Conocí a Polixene Trabudua en el otoño de 1998, en su casa de Zeberio. Tenía ochenta y seis años y llevaba ya un tiempo residiendo en Euskadi, a donde había regresado tras dejar en Venezuela cuarenta largos años de su vida. Vivía con su hijo Unai en una casita extremadamente acogedora, con una chimenea siempre encendida y un balcón al que Polixene se asomaba para admirar el color verde de la montaña y decir agur a las personas que íbamos a visitarla. La conocí en ese momento de la vida en el que ya se ha empezado a hacer revisión del pasado y en el que lo vivido ocupa una buena parte del tiempo presente.
De izda. a dcha.: Haydée Agirre, María Teresa Zabala, Polixene Trabudua. 5 de febrero de 1934. |
Nunca hablamos de las razones que la habían devuelto a Euskadi, pero la elección como lugar de residencia de Zeberio, en el corazón de Bizkaia, tanto como los motivos vascos que decoraban la sala de estar, delataban un empeño por regresar al regazo de la tierra madre. Ciertamente para Polixene, Euskadi significaba mucho más que el punto geográfico donde vino al mundo, constituía la morada del alma, es decir, ese lugar mítico que constituye el refugio íntimo de los sentimientos de pertenencia. Creo que en su decisión de regresar a Euskadi pesó la necesidad de tomar el pulso a la nación que ella ayudó a construir en su juventud. Establecer, en directo, un hilo conductor entre aquella nación vasca, un día imaginada, luego frustrada y nuevamente puesta en marcha, constituyó su última voluntad, y esta decisión le llevó a realizar el último viaje de Venezuela a Euskadi.
Su hijo Unai fue la compañía y el apoyo para esta aventura final. Ambos constituían una pareja de hecho intensamente compenetrada. Compartían un mismo sentido de lo espiritual que trascendía los principios de la doctrina católica y dotaba de libertad y de sentido humanista al arraigado cristianismo de los dos. Además, el carácter significadamente transgresor de Unai le ofrecía a Polixene la oportunidad de convivir con otras perspectivas de la vida y de las relaciones que le permitieron mantenerse gloriosamente joven y radical. De hecho, al conversar con Polixene resultaba sorprendente que la actualidad no tuviera secretos para ella y que no tratara de escudarse en algún principio inamovible para negar el presente. Así, era reconfortante sentir que la larga experiencia vital de Polixene se sumaba a la necesaria aceptación de nuevos valores y puntos de vista.
Mandaluniz. |
Antes de llegar a América, Polixene y su familia recorrieron un largo periplo por Francia durante trece años. En 1937 Polixene salió de Deusto en un carguero hacia el exilio con tres hijos pequeños. Primero, fue arribar a Burdeos, luego organizar en Saint Jean Pied de Port las colonias de los niños refugiados de la Guerra Civil, después iniciar una nueva vida en Rouen, donde su marido futbolista firmó un contrato con el Rouen-Club. Finalmente, la ocupación alemana de Francia condujo a Polixene y a su familia a París. Allí fueron testigos del final de la guerra y tras la liberación, intentaron empezar otra vez. Para entonces, ya habían nacido otras dos hijas, y los mayores tenían edad de hacer la primera comunión. Polixene tenía necesidad de organizar un hogar. La ciudad de Lorient en Bretaña y el contrato que José Mandalúniz firmó como entrenador les dieron la oportunidad de instalarse nuevamente y empezar allí una nueva andadura.
En 1950 el Athletic de Bilbao ofreció a Mandalúniz un contrato de entrenador y “después de vivir dos años en ese paraíso bretón -cuenta Polixene en sus memorias- nos preparamos con cierta aprensión a volver a Euskadi,… en la plenitud de un franquismo confirmado por las potencias aliadas y consagrado por la Santa Sede”2. La desconfianza de Polixene hacia el régimen franquista se confirmaría rápidamente. Polixene y su marido fueron considerados enemigos de la patria y en menos de un año el Athelic Club fue obligado a destituir a José Mandalúniz como entrenador del equipo y ella, aunque por poco tiempo, fue detenida y encarcelada. Esta breve y azarosa estancia en Bilbao les permitió, por fin, vivir juntos, en un hogar. Finalmente, Venezuela apareció como el destino lejano, pero idóneo, donde encontrar un porvenir.
