilbao. Esa misma noche, dentro de la mayor diligencia, salieron vapores desde Castro y Santander con destino a Bilbao cargados con abundantes comestibles. Con toda presteza, los buques amarraron en los muelles de la villa en la madrugada del 3 de mayo como un primer paliativo para llenar las grandes necesidades que se sentían en la población. La vuelta a la normalidad en el abastecimiento de las subsistencias en Bilbao fue una cuestión de días.
Aurreko Aleetan |