Y es que tanto Polixene Trabudua como José Mandalúniz habían sido una pareja famosa en Bilbao durante la II República: ella, como oradora del Partido Nacionalista Vasco, y él como deportista, delantero centro del Athletic; ambos, participando en la organización Juventud Vasca y convirtiéndose en fervientes militantes y nacionalistas comprometidos. Polixene fue una activista incansable. Detenida y encarcelada por sus alegatos en favor de la nación vasca, llegó a protagonizar, en la primavera de 1933 por el Arenal bilbaíno, la primera manifestación de mujeres convocada en protesta por la visita oficial del Presidente de la República Alcalá Zamora a Euskadi. Como ella misma comentó en una de nuestras conversaciones: “Los padres y los hijos y los nietos de los hombres que hoy en día son verdaderamente nacionalistas es debido a aquellas lerdas, tontas, ingenuas, pero sinceras, que andábamos todos los domingos por todo Euskalherria predicando el nacionalismo vasco. Fuimos las sembradoras”3.
Si la juventud de Polixene se vio atravesada por la intensa emoción que le produjo el conocimiento del nacionalismo vasco y por la pasión con la que se entregó a él, su infancia estuvo marcada por la placidez y el bienestar como hija sola, en una familia acomodada en el pueblo de Sondika. Hasta ese lugar de origen nos conduce su propia memoria: “Desde el caserío de Gastañagas, en la primavera, -escribe Polixene en sus memorias-, se divisaba el espectáculo más bello que recuerdo de mi niñez: entre el río y el caserío, una enorme extensión de manzanos. Cuando florecían, aquello me parecía la entrada en el paraíso… ¡Cómo se repite en mis recuerdos más queridos la campa de manzanos en flor de Gastañagas!”4. Esta imagen acompañó a Polixene durante toda su trayectoria vital y quizás llegó a constituir la emoción definitiva que motivaría su regreso final a Euskadi.
En 1986 y todavía en Venezuela, Polixene había reflexionado sobre el tiempo que le quedaba por vivir y había escrito un pequeño testamento vital: “Creo que debemos prepararnos desde la madurez –decía- para enfrentarnos con nuestra última etapa en esta vida. Lo más importante es saber salirse bien de la última escena: Que no hagamos de nuestras enfermedades y achaques hábitos cotidianos de exhibición. Que sepamos callarnos ante las decisiones de los jóvenes en tanto no nos pidan consejo. Que dejemos de pensar que somos, los viejos, los únicos depositarios de la verdad. Que sepamos adquirir la paz y la serenidad para que nuestra sola presencia sea un remanso de tranquilidad. Y que sepamos de una vez que nadie es imprescindible en este mundo… más que el ¡Amor!. Poder morirse como la abuelita de Gastañagas… Acabarse, con 100 años bien cumplidos, como una vela que se ha consumido ardiendo y dando abundante luz… y dormirse diciendo ¡Agur! con la mano… tras tomarse una copita de anís… rodeada de todos los de casa… y de toda la familia… ¡qué bendición!”5.
En abril de 2004 Polixene nos ha dicho agur para siempre, pero su recuerdo permanecerá imborrable en nuestra memoria.
1Polixene Trabudúa, Artículos de Amama, Fundación Sabino Arana, Bilbao, 1991, pág. 214.
2Polixene Trabudúa , Crónicas de Amama, Fundación Sabino Arana, Bilbao, 1997, pág. 299.
3Polixene Trabudúa, entrevista I, 10-10-1998.
4Polixene Trabudúa, Crónicas, pág. 27.
5Polixene Trabudúa, Artículos, pag. 34.
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